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CAPITULO III
EL DINERO, O LA CIRCULACION DE
MERCANCIAS
1. Medida de los valores
Con el objeto de simplificar, en esta obra parto siempre
del supuesto de que el oro es la mercancía dineraria.
La primera función del oro consiste en proporcionar al
mundo de las mercancías el material para la expresión de su valor, o bien en
representar los valores mercantiles como magnitudes de igual denominación,
cualitativamente iguales y cuantitativamente comparables. Funciona así como
medida general de los valores, y sólo en virtud de esta función el
oro, la mercancía equivalente específica, deviene en primer lugar dinero.
Las mercancías no se vuelven conmensurables por obra del
dinero. A la inversa. Por ser todas las mercancías, en cuanto valores,
trabajo humano objetivado, y por tanto conmensurables en sí y para sí,
pueden medir colectivamente sus valores en la misma mercancía específica y ésta
convertirse en su medida colectiva de valor, esto es, en dinero. En cuanto
medida de valor, el dinero es la forma de manifestación necesaria de la
medida del valor inmanente a las mercancías: el tiempo de trabajo
[1]O por qué no se puede tratar al trabajo
privado como si fuera trabajo directamente social, como a su contrario. En otro
lado ("Zur Kritik"... , p. 61 y ss.) he examinado pormenorizadamente el utopismo
insulso que pretende crear un "dinero laboral" sobre el fundamento de la
producción de mercancías. Anotemos aquí que el "dinero laboral" de Owen, por
ejemplo, dista tanto de ser dinero como, digamos, una contraseña de teatro. Owen
presupone el trabajo directamente socializado, una forma de producción
contrapuesta diametralmente a la de producción de mercancías. El certificado de
trabajo no hace más que verificar la participación individual del productor en
el trabajo común y su derecho individual sobre la parte del producto
común destinada al consumo. Pero a Owen no se le pasa por las mientes
presuponer la producción de mercancías y, sin embargo, querer eludir sus
condiciones necesarias por medio de artilugios dinerarios..
[116] La expresión del valor de una
mercancía en oro --x mercancía A = y mercancía
dineraria-- constituye su forma de dinero o su precio. Una ecuación
aislada, como 1 tonelada de hierro = 2 onzas de oro, basta ahora para
representar el valor del hierro de una manera dotada de vigencia social. Esta
igualdad no necesita ya marchar en formación con las ecuaciones de valor de las
demás mercancías, puesto que la mercancía equivalente, el oro, ahora posee el
carácter de dinero. Por ende, la forma relativa general del valor de las
mercancías vuelve aquí a revestir la figura de su originaria forma relativa
simple o singular de valor. Por otra parte, la expresión relativa desplegada
del valor, o la serie infinita de expresiones relativas del valor, se
torna en la forma específicamente relativa de valor de la mercancía dineraria.
Esa serie, empero, ya está dada socialmente en los precios de las mercancías.
Léanse al revés las cotizaciones de una lista de precios y se encontrará la
magnitud de valor del dinero representada en todas las mercancías posibles. El
dinero, en cambio, no tiene precio alguno. Para participar en esa forma
relativa unitaria del valor de las demás mercancías, tendría que
referirse a sí mismo como a su propio equivalente.
El precio o la forma dineraria del valor característica
de las mercancías es, al igual que su forma de valor en general, una forma ideal
o figurada, diferente de su forma corpórea real y palpable. El valor del hierro,
del lienzo, del trigo, etc., aunque invisible, existe en esas cosas mismas; se
lo representa mediante su igualdad con el oro, mediante [117] una
relación con el oro, la cual, por así decirlo, es sólo como un duende que
anduviera en sus cabezas. De ahí que el custodio de las mercancías tenga que
prestarles su propia lengua, bien colgarles un rótulo, para comunicar sus
precios al mundo exterior [2] 3. Como
la expresión de los valores mercantiles en oro es ideal, el oro que se emplea en
esta operación es también puramente figurado o ideal. Todo guardián de
mercancías sabe que cuando confiere a éstas la forma del precio, o forma áurea
figurada, está lejos de haberlas bañado en oro, y que para tasar en oro millones
de valores mercantiles no necesita una sola pizca de ese metal. En su función de
medida de valor, por consiguiente, el dinero sirve como dinero puramente
figurado o ideal. Esta circunstancia ha dado pie a las teorías más desatinadas
[4]. Aunque para la función de medir el valor
sólo se utiliza dinero figurado, el precio depende estrictamente del material
dinerario real. El valor, es decir, la cantidad de trabajo humano que contiene,
por ejemplo, una tonelada de hierro, se expresa en una cantidad figurada de la
mercancía dineraria que contiene la misma cantidad de trabajo. Según sea el oro,
la plata o el cobre el que preste servicios como medida del valor, el valor de
la tonelada de hierro tendrá expresiones de precio totalmente diferentes, o se
representará en cantidades de oro o plata o cobre por entero distintas.
[118] Por tanto, si dos mercancías distintas
--por ejemplo el oro y la plata-- sirven simultáneamente como medida del valor,
todas las mercancías tendrán dos expresiones de precio diferentes, precios en
oro y precios en plata, que coexistirán sin sobresaltos mientras la relación que
existe entre el oro y la plata se mantenga inalterada, por ejemplo 1:15. Pero
todo cambio en esa relación de valor perturbará la proporción entre los precios
áureos y los precios argénteos de las mercancías y demostrará así, de manera
efectiva, que la duplicación de la medida del valor contradice la función de la
misma [5] a.
[119] Las mercancías con precios determinados se
representan todas en la fórmula siguiente: a mercancía A = x
oro; b mercancía B = z oro; c mercancía C =
y oro, etc., donde a, b, c representan determinadas
cantidades de las clases de mercancías A, B, C; x,
z, y, determinadas cantidades de oro. Los valores de las
mercancías, pues, se transforman en cantidades de oro figurado y de
diferente magnitud, y por ende, pese al enmarañado abigarramiento de los cuerpos
de las mercancías, en magnitudes de igual denominación, en magnitudes de
oro. En cuanto tales, esas cantidades disímiles de oro se comparan y
miden entre sí, desarrollándose de este modo la necesidad, desde el punto de
vista técnico, de vincularlas todas a una cantidad fija de oro que oficie
de unidad de medida. Esta unidad de medida misma continúa
desarrollándose, gracias a su división ulterior en partes alícuotas, hasta
llegar a ser un patrón de medida. Con anterioridad a su transformación en
dinero, el oro, la plata, el cobre poseen ya tales patrones en sus pesos
metálicos; de modo, por ejemplo, que una libra sirve como unidad de medida,
y mientras que por una parte se la subdivide en onzas, etc., por la otra se
suman libras hasta formar un quintal, etc [6].
En toda circulación metálica, por consiguiente, las denominaciones del patrón de
peso, preexistentes, son también los nombres originarios del patrón dinerario o
patrón de los precios.
En cuanto medida de los valores y como patrón de los
precios, el dinero desempeña dos funciones completamente diferentes. Medida de
los valores es el dinero en cuanto encarnación social del trabajo humano, patrón
de los precios, como peso metálico fijo. En cuanto medida del valor, el dinero
sirve para transformar en precios, en cantidades [120] figuradas de oro,
los valores de las variadísimas mercancías, en cuanto medida de los precios,
mide precisamente esas cantidades de oro. Con la medida de los valores se miden
las mercancías en cuanto valores; el patrón de precios, en cambio, mide con
arreglo a una cantidad de oro las cantidades de dicho metal y no el valor de una
cantidad de oro conforme al peso de la otra. Para el patrón de precios es
necesario fijar determinado peso en oro como unidad de medida. Aquí, al igual
que en todas las demás determinaciones de medida de magnitudes de igual
denominación, lo decisivo es la fijeza que alcancen las relaciones de medida. El
patrón de los precios, por ende, desempeñará tanto mejor su función cuanto más
invariablemente una y la misma cantidad de oro oficie como unidad de medida. Si
el oro puede servir como medida de los valores, ello se debe únicamente a que él
mismo es producto del trabajo, y por tanto, potencialmente, un valor variable
[7].
Resulta claro, por de pronto, que un cambio en el valor
del oro en modo alguno afecta su función en cuanto patrón de precios. Por más
que varíe el valor del oro, cantidades diversas del metal se mantienen siempre
en la misma relación recíproca de valor. Aunque el valor del oro bajara en un
1000%, 12 onzas de oro valdrían, como siempre, 12 veces más que una onza de esa
sustancia [8], y en los precios lo único que
interesa es la proporción recíproca entre distintas cantidades de oro. Por otra
parte, así como el peso de una onza de oro en modo alguno varía con la baja o el
alza de su valor, tampoco se modifica el de sus partes alícuotas, y de esta
manera el oro, en cuanto patrón fijo de los precios, presta siempre el mismo
servicio por más que cambie su valor.
El cambio en el valor del oro tampoco obsta a su
función como medida del valor. Dicha variación afecta simultáneamente a
todas las mercancías, dejando por tanto inalterados, cæteris paribus [si
las restantes condiciones no varían], sus valores relativos recíprocos, aun
cuando todos se expresen ahora en precios áureos superiores o inferiores
a los de antes.
Al igual que cuando se representa el valor de una
mercancía en el valor de uso de otra cualquiera, al evaluar las mercancías en
oro se parte sólo del supuesto de que la producción de una cantidad determinada
de oro, en un tiempo dado, insume una cantidad dada de trabajo. En lo que
respecta al movimiento de los precios mercantiles en general, rigen las leyes de
la expresión relativa simple del valor, analizadas más arriba.
Los precios de las mercancías sólo pueden aumentar de
manera generalizada si se mantiene constante el valor del dinero y aumentan los
valores de las mercancías o si, permaneciendo éstos inalterados, el valor del
dinero baja. Y a la inversa. Los precios de las mercancías sólo pueden bajar de
manera generalizada si no varía el valor del dinero y descienden los valores
mercantiles, o si éstos se mantienen constantes y aumenta el valor del dinero.
En modo alguno se sigue de esto que un mayor valor del dinero traiga consigo una
baja proporcional en el precio de las mercancías, y un valor menor del dinero un
alza proporcional en el precio de las mismas. Esto sólo rige para mercancías de
valor inalterado. Las mercancías, por ejemplo, cuyo valor asciende en la misma
medida y al mismo tiempo que el valor del dinero, conservan incambiados sus
precios. Si su valor aumenta más lenta o más rápidamente que el del dinero, la
baja o el alza de sus precios estará determinada por la diferencia entre el
movimiento de su valor y el del dinero, etcétera.
Pero pasemos ahora al examen de la forma de precio.
Las denominaciones dinerarias de los pesos
metálicos se separan gradualmente de sus primitivas denominaciones ponderales.
Obedece ello a diversas razones, de las cuales las siguientes son las
históricamente decisivas: 1) Introducción de dinero extranjero en los
pueblos menos desarrollados; en la antigua Roma, por ejemplo, las monedas de
plata y oro circularon primero como mercancías foráneas. Las denominaciones de
este dinero extranjero difieren de las denominaciones locales de los pesos. 2) A
medida que se desarrolla la riqueza, el metal menos precioso se ve desplazado
por el más precioso de la función de medir el valor. Al cobre lo desaloja la
plata, a la plata el oro, por mucho que esta secuencia entre en contradicción
[122] con toda cronología poética [9].
[10] Libra, por ejemplo, era el nombre
dinerario de una libra efectiva de plata. No bien el oro desplazó a la plata
como medida del valor, el mismo nombre quedó adherido a más o menos 1/15, etc.,
de libra de oro, con arreglo a la relación de valor entre este metal y la plata.
Quedan separadas ahora libra como nombre dinerario y como denominación ponderal
corriente del oro [11]
[12] 13. 3) La falsificación de
dinero por parte de los príncipes, practicada secularmente, que del peso
originario de las piezas monetarias no dejó en pie, de hecho, más que el nombre
[14] 15bis.
Estos procesos históricos transforman en costumbre
popular el divorcio entre el nombre dinerario de los pesos metálicos y su
denominación ponderal corriente. Como el patrón dinerario por una parte es
puramente convencional y por la otra requiere vigencia general, a la postre se
lo regula por la vía legal. Oficialmente se divide una porción ponderal del
metal precioso, por ejemplo una onza de oro, en partes alícuotas que reciben
nombres de pila legales, como por ejemplo libra, tálero, etc. Dicha parte
alícuota, que luego oficia de unidad efectiva de medida dineraria, es
subdividida en otras partes alícuotas bautizadas también con nombres legales,
como chelín, penique, etc [16]. Determinados
pesos metálicos, como siempre, siguen siendo el patrón del dinero metálico. Lo
que se ha modificado es la subdivisión y la nomenclatura.
Los precios, o las cantidades de oro en que idealmente
se transforman los valores de las mercancías, se expresan [123] ahora en
las denominaciones dinerarias o en las denominaciones de cuenta,
legalmente vigentes, del patrón áureo. En vez de decir, por consiguiente, que un
quarter de trigo equivale a una onza de oro, en Inglaterra se dirá que es
igual a 3 libras esterlinas, 17 chelines y 10 1/2 peniques. Unas a otras, las
mercancías se dicen así lo que valen, en sus nombres dinerarios, y el dinero
sirve como dinero de cuenta toda vez que corresponde fijar una cosa como
valor, y por tanto fijarla bajo una forma dineraria
[17].
El nombre de una cosa es por entero exterior a la
naturaleza de la misma. Nada sé de una persona de la que sé que se llama Jacobus
[18]. De igual suerte, en las denominaciones
dinerarias libra, tálero, franco, ducado, etc., se desvanece toda huella de
la relación de valor. La confusión en torno al sentido secreto de estos signos
cabalísticos se vuelve tanto mayor por cuanto las denominaciones dinerarias
expresan el valor de las mercancías y, al propio tiempo, partes alícuotas
de un peso metálico, del patrón dinerario
[19b]. Por otra parte el valor, a diferencia de los abigarrados
cuerpos que pueblan el mundo de las mercancías, tiene que desarrollarse hasta
asumir esa forma que es propia de una cosa y ajena al concepto, pero, también,
simplemente social [20].
[124] El precio es la denominación dineraria
del trabajo objetivado en la mercancía. La equivalencia entre la
mercancía y la cantidad de dinero cuyo nombre es el precio de aquélla, es, por
consiguiente, una tautología 21, ya que la expresión
relativa del valor de una mercancía es siempre y en general expresión de
la equivalencia entre dos mercancías. Pero si el precio, en cuanto
exponente de la magnitud de valor de la mercancía, es exponente de la relación
de intercambio que media entre ella y el dinero, de esto no se desprende, a la
inversa, que el exponente de su relación de intercambio con el dinero sea
necesariamente exponente de su magnitud de valor. Supongamos que en 1
quarter de trigo y en 2 libras esterlinas (aproximadamente 1/2 onza de oro)
se representa una magnitud igual de trabajo socialmente necesario. Las
[sterling] 2 son expresión dineraria de la magnitud de valor que presenta el
quarter de trigo, o sea su precio. Ahora bien, si las circunstancias
permiten cotizarlo a [sterling] 3 u obligan a tasarlo a [sterling] 1, tendremos
que [sterling] 1 y [sterling] 3 serán expresiones demasiado pequeñas o demasiado
grandes de la magnitud de valor alcanzada por el trigo, pero no por ello
dejarán de ser precios del mismo, ya que en primer término son sus
formas de valor, dinero, y en segundo lugar exponentes de su relación de
intercambio con el dinero. Caso de mantenerse inalteradas las condiciones de
producción, o la fuerza productiva del trabajo, para la reproducción del
quarter de trigo será necesario ahora emplear tanto tiempo de trabajo
social como antes. Esta circunstancia no depende de la voluntad de quien
produce [125] el trigo ni de los demás poseedores de mercancías. La
magnitud del valor de la mercancía expresa, pues, una relación necesaria e
inmanente al proceso de formación de la mercancía con el tiempo necesario de
trabajo. Al transformarse en precio la magnitud del valor, esta relación
necesaria se pone de manifiesto como relación de intercambio de una mercancía
con la mercancía dineraria, existente al margen de ella. Pero en esta relación
tanto puede expresarse la magnitud del valor de la mercancía, como el más o el
menos por el que en determinadas circunstancias puede enajenarse. Por tanto, en
la forma misma del precio stá implícita la posibilidad de una
incongruencia cuantitativa, de una divergencia, entre el precio y la
magnitud del valor. No se trata, en modo alguno, de un defecto de esa forma,
sino que al contrario es eso lo que la adecua a un modo de producción en el cual
la norma sólo puede imponerse como ley promedial que, en medio de la carencia de
normas, actúa ciegamente.
La forma del precio, sin embargo, no sólo admite
la posibilidad de una incongruencia cuantitativa entre magnitud del valor
y precio, o sea entre la magnitud del valor y su propia expresión dineraria,
sino que además puede albergar una contradicción cualitativa, de tal modo
que, aunque el dinero sólo sea la forma de valor que revisten las
mercancías, el precio deje de ser en general la expresión del valor.
Cosas que en sí y para sí no son mercancías, como por ejemplo la conciencia, el
honor, etc., pueden ser puestas en venta por sus poseedores, adoptando así,
merced a su precio, la forma mercantil. Es posible, pues, que una cosa
tenga formalmente precio sin tener valor. La expresión en dinero
deviene aquí imaginaria, como en ciertas magnitudes matemáticas. Por otra
parte, la forma imaginaria del precio --como por ejemplo el precio de la
tierra no cultivada, que no tiene valor alguno porque en ella no se
ha objetivado ningún trabajo humano-- puede contener una efectiva relación de
valor o una relación derivada de ésta.
Al igual que la forma relativa de valor en general, el
precio expresa el valor de una mercancía, digamos el de una tonelada de hierro,
estableciendo que determinada cantidad de equivalente, por ejemplo una onza de
oro, es directamente intercambiable por el hierro, pero en modo alguno que, a la
inversa, el hierro sea a su vez directamente [126] intercambiable por el
oro. En consecuencia para que una mercancía pueda operar de manera efectiva como
valor de cambio, ha de desprenderse de su corporeidad natural, transformarse de
oro puramente figurado en oro real, aun cuando esta transustanciación le resulte
más "amarga" que al "concepto" hegueliano el tránsito de la necesidad a la
libertad o a una langosta romper su viejo caparazón, o a Jerónimo, Padre de la
Iglesia, desembarazarse del viejo Adán [22]
23. [24] Junto a su figura real,
por ejemplo la de hierro, la mercancía puede poseer en el precio una figura
ideal de valor o una de oro figurado, mas no puede ser a la vez
hierro real y oro también real. Para fijar su precio, basta con equipararla
a oro figurado. Pero es necesario remplazarla por este metal para que
preste a su poseedor el servicio de equivalente general. Si el poseedor del
hierro se enfrentase, por ejemplo, al de una mercancía de esas que se consumen
en el gran mundo y le señalara que el precio del hierro es la forma de
dinero, nuestro hombre de mundo le respondería como San Pedro a Dante en el
Paraíso, una vez que éste le recitara la fórmula de los artículos de fe:
"Assai bene è trascorsa
D'esta moneta già la lega e' l peso,
Ma dimmi se tu l'hai nella tua borsa".
["La ley y el peso de esta moneda están muy bien
examinadas, pero dime, ¿la tienes en tu bolso?"]
[25]
La forma del precio lleva implícita la enajenabilidad de
las mercancías por dinero y la necesidad de esa enajenación. Por otra parte, el
oro sólo desempeña la función de medida ideal del valor, puesto que en el
proceso de intercambio discurre ya como mercancía dineraria. Oculto en la
medida ideal de los valores, acecha pues el dinero contante y
sonante.
[127] 2. Medio de circulación
a) La metamorfosis de las mercancías
Vimos ya que el proceso en que se intercambian las
mercancías implica relaciones contradictorias, recíprocamente excluyentes. El
desarrollo de la mercancía no suprime esas contradicciones, mas engendra la
forma en que pueden moverse. Es éste, en general, el método por el cual se
resuelven las contradicciones reales. Constituye una contradicción, por ejemplo,
que un cuerpo caiga constantemente sobre otro y que con igual constancia se
distancie del mismo. La elipsis es una de las formas de movimiento en que esta
contradicción se realiza y al mismo tiempo se resuelve.
En la medida en que el proceso de intercambio transfiere
mercancías de manos en las cuales son no-valores de uso, a manos en las
que son valores de uso, estamos ante un metabolismo social. El
producto de una modalidad útil de trabajo remplaza al de otra. Tan pronto como
llega al lugar en que sirve como valor de uso, pasa de la esfera del intercambio
mercantil a la del consumo. Aquí, es la primera la única que nos interesa. Por
consiguiente, hemos de examinar el proceso total desde el punto de vista de la
forma, y por tanto sólo el cambio de forma o la metamorfosis de las
mercancías a través del cual es mediado el metabolismo social.
