Documentos ideológicos: El Capital Marx/Engels
   

Libro primero

EL PROCESO DE PRODUCCIÓN DEL CAPITAL [43]
SECCIÓN PRIMERA

MERCANCÍA Y DINERO


CAPITULO I

LA MERCANCÍA


1. Los dos factores de la mercancía: valor de uso
y valor (sustancia del valor, magnitud del valor)
La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como un "enorme cúmulo de mercancías", [1] y la mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza. Nuestra investigación, por consiguiente, se inicia con el análisis de la mercancía.
La mercancía es, en primer lugar, un objeto exterior, una cosa que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas del tipo que fueran. La naturaleza de esas necesidades, el que se originen, por ejemplo, en el estómago o en la fantasía, en nada modifica el problema [2]. Tampoco se trata aquí de cómo esa cosa satisface la necesidad humana: de si lo hace directamente, como medio de subsistencia, es decir, como objeto de disfrute, o a través de un rodeo, como medio de producción.
Toda cosa útil, como el hierro, el papel, etc., ha de considerarse desde un punto de vista doble: según su [44] cualidad y con arreglo a su cantidad. Cada una de esas cosas es un conjunto de muchas propiedades y puede, por ende, ser útil en diversos aspectos. El descubrimiento de esos diversos aspectos y, en consecuencia de los múltiples modos de usar las cosas, constituye un hecho histórico [3]. Ocurre otro tanto con el hallazgo de medidas sociales para indicar la cantidad de las cosas útiles. En parte, la diversidad en las medidas de las mercancías se debe a la diferente naturaleza de los objetos que hay que medir, y en parte a la convención.
La utilidad de una cosa hace de ella un valor de uso [4]. Pero esa utilidad no flota por los aires. Está condicionada por las propiedades del cuerpo de la mercancía, y no existe al margen de ellas. El cuerpo mismo de la mercancía, tal como el hierro, trigo, diamante, etc., es pues un valor de uso o un bien. Este carácter suyo no depende de que la apropiación de sus propiedades útiles cueste al hombre mucho o poco trabajo. Al considerar los valores de uso se presupone siempre su carácter determinado cuantitativo, tal como docena de relojes, vara de lienzo, tonelada de hierro, etc. Los valores de uso de las mercancías proporcionan la materia para una disciplina especial, la merceología [5]. El valor de uso se efectiviza únicamente en el uso o en el consumo. Los valores de uso constituyen el contenido material de la riqueza, sea cual fuere la forma social de ésta. En la forma de sociedad [45] que hemos de examinar, son a la vez los portadores materiales del valor de cambio.
En primer lugar, el valor de cambio se presenta como relación cuantitativa, proporción en que se intercambian valores de uso de una clase por valores de uso de otra clase [6], una relación que se modifica constantemente según el tiempo y el lugar. El valor de cambio, pues, parece ser algo contingente y puramente relativo, y un valor de cambio inmanente, intrínseco a la mercancía (valeur intrinsèque) [7] es exactamente tanto como lo que habrá de rendir." [27], [8] pues, sería una contradictio in adiecto [contradicción entre un término y su atributo]. Examinemos la cosa más de cerca.
Una mercancía individual, por ejemplo un quarter [a] de trigo, se intercambia por otros artículos en las proporciones más diversas. No obstante su valor de cambio se mantiene inalterado, ya sea que se exprese en x betún, y seda, z oro, etc. Debe, por tanto, poseer un contenido diferenciable de estos diversos modos de expresión [b].
Tomemos otras dos mercancías, por ejemplo el trigo y el hierro. Sea cual fuere su relación de cambio, ésta se podrá representar siempre por una ecuación en la que determinada cantidad de trigo se equipara a una cantidad cualquiera de hierro, por ejemplo: 1 quarter de trigo = a [46] quintales de hierro. ¿Qué denota esta ecuación? Que existe algo común, de la misma magnitud, en dos cosas distintas, tanto en 1 quarter de trigo como en a quintales de hierro. Ambas, por consiguiente, son iguales a una tercera, que en sí y para sí no es ni la una ni la otra. Cada una de ellas, pues, en tanto es valor de cambio, tiene que ser reducible a esa tercera.
Un sencillo ejemplo geométrico nos ilustrará el punto. Para determinar y comparar la superficie de todos los polígonos se los descompone en triángulos. Se reduce el triángulo, a su vez, a una expresión totalmente distinta de su figura visible: el semiproducto de la base por la altura. De igual suerte, es preciso reducir los valores de cambio de las mercancías a algo que les sea común, con respecto a lo cual representen un más o un menos.