La concepción absolutamente defectuosa de este cambio
formal obedece, dejando a un lado la poca claridad acerca del concepto mismo del
valor, al hecho de que todo cambio formal de una mercancía se opera en el
intercambio entre dos mercancías, una de las cuales es corriente y la
otra dineraria. Si nos atenemos tan sólo a ese aspecto material, al intercambio
de mercancía por oro, perderemos de vista precisamente lo que debiéramos
observar, esto es, lo que acontece con la forma. Pasaremos por alto que
el oro, en cuanto simple mercancía, no es dinero, y que las demás mercancías, en
sus precios, se remiten al oro como a su propia figura dineraria.
En un comienzo las mercancías entran en el proceso de
intercambio sin un baño de oro, ni de azúcar, tal como fueron creadas.
[128] Dicho proceso suscita un desdoblamiento
de la mercancía en mercancía y dinero, una antítesis externa en la que
aquélla representa su antítesis inmanente de valor de uso y valor. En esa
antítesis las mercancías se contraponen como valores de uso al
dinero como valor de cambio. Por otra parte, ambos términos de la antítesis
son mercancías, y por tanto unidades de valor de uso y valor. Pero
esa unidad de elementos diferentes se representa inversamente en cada uno
de los dos polos y refleja a la vez, por ende, la relación recíproca que media
entre ambos. La mercancía es realmente valor de uso; su carácter de ser
valor se pone de manifiesto sólo de manera ideal en el precio,
que la refiere al término opuesto, al oro, como a su figura real de
valor. El material áureo, a la inversa, sólo cuenta como concreción
material del valor, como dinero. De ahí que realmente sea
valor de cambio. Su valor de uso se pone de manifiesto únicamente de
manera ideal en la serie de las expresiones relativas de valor, en la cua
se refiere a las mercancías que se le contraponen, como al ámbito de sus
figuras de uso reales. Estas formas antitéticas de las mercancías son las
formas efectivas en que se mueve el proceso de su intercambio.
Acompañemos ahora a cualquier propietario de mercancías,
por ejemplo a nuestro viejo conocido, el tejedor de lienzo, al escenario en que
tiene lugar el proceso de intercambio, al mercado. Su mercancía, 20 varas
de lienzo, tiene un precio determinado: 2 libras esterlinas. Intercambia la tela
por [sterling] 2 y, hombre chapado a la antigua, cambia éstas a su vez por una
biblia en folio, de igual precio. Enajena el lienzo --que para él no es más que
mercancía, portadora del valor-- por oro, la figura de valor de aquélla,
y vuelve a enajenar esa figura por otra mercancía, la biblia, que como objeto
para el uso irá a parar a la casa del tejedor y satisfará allí devotas
necesidades. El proceso de intercambio de la mercancía, pues, se lleva a cabo a
través de dos metamorfosis contrapuestas que a la vez se complementan entre
sí: transformación de la mercancía en dinero y su reconversión de dinero
en mercancía 26 27. Las fases en la metamorfosis de
las mercancías [129] son, a la vez, transacciones del poseedor de éstas:
venta, o intercambio de la mercancía por dinero; compra,
intercambio de dinero por mercancía, y unidad de ambos actos: vender para
comprar.
Ahora bien, si el tejedor sopesa el resultado final de
la transacción, verá que tiene en sus manos, en vez de lienzo, una biblia: en
lugar de su mercancía originaria, otra del mismo valor, pero de diversa
utilidad. Es de esa misma manera como él se apropia de sus demás medios de vida
y de producción. Desde su punto de vista, todo el proceso no hace sino
mediar el intercambio entre el producto de su trabajo y el producto del trabajo
ajeno, el intercambio de productos.
El proceso de intercambio se lleva a cabo, pues, a
través del siguiente cambio de forma:
mercancía-dinero-mercancía
M - D - M
En lo que concierne a su contenido material, el
movimiento M - M es un intercambio de mercancía por mercancía,
metabolismo del trabajo social, en cuyo resultado se extingue el proceso mismo.
M - D. Primera metamorfosis de la
mercancía, o venta. Como lo he indicado en otro lugar[28],
el salto que el valor mercantil da desde el cuerpo de la mercancía al del oro,
es el salto mortale de la mercancía. Si fracasa, la que se verá
chasqueada no será precisamente la mercancía sino su poseedor. La división
social del trabajo hace que el trabajo de tal poseedor sea tan unilateral como
multilaterales son sus necesidades. Es por eso que su producto no le sirve más
que como valor de cambio. Pero ocurre que sólo como dinero puede adoptar
la forma de equivalente general socialmente vigente, y el dinero se encuentra en
el bolsillo ajeno. Para extraerlo de allí, es necesario que la mercancía sea
ante todo valor de uso para el poseedor de dinero, y por tanto que el
trabajo gastado en ella lo haya sido en forma socialmente útil, o sea
acreditándose como eslabón de la división social del [130]
trabajo. La división del trabajo, empero, es un organismo natural de
producción, cuyos hilos se han urdido y siguen urdiéndose a espaldas de los
productores de mercancías. La mercancía es, quizás, el producto de una nueva
modalidad de trabajo, la cual pretende satisfacer una necesidad recién surgida o
crear, por propia iniciativa, una nueva. Bien puede suceder que una actividad
laboral particular, que ayer sólo era una función entre las muchas ejercidas por
un mismo productor de mercancías, se desprenda de esa interconexión, se
independice y, por eso mismo, envíe independientemente su producto parcial,
en calidad de mercancía autónoma, al mercado. Las circunstancias bien
pueden estar maduras, o no, para ese proceso de escisión. Hoy el producto
satisface una necesidad social. Tal vez mañana lo desplace, total o
parcialmente, un tipo similar de producto. Aunque el trabajo es también, como el
de nuestro tejedor, eslabón patentado de la división social del trabajo, ello en
modo alguno basta todavía para garantizar el valor de uso precisamente de sus
20 varas de lienzo. Si los tejedores que compiten con él ya han saturado la
necesidad social de lienzo --que, como todo lo demás, tiene su medida--, el
proucto de nuestro amigo se volverá excesivo, superfluo y por tanto inútil. A
caballo regalado no se le miran los dientes, pero él no concurre al mercado para
hacer obsequios. Supongamos, sin embargo, que el valor de uso de su producto
satisface las exigencias y que, por consiguiente, la mercancía atrae dinero.
Pero, nos preguntamos ahora, ¿cuánto dinero? La respuesta está ya anticipada en
el precio de la mercancía, en el exponente de su magnitud de valor. Dejamos a un
lado cualesquiera errores de cálculo puramente subjetivos que haya cometido el
poseedor de mercancías, los cuales se corrigen de inmediato, objetivamente, en
el mercado. El poseedor tiene que haber empleado en su producto nada más que el
tiempo medio de trabajo socialmente necesario. El precio de la mercancía, pues,
es sólo la denominación dineraria de la cantidad de trabajo social objetivada en
ella. Pero sin la autorización de nuestro tejedor y a sus espaldas, las
condiciones de producción tradicionales de la actividad textil entran en
efervescencia. Lo que ayer era, sin duda alguna, el tiempo de trabajo
socialmente necesario para la producción de una vara de lienzo, deja hoy de
serlo, como lo comprueba con toda diligencia el poseedor del dinero al [131]
ver los precios fijados por diversos competidores de nuestro amigo. Para
infortunio de éste, existen muchos tejedores en el mundo. Supongamos, por
último, que cada pieza de lienzo disponible en el mercado sólo contiene tiempo
de trabajo socialmente necesario. Puede ocurrir, sin embargo, que la suma total
de esas piezas contenga tiempo de trabajo gastado de manera superflua. Si el
estómago del mercado no puede absorber la cantidad total de lienzo al precio
normal de 2 chelines por vara, ello demuestra que se consumió, bajo la forma de
la fabricación de lienzo, una parte excesivamente grande del tiempo de trabajo
social en su conjunto. El resultado es el mismo que si cada uno de los tejedores
hubiera empleado en su producto individual más tiempo de trabajo que el
socialmente necesario. Aquí se aplica lo de que pagan justos por pecadores. Todo
el lienzo puesto en el mercado cuenta como un artículo único; cada pieza, sólo
como una parte alícuota. Y, en realidad, el valor de cada vara individual de
lienzo no es más que la concreción material de la misma cantidad, socialmente
determinada, de trabajo humano homogéneo [c].
Como se ve, la mercancía ama al dinero, pero "the course
of true love never does run smooth" [nunca es manso y sereno el curso del
verdadero amor] [29]. La estructuración
cuantitativa del organismo social de producción --que presenta sus membra
disiecta [miembros dispersos] [30] en el
sistema de la división del trabajo-- es tan naturalmente fortuita como la
cualitativa. Nuestros poseedores de mercancías descubren, pues, que la misma
división del trabajo que los convierte en productores privados independientes,
hace que el proceso de producción y las relaciones suyas dentro de ese proceso
sean independientes de ellos mismos, y que la independencia recíproca
entre las personas se complemente con un sistema de dependencia multilateral y
propio de cosas.
[132] La división del trabajo convierte en
mercancía el producto del trabajo, y con ello torna en necesaria la
transformación del mismo en dinero. A la vez, hace que sea fortuito el que se
logre o no esa transustanciación. Aquí, no obstante, hemos de analizar el
fenómeno en estado puro, presuponiendo por ende su transcurso normal. Por lo
demás, si dicho fenómeno tiene lugar, pura y simplemente, si la mercancía no es
invendible, pues, se opera siempre el cambio de forma de la misma, por
más que, apartándose de la norma, en ese cambio formal pueda haberse perdido o
agregado sustancia, esto es, magnitud de valor.
A un poseedor de mercancías, el oro le remplaza su
mercancía y al otro la mercancía le remplaza su oro. El fenómeno sensible
es el cambio de manos, o de ubicación, de la mercancía y el oro,
de 20 varas de lienzo y 2 libras esterlinas, esto es, su intercambio.
¿Pero por qué cosa se cambia la mercancía? Se intercambia por su propia
figura general de valor. ¿Y por qué cosa se cambia el oro? Por una figura
particular de su valor de uso. ¿Por qué el oro se enfrenta como
dinero al lienzo? Porque el precio o denominación dineraria del
lienzo, [sterling] 2, ya lo refiere al oro en cuanto dinero. La
enajenación de la forma mercantil originaria se cumple mediante la venta
de la mercancía, es decir, en el momento en que su valor de uso atrae realmente
al oro, que en su precio sólo tenía una existencia figurada. Por tanto, la
realización del precio, o de la forma de valor sólo ideal de la mercancía,
es a la vez, y ala inversa, realización del valor de uso sólo ideal del dinero;
la transformación de la mercancía en dinero es, a la vez, la transformación
simultánea del dinero en mercancía. Este proceso único es un proceso
que tiene dos aspectos: desde el polo del poseedor de mercancía, venta,
desde el polo opuesto, ocupado por el poseedor de dinero, compra.
O en otras palabras, la venta es compra; M
- D es a la vez D - M [31]
32.
Hasta aquí no conocemos ninguna relación económica entre
los hombres a excepción de la que existe entre los [133] poseedores de
mercancías, una relación en la que éstos sólo pueden apropiarse del producto del
trabajo ajeno al enajenar los del suyo propio. Por ende, si un poseedor de
mercancías puede contraponerse a otro exclusivamente en cuanto poseedor de
dinero, ello se debe, una de dos: a que el producto de su trabajo posee por
naturaleza la forma dineraria, siendo por tanto material dinerario, oro,
etcétera, o a que su propia mercancía ya ha mudado de piel, desembarazándose de
su originaria forma de uso. Para que el oro funcione en cuanto dinero, tiene que
ingresar, naturalmente, por algún punto cualquiera en el mercado. Ese punto está
en su fuente de producción, donde, como producto directo del trabajo, se
intercambia por otro producto laboral de valor idéntico. Pero a partir de ese
momento representa ya, y siempre, precios mercantiles realizados 33.
Dejando a un lado el intercambio por mercancía en la fuente de producción del
oro, es éste, en manos de todo poseedor de mercancías, la figura enajenada de su
mercancía vendida, producto de la venta o de la primera metamorfosis
mercantil: M - D [34]. Si el
oro se transformó en dinero ideal o medida del valor, ello obedeció a que
todas las mercancías midieron en oro sus valores, convirtiéndolo así en
contraparte figurada de la figura de uso de ellas, en la figura que
reviste el valor de las mismas.
El oro deviene dinero real porque las mercancías,
a través de su enajenación generalizada, lo convierten en la figura de uso
efectivamente enajenada o transformada de ellas mismas, y por tanto en su figura
efectiva de valor. En su figura de valor, la mercancía hace desaparecer todas
las huellas de su valor de uso natural y del trabajo útil particular al que debe
su origen, para devenir esa crisálida que es sólo concreción material social
uniforme de trabajo humano indiferenciado. El aspecto exterior del dinero, pues,
no da margen para descubrir de qué tipo era la mercancía convertida en él. En su
forma dineraria, la una tiene exactamente la misma apariencia que la otra. Por
consiguiente, bien puede ser que el dinero sea una basura [134] pero la
basura no es dinero. Queremos suponer que las dos piezas de oro por las que
nuestro tejedor enajenó su mercancía, sean la figura transmutada de un
quarter de trigo. La venta del lienzo, M - D, es al propio
tiempo su compra, D - M. Pero en cuanto venta del lienzo,
este proceso inicia un movimiento que desemboca en su contrario, en la compra
de la biblia; en cuanto compra del lienzo, da fin a un movimiento que
comenzó con su contrario, con la venta del trigo. M - D
(lienzo - dinero), esa primera fase de M - D - M
(lienzo-dinero-biblia), es a la vez D - M (dinero - lienzo), la
última fase de otro movimiento M - D - M (trigo - dinero -
lienzo). La primera metamorfosis de una mercancía, su transformación en
dinero a partir de la forma mercantil, es siempre, a la vez, una segunda
metamorfosis, contrapuesta, de otra mercancía, su
transformación inversa en mercancía a partir de la forma dineraria
[35].
D - M. Metamorfosis segunda, 0
final, de la mercancía: compra. Por ser la figura enajenada de todas
las demás mercancías o el producto de su enajenación general, el dinero es la
mercancía absolutamente enajenable. Lee al revés todos los precios y de ese
modo se refleja en todos los cuerpos de las mercancías, que son así el material
que se sacrifica para que el dinero llegue a ser mercancía. Al propio tiempo,
los precios, los ojos con los que las mercancías le lanzan tiernas miradas de
amor, le indican al dinero los límites de su capacidad de transformación,
o sea su propia cantidad. Como la mercancía desaparece al llegar a ser
dinero, es imposible distinguir en éste la manera en que ha llegado a manos de
su poseedor, o qué mercancía se ha transformado en él. Non olet
[no tiene olor] [36], sea cual fuere su
origen. Si por una parte representa una mercancía vendida, por la otra
mercancías adquiribles [37].
D - M, la compra es a la vez, venta, M
- D; la metamorfosis final de una mercancía, por consiguiente, es a
[135] la vez la primera metamorfosis de otra mercancía. Para nuestro tejedor
la carrera vital de su mercancía concluye con la biblia en la que ha
reconvertido sus [sterling] 2. Pero el vendedor de biblias permuta por
aguardiente las [sterling] 2 obtenidas del tejedor. D - M, la fase
final de M - D - M (lienzo - dinero - biblia) es al mismo
tiempo M - D, la primera fase de M - D - M
(biblia - dinero - aguardiente). Como el productor de mercancías suministra tan
sólo un producto unilateral, suele venderlo en grandes cantidades,
mientras que sus necesidades multilaterales lo fuerzan a repartir continuamente
el precio realizado, o la suma de dinero obtenida, en numerosas compras.
Como vemos, una venta, desemboca en muchas compras de diferentes
mercancías. La metamorfosis final de una mercancía constituye, pues, una suma
de primeras metamorfosis de otras mercancías.
Ahora bien, si examinamos la metamorfosis global
de una mercancía, por ejemplo del lienzo, comprobaremos ante todo que se compone
de dos movimientos contrapuestos y que se complementan recíprocamente, M
- D y D - M. Estas dos mutaciones contrapuestas de la
mercancía se llevan a cabo en dos procesos sociales antitéticos a cargo del
poseedor de mercancías, y se reflejan en dos papeles económicos asumidos
por el mismo, también contrapuestos. En cuanto sujeto activo de la venta se
convierte en vendedor; en cuanto agente de la compra, en comprador.
Pero así como en toda mutación de la mercancía coexisten sus dos formas --la de
mercancía y la de dinero--, sólo que en polos opuestos, el mismo poseedor de
mercancías se enfrenta como vendedor a otro comprador y como comprador a otro
vendedor. Así como la misma mercancía discurre sucesivamente por las dos
mutaciones inversas --de mercancía a dinero y de dinero a mercancía--, el mismo
poseedor de mercancías desempeña alternativamente los papeles de vendedor y
compradr. No se trata pues de papeles fijos, sino que, en el marco de la
circulación de mercancías, los mismos constantemente cambian de personas.
La metamorfosis total de una mercancía lleva implícitos,
en su forma más simple, cuatro extremos y tres personæ dramatis [personas
actuantes]. En primer lugar, la mercancía se enfrenta al dinero como a su figura
de valor, figura que de la parte de más allá, en el bolsillo ajeno, es [136]
una cosa dotada de una contundente realidad. Al poseedor de mercancías, pues, se
le enfrenta un poseedor de dinero. No bien la mercancía se transforma en dinero,
éste pasa a su forma transitoria de equivalente, cuyo valor de uso o
contenido existe de la parte de acá, en otros cuerpos de mercancías. Como
término de la primera transformación de la mercancía, el dinero es a la vez
punto de partida de la segunda. De esta suerte, el vendedor del primer acto
deviene comprador en el segundo, enfrentándosele aquí un tercer poseedor de
mercancías en cuanto vendedor [38].
Las dos fases de movimiento inversas de la metamorfosis
mercantil constituyen un ciclo: forma de mercancía, despojamiento de la
forma mercantil, retorno a la misma. Sin duda, la mercancía misma está
aquí antitéticamente determinada. En el punto de partida es no-valor de uso para
su poseedor; en el de llegada, valor de uso para aquél. De manera análoga, el
dinero se presenta primero como cristalización inalterable del valor, en la que
se convierte la mercancía, para disolverse luego como mera forma de equivalente
de la misma.
Las dos metamorfosis que configuran el ciclo de una
mercancía constituyen a la vez las metamorfosis parciales e inversas de otras
dos mercancías. La misma mercancía (lienzo) inaugura la serie de sus propias
metamorfosis y clausura la metamorfosis total de otra mercancía (del trigo).
Durante su primera transmutación, o sea la venta, desempeña esos dos papeles en
persona. Por el contrario, en cuanto crisálida de oro, es decir, en el estado en
que ella misma sigue el camino de toda carne [39],
pone término a la vez a la primera metamorfosis de una tercera mercancía. El
ciclo que describe la serie de metamorfosis experimentadas por toda mercancía,
pues, se enreda de manera inextricable con los ciclos de otras mercancías. El
proceso en su conjunto se presenta como circulación mercantil.
La circulación mercantil difiere no sólo formal, sino
esencialmente, del intercambio directo de productos. Echemos una simple mirada
retrospectiva sobre lo ocurrido. El tejedor, no cabe duda, ha cambiado el lienzo
por la biblia, la mercancía propia por la ajena. Pero este fenómeno sólo es real
para él. El difusor de biblias, más aficionado al [137] calor que al
frío, no pensó en que trocaba su biblia por lienzo, tal como el tejedor nada
sospecha de que trocó su lienzo por trigo. La mercancía de B sustituye a
la mercancía de A, pero A y B no intercambian
recíprocamente sus mercancías. Puede ocurrir, en realidad, que A
compre mercancías a B y B a A, pero esa relación especial
en modo alguno está condicionada por las relaciones generales de la circulación
mercantil. Por un lado se advierte aquí, cómo el intercambio de mercancías
arrasa las barreras individuales y locales del intercambio directo de
productos y hace que se desarrolle el metabolismo del trabajo humano. Por otra
parte, se desenvuelve toda una serie de vinculaciones sociales de índole
natural, no sujetas al control de las personas actuantes. El tejedor puede
vender lienzo sólo porque el agricultor ha vendido trigo: si Hotspur
[40] puede vender biblias es porque el tejedor
vendió el lienzo; el destilador puede vender aguardiente, porque el otro ya
ha vendido el agua de la vida eterna, etcétera.
De ahí que el proceso de circulación no se agote, como
ocurría con el intercambio directo de productos, en el cambio de ubicación, o de
manos, a que están sujetos los valores de uso. El dinero no desaparece, por más
que finalmente quede marginado de la serie de metamorfosis experimentada por
una mercancía. Invariablemente se deposita en los puntos de la circulación
que las mercancías dejan libres. Tomemos como ejemplo la metamorfosis global del
lienzo (lienzo - dinero - biblia): primero sale de la circulación el
lienzo, lo sustituye el dinero; luego sale la biblia, la sustituye el dinero. El
remplazo de una mercancía por otra deja siempre la mercancía dineraria en manos
de un tercero [41]. La circulación
constantemente exuda dinero.