Ese algo común no puede ser una propiedad natural --geométrica, física, química o de otra índole-- de las mercancías. Sus propiedades corpóreas entran en consideración, única y exclusivamente, en la medida en que ellas hacen útiles a las mercancías, en que las hacen ser, pues, valores de uso. Pero, por otra parte, salta a la vista que es precisamente la abstracción de sus valores de uso lo que caracteriza la relación de intercambio entre las mercancías. Dentro de tal relación, un valor de uso vale exactamente lo mismo que cualquier otro, siempre que esté presente en la proporción que corresponda. O, como dice el viejo Barbon: "Una clase de mercancías es tan buena como otra, si su valor de cambio es igual. No existe diferencia o distinción entre cosas de igual valor de cambio" [9]. En cuanto valores de uso, las mercancías son, ante todo, diferentes en cuanto a la cualidad; como valores de cambio sólo pueden diferir por su cantidad, y no contienen, por consiguiente, ni un solo átomo de valor de uso.
Ahora bien, si ponemos a un lado el valor de uso del cuerpo de las mercancías, únicamente les restará una propiedad: la de ser productos del trabajo. No obstante, [47] también el producto del trabajo se nos ha transformado entre las manos. Si hacemos abstracción de su valor de uso, abstraemos también los componentes y formas corpóreas que hacen de él un valor de uso. Ese producto ya no es una mesa o casa o hilo o cualquier otra cosa útil. Todas sus propiedades sensibles se han esfumado. Ya tampoco es producto del trabajo del ebanista o del albañil o del hilandero o de cualquier otro trabajo productivo determinado. Con el carácter útil de los productos del trabajo se desvanece el carácter útil de los trabajos representados en ellos y, por ende, se desvanecen también las diversas formas concretas de esos trabajos; éstos dejan de distinguirse, reduciéndose en su totalidad a trabajo humano indiferenciado, a trabajo abstractamente humano.
Examinemos ahora el residuo de los productos del trabajo. Nada ha quedado de ellos salvo una misma objetividad espectral, una mera gelatina de trabajo humano indiferenciado, esto es, de gasto de fuerza de trabajo humana sin consideración a la forma en que se gastó la misma. Esas cosas tan sólo nos hacen presente que en su producción se empleó fuerza humana de trabajo, se acumuló trabajo humano. En cuanto cristalizaciones de esa sustancia social común a ellas, son valores [c].
En la relación misma de intercambio entre las mercancías, su valor de cambio se nos puso de manifiesto como algo por entero independiente de sus valores de uso. Si luego se hace efectivamente abstracción del valor de uso que tienen los productos del trabajo, se obtiene su valor, tal como acaba de determinarse. Ese algo común que se manifiesta en la relación de intercambio o en el valor de cambio de las mercancías es, pues, su valor. El desenvolvimiento de la investigación volverá a conducirnos al valor de cambio como modo de expresión o forma de manifestación necesaria del valor [d], al que por de pronto, sin embargo, se ha de considerar independientemente de esa forma.
Un valor de uso o un bien, por ende, sólo tiene valor porque en él está objetivado o materializado trabajo abstractamente humano. ¿Cómo medir, entonces, la magnitud [48] de su valor? Por la cantidad de "sustancia generadora de valor" --por la cantidad de trabajo-- contenida en ese valor de uso. La cantidad de trabajo misma se mide por su duración, y el tiempo de trabajo, a su vez, reconoce su patrón de medida en determinadas fracciones temporales, tales como hora, día, etcétera.
Podría parecer que si el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo gastada en su producción, cuanto más perezoso o torpe fuera un hombre tanto más valiosa sería su mercancía, porque aquél necesitaría tanto más tiempo para fabricarla. Sin embargo, el trabajo que genera la sustancia de los valores es trabajo humano indiferenciado, gasto de la misma fuerza humana de trabajo. El conjunto de la fuerza de trabajo de la sociedad, representado en los valores del mundo de las mercancías, hace las veces aquí de una y la misma fuerza humana de trabajo, por más que se componga de innumerables fuerzas de trabajo individuales. Cada una de esas fuerzas de trabajo individuales es la misma fuerza de trabajo humana que las demás, en cuanto posee el carácter de fuerza de trabajo social media y opera como tal fuerza de trabajo social media, es decir, en cuanto, en la producción de una mercancía, sólo utiliza el tiempo de trabajo promedialmente necesario, o tiempo de trabajo socialmente necesario. El tiempo de trabajo socialmente necesario es el requerido para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción vigentes en una sociedad y con el grado social medio de destreza e intensidad de trabajo. Tras la adopción en Inglaterra del telar de vapor, por ejemplo, bastó más o menos la mitad de trabajo que antes para convertir en tela determinada cantidad de hilo. Para efectuar esa conversión, el tejedo manual inglés necesitaba emplear ahora exactamente el mismo tiempo de trabajo que antes, pero el producto de su hora individual de trabajo representaba únicamente media hora de trabajo social, y su valor disminuyó por consiguiente, a la mitad del que antes tenía.
Es sólo la cantidad de trabajo socialmente necesario, pues, o el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de un valor de uso, lo que determina su magnitud de valor [10]. Cada mercancía es considerada aquí, [49] en general, como ejemplar medio de su clase [11]. Por tanto, las mercancías que contienen cantidades iguales de trabajo, o que se pueden producir en el mismo tiempo de trabajo, tienen la misma magnitud de valor. El valor de una mercancía es al valor de cualquier otra, como el tiempo de trabajo necesario para la producción de la una es al tiempo de trabajo necesario para la producción de la otra. "En cuanto valores, todas las mercancías son, únicamente, determinada medida de tiempo de trabajo solidificado" [12].
La magnitud de valor de una mercancía se mantendría constante, por consiguiente, si también fuera constante el tiempo de trabajo requerido para su producción. Pero éste varía con todo cambio en la fuerza productiva del trabajo. La fuerza productiva del trabajo está determinada por múltiples circunstancias, entre otras por el nivel medio de destreza del obrero, el estadio de desarrollo en que se hallan la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas, la coordinación social del proceso de producción, la escala y la eficacia de los medios de producción, las condiciones naturales. La misma cantidad de trabajo, por ejemplo, produce 8 bushels [e] de trigo en un buen año, 4 en un mal año. La misma calidad de trabajo produce más metal en las minas ricas que en las pobres, etc. Los diamantes rara vez afloran en la corteza terrestre, y de ahí que el hallarlos insuma, término medio, mucho tiempo de trabajo. Por consiguiente, en poco volumen representan mucho trabajo. Jacob pone en duda que el oro haya saldado nunca su valor íntegro [13]. Aun más cierto es esto en el caso de los diamantes. Según Eschwege [14] el total de lo extraído durante ochenta años [50] de los yacimientos diamantíferos brasileños todavía no había alcanzado, en 1823, a igualar el precio del producto medio obtenido durante 18 meses en las plantaciones brasileñas de caña o de café, aun cuando representaba mucho más trabajo y por consiguiente más valor. Disponiendo de minas más productivas, la misma cantidad de trabajo se representaría en más diamantes, y el valor de los mismos disminuiría. Y si con poco trabajo se lograra transformar carbón en diamantes, éstos podrían llegar a valer menos que ladrillos. En términos generales: cuanto mayor sea la fuerza productiva del trabajo, tanto menor será el tiempo de trabajo requerido para la producción de un artículo, tanto menor la masa de trabajo cristalizada en él, tanto menor su valor. A la inversa, cuanto menor sea la fuerza productiva del trabajo, tanto mayor será el tiempo de trabajo necesario para la producción de un artículo, tanto mayor su valor. Por ende, la magnitud de valor de una mercancía varía en razón directa a la cantidad de trabajo efectivizado en ella e inversa a la fuerza productiva de ese trabajo.
Una cosa puede ser valor de uso y no ser valor. Es éste el caso cuando su utilidad para el hombre no ha sido mediada por el trabajo. Ocurre ello con el aire, la tierra virgen, las praderas y bosques naturales, etc. Una cosa puede ser útil, y además producto del trabajo humano, y no ser mercancía. Quien, con su producto, satisface su propia necesidad, indudablemente crea un valor de uso, pero no una mercancía. Para producir una mercancía, no sólo debe producir valor de uso, sino valores de uso para otros, valores de uso sociales. {F. E. --Y no sólo, en rigor, para otros. El campesino medieval producía para el señor feudal el trigo del tributo, y para el cura el del diezmo. Pero ni el trigo del tributo ni el del diezmo se convertían en mercancías por el hecho de ser producidos para otros. Para transformarse en mercancía, el producto ha de transferirse a través del intercambio a quien se sirve de él como valor de uso.} [15]bis [f] Por último, ninguna cosa [51] puede ser valor si no es un objeto para el uso. Si es inútil, también será inútil el trabajo contenido en ella; no se contará como trabajo y no constituirá valor alguno.