Nada puede ser más desatinado que el dogma según el cual
la circulación de mercancías implica un equilibrio necesario entre las compras y
las ventas, puesto que toda venta es una compra, y viceversa. Si con esto se
quiere decir que el número de las ventas efectivamente llevadas a término es
igual al de las compras, estamos ante una trivial [138] tautología. Pero
lo que se pretende demostrar es que el vendedor lleva al mercado a su propio
comprador. La venta y la compra son un acto idéntico en cuanto relación
recíproca entre dos personas polarmente contrapuestas: el poseedor de
mercancías y el de dinero. Configuran dos actos contrapuestos de manera polar,
en cuanto acciones de la misma persona. La identidad de venta y compra
lleva implícito, por consiguiente, que la mercancía devenga inservible
cuando, arrojada en la retorta alquímica de la circulación, no surge de la misma
convertida en dinero, no la vende el poseedor de mercancías, y por ende
no la compra el poseedor de dinero. Esa identidad implica, por lo demás, que si
el proceso culmina debidamente, constituya un punto de reposo, un período en la
vida de la mercancía, período que puede prolongarse más tiempo o menos. Como la
primera metamorfosis de la mercancía es a la vez venta y compra, este
proceso parcial es al mismo tiempo un proceso autónomo. El comprador tiene la
mercancía, el vendedor el dinero, esto es, una mercancía que conserva una forma
adecuada para la circulación, ya se presente temprano o tarde en el mercado.
Nadie puede vender sin que otro compre. Pero nadie necesita comprar
inmediatamente por el solo hecho de haber vendido. La circulación derriba las
barreras temporales, locales e individuales opuestas al intercambio de
productos, y lo hace precisamente porque escinde, en la antítesis
de venta y compra, la identidad directa existente aquí entre enajenar el
producto del trabajo propio y adquirir el producto del trabajo ajeno. El hecho
de que los procesos que se contraponen autónomamente configuren una unidad
iterna, significa asimismo que su unidad interna se mueve en medio de
antítesis externas. Si la autonomización externa de aspectos que en lo
interno no son autónomos, y no lo son porque se complementan uno a otro, se
prolonga hasta cierto punto, la unidad interna se abre paso violentamente, se
impone por medio de una crisis. La antítesis inmanente a la mercancía
--valor de uso y valor, trabajo privado que a la vez tiene que presentarse como
trabajo directamente social, trabajo específico y concreto que al mismo tiempo
cuenta únicamente como general y abstracto, personificación de la cosa y
cosificación de las personas--, esa contradicción inmanente, adopta sus
formas más evolucionadas de movimiento en las antítesis de la
metamorfosis [139] mercantil. Estas formas entrañan la posibilidad, pero
únicamente la posibilidad, de las crisis. Para que dicha posibilidad se
desarrolle, convirtiéndose en realidad, se requiere todo un conjunto de
condiciones que aún no existen, en modo alguno, en el plano de la circulación
simple de mercancías [42]Say, por ejemplo,
fundándose en que sabe que la mercancía es producto, se arroga el derecho
de dictaminar sobre las crisis..
Como mediador en la circulación mercantil, el dinero
asume la función de medio de circulación.
b) El curso del dinero
El cambio de forma en el que se opera el intercambio de
sustancias entre los productos del trabajo M - D - M,
determina que un mismo valor configure en cuanto mercancía el punto de
partida del proceso, y retorne como mercancía al mismo punto. Por ende,
este movimiento de las mercancías es un ciclo. Por otra parte, esa misma
forma excluye el ciclo del dinero. Su resultado es el constante alejamiento
del dinero con respecto a su punto de partida, no su retorno al mismo.
Mientras el vendedor retiene la figura transmutada de su mercancía, o sea el
dinero, la mercancía se encuentra en la fase de su primera metamorfosis, o sólo
ha dejado a sus espaldas la primera mitad de su circulación. Cuando se completa
el proceso de vender para comprar, el dinero de nuevo se ha escapado de
[140] las manos de su poseedor originario. Seguramente, si después de
comprar la biblia el tejedor vende lienzo una vez más, el dinero volverá a sus
manos. Pero no retorna a través de la circulación de las primeras 20 varas de
lienzo, que, antes bien, lo hicieron pasar de manos del tejedor a las del
vendedor de biblias. Si regresa es a causa únicamente de que el mismo proceso de
circulación se renueva o reitera para cada nueva mercancía, y finaliza en
este caso, como en los anteriores, con el mismo resultado. La forma impartida
directamente al dinero por la circulación mercantil, pues, consiste en su
constante alejamiento del punto de partida, su pasaje de manos de un poseedor de
mercancías a las de otro, o su curso (currency, cours de la monnaie).
El curso del dinero muestra una repetición constante y
monótona del mismo proceso. La mercancía siempre está al lado del
vendedor, el dinero siempre al lado del adquirente, como medio de compra.
Oficia de medio de compra al realizar el precio de la mercancía. Y
al realizarlo, transfiere la mercancía de manos del vendedor a las del
comprador, mientras él mismo se aleja, a la vez, de las manos del comprador y
pasa a las del vendedor, para repetir luego el mismo proces con otra mercancía.
El hecho de que esta forma unilateral de movimiento del dinero nazca del
movimiento formal bifacético de la mercancía, queda encubierto. La naturaleza
misma de la circulación mercantil ocasiona la apariencia contraria. La primera
metamorfosis de la mercancía no sólo es visible en cuanto movimiento del dinero,
sino como movimiento de la mercancía misma: por el contrario, su segunda
metamorfosis solamente es visible como movimiento del dinero. En la primera
mitad de su circulación, la mercancía cambiaba de lugares con el dinero. De este
modo, y a la vez, su figura de uso quedaba marginada de la circulación, pasaba
al ámbito del consumo [43]. La sustituía su
figura de valor, o larva del dinero. La segunda mitad de la circulación ya no la
recorre envuelta en su piel propia y natural, [141] sino en la del oro.
Con ello, la continuidad del movimiento recae enteramente en el dinero, y
el mismo movimiento que supone dos procesos contrapuestos para la mercancía,
implica siempre, como movimiento propio del dinero, el mismo proceso,
esto es, su cambio de lugar con otra mercancía siempre cambiante. El resultado
de la circulación de mercancías --la sustitución de una mercancía por otra-- se
presenta mediado, pues, no por el propio cambio de forma experimentado por
aquéllas, sino por la función del dinero como medio de circulación;
éste hace circular las mercancías, en sí y para sí carentes de movimiento,
transfiriéndolas, siempre en sentido contrario al de su propio curso, de manos
de aquel para quien son no-valores de uso, a manos de quien las considera
valores de uso. Constantemente aleja del ámbito de la circulación las
mercancías, al ocupar una y otra vez los lugares que éstas dejan libre en
aquélla, con lo cual él mismo se aleja de su punto de partida. Por consiguiente,
aunque el movimiento del dinero no sea más que una expresión de la circulación
de mercancías, ésta se presenta, a la inversa, como mero resultado del
movimiento dinerario [44].
Por otra parte, si al dinero le cabe la función de medio
de circulación, ello se debe únicamente a que es el valor, vuelto autónomo, de
las mercancías. Por tanto, su movimiento en cuanto medio de circulación no es,
en realidad, más que el movimiento formal de aquéllas. De ahí que este último
movimiento tenga que reflejarse, incluso de manera sensible, en el curso del
dinero. El doble cambio de forma de la mercancía se refleja en el cambio de
ubicación, también doble, de la misma pieza dineraria, siempre que consideremos
la metamorfosis global de una mercancía en la reiterada repetición de su cambio
de lugar; siempre que consideremos en su interconexión el entrelazamiento de las
innumerables metamorfosis. Las mismas piezas dinerarias llegan como figura
enajenada de la mercancía a manos del vendedor y las abandonan como
figura absolutamente enajenable de la misma. Ambas veces el dinero opera de
la misma manera, como medio de compra primero de una, luego de la otra
mercancía. Pero para la misma mercancía, la conexión interna de ambos procesos
[142] se pone de manifiesto en el movimiento doble y antitético impreso a
las mismas piezas dinerarias. Las mismas [sterling] 2 que en la compra del
lienzo pasaban del bolsillo del cultivador de trigo al del tejedor de lienzo,
emigran de este último bolsillo cuando se efectúa la compra de la biblia. Se
trata de un cambio doble de ubicación y, si consideramos el lienzo o sus
representantes como el centro, de un cambio en sentido contrario: positivo en el
caso del ingreso de dinero, negativo en el de su egreso
[d]. Cuando, por el contrario, sólo se operan
metamorfosis unilaterales de mercancías --meras ventas o simples compras, como
se quiera--, el mismo dinero cambia únicamente una vez de lugar. Su segundo
cambio de ubicación expresa siempre la segunda metamorfosis de la mercancía, la
reconversión de ésta en dinero [e].
Por lo demás, se comprende de suyo que todo esto sólo se
aplica a la forma que consideramos, la de la circulación mercantil simple.
Al dar su primer paso en la circulación, al cambiar por
primera vez de forma, toda mercancía queda marginada de aquélla, en la cual
entran constantemente nuevas mercancías. En cuanto medio de circulación, por el
contrario, el dinero está instalado permanentemente en la esfera de la
circulación y trajina en ella sin pausa. Se plantea [143] entonces el
interrogante de cuánto dinero absorbe constantemente dicha esfera.
En un país se efectúan todos los días, simultáneamente y
por tanto yuxtapuestas en el espacio, numerosas metamorfosis unilaterales de
mercancías, o en otras palabras, meras ventas por una parte, y por otra simples
compras. En sus precios, las mercancías ya están equiparadas a determinadas
cantidades figuradas de dinero. Ahora bien, como la forma de circulación
directa, aquí considerada, hace que siempre se enfrenten entre sí y de manera
tangible la mercancía y el dinero --la una en el polo de la venta, el otro en el
polo opuesto, el de la compra--, la masa de medios de circulación requerida para
el proceso de circulación del mundo mercantil está ya determinada por la suma
de los precios a que se intercambian las mercancías. En rigor, el dinero no
hace más que representar de un modo real la suma de oro ya expresada idealmente
en la suma de los precios alcanzados por aquéllas. De ahí que demos por
sobrentendida la igualdad de esas sumas. Sabemos, no obstante, que a valores
constantes de las mercancías, sus precios varían juntamente con el valor del oro
(del material dinerario) : suben proporcionalmente a la baja de este último, y
bajan cuando el mismo sube. Si la suma de los precios alcanzados por las
mercancías aumenta o disminuye, la masa del dinero circulante habrá de
acrecentarse o reducirse en igual proporción. Es verdad que la variación que se
opera en la masa de los medios de circulación reconoce su origen en el dinero
mismo, pero no en su papel de medio d circulación, sino en su función
de medir el valor.
Primero, el precio de las mercancías varía en razón
inversa al valor del dinero, y luego la masa de medios de circulación se
modifica en proporción directa al precio de las mercancías. Un fenómeno
idéntico se produciría si, por ejemplo, en vez de disminuir el precio del oro,
la plata lo sustituyera como medida del valor, o si en lugar de aumentar el
valor de la plata, el oro la desplazara de la función de medir el valor. En el
primer caso tendría que circular más plata que antes oro; en el segundo, menos
oro que antes plata. En ambos casos se habría modificado el valor del
material dinerario, esto es, de la mercancía que funciona como medida de
los valores, y por tanto la expresión correspondiente a los precios de los
valores [144] mercantiles, y por ende la masa del dinero circulante que
sirve para la realización de esos precios. Vimos que la esfera de la circulación
mercantil presenta un orificio por el cual penetra el oro (o la plata, en una
palabra, el material del dinero) como mercancía de un valor dado. Dicho
valor está presupuesto en la función que el dinero desempeña como medida de
valor, y por ende en la fijación de precios. Ahora bien, si baja el valor de la
medida de los valores, esto se manifestará ante todo en que variarán los precios
de las mercancías que se intercambian directamente por los metales preciosos en
cuanto mercancías, en los lugares de producción de los mismos. Particularmente
en los estadios menos desarrollados de la sociedad burguesa, durante mucho
tiempo una gran parte de las demás mercancías seguirá tasándose conforme al
valor anticuado, ahora ilusorio, de la medida del valor. No obstante, a través
de la relación de valor que media entre ambas, una mercancía contamina a la
otra, los precios áureos o argénteos de las mercancías se nivelan paulatinamente
con arreglo a las proporciones determinadas por sus propios valores, hasta que,
en conclusión, se estiman todos los valores mercantiles conforme al nuevo valor
del meal dinerario. Este proceso de nivelación se ve acompañado por el
incremento incesante de los metales preciosos, que afluyen en remplazo de las
mercancías intercambiadas directamente por ellos. En la misma medida, pues, en
que se generaliza el reajuste de precios de las mercancías, o que se estiman sus
valores de acuerdo con el valor nuevo del metal --más bajo y hasta cierto punto
aun en disminución--, ya se dispone también de la masa metálica adicional que se
requiere para realizar dichos valores. El análisis unilateral de los hechos que
siguieron al descubrimiento de los nuevos yacimientos auríferos y argentíferos,
indujo en el siglo XVII, y sobre todo en el XVIII, a la conclusión errónea de
que los precios habían aumentado porque era mayor la cantidad de oro y plata que
funcionaba como medio de circulación. En lo sucesivo se parte del supuesto de
que el valor del oro está dado, como de hecho lo está en el momento de
establecerse los precios.
Bajo este supuesto, pues, la masa de los medios de
circulación queda determinada por la suma de los precios a realizar de
las mercancías. Si suponemos, además, que el precio de cada clase de
mercancía ya está dado, es [145] obvio que la suma de los precios
alcanzados por las mercancías dependerá de la masa de éstas que se
encuentre en la circulación. No es necesario devanarse los sesos para comprender
que si 1 quarter de trigo cuesta [sterling] 2, 100 quarters
costarán [sterling] 200, 200 quarters [sterling] 400, etc., y que, por
tanto, a la par de la masa de trigo tendrá que aumentar la masa de dinero que,
en la venta, cambia de lugar con el cereal.
Si suponemos que la masa de las mercancías está
dada, la del dinero circulante crecerá o decrecerá con arreglo a las
oscilaciones que experimenten los precios de las mercancías. Aumenta o
disminuye porque la suma de los precios de las mercancías sube o baja a
consecuencia de los cambios que se operan en sus precios. Para que ello ocurra
en modo alguno hace falta que simultáneamente se incrementen o reduzcan los
precios de todas las mercancís. El alza en los precios de cierto número de
artículos decisivos es suficiente en un caso, o la baja de sus precios en el
otro, para que aumente o disminuya la suma de los precios --que hay que
realizar-- de todas las mercancías en circulación, y por tanto para lanzar más o
menos dinero a la circulación. Sea que el cambio en los precios de las
mercancías refleje un cambio real de su valor o simples oscilaciones de los
precios en el mercado, el efecto sobre la masa de los medios de circulación será
el mismo.
Supongamos ahora cierto número de ventas o metamorfosis
parciales carentes de relación entre sí, simultáneas y por tanto yuxtapuestas en
el espacio, por ejemplo la de 1 quarter de trigo, 20 varas de lienzo, 1
biblia, 4 galones de aguardiente. Si el precio de cada artículo fuera de
[sterling] 2, y por tanto la suma de los precios a realizar igual a [sterling]
8, tendría que entrar a la circulación una masa dineraria de [sterling] 8. Por
el contrario, si las mismas mercancías fueran eslabones de la serie de
metamorfosis que ya conocemos: 1 quarter de trigo -[sterling] 2- 20 varas
de lienzo -[sterling] 2- 1 biblia -[sterling] 2- 4 galones de aguardiente
-[sterling] 2, tenemos que [sterling] 2 hacen circular por turno las mercancías,
realizando sucesivamente sus precios y por tanto también la suma de éstos
([sterling] 8), para reposar por último en el bolsillo del destilador. Las
[sterling] 2, pues, realizan cuatro recorridos. Este reiterado cambio de
ubicación por parte de las mismas piezas dinerarias representa el doble cambio
formal de la mercancía, su movimiento a través de las dos fases [146]
contrapuestas de la circulación y el entrelazamiento de las metamorfosis
experimentadas por diversas mercancías [45].
Las fases antitéticas, complementarias entre sí, a través de las cuales discurre
ese proceso, no pueden estar espacialmente yuxtapuestas, sino sucederse unas
a otras en el tiempo. Las fracciones de tiempo constituyen la medida que se
aplica a la duración del proceso, o, en otras palabras, el número de los
recorridos de las mismas piezas dinerarias en un tiempo dado mide la
velocidad del curso dinerario. Digamos que el proceso de circulación de
aquellas cuatro mercancías dura, por ejemplo, un día. Tendremos entonces que la
suma de precios que hay que realizar será de [sterling] 8; la cantidad de
recorridos de las mismas piezas dinerarias a lo largo del día, 4, y la masa de
dinero circulante, [sterling] 2, o sea que para una fracción determinada del
tiempo que dura el proceso de circulación, la relación será la siguiente:
Suma de los precios de las mercancías
== masa del dinero que
Número de recorridos de las piezas
dinerarias de la misma denominación
funciona como medio de circulación. La vigencia
de esta ley es general. Sin duda, el proceso de circulación de un país, en un
período dado, abarca por una parte numerosas ventas (compras) o metamorfosis
parciales, dispersas, simultáneas y espacialmente yuxtapuestas, en las que las
mismas piezas dinerarias sólo cambian una vez de ubicación y no efectúan más que
un recorrido, y por otra parte muchas series de metamorfosis con una cantidad
mayor o menor de eslabones, de las que algunas se desenvuelven paralelamente y
otras se entrelazan con las vecinas, y en las cuales las mismas piezas
dinerarias ejecutan recorridos más o menos numerosos. No obstante, el número
total de los recorridos efectuados por todas las piezas dinerarias que se
encuentran circulando y tienen la misma denominación, permite obtener el
número medio de los recorridos que efectúa cada pieza dineraria, o la
velocidad media del curso del dinero. La masa dineraria que, por ejemplo, se
[147] lanza al comienzo del proceso diario de circulación, está naturalmente
determinada por la suma de los precios de las mercancías que circulan al
mismo tiempo y yuxtapuestas en el espacio. Pero dentro del proceso, por así
decirlo, a una pieza dineraria se la hace responsable de la otra. Si una acelera
la veloidad de su curso, se aminora la de la otra, o incluso ésta se aparta por
completo de la esfera de la circulación, ya que dicha esfera sólo puede absorber
una masa de oro que, multiplicada por el número medio de recorridos efectuados
por su elemento individual, equivalga a la suma de precios que ha de ser
realizada. Por consiguiente, si aumenta el número de sus recorridos, decrecerá
su masa circulante. Si disminuye el número de los mismos, aumentará su masa.
Como, dada una velocidad media, está dada la masa del dinero que puede funcionar
como medio de circulación, basta con lanzar a la circulación, por ejemplo, una
cantidad determinada de billetes de una libra para retirar de aquélla otros
tantos soberanos, un juego de manos que todos los bancos conocen a la
perfección.
Así como en el curso del dinero, en general, únicamente
se manifiesta el proceso de circulación de las mercancías --vale decir,
el ciclo de éstas a través de metamorfosis contrapuestas--, en la velocidad del
curso del dinero se manifiesta la velocidad de su cambio de forma, la
concatenación incesante de las series metamórficas, la premura del metabolismo,
la velocidad con que las mercancías desaparecen de la esfera circulatoria y su
sustitución, igualmente rápida, por otras mercancías. En la velocidad del curso
dinerario, pues, se manifiesta la unidad fluida de las fases
contrapuestas y complementarias: transformación de la figura de uso en figura de
valor y reconversión de ésta en aquélla, o unidad de los dos procesos de la
compra y la venta. A la inversa, en la reducción de la velocidad del curso
dinerario se pone de manifiesto el hecho de que esos procesos se disocian,
se vuelven autónomos y antagónicos, el hecho del estancamiento del cambio
de formas, y, por consiguiente, del metabolismo. La circulación misma, desde
luego, no nos explica cuales son las causas que motivan ese estancamiento. Se
limita a mostrarnos el fenómeno. El público en general, al ver que cuando
aminora la velocidad del curso del dinero éste aparece y desaparece co menos
frecuencia en todos los [148] puntos periféricos de la circulación,
tiende a explicar ese fenómeno por la cantidad insuficiente de medios de
circulación [46].
Por consiguiente, la cantidad total del dinero que en
cada espacio de tiempo actúa como medio de circulación, queda determinada, de
una parte, por la suma de los precios del conjunto de las mercancías
circulantes, de otra parte, por la fluencia más lenta o más rápida de sus
procesos antitéticos de circulación, de lo cual depende la parte proporcional de
esa suma de precios que puede ser realizada por las mismas piezas
dinerarias. Pero la suma de los [149] precios de las
mercancías depende tanto de la masa como de los precios de cada
clase de mercancías. No obstante, los tres factores --el movimiento de los
precios, la masa de mercancías circulantes y por último la
velocidad del curso del dinero-- pueden variar en sentido diferente y en
distintas proporciones, y de ahí que la suma de los precios a realizar, y
por ende la masa de medios de circulación, que depende de esa suma,
puedan pasar por numerosísimas combinaciones. Sólo nos referiremos aquí a las
que han sido las más importantes en la historia de los precios mercantiles.
Manteniéndose constantes los precios de las
mercancías, la masa de los medios de circulación puede incrementarse: ya
porque aumente la masa de las mercancías circulantes, ya porque se reduzca la
velocidad del curso del dinero, o bien por el concurso de ambas causas. La masa
de los medios de circulación, a la inversa, puede decrecer si disminuye la masa
de las mercancías o aumenta la velocidad de la circulación.
Si se da un alza general en los precios de las
mercancías, la masa de los medios de circulación puede mantenerse constante
siempre que la masa de las mercancías circulantes decrezca en la misma
proporción en que aumenta su precio, o si la velocidad del curso del dinero
--manteniéndose constante la masa de mercancías circulantes-- aumenta tan
rápidamente como el aumento de precios. La masa de los medios de circulación
puede decrecer, siempre que la masa de las mercancías decrezca con mayor rapidez
que los precios, o que la velocidad del curso se incremente mas rápidamente que
éstos.
Si se opera una baja general en los precios de las
mercancías, la masa de los medios de circulación puede mantenerse constante
si la masa de las mercancías se acrecienta en la misma proporción en que se
reduce su precio, o si la velocidad del curso del dinero decrece en la misma
proporción en que disminuyen los precios. Puede aumentar, si la masa de las
mercancías se acrecienta más rápidamente, o si la velocidad de la circulación se
reduce con mayor rapidez que la disminución de precios de las mercancías.
Las variaciones de los diversos factores pueden
compensarse recíprocamente, de tal suerte que, pese a la permanente
inestabilidad de aquéllos, se mantenga constante la suma total de los precios
mercantiles que hay que realizar, [150] y asimismo, por tanto, la masa
dineraria circulante. Por eso, y principalmente cuando se examinan períodos algo
más prolongados, se descubre que el nivel medio de la masa dineraria
circulante en cada país es mucho más constante y que --si se exceptúan las
intensas perturbaciones periódicamente derivadas de las crisis en la producción
y el comercio, y más raramente de un cambio en el valor mismo del dinero-- las
desviaciones con respecto a ese nivel medio son mucho más exiguas de lo que a
primera vista pudiera suponerse.
La ley según la cual la cantidad de los medios de
circulación está determinada por la suma de los precios de las mercancías
circulantes y por la velocidad media del curso dinerario
[47], también puede formularse diciendo que,
[151] dada la suma de valor de las mercancías y dada la velocidad media
de sus metamorfosis, la cantidad de dinero en curso o de material dinerario
depende de su propio valor. Que, a la inversa, los precios de las
mercancías están determinados por la masa de los medios de circulación, y a su
vez dicha masa por la del material dinerario disponible en un país
[48], es una ilusión que deriva, en sus
expositores originarios, de la hipótesis disparatada según la cual al proceso de
circulación entran mercancías sin precio y dinero sin valor,
intercambiándose allí una parte alícuota del conglomerado mercantil por una
parte alícuota del amontonamiento metálico [49]
50.
c) La moneda. El signo de valor
De la función del dinero como medio de circulación surge
su figura monetaria. La fracción ponderal de oro figurada en el precio o nombre
dinerario de las mercancías, debe enfrentarse a éstas, en la circulación, como
pieza áurea o moneda de igual denominación. Al igual que fijar el patrón de los
precios, acuñar es asunto que concierne al estado. En los diversos uniformes
nacionales que el oro y la plata revisten en calidad de monedas, pero de los que
se despojan cuando entran al mercado mundial, se pone de manifiesto la escisión
entre las esferas internas o nacionales de la circulación mercantil y su esfera
universal, la del mercado mundial.
[153] La moneda de oro y el oro en lingotes,
pues, sólo se distinguen, en esencia, por el grabado, y el oro puede pasar en
cualquier momento de una forma a la otra [51]
52. Pero el camino que sale de la casa de la moneda es, al mismo
tiempo, el derrotero que conduce al crisol. Sucede que en su curso se desgastan
las monedas de oro, unas más, otras menos. El título del oro y la sustancia del
mismo, el contenido nominal y el real, inician su proceso de disociación.
Monedas homónimas de oro llegan a tener valor desigual, porque desigual es su
peso. El oro en cuanto medio de circulación diverge del oro en cuanto patrón de
los precios, y con ello cesa de ser el equivalente verdadero de las mercancías
cuyos precios realiza. La historia de estas complicaciones forma la historia
monetaria de la Edad Media y de la época Moderna hasta entrado el siglo XVIII.
La tendencia espontánea del proceso circulatorio a convertir el ser áureo de la
moneda en apariencia áurea, o a la moneda en un símbolo de su contenido metálico
oficial, es reconocida incluso por las leyes más modernas relativas al grado de
pérdida metálica que incapacita a una moneda para la circulación o la
desmonetiza.
El hecho de que el propio curso del dinero disocie del
contenido real de la moneda su contenido nominal, de su existencia metálica su
existencia funcional, implica la posibilidad latente de sustituir el dinero
metálico, en su función monetaria, por tarjas de otro material, o símbolos. Los
[154] impedimentos técnicos que presenta la acuñación de fracciones
ponderales pequeñísimas del oro o de la plata, y la circunstancia de que
originariamente se emplearan como medida del valor y por tanto circularan como
dinero metales más viles en vez de los más preciosos --la plata en lugar del
oro, el cobre en vez de la plata-- hasta el momento en que el metal más precioso
los destronó, todos esos hechos explican históricamente el papel de las tarjas
de plata y cobre como sustitutos de las monedas de oro. Dichas tarjas remplazan
el oro en los puntos de la circulación mercantil donde la moneda circula más
rápidamente y por ende se desgasta con mayor rapidez, esto es, donde las compras
y ventas se reiteran sin cesar y en la escala más reducida. Para impedir que
esos satélites desplacen al oro de su sitial, se determinan por ley las
reducidísimas proporciones en que es obligatorio aceptarlos como pago en vez del
oro. Por supuesto, las trayectorias que siguen las diversas clases de moneda se
entrecruzan. La moneda fraccionaria comparece junto al oro para pagar fracciones
de la moneda de oro más pequeña; el oro penetra constantemente en la circulación
al por menor, pero, a su vez, constantemente se lo expulsa de ella mediante su
cambio por monedas fraccionarias [53].
La ley determina arbitrariamente el contenido metálico
de las tarjas de plata o cobre. En su curso, las mismas se desgastan aun más
rápidamente que las monedas de oro. Por consiguiente, en la práctica su función
monetaria se vuelve enteramente independiente de su peso, esto es, de todo
valor. La existencia monetaria del oro se escinde totalmente de su sustancia de
valor. Objetos que, en [155] términos relativos, carecen de valor,
billetes de papel, quedan pues en condiciones de funcionar sustituyendo al
oro, en calidad de moneda. En las tarjas dinerarias metálicas el carácter
puramente simbólico se halla aún, en cierta medida, encubierto. En el papel
moneda hace su aparición sin tapujos. Como se ve, ce n'est que le premier pas
qui coûte [sólo el primer paso es el que cuesta]
[54] .
Sólo consideramos aquí el papel moneda estatal de
curso forzoso. El mismo surge directamente de la circulación metálica. El
dinero crediticio, por el contrario, supone condiciones que, desde el punto
de vista de la circulación mercantil simple, aún nos son completamente
desconocidas. Observemos de pasada, empero, que así como el papel moneda
propiamente dicho deriva de la función asumida por el dinero como medio de
circulación, el dinero crediticio tiene su raíz natural en la función
del dinero en cuanto medio de pago [55].
El estado lanza al proceso de circulación, desde afuera,
billetes de papel que llevan impresas sus denominaciones dinerarias, como por
ejemplo 1 libra esterlina, 5 libras esterlinas, etc. En la medida en que esos
billetes circulan efectivamente en lugar de cantidades de oro homónimas, se
limitan a reflejar en su movimiento las leyes del curso [156] dinerario.
Una ley específica de la circulación de billetes no puede surgir sino de la
proporción en que éstos representan el oro. Y esa ley es, simplemente, la de que
la emisión del papel moneda ha de limitarse a la cantidad en que tendría
que circular el oro (o la plata) representado simbólicamente por dicho papel.
Cierto es que la cantidad de oro que la esfera de la circulación puede absorber
fluctúa constantemente por encima o por debajo de cierto nivel medio. Con todo,
la masa del medio circulante no puede estar nunca, en un país determinado, por
debajo de cierto mínimo fijado por la experiencia. El hecho de que esa
masa mínima cambie continuamente de elementos, esto es, se componga de otras
piezas de oro, en nada modifica su volumen ni su constante ajetreo en la esfera
de la circulación, naturalmente. De ahí que se la pueda remplazar por símbolos
de papel. Si, en cambio, hoy se llenan con papel moneda todos los canales de la
circulación, hasta el último grado de su capacidad de absorción dineraria, puede
ocurrir que mañana se desborden a causa de las oscilaciones en la circulación
mercantil. Se pierde toda medida. Pero si el papel excede de su medida, esto es,
supera la cantidad de monedas áureas de igual denominación que podrían circular,
a pesar de todo habrá de representar dentro del mundo de las mercancías
--dejando a un lado el riesgo de descrédito general-- sólo la cantidad de oro
determinada por las leyes inmanentes de ese mundo, y por tanto la única que
puede ser representada. Por ejemplo, si la masa de billetes representara dos
onzas de oro por cada onza, lo que ocurriría de hecho es que 1 libra esterlina
se convertiría en el nombre dinerario de /8 de onza, digamos, en vez del de 1/4
de onza. El resultado sería el mismo que si el oro hubiera sufrido
modificaciones en su función de medida de los precios. Los mismos
valores, pues, que antes se representaban en el precio de 1 libra esterlina se
expresan ahora en el precio de 2 esterlinas.
El papel moneda es signo áureo o signo dinerario.
Su relación con los valores mercantiles se reduce a que éstos se hallan
expresados de manera ideal en las mismas cantidades de oro que el papel
representa simbólica y sensorialmente. El papel moneda es signo del valor
sólo en cuanto representa cantidades de oro, las cuales, como todas las [157]
demás cantidades de mercancías, son también cantidades de valor
[56].
Se plantea la pregunta, finalmente, de a qué se debe que
se pueda sustituir el oro por simples signos de sí mismo, desprovistos de valor.
Pero, como hemos visto, el oro sólo es sustituible en la medida en que se aísla
o se vuelve autónomo en su función de moneda o medio de circulación. Ahora bien,
esa función no se autonomiza en el caso de cada una de las monedas de oro, por
más que la autonomización se manifieste en el hecho de que sigan circulando
piezas de oro desgastadas. Las piezas de oro son meras monedas, o medios de
circulación, sólo mientras se encuentran efectivamente en el curso. Pero lo que
no rige para cada una de las monedas de oro, rige para la masa mínima de oro
sustituible por papel moneda. Ésta reside constantemente en la esfera de la
circulación, funciona sin cesar como medio de circulación y, por lo tanto,
existe de modo exclusivo como portador de esa función. Su movimiento, pues,
representa únicamente la alternación continua de los procesos contrapuestos de
la metamorfosis mercantil M - D - M, en la cual la figura
de valor de la mercancía sólo se enfrenta a ésta para desaparecer enseguida
nuevamente. La presentación autónoma del valor de cambio de la mercancía
no es, aquí, más que una aparición fugitiva. De inmediato, otra mercancía
sustituye a la primera. De ahí que en un proceso que constantemente lo hace
cambiar de unas manos a otras, baste con la existencia meramente simbólica del
dinero. Su existencia funcional, por así decirlo, absorbe su existencia
material. Reflejo evanescentemente [158] objetivado de los precios
mercantiles, el dinero sólo funciona como signo de sí mismo y, por lo tanto,
también puede ser sustituido por signos [57].
El signo del dinero no requiere más que su propia vigencia socialmente
objetiva, y el papel moneda obtiene esa vigencia mediante el curso forzoso.
Este curso forzoso estatal sólo rige dentro de la esfera de circulación interna,
o sea de la circunscrita por las fronteras de una comunidad, pero es sólo en esa
esfera, también, donde el dinero ejerce de manera plena su función como medio de
circulación o moneda, y por tanto donde puede alcanzar, en el papel moneda, un
modo de existencia puramente funcional y exteriormente desligado de su sustancia
metálica.
3. El dinero
La mercancía que funciona como medida del valor,
y por consiguiente, sea en persona o por medio de un representante, también como
medio de circulación, es el dinero. El oro (o bien la plata) es,
por ende, dinero. Funciona como dinero, por una parte, allí donde tiene
que presentarse en su corporeidad áurea (o argéntea) y por tanto como
mercancía dineraria; o sea ni de modo puramente ideal, como en la medida de
valor, ni siendo pasible de representación, como en el medio de circulación. Por
otra parte, funciona también como dinero allí donde su función, la desempeñe en
persona o a través de un representante, lo fija como figura única del
valor o única existencia adecuada del valor de cambio, frente a todas
las demás mercancías en cuanto simples valores de uso.
a) Atesoramiento
El ciclo continuo de las dos metamorfosis mercantiles
contrapuestas, o la fluida rotación de compra y venta, se manifiesta en
el curso incesante del dinero o en su función de perpetuum mobile de la
circulación. No bien la serie de metamorfosis se interrumpe, no bien la
venta no se complementa con la compra subsiguiente, el dinero se inmoviliza o,
como dice Boisguillebert, se transforma de meuble en immeuble [de mueble
en inmueble] [58]bis de moneda
en dinero.
Ya con el desarrollo inicial de la circulación mercantil
se desarrolla también la necesidad y el deseo apasionado de poner a buen recaudo
el producto de la primera metamorfosis, la figura transmutada de la mercancía o
su crisálida áurea [59]. No se venden
mercancías para adquirir mercancías, sino para sustituir la forma mercantil por
la dineraria. De simple fase intermediadora del intercambio de sustancias, ese
cambio formal se convierte en fin en sí mismo. La figura enajenada de la
mercancía se ve impedida de funcionar como su figura absolutamente enajenable,
o como su forma dineraria meramente evanescente. El dinero se petrifica en
tesoro, y el vendedor de mercancías se convierte en atesorador.
En los inicios de la circulación mercantil,
precisamente, sólo se convierte en dinero el excedente de valores de uso. De
esta suerte, el oro y la plata se transforman de suyo en expresiones sociales de
lo superfluo o de la riqueza. Esta forma ingenua del atesoramiento se perpetúa
en pueblos en los cuales a un modo de producción tradicional y orientado a la
propia subsistencia, corresponde un conjunto de necesidades firmemente
delimitado. Tal es el caso de los asiáticos, y particularmente en la India.
Vanderlint, quien se figura que los precios mercantiles están determinados por
la masa de oro y plata existente en un país dado, se pregunta por qué las
mercancías indias son tan baratas. Respuesta: porque los indios entierran el
dinero. De 1602 a 1734, observa Vanderlint, enterraron [160] 150 millones
de libras esterlinas en plata, que originariamente habían pasado de América a
Europa[60]. En 1856-1866, o sea en 10 años,
Inglaterra exportó a India y China (gran parte del metal expedido a este último
país se abre camino hasta la India) [sterling] 120 millones en plata, obtenidas
previamente a cambio de oro australiano.
Con el desarrollo ulterior de la producción mercantil,
todo productor de mercancías debe asegurarse el nervus rerum [nervio de
las cosas][61] , tener en su mano la "prenda
social" [62]. Sus necesidades se amplían sin
cesar y demandan imperiosamente una compra continua de mercancías extranjeras,
mientras que la producción y venta de su propia mercancía insumen tiempo y están
sujetas a contingencias. Para comprar sin vender, nuestro productor tiene que
haber vendido antes sin comprar. Esta operación, practicada a escala general,
parece ser contradictoria consigo misma. En sus fuentes de producción, sin
embargo, los metales preciosos se intercambian directamente por otras
mercancías. Se opera aquí una venta (por parte del poseedor de mercancías) sin
compra (desde el punto de vista del propietario de oro y plata)
[63]. Y ventas ulteriores, sin compras
subsiguientes, se reducen a servir de medio para la distribución posterior de
los metales preciosos entre todos los poseedores de mercancías. Surgen de esta
manera, en todos los puntos del tráfico, tesoros de oro y plata diversos en
volumen. Con la posibilidad de retener la mercancía como valor de cambio o el
valor de cambio como mercancía, se despierta la avidez de oro. A medida que se
expande la circulación mercantil se acrecienta el poder del dinero, la forma
siempre pronta, absolutamente social de la riqueza. "El oro es excelentísimo:
[...] quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las
ánimas al paraíso." (Colón, en carta desde Jamaica, 1503.) [161] Como el
dinero no deja traslucir qué es lo que se ha convertido en él, todo, mercancía o
no mercancía, se convierte en dinero. Todo se vuelve venal y adquirible. La
circulación se transforma en la gran retorta social a la que todo se arroja para
que salga de allí convertido en cristal de dinero. No resisten a esta alquimia
ni siquiera los huesos de los santos y res sacrosactæ, extra commercium
hominum [cosas sacrosantas, excluidas del comercio humano], mucho menos
toscas [64]. Así como en el dinero se ha
extinguido toda diferencia cualitativa de las mercancías, él a su vez, en su
condición de nivelador radical, [65] extingue
todas las diferencias [66] 67bis.
Pero el dinero mismo es mercancía, una cosa exterior, pasible de convertirse en
propiedad privada de cualquiera. El poder social se convierte así en poder
privado, perteneciente a un particular. De ahí que la sociedad antigua lo
denuncie como la moneda fraccionaria de su orden económico y moral
[68] f. La sociedad moderna, que ya
en los años de su infancia saca por los pelos a Plutón [162] de las
entrañas de la tierra[69], saluda en el áureo
Santo Grial la rutilante encarnación de su propio principio vital.
En cuanto valor de uso, la mercancía satisface una
necesidad particular y constituye un elemento particular de la riqueza material.
Pero el valor de la mercancía mide el grado de su fuerza de atracción
sobre todos los elementos de la riqueza material, y por tanto la riqueza
social de su poseedor. A juicio del poseedor de mercancías bárbaramente
simple, e incluso de un campesino de Europa Occidental, el valor es inseparable
de la forma de valor, y por tanto el acrecentamiento del caudal de oro y plata
equivale a un acrecentamiento del valor. Sin duda, el valor del dinero varía,
sea a consecuencia de su propio cambio de valor, sea porque se altera el valor
de las mercancías. Pero ello no impide, por una parte, que como siempre 200
onzas de oro contengan más valor que 100, 300 más que 200, etcétera, ni que por
otra parte la forma metálica natural de esa cosa siga siendo la forma que es el
equivalente general de todas las mercancías, la encarnación directamente social
de todo trabajo humano. El afán de atesoramiento es ilimitado por naturaleza.
Cualitativamente, o por su forma, el dinero carece de límites, vale decir,
es el representante general de la riqueza social porque se lo puede convertir de
manera directa en cualquier mercancía. Pero, a la vez, toda suma real de dinero
está limitada cuantitativamente, y por consiguiente no es más que un
medio de compra de eficacia limitada. Esta contradicción entre los límites
cuantitativos y la condición cualitativamente ilimitada del dinero, incita una y
otra vez al atesorador a reemprender ese trabajo de Sísifo que es la
acumulación. Le ocurre como al conquistador del mundo, que con cada nuevo
país no hace más que conquistar una nueva frontera.
Para conservar el oro como dinero y por ende como
elemento de la tesaurización, debe impedírsele que circule [163] o que,
como medio de compra, se disuelva en medios de disfrute. De ahí que el
atesorador sacrifique al fetichedel oro sus apetitos carnales. Aplica con toda
seriedad el evangelio de la abstinencia. Por otra parte, sólo puede retirar de
la circulación, bajo la forma de dinero, lo que le entrega a ella bajo la forma
de mercancía. Cuanto más produce, tanto más puede vender. Laboriosidad, ahorro y
avaricia son por consiguiente sus virtudes cardinales; vender mucho, comprar
poco, la suma de su economía política [70].
Junto a la forma directa del tesoro, discurre su forma
estética, la posesión de mercancías de oro y plata, que crece a la par de la
riqueza de la sociedad burguesa. "Soyons riches ou paraissons riches" [seamos
ricos o parezcamos ricos] (Diderot) [71] . Se
forma de esta suerte, por una parte, un mercado --en constante expansión-- para
el oro y la plata, independientemente de sus funciones dinerarias, y por la otra
parte una fuente latente de oferta de dinero, que fluye ante todo en períodos de
convulsiones sociales.
El atesoramiento desempeña diversas funciones en la
economía de la circulación metálica. La función siguiente dimana de las
condiciones en que deben recorrer su curso las monedas de oro o plata. Como
habíamos visto, las constantes oscilaciones de la circulación mercantil en lo
que se refiere a volumen, precios y velocidad, determinan que la masa del dinero
en curso refluya y afluya incesantemente. Esa masa, por consiguiente, debe estar
en condiciones de contraerse y expandirse. Ora es necesario atraer dinero bajo
la forma de moneda, ora repeler moneda bajo la forma de dinero. Para que la masa
de dinero realmente en curso corresponda siempre al grado de saturación que
caracteriza a la esfera de la circulación, la cantidad de oro o plata disponible
en un país ha de ser mayor que la empeñada en la función monetaria. Mediante la
forma tesáurica del dinero se satisface esta condición. Los [164]
depósitos que guardan los tesoros sirven a la vez como desaguaderos y acequias
del dinero circulante que de este modo nunca inunda los canales por los que
discurre [72] 73 74.
b) Medio de pago
En la forma directa de la circulación mercantil,
considerada hasta aquí, la misma magnitud de valor se presenta siempre de manera
doble: como mercancía en un polo, como dinero en el polo opuesto. Por tanto, los
poseedores de mercancías sólo entran en contacto como representantes de
equivalentes recíprocamente disponibles. Al desarrollarse la circulación de
mercancías, empero, se desenvuelven circunstancias que determinan una separación
cronológica entre la venta de la mercancía y la realización de su precio. Basta
indicar aquí las más simples de esas circunstancias. Un tipo de mercancías
requiere más tiempo para su producción, otro tipo menos. La producción de
algunas mercancías está ligada a las diversas estaciones del año. Una mercancía
es producida en el emplazamiento mismo de su mercado, otra tiene que realizar un
largo viaje hasta dar con el suyo. De ahí que un poseedor de mercancías pueda
asumir el papel de vendedor antes que otro el de comprador. Al repetirse
constantemente las mismas [165] transacciones entre las mismas personas,
las condiciones de venta de las mercancías pasan a regirse por sus condiciones
de producción. Por otra parte se vende también el uso de ciertos tipos de
mercancías, por ejemplo de una casa, durante un lapso determinado. Sólo una vez
que haya transcurrido el plazo convenido, el comprador habrá obtenido
efectivamente el valor de uso de la mercancía. Compra, pues, antes de pagar. Un
poseedor de mercancías vende una mercancía ya existente, el otro compra como
mero representante del dinero, o como representante de un dinero futuro. El
vendedor deviene acreedor; el comprador, deudor. Como aquí se
modifica la metamorfosis de la mercancía o el desarrollo de su forma de valor,
el dinero asume también otra función. Se convierte en medio de pago
75 76bis.
El carácter de acreedor o deudor surge aquí de la
circulación mercantil simple. La modificación en la forma de ésta deja esa nueva
impronta en el vendedor y el comprador. En un primer momento, pues, se trata de
papeles tan evanescentes y recíprocamente cambiantes como los de vendedor y
comprador, y a cargo de los mismos agentes de la circulación. No obstante, la
antítesis presenta ahora, de suyo, un aspecto mucho menos placentero y es
susceptible de una mayor cristalización [77].
Pero los mismos caracteres pueden aparecer al margen de la circulación
mercantil. La lucha de clases en el mundo antiguo, por ejemplo, se desenvuelve
principalmente bajo la forma de una lucha entre acreedores y deudores, y termina
en Roma con la decadencia del deudor plebeyo, al que sustituyen los esclavos.
En la Edad Media la lucha finaliza con la decadencia del
deudor feudal, que con su base económica pierde [166] también su poder
político. Aun así, la forma dineraria --y la relación entre el acreedor y el
deudor reviste la forma de una relación dineraria-- en estos casos no hace más
que reflejar el antagonismo entre condiciones económicas de vida ubicadas en
estratos más profundos.
Retornemos a la esfera de la circulación mercantil. Ya
no se produce la aparición simultánea de los equivalentes, mercancía y dinero,
en los dos polos del proceso de la venta. Ahora, el dinero funciona primero como
medida del valor, al determinar el precio de la mercancía vendida. Ese
precio, fijado contractualmente, mide la obligación del comprador, esto es, la
suma de dinero que el mismo debe pagar en el plazo estipulado. Funciona,
en segundo lugar, como medio ideal de compra. Aunque sólo existe en la
promesa dineraria del comprador, hace que la mercancía cambie de manos. Sólo al
vencer el plazo convenido, el medio de pago entra efectivamente en la
circulación, es decir, pasa de las manos del comprador a las del vendedor. El
medio de circulación se transformó en tesoro porque el proceso de
circulación se interrumpió en la primera fase, o, dicho de otra manera, porque
se sustrajo a la circulación la figura transmutada de la mercancía. Si bien el
medio de pago ingresa a la circulación, ello ocurre después que la
mercancía se ha retirado de la misma. El dinero ya no es el mediador del
proceso. Le pone punto final, de manera autónoma, como existencia absoluta del
valor de cambio o mercancía general. El vendedor convierte la mercancía en
dinero, para satisfacer con éste una necesidad; el atesorador, para conservar la
mercancía bajo forma dineraria, el comprador endeudado, para poder pagar. Si no
lo hace, se efectúa la venta judicial de sus bienes. La figura de valor
característica de la mercancía, el dinero se convierte ahora, obedeciendo a una
necesidad social derivada de las circunstancias del proceso mismo de
circulación, en fin último de la venta.
El comprador, antes de haber transformado la mercancía
en dinero, vuelve a convertir el dinero en mercancía, o sea, lleva a cabo la
segunda metamorfosis mercantil antes que la primera. Pero la mercancía del
vendedor circula, realiza su precio, sólo bajo la forma de un título jurídico
privado que lo habilita para reclamar el dinero. Se transforma en valor de uso
antes de haberse convertido [167] en dinero. Su primera metamorfosis sólo
se lleva a cabo posteriormente [78] 79.
En todo lapso determinado del proceso de circulación,
las obligaciones vencidas representan la suma de los precios de las
mercancías cuya venta las hizo surgir. La masa de dinero necesaria para la
realización de esa suma de precios depende, en primer término, de la
velocidad con que recorren su curso los medios de pago. Ésta depende de dos
circunstancias: la concatenación de las relaciones entre acreedores y
deudores, de tal modo que A, que recibe dinero de su deudor B, se
lo paga a su acreedor C, etcétera, y el lapso que media entre los
diversos plazos de pago. La cadena consecutiva de pagos, o de primeras
metamorfosis efectuadas a posteriori, se distingue esencialmente del
entrelazamiento, antes considerado, de las series de metamorfosis. La conexión
entre vendedores y compradores no sólo se expresa en el curso del medio
de circulación: la conexión misma surge en el curso del dinero y con él. En
cambio, el movimiento del medio de pago expresa una conexión social
preexistente.
La simultaneidad y yuxtaposición de las ventas limitan
el remplazo de la masa de moneda resultante de la velocidad de su curso.
Constituyen, por el contrario, una nueva palanca en la economía de los medios de
pago. Con la concentración de los pagos en el mismo lugar se desarrollan, de
manera espontánea, institutos y métodos para compensarlos. Es el caso de los
virements, por ejemplo, en el Lyon medieval. Basta confrontar los créditos
de A contra B, de B contra C, de C contra
A, etc., para cancelarlos, hasta cierto importe, como magnitudes positivas y
[168] negativas. Sólo resta para liquidar, así, un último saldo. Cuanto
mayor sea el volumen alcanzado por la concentración de los pagos, tanto menor
será, relativamente, el saldo final, y por tanto la masa de los medios de pago
circulantes.
La función del dinero como medio de pago trae consigo
una contradicción no mediada. En la medida en que se compensan los pagos, el
dinero funciona sólo idealmente como dinero de cuenta o medida de los
valores. En a medida en que los pagos se efectúan realmente, el dinero ya no
entra en escena como medio de circulación, como forma puramente evanescente y
mediadora del metabolismo, sino como la encarnación individual del trabajo
social, como la existencia autónoma del valor de cambio, como mercancía
absoluta. Dicha contradicción estalla en esa fase de las crisis de producción y
comerciales que se denomina crisis dineraria 80 g.
La misma sólo se produce allí donde la cadena consecutiva de los pagos y un
sistema artificial de compensación han alcanzado su pleno desarrollo. Al
suscitarse perturbaciones más generales de ese mecanismo, procedan de donde
procedan, el dinero pasa, de manera súbita y no mediada, de la figura puramente
ideal del dinero de cuenta a la del dinero contante y sonante. Las mercancías
profanas ya no pueden sustituirlo. El valor de uso de la mercancía pierde su
valor y su valor se [169] desvanece ante su propia forma de valor. Hacía
apenas un instante que el burgués, ebrio de prosperidad, había proclamado con
sabihonda jactancia que el dinero era una ilusión huera. Sólo la mercancía es
dinero. [exclamdown]Sólo el dinero es mercancía!, es el clamor que ahora resuena
en el mercado mundial. Como el ciervo brama por agua clara
[81]bis, el alma del burgués brama por
dinero, la única riqueza [82]. En la crisis,
la antítesis entre la mercancía y su figura de valor, o sea el dinero, se
exacerba convirtiéndose en contradicción absoluta. La forma en que se manifieste
el dinero también es aquí, por lo tanto, indiferente. La hambruna de dinero se
conserva incambiada, ya se deba pagar en oro o en dinero de crédito, como los
billetes de banco [83].
Si consideramos ahora la suma total de dinero en curso
en un lapso determinado, tenemos que, estando dada una velocidad para el curso
de los medios de circulación y de pago, dicha suma será igual a la suma de los
precios mercantiles que hay que realizar más la suma de los pagos vencidos,
menos los pagos que se compensan entre sí, menos, por último, el número de
recorridos en los cuales la misma pieza dineraria funciona alternativamente, ora
como medio de circulación, ora como medio de pago. El [170] campesino,
por ejemplo, vende su trigo por [sterling] 2, que sirven por tanto como medio de
circulación. En la fecha de vencimiento, paga con ellas el lienzo que le ha
suministrado el tejedor. Las mismas [sterling] 2 funcionan actualmente como
medio de pago. El tejedor compra ahora una biblia
[h]; funcionan de nuevo como medios de circulación, etc. Por consiguiente,
aunque estén dados tanto los precios como la velocidad del curso dinerario y la
economía de los pagos, ya no coinciden la masa de dinero en curso y la masa de
mercancías que circula durante cierto período, por ejemplo un día. Está en curso
dinero que representa mercancías sustraídas desde hace tiempo a la circulación.
Circulan mercancías cuyo equivalente en dinero no aparecerá sino en el futuro.
Por otra parte, las deudas contraídas cada día y las que vencen ese mismo
día, constituyen magnitudes totalmente inconmensurables
[84] i.
El dinero crediticio surge directamente de la
función del dinero como medio de pago, ya que los propios certificados de deudas
correspondientes a las mercancías vendidas circulan a fin de transferir a otros
esos créditos. Por otra parte, al expandirse el sistema crediticio se extiende
también la función del dinero como medio de pago. En cuanto tal, el dinero asume
formas propias de existencia; revistiéndolas, se establece en la esfera de las
grandes transacciones comerciales, mientras que las monedas de oro y [171]
plata quedan relegadas principalmente al ámbito del comercio en pequeña escala
85 ("Report from the Select Committee on the Bank Acts", July,
1858, p. LXXI). j.
Cuando la producción mercantil ha alcanzado cierto nivel
y volumen, la función del dinero como medio de pago rebasa la esfera de la
circulación mercantil. El dinero se convierte en la mercancía general de
los contratos [86]. Las rentas, los impuestos,
etc., dejan de ser contribuciones en especie para convertirse en pagos
dinerarios. Hasta qué punto esta transformación está condicionada por la
configuración global del proceso productivo, lo demuestra, por ejemplo, el que
por dos veces fracasara el intento del Imperio Romano de recaudar todos los
impuestos en dinero. La terrible miseria del campesinado francés durante el
reinado de Luis XIV, tan elocuentemente denunciada por Boisguillebert, el
mariscal Vauban, etc., no se debía [172] solamente al monto de los
impuestos, sino también a que las contribuciones en especie se habían convertido
en impuestos en dinero [87]. Por otra parte,
si en Asia la renta de la tierra pagada en especie, que es al mismo tiempo el
elemento fundamental de los impuestos gubernamentales, se funda en condiciones
de producción que se reproducen con la inalterabilidad de las condiciones
naturales, esa forma de pago ejerce a su vez un influjo conservador sobre la
vieja forma de producción. Constituye uno de los secretos que explican la
conservación del Imperio Otomano. Si el comercio exterior, impuesto por Europa,
hace que en el Japón las rentas en especie dejen su lugar a las rentas en dinero
[k], ello significará el fin de la ejemplar
agricultura de ese país. Las estrechas condiciones económicas de existencia que
la hacían posible se habrían disuelto.
En todos los países se fijan determinadas fechas de
pago, de validez general. Esas fechas obedecen en parte, dejando a un
lado otros movimientos circulares de la reproducción, a condiciones naturales de
la producción ligadas al cambio de las estaciones. Regulan asimismo los pagos
que no derivan directamente de la circulación mercantil, como los impuestos, las
rentas, etc. La masa de dinero requerida en ciertos días del año para atender
esos pagos, dispersos por toda la superficie de la sociedad, suscita
perturbaciones periódicas, aunque completamente superficiales, en la economía de
los medios de pago [88]. De la ley relativa a
[173] la velocidad del curso de los medios de pago se desprende que para
todos los pagos periódicos, sea cual fuere su fuente, la masa
necesaria de medios de pago estará en razón directa l a la
duración de los plazos de pago 89[90].
El desarrollo del dinero como medio de pago requiere la
acumulación de dinero para los vencimientos de las sumas adeudadas. Mientras que
el atesoramiento como forma autónoma para enriquecerse desaparece con el avance
de la sociedad burguesa, crece con ésta, a la inversa, bajo la forma de fondo
de reserva constituido por medios de pago.
c) Dinero mundial
Cuando sale de la esfera de la circulación interna, el
oro se despoja de las formas locales surgidas en esa órbita --patrón de precios,
moneda, moneda fraccionaria y signo de valor-- y recae en la forma originaria de
los metales [174] preciosos, la forma de lingotes. En el comercio mundial
las mercancías despliegan su valor de modo universal. De ahí que su figura
autónoma de valor se les contraponga, en este terreno, como dinero mundial.
Sólo en el mercado mundial el dinero funciona de manera plena como la mercancía
cuya forma natural es, a la vez, forma de efectivización directamente social del
trabajo humano in abstracto. Su modo de existencia se adecua a su
concepto.
En la esfera de la circulación interna sólo una
mercancía puede servir como medida del valor, y por tanto como dinero. En
el mercado mundial se aplica una medida doble del valor: el oro y la
plata [91].
El dinero mundial funciona como medio general de pago,
medio general de compra y concreción material, absolutamente
social, de la riqueza en general (universal wealth).
Prepondera la función de medio de pago, para la compensación de balances
internacionales. De ahí la consigna del mercantilismo: [exclamdown]Balanza
comercial! [92] 93 94.
El oro y [176] la plata sirven como medio internacional de compra,
en lo fundamental, no bien se perturba repentinamente el equilibrio tradicional
del intercambio entre distintas naciones. Finalmente, funcionan como concreción
material, absolutamente social, de la riqueza, cuando no se trata de compras ni
de pagos, sino de transferencias de riqueza de un país a otro, y allí donde esa
transferencia no puede efectuarse bajo la forma de mercancías, ya sea
porque lo impide la coyuntura del mercado o el propio objetivo que se persigue
[95].
Al igual que para la circulación interna, todos los
países necesitan disponer de un fondo de reserva para la circulación en el
mercado mundial. Las funciones de los atesoramientos, pues, derivan en parte de
la función del dinero como medio interno de circulación y de pago, en parte de
su función como dinero mundial [96](bis).
En este último papel siempre se requiere la mercancía dineraria real, oro y
plata corpóreos, y es por eso que James Steuart [177] caracteriza de
manera expresa al oro y la plata, a diferencia de sus representantes puramente
locales, como money of the world [dinero mundial].
El movimiento de la corriente de oro y plata es doble.
Por una parte, esa corriente se vierte, a partir de sus fuentes, por todo el
mercado mundial, donde la absorben en distinta medida las diversas esferas
nacionales de circulación, ingresando así a los canales internos por los que
discurre, sustituyendo las monedas de oro y plata desgastadas, proporcionando el
material de los objetos suntuarios y petrificándose bajo la forma de tesoros
[97]. Ese primer movimiento se media a través
del intercambio directo entre los trabajos nacionales realizados en las
mercancías y el trabajo de los países productores de oro y plata, realizado en
los metales preciosos. Por otra parte, el oro y la plata fluyen y refluyen
constantemente entre las diversas esferas nacionales de circulación, un
movimiento que obedece a las incesantes oscilaciones de la cotización cambiaria
[98].
Los países de producción burguesa desarrollada reducen
los tesoros concentrados masivamente en las reservas bancarias, al mínimo que
requieren sus funciones específicas [99]. Con
alguna excepción, una repleción extraordinaria de esas reservas por encima de su
nivel medio, es índice de estancamiento de la circulación mercantil o de que se
ha interrumpido la fluencia de las metamorfosis experimentadas por las
mercancías [100].
[1] Preguntarse por qué
el dinero no representa de manera directa el tiempo mismo
de trabajo --de suerte, por ejemplo, que un billete represente x
horas de trabajo--, viene a ser lo mismo, simplemente, que preguntarse por qué,
sobre la base de la producción mercantil, los productos del trabajo tienen que
representarse como mercancías, ya que la representación de la mercancía lleva
implícito su desdoblamiento en mercancía y mercancía dineraria.
[2] El salvaje o
semisalvaje utiliza la lengua de otro modo. El capitán Parry, por
ejemplo, observa con respecto a los habitantes de la costa occidental de la
bahía de Baffin: "En este caso" (en el intercambio de productos) "...le pasan la
lengua" (al objeto que se les ofrece) "dos veces, con lo cual parecen considerar
que el negocio ha sido concertado satisfactoriamente" [[[50]]] Del mismo
modo, entre los esquimales orientales, el adquirente lame cada artículo cuando
lo recibe. Si la lengua hace así las veces, en el norte, de órgano de la
apropiación, nada de extraño tiene que en el sur el vientre pase por ser
el órgano de la propiedad acumulada y que el cafre estime la riqueza de un
hombre por su barriga. Los cafres son gente astuta, si la hay, pues mientras que
el informe sanitario oficial británico de 1864 deploraba la carencia que
de sustancias lipógenas experimenta una gran parte de la clase obrera, cierto
doctor Harvey, y no precisamente el descubridor de la circulación sanguínea, en
el mismo año redondeó una fortuna mediante recetas macarrónicas con las que
prometía desembarazar a la burguesía y aristocracia de su exceso de grasa.
3 [50] (W) [W. E. Parry,] Journal of a
Voyage for the Discovery of a North-West Passage from the Atlantic to the
Pacific; Performed in the Years 1819-20, in His Majesty's Ships Hecla and
Griper, under the Orders of William Edward Parry, 2ª ed., Londres, 1821, pp.
277-278.-- 117.
[4] Véase K. Marx, op.
cit., "Teorías acerca de la unidad de medida del dinero", p. 53 y ss.
[5] Nota a la 2ª edición
--"Allí donde el oro y la plata coexisten legalmente como dinero, esto es, como
medida del valor, siempre se ha intentado, aunque en vano, considerarlos como si
fueran un único material. Si se supone que el mismo tiempo de trabajo ha
de objetivarse invariablemente en la misma proporción de plata y oro, en
realidad lo que se supone es que la plata y el oro son el mismo material, y que
determinada masa del metal menos valioso, la plata, constituye una
fracción invariable de determinada masa de oro. Desde el reinado de
Eduardo III hasta la época de Jorge II, la historia del sistema
dinerario inglés transcurre en medio de una continua serie de perturbaciones
provocadas por la colisión de las normas legales que establecían la relación de
valor del oro y la plata, con las oscilaciones reales de su valor. Unas veces se
valuaba demasiado el oro; otras, la plata. Al metal tasado por debajo de su
valor se lo retiraba de la circulación, lo refundían y exportaban. La ley
reajustaba entonces la relación de valor entre ambos metales, pero pronto el
nuevo valor nominal entraba en conflicto con la proporción efectiva de valor,
tal como había ocurrido con el valor nominal antiguo. En nuestra propia época,
la baja muy débil y transitoria que experimentó el valor del oro con respecto a
la plata --en virtud de la demanda de este último metal en la India y China--
generó en Francia el mismo fenómeno, en la mayor escala: exportación de la plata
y su desplazamiento de la circulación por el oro. Durante los años 1855, 1856 y
1857 el excedente de la importación de oro sobre la exportación del mismo metal
alcanzó en Francia a 41.580.000 libras esterlinas, mientras que el excedente de
exportación de plata sobre la respectiva importación ascendió a 34.704.000
(a) libras esterlinas. De hecho, en los países [...] donde ambos metales son
medida legal del valor y, por consiguiente, debe aceptárselos en los pagos pero
cualquiera puede pagar a voluntad en oro o en plata, el metal cuyo valor aumenta
lleva un ecargo y su precio se mide, como el de cualquier otra mercancía, en el
metal sobrevaluado, mientras que este último pasa a ser el único que sirve como
medida del valor. Toda la experiencia histórica en este terreno se reduce,
simplemente, a que allí donde, conforme a la ley, dos mercancías desempeñan la
función de medir el valor, en los hechos es siempre una sola la que se impone
como tal". (Ibídem, pp. 52, 53.)
a 2ª, 3ª y 4ª ediciones: "14.704.000".
[6] Nota a la 2ª
edición. --La extraña circunstancia de que en Inglaterra la onza de oro, unidad
del patrón dinerario, no esté dividida en partes alícuotas, ha sido explicada de
la siguiente manera: "En sus comienzos, nuestro sistema monetario se adaptaba
únicamente al uso de la plata, y a ello se debe que una onza de este metal pueda
dividirse siempre en cierta cantidad adecuada de piezas monetarias; pero como la
introducción del oro en un sistema monetario adaptado exclusivamente a la plata
ocurrió en un período posterior, no se puede acuñar una onza de oro en una
cantidad proporcional de piezas". (Maclaren, "History of the Currency", Londres,
1858, p. 16.)
[7] Nota a la 2ª
edición. --En las obras de autores ingleses, es indecible la confusión que reina
entre medida de los valores (measure of value) y patrón de los precios (standard
of value). Constantemente se confunden las funciones, y por tanto los
nombres.
[8] [51] La
expresión es desafortunada, ya que si fuera posible que "el valor del oro bajara
en un 1.000 %", las 12 onzas de oro tendrían un valor negativo (aceptemos por un
momento esta contradicción en los términos) y no valdrían más sino menos que 1
onza de oro. En la versión francesa, al parecer, se procuró enmendar el desliz,
pero sin mayor éxito: "Aunque este valor [el del oro] bajara en un l00 %, 12
onzas de oro valdrían, después como antes, 12 veces más que una onza [...]" (TFA
85). Si el valor del oro descendiera en un l00 %, 12 onzas de oro valdrían
exactamente lo mismo que 1 onza de oro (o que 1 onza de aire): nada. En TI 98 el
traductor Samuel Moore (o Engels) ofrece una solución aceptable: "Por grande que
sea la baja de su valor [however great the fall in its value], 12 onzas de oro
seguirán valiendo 12 veces más que 1 onza [...]".-- 120.
[9] Tampoco es, por lo
demás, de validez histórica general.
[10] [52]
Cronología poética.-- Según Hesíodo ("Los trabajos y los días", 109-201),
cinco son las edades por las que ha pasado la humanidad: la de oro (edad de la
propiedad común, de la abundancia y de la fraternidad humana), la de plata, la
de bronce, la heroica y por último la de hierro, contemporánea al poeta, en la
que imperan la escasez, el trabajo agobiador y la violencia; Ovidio
("Metamorfosis", I, 89-150) las reduce a cuatro: oro, plata, bronce, hierro.
Enfrentada a estas concepciones, que en parte expresan la nostalgia de las masas
populares por la perdida sociedad sin clases (la "edad de oro"), aparece también
entre los antiguos la noción de que la humanidad progresa en vez de retrogradar:
véase, por ejemplo, Platón ("Protágoras", 322) y Lucrecio ("De rerum natura", V,
925 y ss.).-- 122.
[11] Nota a la 2ª
edición. --Así, por ejemplo, la libra inglesa denota menos de un tercio de su
peso original; la libra escocesa, antes de la Unión [[[53]]], apenas
1/36; la libra francesa 1/74, el maravedí español menos de 1/1.000 y el real
portugués [[[54]]] una proporción mucho menor aun.
[12] [53] En
1707 se celebra la fusión total de Escocia e Inglaterra, ligadas ya por un
régimen de unión personal desde el año en que el rey escocés Jacobo I accede al
trono de Inglaterra (1603). La Unión de 1707 suprimió el parlamento
escocés, la libra escocesa y las barreras aduaneras que protegían la incipiente
industria escocesa de la competencia mercantil inglesa.-- 122.
13 [54] En el original: "der
portugiesische Rei". La inflación ha ejercido su influencia sobre el lenguaje,
contribuyendo a que se olvide el singular de la palabra portuguesa reis:
real no "rei".-- 122.
[14] Nota a la 2ª
edición --"Las monedas que hoy son ideales son en todas las naciones las más
antiguas, y todas fueron en un tiempo reales, y por ser reales era con ellas que
se calculaba." (Galiani, "Della moneta", p. 153.) [[[54 bis]]]
15 [54 bis] En algunas ediciones
modernas de "El capital" se invierte el orden en que figuran estas notas de Marx
(la 57 y la 58). Es posible, pero no seguro, que el cambio sea conveniente; sea
como fuere, nos atenemos al original.-- 122.
[16] Nota a la 2ª
edición. --El señor David Urquhart, en sus "Familiar Words", llama la atención
sobre lo monstruoso (!) de que hoy día la libra (esterlina, [sterling]), unidad
del patrón dinerario inglés, equivalga aproximadamente a 1/4 de onza de oro:
"Esto es falsificar una medida, no establecer un patrón" [p. 105]. Urquhart ve
en esta "denominación adulterada" del peso del oro, como por doquier, la
corruptora mano de la civilización.
[17] Nota a la 2ª
edición. --"Cuando se preguntó a Anacarsis para qué necesitaban el dinero los
helenos, respondió: para hacer cuentas." (Athenæus, "Deipnosophistarum", ed. por
Schweighäuser, 1802, lib. IV, 49, vol. 2 [p. 120].
[18] [55] En
general los traductores de "El capital" vierten el nombre propio Jacobus
a sus respectivos idiomas: Jacques, Jacob, Jacobo, Jacopo, etc. Pero el autor,
que en la línea siguiente se refiere de manera expresa a las "denominaciones
dinerarias libra, tálero, franco, ducado, etc.", no utiliza aquí el nombre
alemán Jakob sino una palabra que es, además de un nombre propio
hebreo-latino (Jacobus) el nombre común de una vieja moneda de oro
inglesa (originariamente valía 20 chelines) acuñada durante el reinado de
Jacobo (en inglés James, en latín Jacobus) I, el jacobus.-- 123.
[19] Nota a la 2ª
edición. --"Como el oro (a) en cuanto patrón de los precios aparece bajo
las mismas denominaciones de cuenta que los precios de las mercancías --una onza
de oro, por ejemplo, se expresa, al igual que el valor de una tonelada de
hierro, en 3 libras esterlinas, 17 chelines, 10 1/2 peniques--, a esta
denominación de cuenta suya se la ha denominado el precio de la moneda.
De allí surgió la noción fantástica de que se cotizaba el oro (o bien la plata)
en su propio material, y que a diferencia de todas las demás mercancías ese
metal recibía un precio fijo por obra del estado. Se confundía la fijación de
denominaciones de cuenta a determinados pesos de oro, con la fijación del valor
de dichos pesos". (K. Marx, op. cit., p. 52.)
[b] b "Gold"; 2ª, 3ª y
4ª ediciones: "Geld" ["dinero"].
[20] Cfr. ibídem,
"Teorías acerca de la unidad de medida del dinero", p. 53 y ss. Las fantasías
sobre el alza o la baja del "precio de la moneda" --que consisten en
transferir, por decisión del estado, a fracciones ponderales más grandes o más
pequeñas de oro y plata las denominaciones ponderales legales que hoy se aplican
a fracciones legalmente establecidas de esos metales, y en consecuencia acuñar
por ejemplo 1/4 de onza de oro en 40 chelines en vez de 20--, esas fantasías, en
cuanto no apuntaban a la realización de vidriosas operaciones financieras contra
los acreedores públicos y privados, sino que se proponían efectuar "curas
milagrosas' económicas, las ha tratado Petty de manera tan exhaustiva en
"Quantulumcunque Concerning Money. To the Lord Marquis of Halifax", 1682, que ya
a sus continuadores inmediatos, sir Dudley North y John Locke, para no decir
nada de quienes vinieron después, sólo les quedó trivializarlo. "Si pudiera
decuplicarse por decreto la riqueza de una nación", dice Petty entre otras
cosas, "resultaría inexplicable que nuestros gobiernos no hubiesen dictado hace
tiempo decretos de esa naturaleza." (Ibídem, p. 36.)
21 "O bien será necesario admitir que un
millón de dinero vale más que un valor igual en mercancías" (Le
Trosne, "De l'intérêt social", p. 919), y por tanto que "un valor vale más que
un valor igual".
[22] Si en sus
mocedades Jerónimo tuvo que lidiar duramente con la carne material, como lo
ilustra su combate del desierto con hermosas imágenes femeninas, en la senectud
su antagonista fue la carne espiritual. "Me imaginaba compareciendo en
espíritu", dice por ejemplo, "ante el Supremo Juez". "¿Quién eres?", preguntó
una voz. "Un cristiano". "[exclamdown]Mientes!", clamó con voz de trueno el
Supremo Juez. "[exclamdown]No eres más que un ciceroniano" [[[57]]]
23 [57] Cfr. "Carta de San Jerónimo a
Santa Eustoquia. Sobre las excelencias de la virginidad", en "Cartas selectas de
San Jerónimo", Buenos Aires, 1946, p. 553. Jerónimo cuenta cómo en un principio,
aunque había abandonado bienes y familiares por la militancia cristiana,
conservaba su biblioteca y amenizaba sus ayunos con la lectura de Plauto y
Cicerón. "De repente fui arrebatado en espíritu y arrastrado delante del
tribunal del Juez, donde me quedé postrado [...]. Interrogado acerca de mi
condición, respondí ser cristiano. Pero el Presidente del tribunal me replicó:
<<Mientes, eres ciceroniano, no cristiano. Porque donde está tu tesoro, allí
está tu corazón>>."-- 126.
[24] [56]
Desembarazarse del viejo Adán.-- La misma palabra hebrea adam puede
designar tanto al mítico fundador del género humano, Adán, como a un
hombre cualquiera. De ahí que en las traducciones de la Biblia se vacile en la
versión de la frecuente metáfora paulina "desembarazarse (o despojarse) del
viejo Adán (o del viejo hombre)". En la traslación de "De Reina y De Valera",
por ejemplo: "No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo
hombre [del viejo Adán] con sus hechos, y revestídoos del nuevo", etc.
("Colosenses", II, 9-10); véase también "Romanos", VI 6, "Efesios", IV 22-24.)--
126.
[25] [58]
Dante, "La divina comedia", "El Paraíso", canto XXIV, versos 83-85.-- 126.
26 "Todas las cosas se cambian en fuego y el
fuego en todas las cosas, dijo Heráclito, así como las mercancías por oro y el
oro por mercancías" [[[59]]] (F. Lassalle, "Die Philosophie Herakleitos
des Dunkeln, Berlín, 1858, t. I, p. 222.) En la nota correspondiente a este
pasaje, p. 224, n. 3, Lassalle concibe erróneamente al oro como mero signo del
valor.
27 [59] Utilizamos la traducción
castellana de Luis Farré, "Heráclito", Buenos Aires, 1959, p. 156. En Capelle,
Vorsokratiker Stuttgart, s/f, pp. 142-143, este pasaje dice así: "Todo es
intercambio del fuego y el fuego intercambio de todo, tal como las mercancías se
intercambian por oro y el oro por mercancías".-- 128.
[28] [60] En la
"Contribución a la crítica...", III, B, 2, b (véase MEW t. XIII, p. 71).-- 129.
[c] c En una carta del
28 de noviembre de 1878 a Nikolái Fránzevich Danielson, el traductor ruso de "El
capital", Marx modificó de esta suerte la última frase: "Y, en rigor, el valor
de cada vara individual no es más que la concreción material de una parte de la
cantidad de trabajo social gastado en la cantidad total de varas". Aunque no de
puño y letra del autor, la misma enmienda se encuentra en un ejemplar de "El
capital" (segunda edición alemana, primer tomo) perteneciente a Marx. [Nota
tomada de Werke.]
[29] [61]
The course of true love never does run smooth (nunca es manso y sereno el
curso del verdadero amor).-- Shakespeare, "Sueño de una noche de verano", acto
I, escena 1. (Enmendamos, conforme a la 4ª edición, una pequeña incorrección
gramatical en la cita.)-- 131.
[30] [62]
Membra disiecta (miembros dispersos), disiecta membra poetæ (miembros
dispersos del poeta).-- Dice Horacio que aun en su estado fragmentario se
reconocen los miembros (la obra) de un poeta como Enio. "Sátiras", libro I,
sátira 4, V. 62.-- 131; 417; 443.
[31] "Toda venta es
compra" (Dr. Quesnay, "Dialogues sur le commerce et les travaux des artisans",
en "Physiocrates", ed. por Daire, París, 1846, parte I, p. 170), o bien, como
afirma Quesnay en sus "Maximes générales": "Vender es comprar" [[[63]]].
32 [63] (W) Esta cita de Quesnay
figura en la obra de Dupont de Nemours "Maximes du docteur Quesnay, ou résumé de
ses principes d'économie sociale", en "Physiocrates...", ed. de Eugène Daire,
parte I, París, 1846, p. 392.-- 132.
33 "El precio de una mercancía no puede
pagarse si no es con el precio de otra mercancía." (Mercier de la Rivière,
"L'ordre naturel et essentiel des sociétés politiques", en "Physiocrates", ed.
cit., parte II, p. 554.)
[34] "Para tener ese
dinero, es necesario haber vendido." (Ibídem, página 543.)
[35] La excepción,
como ya habíamos observado, la constituye el productor de oro, o el de plata,
que intercambia su producto sin haberlo vendido previamente.
[36] [64]
Non olet (no huele, no tiene olor).-- Según Suetonio (que no cita
textualmente la frase), Tito, hijo del emperador Vespasiano, le reprochó a éste
la fijación de un impuesto a las letrinas; Vespasiano tomó la primera moneda
recaudada por ese procedimiento y, poniéndola bajo la nariz de Tito, lo obligó a
reconocer que no olía. (Suetonio, "Vidas de los Césares", "Vespasiano", 23.)--
134.
[37] "Si el dinero
representa en nuestras manos las cosas que tal vez deseamos comprar,
representa asimismo las cosas que hemos vendido a cambio de [...] ese
dinero." (Mercier de la Rivière, op. cit., p. 586.)
[38] "Hay, pues [...]
cuatro términos y tres contratantes, uno de los cuales interviene dos veces."
("Le Trosne", op. cit., p. 909).
[39] [65]
Seguir el camino de toda carne.-- El eufemismo por decaer y morir,
irónicamente empleado por Marx, es de origen bíblico: combina el "toda carne
había corrompido su camino sobre la tierra", etc. ("Génesis", VI, 12-13) y el
"yo voy el camino de toda la tierra" con que David, moribundo, se despide de su
hijo Salomón ("I Reyes", II, 2).-- 136; 859.
[40] [66] El
apodo inglés Hotspur (literalmente espuela caliente) se aplica a una
persona impetuosa, irreflexiva, también a un calavera; es el seudónimo que se
atribuye a Henry Percy, rival de Enrique IV, en "The Chronicle of England de
Capgrave y Henry IV" (acto II, escena 4) de Shakespeare.-- 137.
[41] Nota a la 2ª
edición. --Por evidente que sea este fenómeno, los economistas, y en especial el
librecambista vulgaris, las más de las veces lo pasan por alto.
[42] Cfr. mis
observaciones en torno a James Mill, en "Zur Kritik..., pp. 74-76. Dos puntos
caracterizan, en este aspecto, el método de la apologética económica. En
primer término, identificar la circulación de mercancías con el intercambio
directo de productos, mediante el simple recurso de hacer abstracción de sus
diferencias. En segundo lugar, el intento de negar, de desechar las
contradicciones del proceso capitalista de producción, para lo cual las
relaciones que median entre sus agentes de producción son reducidas a los
simples vínculos que surgen de la circulación de mercancías. Pero la producción
de mercancías y la circulación de las mismas son fenómenos inherentes a los
modos de producción más diversos, aunque en diferente volumen y con desigual
alcance. Nada sabemos, pues, acerca de la differentia specifica entre
esos modos de producción, ni podemos por consiguiente enjuiciarlos, si nuestro
conocimiento se reduce a las categorías abstractas, comunes a todos ellos, de la
circulación de mercancías. En ninguna ciencia, fuera de la economía política,
prevalece tan desorbitada petulancia en el manejo de los lugares comunes más
elementales.
[43] Incluso cuando se
vende una y otra vez la misma mercancía --fenómeno que por el momento no existe
para nosotros--, la venta última y definitiva la hace pasar de la esfera de la
circulación a la del consumo, para servir en ésta como medio de subsistencia o
de producción.
[44] "No tiene" (el
dinero) "otro movimiento que el que le imprimen los productos." ("Le Trosne",
op. cit., p. 885.)
[d] d En la 4ª
edición, el pasaje que va desde "El doble cambio de forma" hasta "el
de su egreso", dice así: "Así, por ejemplo, el lienzo transforma primero su
forma mercantil en su forma dineraria. El término final de su primera
metamorfosis, M - D, la forma dineraria, se vuelve luego el primer
término de su última metamorfosis D - M, de su reconversión en la
biblia. Pero cada uno de esos dos cambios de forma se opera a través de un
intercambio entre mercancía y dinero, que cambian recíprocamente de ubicación.
Las mismas piezas dinerarias llegan como figura enajenada de la mercancía
a manos del vendedor, y las abandonan como figura absolutamente enajenable de
la misma. Cambian dos veces de ubicación. La primera metamorfosis del lienzo
pone esas piezas en el bolsillo del tejedor, la segunda las extrae de allí. Los
dos cambios formales opuestos de la misma mercancía, pues, se reflejan en el
doble cambio de lugar, en sentido contrario, del dinero".
[e] e En la 4ª edición
se agregó esta oración: "En el frecuente cambio de ubicación de las mismas
piezas dinerarias se refleja no sólo la serie de metamorfosis de una mercancía
única, sino también el entrelazamiento de las innumerables metamorfosis que se
operan en el mundo de las mercancías en general".
[45] "Son los
productos los que lo ponen en movimiento" (al dinero) "y lo hacen circular... La
celeridad de su movimiento" (esto es, del dinero) "suple a su cantidad. Cuando
hay necesidad de ello, se desliza de mano en mano sin detenerse un instante"
("Le Trosne", op. cit., pp. 915, 916.)
[46] "Como el
dinero... es la medida común de la compra y la venta, todo el que tiene algo
para vender y no puede conseguir compradores para sus artículos, tiende
enseguida a pensar que la causa de que aquéllos no tengan salida es la
escasez de dinero en el reino, o en el país; y así, el clamor general
es que escasea el dinero; lo cual es un gran error... ¿Qué pretenden los que
claman que haya más dinero?... El agricultor se queja... Piensa que si hubiera
más dinero en el país, podría obtener un buen precio por sus productos... Parece
entonces que lo que necesita no es dinero, sino un precio para sus granos y su
ganado, a los que desearía vender, pero no puede... ¿Por qué no puede obtener un
buen precio?... 1) o porque hay muchos granos y ganado en el país, con lo cual
la mayor parte de los que acuden al mercado tienen necesidad de vender, como él,
y pocos la de comprar, o 2) porque se reduce la salida usual, mediante la
exportación, hacia el extranjero... O bien, 3) el consumo decae, como por
ejemplo ocurre cuando la gente, debido a su pobreza, no gasta tanto como antes
en mantener sus hogares, de donde se desprende que de ningún modo sería el
incremento del dinero, específicamente, lo que haría que aumentaran de precio
los artículos del agricultor, sino la remoción de una de esas tres causas, que
son las que realmente deprimen el mercado... De la misma manera, al mercader y
al tendero les hace falta el dinero, esto es: como el mercado decae, necesitan
que los bienes con los que trafican encuentren salida... Nunca una nación
prospera mejor que cuando las riquezas pasan rápidamente de unas manos a otras."
(Sir Dudley North, "Discourses upon Trade", Londres, 1691, pp. 11-15 y pássim.)
Todas las falacias de Herrenschwand desembocan en que es posible superar gracias
al incremento de los medios de circulación, las contradicciones que emanan de la
naturaleza de la mercancía y que, por consiguiente, se manifiestan en la
circulación mercantil. Por lo demás, de que sea una ilusión popular atribuir a
una escasez demedios de circulación los estancamientos que experimentan los
procesos de producción y circulación, en modo alguno se sigue, a la inversa, que
una escasez real de medios de circulación --por ejemplo a consecuencia de las
chapucerías oficiales con la "regulation of currency" [regulación del
circulante]-- no pueda producir paralizaciones, por su parte.
[47] "Hay cierta
medida y proporciones de dinero, necesarias para mantener en movimiento el
comercio de una nación, éste se vería perjudicado si se agrega o quita a
aquéllas. Es lo mismo que ocurre en el comercio al por menor, en el que se
necesita cierta proporción de farthings [cuartos de peniques] para
cambiar las monedas de plata y efectuar los ajustes que ni siquiera pueden
realizarse con la menor de éstas... Ahora bien: así como la cantidad
proporcional de farthings requeridos en el comercio al menudeo guarda
relación con el número de gente, la frecuencia de sus intercambios y también, y
principalmente, con el valor de las piezas de plata más pequeñas, la
proporción de dinero (monedas de oro y plata) requerida para nuestro comercio
habrá que derivarla, análogamente, de la frecuencia de las transacciones
y el volumen de los pagos". (W. Petty, "A Treatise"... , p. 17.) La
teoría de Hume la defendió Arthur Young, contra James Steuart y otros, en su
"Political Arithmetic"... , Londres, 1774, obra en la que se dedica al tema un
capítulo especial: "Prices depend on quantity of money" [Los precios dependen de
la cantidad de dinero], p. 122 y ss. En "Zur Kritik"... , p. 149, anoto a este
respecto: "Al concebir el dinero, de manera totalmente equivocada, como simple
mercancía, [Adam Smith] soslaya, implícitamente, la cuestión tocante a la
cantidad de moneda en circulación". Esto sólo se aplica en la medida en que
Smith considera el dinero ex officio [expresamente]. Ocasionalmente, sin
embargo, por ejemplo en la crítica de los anteriores sistemas de economía
política, expone la tesis correcta: "Lo que en todos los países regula la
cantidad de moneda es el valor de las mercancías que deben circular por
intermedio de aquélla... El valor de los artículos comprados y vendidos cada año
en un país requiere la circulación de cierta cantidad de dinero, a fin de que
aquéllos circulen y se distribuyan entre sus verdaderos consumidores, y no puede
dar empleo a una cantidad mayor. El canal de la circulación
atrae,necesariamente, una suma suficiente para llenar su cauce, y nunca admite
más de esa suma". ("Wealth of Nations", [vol. III,] lib. IV. cap. I [pp. 87,
89]. De manera similar, Adam Smith da comienzo a su obra, ex officio, con
una apoteosis de la división del trabajo. Más adelante, en el último
libro, el dedicado a las fuentes de los ingresos fiscales, reproduce
ocasionalmente opiniones de Adam Ferguson, su maestro, hostiles a la división
del trabajo.
[48] "Los precios de
las cosas aumentarán, sin duda, en todo país donde la gente disponga de más oro
y plata, y, por ende, cuando la cantidad de oro y plata disminuye en cualquier
país, los precios de todas las cosas habrán de reducirse proporcionalmente a esa
disminución del dinero." (Jacob Vanderlint, "Money Answers All Things", Londres,
1734, p. 5.) Tras un cotejo más detenido entre el trabajo de Vanderlint y los
"Essays" de Hume, no me queda la menor duda de que este último conocía y utilizó
aquella obra, que por lo demás tiene su importancia. Puede encontrarse en
Barbon, y aun en escritores mucho más antiguos, el punto de vista conforme al
cual la masa de medios de circulación determina los precios. "Un comercio sin
trababas no puede ser el origen de inconveniente alguno, sino de grandísimas
ventajas", escribe Vanderlint, "ya que si a causa de él disminuye la cantidad
del numerario, que es lo que se trata de impedir con las prohibiciones, las
naciones que hayan obtenido ese numerario encontrarán, con seguridad, que todas
las cosas aumentan de precio en la medida en que aumenta en esos países la
cantidad de numerario. Y... nuestras manufacturas y todo otro tipo de artículo
pronto se abaratarán tanto que se inclinará a nuestro favor la balanza de
comercio, con lo cual el dinero refluirá hacia nosotros". (Ibídem, pp. 43, 44).
[49] Que cada clase
singular de mercancías constituye, debido a su precio, un elemento en la
suma de los precios de todas las mercancías en circulación, se comprende
de suyo. Pero lo que es completamente incomprensible es cómo valores de uso
inconmensurables entre sí habrían de intercambiarse en masse por la masa
de oro o de plata existente en un país. Si se redujera el mundo de las
mercancías a una única mercancía global, de la cual cada mercancía no
sería más que una parte alícuota, obtendríamos el hermoso ejemplo matemático
siguiente: mercancía global = x quintales de oro. Mercancía A =
parte alícuota de la mercancía total = la misma parte alícuota de x
quintales de oro. Montesquieu lo expone candorosamente: "Si se compara la masa
de oro y plata que hay en el mundo con la masa de mercancías existentes en él,
es indudable que se podrá comparar cada artículo o mercancía, en particular, con
cierta porción [...] de la otra. Supongamos que en el mundo sólo exista una
mercancía, o que sólo haya una que se compre, y que la misma sea tan
divisible como el dinero: tal parte de esa mercancía corresponderá a cual
parte de la masa del dinero, la mitad del total de la una a la mitad del total
de la otra, etc.... La fijación del precio de las cosas depende siempre, en lo
fundamental, de la proporción que existe entre el total de las cosas y el total
de los signos". (Montesquieu, "Esprit des lois", t. III, pp. 12, 13). Acerca del
desarrollo ulterior de esta teoría por Ricardo, sus discípulos James Mill, lord
Overstone y otros, véase "Zur Kritik"..., pp. 140-146, y p. 150 y ss. El señor
John Stuart Mill, con la lógica ecléctica que le es usual, se las ingenia para
defender la tesis de su padre, James Mill, y al mismo tiempo la contraria.
Cuando se confronta el texto de su compendio, "Principles of Political Economy",
con el prólogo (primera edición), en el cual se anuncia a sí mismo como el Adam
Smith de la época actual, no se sabe qué admirar más, si la ingenuidad de ese
hombre o la de su público, que co toda buena fe lo toma por un Adam Smith, con
el cual guarda, aproximadamente, la misma relación que el general Williams Kars
of Kars con el duque de Wellington [[[67]]]. Las investigaciones
originales --ni amplias ni sustanciosas-- emprendidas por el señor John Stuart
Mill en los dominios de la economía política, marchaban ya todas en formación en
su obrita de 1844, "Some Urlsettled Questions of Political Economy". Locke
enuncia categóricamente la relación entre la carencia de valor del oro y la
plata y la determinación de su valor por la cantidad. "Habiendo
llegado la humanidad al acuerdo de conferir un valor imaginario al oro y
la plata... el valor intrínseco que se atribuye a esos metales no es más que su
cantidad". ("Some Considerations"... , p. 15).
50 [67] La defensa que durante la
guerra de Crimea hicieron de la ciudad de Kars (al noreste de Turquía) fuerzas
otomanas al mando del general William Fenwick Williams, le valieron al militar
inglés el título de baronet de Kars. En sus artículos para el diario
norteamericano "The New-York Daily Tribune" sobre la guerra de Crimea, Engels y
Marx no habían manifestado mayor entusiasmo por las cualidades de Williams.--
152.
[51] Queda
completamente fuera de mi objetivo, naturalmente, el entrar en detalles como el
monedaje y otros por el estilo. No obstante, opongamos al sicofante romántico
Adam Müller, que se hace lenguas de "la grandiosa liberalidad" con que el
"gobierno inglés acuña gratuitamente la moneda" [[[68]]], el
siguiente juicio de sir Dudley North: "La plata y el oro, al igual que otras
mercancías, tienen sus alzas y bajas. Cuando llegan remesas de España... se las
lleva a la Torre y con ellas se acuña moneda. No pasa mucho tiempo sin que surja
una demanda de metal en lingotes, para la exportación. Si no se dispone del
mismo, ya que todo el metal está amonedado, ¿qué ocurre entonces? Se funden las
monedas; no hay pérdida en ello, pues la acuñación no le cuesta nada al
propietario. Se ha perjudicado a la nación, haciéndole pagar para trenzar la
paja que al final se come el burro. Si el mercader" (el propio North era uno de
los comerciantes más acaudalados de la época de Carlos II) "tuviera que
pagar el precio de la acuñación, reflexionaría antes de enviar la plata a la
Torre, y el dinero acuñado tendría siempre un valor superior al de la plata sin
amonedar". (North, op. cit., p. 18.)
52 [68] (W) A. H. Müller, "Die
Elemente der Staatskunst", parte II, Berlín, 1809, p. 280.-- 153.
[53] "Si la plata no
excede nunca de la suma requerida para los pagos menores, no se la podrá reunir
en cantidades suficientes para los de mayor volumen... El uso del oro en los
pagos principales implica también, necesariamente, su uso en el comercio al por
menor; quienes disponen de monedas de oro las utilizan en las compras pequeñas
y, además de la mercancía, reciben un vuelto en plata; de esta manera es
removido el excedente de plata, que en caso contrario estorbaría al comerciante
minorista, y se dispersa en la circulación general. Pero si hay tanta plata que
los pagos menores pueden ajustarse sin necesidad del oro, el comerciante al por
menor tendrá entonces que recibir plata para los pagos pequeños y ese metal,
necesariamente, se acumulará en sus manos". (David Buchanan, "Inquiry into the
Taxation and Commercial Policy of Great Britain", Edimburgo, 1844, pp. 248,
249).
[54] [69] Tras
su martirio y decapitación, San Dionisio, apóstol de los galos, muy lejos de
perder la cabeza caminó dos leguas con ella entre las manos. En carta del 7 de
julio de 1763 a D'Alembert, la marquesa de Deffand comentó al respecto: "La
distance n'y fait rien; il n'y a que le premier pas qui coûte" ("la distancia no
importa nada; sólo el primer paso es el que cuesta [admitir]").-- 155.
[55] El mandarín de
las finanzas, Wan Mao-in, se atrevió a someter al Hijo del Cielo un proyecto
cuyo objetivo encubierto era transformar los asignados imperiales chinos en
billetes convertibles. En el informe de la Comisión de Asignados fechado en
abril de 1854, se le pasa la debida reprimenda. Nada se nos dice de si, por
añadidura, le propinaron la infaltable tanda de azotes de bambú. "La comisión",
observa al final del informe, "ha sopesado cuidadosamente su proyecto y llegado
a la conclusión de que en él todo favorece a los comerciantes, y nada a la
corona". ("Arbeiten der Kaiserlich Russischen Gesandschaft zu Peking über
China", trad. del ruso del doctor K. Abel y F. A. Mecklenburg, Berlín, 1858, t.
I, p. 54.) Acerca de la continua desmetalización de las monedas de oro, a causa
de su curso, dice un "governor" [gerente] del Banco de Inglaterra, deponiendo
como testigo ante la "House of Lords Committee" [Comisión de la Cámara de los
Lores] (de "bank acts" [leyes bancarias]) "Todos los años una nueva partida de
soberanos" (no en un sentido político, aclaremos: soberano es el nombre de la
libra esterlina) "se vuelve demasiado liviana. La partida que durante un año
pasa por tener su peso completo, pierde por desgaste lo suficiente para que al
año siguiente la balanza se pronuncie en contra de ella". ("House of Lords'
Committee", 1848, n. 429).
[56] Nota a la 2ª
edición. --El siguiente pasaje de Fullarton muestra la nula claridad con que,
incluso los mejores escritores sobre temas dinerarios, conciben las diversas
funciones del dinero: "Que en lo concerniente a nuestros intercambios internos,
todas las funciones monetarias que usualmente desempeñan las monedas de oro y
plata podrían ser realizadas con la misma eficacia por una circulación de
billetes inconvertibles, sin más valor que el valor ficticio y convencional
[...] que les atribuye la ley, es un hecho que, a mi juicio, no admite negativa
alguna. Puede hacerse que un valor de este tipo se ajuste a todos los usos del
valor intrínseco e incluso que haga innecesaria la existencia de un patrón de
valor, siempre que la cantidad [...] emitida se mantenga dentro de los límites
debidos". (Fullarton, "Regultaion of Currencies", 2ª ed., Londres, 1845, p. 21).
[exclamdown]Así que como la mercancía dineraria es sustituible en la circulación
por simples signos de valor, es superflua como medida de los valores y patrón de
los precios!
[57] Del hecho de que
el oro y la plata, en cuanto moneda o en la función exclusiva de medios de
circulación, se conviertan en signos de sí mismos, deduce Nicholas Barbon
el derecho de los gobiernos "to raise money" [a aumentar el (valor del) dinero],
esto es, a conferir a una cantidad de plata, denominada "groschen", por ejemplo,
el nombre de una cantidad de plata mayor, como tálero, devolviendo así a los
acreedores "groschen" en vez de táleros. "El dinero se desgasta y aligera por
los frecuentes pagos... Lo que la gente tiene en cuenta en las transacciones es
la denominación y el curso del dinero, no la cantidad de plata...
Es la autoridad pública sobre el metal lo que convierte a éste en dinero". (N.
Barbon, "A Discourse on"..., pp. 29, 30, 25).
[58] [69 bis]
(R) La obra de Boisguillebert a la que se refiere aquí el autor es "Le détail de
la France...", [p. 243], que Marx había leído en París, en 1844, en la edición
de Daire, París, 1843. (Cfr. Marx-Engels "Gesamtausgabe" vol. III, pp.
563-568.)-- 159.
[59] "Una riqueza en
dinero no es más que... riqueza en productos, convertidos en dinero".
(Mercier de la Rivière, "L'ordre naturel"..., p. 573). "Un valor en productos no
ha hecho más que cambiar de forma". (Ibídem, p. 486).
[60] "Es gracias a
esta práctica como mantienen a precios tan bajos todos sus artículos y
manufacturas". (Vanderlint, op. cit., pp. 95, 96).
[61] [70] "Nervus
rerum" (nervio de las cosas).-- Según el filósofo Crantor, discípulo y
comentarista de Platón, el dinero es el "nervio de las empresas"; Diógenes
Laercio atribuye a Bión haber dicho que el dinero es "el nervio de todas las
acciones". Marx cita la frase en su versión latina, popularizada por Cicerón.--
160.
[62] "El dinero es una
prenda." (John Bellers, ""Essays About the Poor, Manufactures, Trade,
Plantations, and Immorality", Londres, 1699, p. 13).
[63] La compra,
en el sentido categórico del término, supone ya, en realidad, al oro y la plata
como figura transmutada de la mercancía, o como producto de la venta.
[64] Enrique III,
rey cristianísimo de Francia, arrebató sus reliquias a los conventos, etc., para
convertirlas en dinero constante y sonante. Es conocido el papel que, en la
historia griega, desempeñó el saqueo de los tesoros del templo délfico por los
focenses. Como es sabido, en la Antigüedad los templos servían de morada al dios
de las mercancías. Eran "bancos sagrados'. Entre los fenicios, pueblo comercial
par excellence, se tenía al dinero por figura enajenada de todas las
cosas. Era perfectamente normal, pues, que las doncellas que se entregaban a los
forasteros en las festividades de la diosa del amor, ofrendaran a ésta la moneda
recibida como paga.
[65] [45]
Niveladores (Levellers).-- Partido que durante la Revolución Inglesa de
1648-1650 sostuvo posiciones pequeñoburguesas radicales. Algunos de sus
integrantes, como los diggers ("cavadores") anticiparon ciertas tesis del
socialismo utópico y una concepción limitada pero revolucionaria, materialista,
de la libertad: "Libertad es el disfrute libre de la tierra" (Gerrard
Winstanley).-- 104; 161; 484.
[66] "¿Oro?, ¿oro
cobrizo, brillante, precioso?... En profusión, habrá de tornar blanco al negro,
hermoso al feo; lo falso, verdadero; noble al ruin; mozo al viejo, y al cobarde,
valeroso. [exclamdown]Oh, dioses! ¿Por qué, qué es esto? Porque él apartará de
vuestro lado sacerdotes y servidores; retirará la almohada de debajo de la
cabeza de los hombres más robustos: este amarillo esclavo va a unir religiones y
escindirlas, enaltecer a los malditos, hacer que se adore a la lepra
blanquecina, sentar a los ladrones en los escaños del senado y otorgarles
títulos, genuflexiones y beneplácitos; él es el que procura nuevas nupcias a la
viuda achacosa... Vamos, tú, cieno maldito, puta común del género humano".
(Shakespeare, "Timón de Atenas"[[[70 bis]]]
67 [70 bis] Marx atribuía no poca
importancia a este extenso pasaje de Shakespeare, como se desprende de que lo
haya citado en los "Manuscritos económico-filosóficos" en "La ideología
alemana", en la redacción originaria de la "Contribución a la critica..." y
aquí, en "El capital". Las ideas manifestadas vigorosamente por el dramaturgo
inglés se encuentran ya en germen en Horacio ("virtud, fama, honor, las cosas
divinas y las humanas, todo es esclavo del dinero; el que logre acumularlo será
ilustre, valeroso, justo, sabio y aun rey, y cuanto se le antoje") y sobre todo
en Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita: "Mucho faz' el dinero, mucho es de amar: /
al torpe faze bueno é ome de prestar, / faze correr el coxo é al mudo fablar /
[...] Sy tovyeres dyneros, avrás consolaçión, / plazer é alegría é del papa
raçión, / conprarás parayso, ganarás salvaçión: / do son muchos dineros, es
mucha bendiçión. / En suma te lo digo, tómalo tu mejor: / el dinero, del mundo
es grand rrebolvedor, / señor faze del syervo é del syervo señor, / toda cosa
del siglo se faze por su amor." ("Enxienplo de la propiedat que'l dinero ha", en
Arcipreste de Hita, Libro de buen amor, Buenos Aires, 1952 pp. 60-62.).-- 161.
[68] "No ha habido
entre los hombres invención más funesta que la del dinero: ella devasta las
ciudades, ella saca a los hombres de su casa, ella los industria y pervierte sus
buenos sentimientos, disponiéndolos para todo hecho punible, ella enseñó a los
hombres a valerse de todos los medios y a ingeniarse para cometer toda clase de
impiedad". (a)
f f Versión castellana según "Tragedias de
Sófocles", trad. de José Alemany Bolufer, en Esquilo y Sófocles, "Obras
completas", Buenos Aires, 1957, p. 632.
[69] "El avaro confía
en arrancar al propio Plutón de las entrañas de la tierra". ("Athen[æus],
Deipnos[ophistarum...])
[70] "Acrecentar lo
más posible el número de los vendedores de toda mercancía, disminuir lo más
posible el número de sus compradores, he aquí los fundamentos sobre los que se
mueven todas las operaciones de la economía política." (Verri, "Meditazioni
sulla..., pp. 52, 53).
[71] [71]
Soyons riches ou paraissons riches.-- Cita ligeramente modificada de Diderot,
"Salons", Salon de 1767, "Satire contre le luxe a la manière de Perse" (cfr. "OEuvres",
t. II, 1821, p. 147). Diderot censura el estado de cosas en que "la riqueza de
unos" se conjuga con "la miseria general del resto" y denuncia la "consigna
funesta que resuena de un extremo a otro de la sociedad: Seamos o parezcamos
ricos [Soyons ou paraissons riches]".--163.
[72] "Para que sea
posible practicar el comercio de la nación, se requiere una suma determinada de
dinero metálico, la cual varía, y en ocasiones es más, y en ocasiones menos,
según lo requieran las circunstancias en las que nos encontramos... Estos flujos
y reflujos del dinero se efectúan y regulan sin intervención alguna de los
políticos... Los baldes funcionan alternativamente: cuando el dinero escasea, se
acuña metal precioso; cuando escasea el metal, se funden las monedas." (Sir D.
North, op. cit.[Postcript], p. 3.) John Stuart Mill, durante largos años
funcionario de la Compañía de las Indias Orientales [[[72]]] , confirma
que en la India los ornamentos de plata siguen desempeñando directamente las
funciones de tesoro. "Cuando rige una tasa alta del interés, se sacan a luz los
ornamentos de plata y se los amoneda; el proceso inverso ocurre cuando baja la
tasa del interés." (Testimonio de J. St. Mill, en "Report on Bank Acts", 1857,
n. 2084, 2101.) Según un documento parlamentario de 1864 en torno a la
importación y exportación de oro y plata en la India [[[73]]], en 1863 la
importación de esos metales superó a la exportación en 19.367.764 libras
esterlinas. En los 8 años inmediatamente anteriores de 1864 el exceso de la
importación sobre la exportación de los metales preciosos ascendió a 109.652.917
esterlinas. Durante el presente siglo se acuñaron en la India mucho más de
200.000.000 de esterlinas.
73 [72] La Compañía de las Indias
Orientales (1600-1858), que ejerció durante muchos años el monopolio del
comercio con la India y China, fue la herramienta de que se valieron las clases
dominantes inglesas para conquistar el primero de esos países y succionar las
riquezas de uno y otro. Marx dedicó a dicha compañía, en 1853, un importante
estudio: "The East India Company -Its History and Results". (Véase K. Marx-F.
Engels, "On Colonialism", Moscú, s/d, p. 41.)-- 164.
74 [73] (W) East India (Bullion)
Return to an Address of the Honourable the House of Commons, Dated 8 February
1864.-- 164.
75 Lutero distingue entre el dinero como
medio de compra y como medio de pago. "Machest mir einen Zwilling aus
dem Schadewacht, das ich hie nicht bezalen und dort nicht kauffen kann". [Con
este señor Don Seguro [[[73 bis]]] me haces un gemelo, que aquí no puedo
pagar y allá no puedo comprar.] (Martin Luther, "An die Pfarrherrn, wider den
Wucher zu predigen", Wittenberg, 1540).
76 [73 bis] Schadewacht (don
Seguro, don Prevenido).-- Personaje imaginario que simbolizaba en Alemania, en
tiempos de la Reforma, al usurero. Vigila (Wacht) día y noche para no sufrir
ningún perjuicio (Schade), al otorgar un préstamo, Schadewacht establece los
intereses de manera de reducir el riesgo al mínimo y alcanzar rápidamente la
ganancia apetecida.-- 165.
[77] Acerca de la
situación de los deudores y los acreedores entre los mercaderes ingleses a
principios del siglo XVIII, véase lo siguiente: "Reina entre los comerciantes
tal espíritu de crueldad, aquí en Inglaterra, que no sería posible encontrarlo
en ninguna otra sociedad humana, ni en ningún otro reino del mundo". ("An Essay
on Credit and the Bankrupt Act, Londres, 1707. p. 2).
[78] Nota a la 2ª
edición. --Del siguiente pasaje, tomado de la obra que publiqué en 1859, se
desprende el motivo de que en el texto haga caso omiso de una forma
contrapuesta: "Por el contrario, en el proceso D - M puede
enajenarse el dinero como medio de compra efectivo, realizándose así el precio
de la mercancía antes de que se realice el valor de uso del dinero o se enajene
la mercancía. Sucede esto a diario, por ejemplo, en la forma del pago por
adelantado. O en la forma en que el gobierno inglés compra el opio a los
raiates... en la India [[[74]]] . De este modo, sin embargo, el dinero no
hace más que operar en la forma ya conocida de medio de compra... También se
adelanta capital, naturalmente, bajo la forma de dinero... Pero este punto de
vista no está comprendido en los límites de la circulación simple". ("Zur Kritik...,
pp. 119, 120).
79 [74] Raiat (Marx usa la
transliteración inglesa, ryot) es el término urdu con que se designaba,
especialmente bajo la dominación inglesa, al pequeño campesino de la India. La
palabra proviene del árabe raia: rebaño, grey, súbditos, campesinos.-- 167.
80 (a)La crisis dineraria tal cual se
define en el texto, como fase de toda crisis, debe distinguirse
bien de la clase particular de crisis a la que también se llama crisis
dineraria, pero que puede constituir un fenómeno enteramente autónomo y que por
tanto sólo por reacción ejerce un influjo sobre la industria y el comercio.
Trátase de crisis cuyo movimiento se centra en el capital dinerario y cuya
esfera directa es por tanto la esfera de las acciones dramáticas del capital
dinerario: la banca, la bolsa, las finanzas.
g g En la 3ª y 4ª ediciones esta nota se
presentó así, según apuntes marginales de Marx en su ejemplar personal de la 2ª
edición: "La crisis dineraria tal cual se la define en el texto, como fase
particular de toda crisis general de la producción y el comercio, debe
distinguirse bien del tipo especial de crisis a la que también se llama
crisis dineraria, pero que puede hacer su aparición de manera autónoma y que por
tanto sólo por reacción ejerce un influjo sobre la industria y el comercio.
Trátase de crisis cuyo movimiento se centra en el capital dinerario,
reduciéndose por tanto su esfera directa de acción a la banca, la bolsa, las
finanzas. (Nota de Marx a la 3ª edición)".
[81] [74 bis]
Como el ciervo brama por agua clara.-- La Biblia, "Salmos", XLII, 1. Marx
solía citar irónicamente este versículo. En la vieja versión bíblica castellana
de De Reina y De Valera: "Como el ciervo brama por la corriente de las aguas".--
169.
[82] "Esta
transmutación repentina del sistema crediticio en sistema dinerario añade el
terror teórico al pánico práctico, y los agentes de la circulación se aterran
ante el misterio insondable de sus propias relaciones." (K. Marx, op. cit., p.
126.) "Los pobres están parados porque los ricos no tienen dinero para darles
ocupación, aunque tienen la misma tierra y los mismos brazos que antes para
suministrarles víveres y ropa; lo cual es la verdadera riqueza de una nación, y
no el dinero." (John Bellers, "Proposals for Raising a Colledge of Industry",
Londres, 1696, pp. 3, 4).
[83] " Véase cómo
aprovechan esas circunstancias los "amis du commerce" [amigos del comercio]: "En
cierta ocasión" (1839), "un viejo banquero avariento" (de la City) "levantó la
tapa del escritorio ante el que se sentaba, en su despacho privado, y le mostró
a un amigo fajos de billetes de banco, diciéndole con profundo gozo que allí
había 600.000 libras esterlinas a las que se había retenido para que el
dinero escaseara, y que se pondrían todas en circulación después de las tres
de la tarde de ese mismo día". ([H. Roy] "The Theory of the Exchanges. The Bank
Charter Act of 1844, Londres, 1864, p. 81). "The Observer", órgano oficioso,
advierte el 24 de abril de 1864: "Circulan rumores muy extraños acerca de los
medios a los que se ha recurrido para crear una escasez de billetes de banco...
La suposición de que se haya efectuado alguna maniobra de esa índole
podrá parecer discutible, pero las informaciones sobre el punto se han difundido
tanto que realmente son dignas de mención".
[h] h En la 3ª y 4ª
ediciones, en vez de "biblia"; "biblia, en efectivo".
[84] "El monto de las
ventas (b) o contratos celebrados en el curso de cualquier día
determinado, no afectará la cantidad de dinero en curso ese mismo día, sino que,
en la gran mayoría de los casos, aquéllos se resolverán en múltiples letras de
cambio sobre la cantidad de dinero que esté en curso en fechas siguientes, más o
menos distantes... Las letras libradas o los créditos concedidos hoy no tienen
por qué tener semejanza alguna, ni en su cantidad, ni en su monto o en su
duración, con las letras libradas o los créditos otorgados para mañana o pasado
mañana: no sólo eso, sino que muchas de las letras y créditos de hoy coincidirán
a su vencimiento con una masa de obligaciones cuyos orígenes se remontan a una
serie de fechas anteriores absolutamente indefinidas: a menudo se suman letras a
12, 6, 3 meses o 1 mes, englobándose con las obligaciones comunes que vencen el
mismo día..." ("The Currency Theory Reviewed; a Letter to the Scotch People. By
a Banker in England", Edimburgo, 1845, pp. 29, 30 y pássim).
i i "Sales"; en el original: "purchases"
["compras"].
85 Como ejemplo de cuán poco dinero real
participa en las operaciones comerciales verdaderas, ofrecemos a continuación el
balance de una de las mayores casas comerciales inglesas (a) sobre sus
ingresos y egresos anuales en dinero. Reducimos aquí a la escala de un millón de
libras esterlinas sus transacciones comerciales del año 1856, que comprenden en
realidad muchos millones de libras.
Ingresos Libras esterlinas
Letras de banqueros y comerciantes, pagaderas en fecha
fija 553.596
Cheques de banqueros, etcétera, pagaderos a la vista
357.715
Billetes de bancos de provincias 9.627
Billetes del Banco de Inglaterra 68.554
Oro 28.089 Plata y cobre 1.486
Post Office Orders [giros postales] 933
Total 1.000.000
Egresos Libras esterlinas
Letras pagaderas en fecha fija 302.674
Cheques sobre banqueros de Londres 663.672
Billetes del Banco de Inglaterra 22.743
Oro 9.427 Plata y cobre 1.484
Total 1.000.000
j j En la 4ª edición se agregó aquí: "(Morrison,
Dillon & Co.)"
[86] "De este modo, el
curso del comercio se ha transformado: en lugar de intercambiar artículos por
artículos, o de entregar y recibir, ahora se vende y se paga;
todas las transacciones... se establecen ahora sobre la base de un precio
en dinero." ([D. Defoe,] "An Essay upon Publick Credit, 3ª ed., Londres, 1710,
p. 8).
[87] "El dinero [...]
se ha convertido en el verdugo de todas las cosas". El arte de las finanzas es
el "alambique que ha hecho evaporar una cantidad aterradora de artículos y
mercancías para confeccionar ese fatal extracto". "El dinero [...] declara la
guerra [...] a todo el género humano." (Boisguillebert, "Dissertation sur la
nature des richesses, de l'argent et des tributs", ed. por Daire, Économistes
financiers", París, 1843, t. I, pp. 413, 419, 417[, 418].)
[k] k "Geldrente"; en
3ª y 4ª ediciones: "Goldrente" ["renta en oro"].
[88] "El lunes de
Pentecostés de 1824", narra el señor Craig ante la comisión investigadora
parlamentaria de 1826, "hubo en Edimburgo una demanda tan inmensa de billetes en
los bancos que a las once no les quedaba un solo billete. Los banqueros
procuraron conseguirlos prestados en todos los demás bancos, pero no pudieron
obtenerlos, y muchas transacciones se concertaron en simples slips of paper
[tiras de papel]; sin embargo, [exclamdown]a eso de las tres de la tarde todos
los billetes estaban de vuelta en los bancos de donde salieron! Simplemente se
los había transferido de unas manos a otras." Aunque la circulación efectiva
media de billetes de banco no alcanza en Escocia a los 3 millones de libras
esterlinas, sin embargo, en determinadas fechas de pago anuales, es puesto en
movimiento todo billete en poder de los banqueros, en total 7 millones de
esterlinas. En estas ocasiones los billetes deben cumplir una función única y
específica, y, no bien la han desempeñado, refluyen a los bancos respectivos de
los que salieron. (John Fullarton, "Regulation of Currencies", 2ª ed., Londres,
1845, p. 86, nota). Para comprender lo precedente, agreguemos que en Escocia,
por la fecha en que se publicó la obra de Fullarton, se emitían billetes, y no
cheques, por los depósitos.
l 1ª a 4ª ediciones: "inversa" en vez de
"directa".
89 A la pregunta de "si, en caso de haber
necesidad de reunir 40 millones por año, bastaría con los mismos 6 millones" (en
oro) "para las revoluciones y circulaciones de rigor requeridas por el
comercio", Petty contesta con su habitual maestría: "Respondo que sí: para una
suma de 40 millones, si las revoluciones tuviesen órbitas cortas,
semanales, por ejemplo, como ocurre entre los artesanos y obreros pobres,
que cobran y pagan todos los sábados, 40/52 de 1 millón satisfarían esas
exigencias; pero si esas revoluciones fueran trimestrales, conforme a
nuestra costumbre en el pago de rentas y la recaudación de impuestos, entonces
se requerirían 10 millones. Por consiguiente, si suponemos que los pagos en
general describen una órbita intermedia, entre 1 semana y 13, agregaremos 10
millones a los 40/52, la mitad de lo cual será 5 1/2; de modo que si disponemos
de 5 1/2 millones, tendremos lo suficiente". (William Petty, "Political Anatomy
of Ireland, 1672", Londres, 1691, pp. 13, 14.[[[75]]])
[90] [75] (W)
El autor cita el trabajo de Petty "Verbum sapienti", que figura como apéndice en
la obra "The Political Anatomy of Ireland".-- 173.
[91] De ahí el absurdo
de esa legislación que prescribe a los bancos nacionales atesorar únicamente el
metal precioso que en el interior del país funciona como dinero. Son conocidos,
por ejemplo, los "benignos obstáculos" que se interpone a sí mismo el Banco de
Inglaterra. En torno a las grandes épocas históricas del cambio relativo de
valor entre el oro y la plata, véase K. Marx, "Zur Kritik"... , p. 136 y ss.
--Agregado de la 2ª edición: Sir Robert Peel procuró remediar el inconveniente
por medio de una ley bancaria de 1844, la cual autorizaba al Banco de Inglaterra
a emitir billetes sobre la plata en lingotes, siempre que las reservas de este
metal, sin embargo, no excedieran en un cuarto de las de oro. Para ello, se
estima el valor de la plata según la cotización (en oro) que alcance en el
mercado de Londres. {F. E. -- Agregado a la 4ª edición.-- Nos encontramos de
nuevo en una época en que el valor relativo del oro y la plata ha cambiado
considerablemente. Hace unos 25 años la relación de valor entre uno y otro metal
era = 15 1/2: 1; la actual es aproximadamente = 22 : 1, y el valor de la plata
sigue declinando, de manera constante, con respecto al del oro. Ello se debe, en
lo esencial, a una revolución operada en el modo de producción de ambos metales.
Antes se obtenía el oro, casi exclusivamente, por el lavado de capas aluviales
auríferas, productos de la erosión sufrida por rocas que contenían el metal. Hoy
en día ese procedimiento ya no es suficiente. Lo ha relegado a segundo plano un
método que antes se aplicaba secundariamente, aunque era bien conocido por los
antiguos (Diodoro, III, 12-14): el laboreo directo de los filones de
cuarzo aurífero. Por otra parte, no sólo acaban de descubrirse al oeste de las
Montañas Rocosas enormes yacimientos de plata, sino que éstos y las minas
argentíferas mexicanas han sido abiertos al tráfico mediante vías férreas, lo
cual hace posible la introducción de maquinaria moderna y de combustibles y, con
ello, la extracción del metal en gran escala y a menores costos. Per existe una
gran diferencia en el modo en que uno y otro metal aparecen en los filones. El
oro por lo general se encuentra en estado puro, pero, en cambio, está
desperdigado en el cuarzo en porciones ínfimas; es necesario, por ende, triturar
toda la mena y extraer el oro mediante lavado o amalgama. De 1.000.000 de gramos
de cuarzo suele obtenerse, apenas, entre 1 y 3 gramos de oro, muy raramente de
30 a 60. La plata, si bien raras veces se presenta en estado puro, aparece en
cambio en minerales compactos, relativamente fáciles de separar de la ganga, y
que contienen por lo general entre un 40 y un 90 % de metal precioso; o bien
aparece en cantidades menores, pero contenida en minerales de cobre, plomo,
etc., de explotación remunerativa de por sí. Ya de esto se desprende que
mientras que el trabajo necesario para la producción del oro más bien aumenta,
el que exige la producción de plata se ha reducido decididamente, lo cual
explica de manera totalmente natural la reducción operada en el valor del último
metal. Si no se recurriera, aun ahora, a medidas artificiales para mantener
elevado el precio de la plata, esa baja de valor se traduciría en una baja de
precio todavía mayor. Sólo se ha iniciado, sin embargo, la explotación de una
pequeña parte de los veneros de plata americanos, por lo cual todo indica que el
valor de este metal seguirá en baja durante mucho tiempo. Agréguese a esto la
reducción relativa que ha experimentado la demanda de plata para artículos
útiles y suntuarios, su sustitución por mercancías enchapadas, aluminio, etc.
Todo esto permite calibrar el utopismo de la idea bimetalista según la cual un
curso forzoso internacional habría de elevar nuevamente la plata a la vieja
relación de valor de 1 : 15 1/2. Más bien, lo probable es que también en el
mercado internacional vaya perdiendo cada vez más su calidad de dinero.}
[92] Los impugnadores
del mercantilismo --para el cual el ajuste, efectuado con oro y plata, de una
balanza comercial favorable era el objetivo del comercio mundial--
desconocían absolutamente, por su parte, la función del dinero mundial. En el
caso de Ricardo, he demostrado detenidamente ("Zur Kritik"..., p. 150 y ss.)
cómo la falsa concepción acerca de las leyes que rigen la masa de los medios de
circulación se refleja en la concepción, igualmente falsa, sobre el movimiento
internacional de los metales preciosos. El falso dogma ricardiano: "Una balanza
comercial desfavorable nunca surge por otra causa que por un exceso de
circulante... La exportación de moneda obedece a su baratura, y no es el efecto,
sino la causa de una balanza comercial desfavorable", [[[76]]] se
encuentra ya en Barbon: "La balanza comercial, si es que existe, no es la
causa de que se envíe al exterior el dinero de una nación; ese fenómeno obedece
a las diferencias de valor de los lingotes de metales preciosos en los diversos
países". (N. Barbon, "A Discourse on"..., p. 59.) En "The Literature of
Political Economy: a Classified Catalogue", Londres, 1845, MacCulloch elogia a
Barbon por esa anticipación, pero se cuida discretamente hasta de mencionar las
formas ingenuas que todavía revisten en Barbon los absurdos supuestos del
"currency principle" [principio del circulante] [[[77]]]. La falta de
espíritu crítico y hasta de honestidad de ese catálogo llega a su apogeo en las
sesiones dedicadas a historiar la teoría del dinero, pues es allí donde
MacCulloch menea aduladoramente el rabo como buen sicofante de lord Overstone
(el ex-banker [ex banquero] Loyd), al que llama "facile princeps argentariorum"
[el primero, sin discusión, entre los banqueros].
93 [76] Marx cita a David Ricardo,
"The High Price of Bullion a Proof of the Depreciation of Bank Notes", 4ª ed.,
Londres, 1811. pp. 12, 14. Las mismas citas aparecen en la "Contribución a la
crítica...", II, C (MEW t. XIII, p. 150.)-- 175.
94 [77] Los sostenedores del currency
principle (lord Overstone, Torrens; Norman, Clay, Arbuthnot, etc.) partían de la
hipótesis de Ricardo, según la cual el oro es únicamente dinero; creían, por
ende, que todo el oro importado acrecentaba el dinero en circulación y hacía que
subieran los precios, y que todo oro exportado reducía la cantidad de dinero en
circulación y hacía que aquéllos disminuyeran. Para producir artificialmente los
mismos efectos sobre los precios, los bancos debían imitar las leyes de la
circulación metálica, lanzando billetes a la circulación cuando afluía oro del
exterior y retirándolos cuando refluía. La aplicación de la ley bancaria de
1844, que se basaba en esos principios, debió suspenderse en 1847 y a fines de
1857 para evitar que quebrara el Banco de Inglaterra. Véase "Contribución a la
crítica...", II, C (MEW t. XIII, pp. 157-158).-- 176.
[95] Por ejemplo, en el
caso de subsidios, empréstitos de guerra o para la reanudación de los pagos al
contado por parte de bancos, etcétera, puede requerirse que el valor esté
disponible precisamente bajo la forma de dinero.
[96] Nota a la 2ª
edición --"No podría, por cierto, desear una prueba más convincente de la
eficacia con que, en los países que pagan en metálico, el mecanismo de las
reservas desempeña todas las funciones de ajuste internacional sin ninguna ayuda
significativa de la circulación general, que la facilidad con que Francia,
precisamente mientras comenzaba a recobrarse de los trastornos producidos por
una destructiva invasión extranjera, completó en el lapso de 27 meses el pago a
las potencias aliadas de una contribución forzada de casi 20 millones --y una
considerable proporción de esa suma era en metálico--, sin restricción ni
desorden perceptibles de su curso dinerario interno y sin que se produjera
siquiera una fluctuación alarmante en su cotización cambiaria." (J. Fullarton,
op. cit., p. 141.) (F. E. --Agregado a la 4ª edición.-- Un ejemplo aun más
contundente lo tenemos en la facilidad con que la misma Francia pudo pagar en 30
meses (1871-1873) una indemnización de guerra más de diez veces mayor, que
también en gran parte se abonó en metálico).
[97] "El dinero se
distribuye entre las naciones según la necesidad que del mismo tienen... ya que
siempre lo atraen los productos." (Le Trosne, "De l'intérêt social", p. 916.)
"Las minas, que continuamente suministran oro y plata, producen lo suficiente
para proporcionar a toda nación ese equilibrio necesario." (Vanderlint, "Money
Answers"... , p. 40).
[98] "Las cotizaciones
del cambio ascienden y declinan todas las semanas, y en ciertas épocas del año
se elevan en contra de una nación, y en otras épocas ascienden en igual medida a
favor suyo." (N. Barbon, op. cit., p. 39).
[99] Cabe la
posibilidad de que entre esas funciones, no bien se añade a ellas la de fondo de
conversión para billetes de banco, surja un peligroso conflicto.
[100] "El dinero que
excede de lo estrictamente necesario para el comercio interior, es capital
muerto, y no rinde ningún beneficio al país que lo posee, salvo que se lo
exporte mediante el comercio, o bien se lo importe." (J. Bellers, "Essays About...",
p. 13.) "¿Qué ocurre si tenemos demasiada moneda? Podemos fundir la de mayor
peso y convertirla en espléndida vajilla, vasos o utensilios de oro y plata, o
enviarla como mercancía adonde se la necesite o desee; o colocarla a interés
allí donde éste sea elevado." (W. Petty, "Quantulumcunque Concerning...", p.
39.) "El dinero no es sino la grasa del cuerpo político; cuando abunda, como
suele ocurrir, se reduce la agilidad de ese cuerpo, y cuando hay demasiado poco,
aquél se enferma... Así como la grasa lubrica el movimiento de los músculos, los
nutre cuando faltan los víveres, llena las cavidades irregulares y embellece el
cuerpo, el dinero aviva los movimientos del estado, lo nutre desde el extranjero
en tiempos en que predomina la escasez dentro del país... y embellece el
conjunto, aunque", concluye con ironía, "más especialmente a, los
particulares que lo poseen en abundancia." (W. Petty, "Political Anatomy...",
pp. 14, 15.)
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