3. La forma de valor o el valor de cambio
Las mercancías vienen al mundo revistiendo la forma de valores de uso o cuerpos de mercancías: hierro, lienzo, trigo, etc. Es ésta su prosaica forma natural. Sin embargo, sólo son mercancías debido a su dualidad, a que son objetos de uso y, simultáneamente, portadoras de valor. Sólo se presentan como mercancías, por ende, o sólo poseen la forma de mercancías, en la medida en que tienen una forma doble: la forma natural y la forma de valor.
La objetividad de las mercancías en cuanto valores se diferencia de mistress Quickly en que no se sabe por dónde agarrarla [22]. En contradicción directa con la objetividad sensorialmente grosera del cuerpo de las mercancías, ni un solo átomo de sustancia natural forma parte de su objetividad en cuanto valores. De ahí que por más que se dé vuelta y se manipule una mercancía cualquiera, resultará inasequible en cuanto cosa que es valor. Si recordamos, empero, que las mercancías sólo poseen objetividad como valores en la medida en que son expresiones de la misma unidad social, del trabajo humano; que su objetividad en cuanto valores, por tanto, es de naturaleza puramente social, se comprenderá de suyo, asimismo, que dicha objetividad como valores sólo puede ponerse de manifiesto en la relación social entre diversas mercancías. Habíamos partido, en realidad, del valor de cambio o de la relación de intercambio entre las mercancías, para descubrir el valor de las mismas, oculto en esa relación. Es [59] menester, ahora, que volvamos a esa forma en que se manifiesta el valor.
No hay quien no sepa, aunque su conocimiento se reduzca a eso, que las mercancías poseen una forma común de valor que contrasta, de manera superlativa, con las abigarradas formas naturales propias de sus valores de uso: la forma de dinero. De lo que aquí se trata, sin embargo, es de llevar a cabo una tarea que la economía burguesa ni siquiera intentó, a saber, la de dilucidar la génesis de esa forma dineraria, siguiendo, para ello, el desarrollo de la expresión del valor contenida en la relación de valor existente entre las mercancías: desde su forma más simple y opaca hasta la deslumbrante forma de dinero. Con lo cual, al mismo tiempo, el enigma del dinero se desvanece.
La más simple relación de valor es, obviamente, la que existe entre una mercancía y otra mercancía determinada de especie diferente, sea cual fuere. La relación de valor entre dos mercancías, pues, proporciona la expresión más simple del valor de una mercancía.
A. FORMA SIMPLE O SINGULAR DE VALOR [g]
x mercancía A = y mercancía B, o bien:
x mercancía A vale y mercancía B
(20 varas de lienzo = 1 chaqueta, o bien:
20 varas de lienzo valen 1 chaqueta)
1. LOS DOS POLOS DE LA EXPRESION DEL VALOR:
FORMA RELATIVA DE VALOR Y FORMA DE EQUIVALENTE
El secreto de toda forma de valor yace oculto bajo esta forma simple de valor. Es su análisis, pues, el que presenta la verdadera dificultad.
Las dos mercancías heterogéneas A y B, en nuestro ejemplo el lienzo y la chaqueta, desempeñan aquí, obviamente, dos papeles diferentes. El lienzo expresa su valor en la chaqueta; la chaqueta hace las veces de material para [60] dicha expresión del valor. A la primera mercancía le corresponde un papel activo, a la segunda, uno pasivo. El valor de la primera mercancía queda representado como valor relativo, o sea, reviste una forma relativa de valor. La segunda mercancía funciona como equivalente, esto es, adopta una forma de equivalente.
La forma relativa de valor y la forma de equivalente son --aspectos interconectados e inseparables, que se condicionan de manera recíproca pero constituyen a la vez extremos excluyentes o contrapuestos, esto es, polos de la misma expresión de valor; se reparten siempre entre las distintas mercancías que la expresión del valor pone en interrelación. No me es posible, por ejemplo, expresar en lienzo el valor del lienzo. 20 varas de lienzo = 20 varas de lienzo no constituye expresión alguna de valor. La igualdad, por el contrario, dice más bien: 20 varas de lienzo no son otra cosa que 20 varas de lienzo, que una cantidad determinada de ese objeto para el uso que es el lienzo. El valor del lienzo, como vemos, sólo se puede expresar relativamente, es decir, en otra mercancía. La forma relativa de valor del lienzo supone, pues, que otra mercancía cualquiera se le contraponga bajo la forma de equivalente. Por lo demás, esa otra mercancía que hace las veces de equivalente, no puede revestir al mismo tiempo la forma reltiva de valor. Ella no expresa su propio valor. Se reduce a proporcionar el material para la expresión del valor de otra mercancía.
Sin duda, la expresión 20 varas de lienzo = 1 chaqueta, o 20 varas de lienzo valen 1 chaqueta, implica la relación inversa: 1 chaqueta = 20 varas de lienzo, o 1 chaqueta vale 20 varas de lienzo. Pero lo cierto es que para expresar en términos relativos el valor de la chaqueta debo invertir la ecuación, y al hacerlo es el lienzo, en vez de la chaqueta, el que pasa a ser el equivalente. Por tanto, la misma mercancía no puede, en la misma expresión del valor, presentarse simultáneamente bajo ambas formas. Éstas, por el contrario, se excluyen entre sí de manera polar.
El que una mercancía adopte la forma relativa de valor o la forma contrapuesta, la de equivalente, depende de manera exclusiva de la posición que en ese momento ocupe en la expresión del valor, esto es de que sea la mercancía cuyo valor se expresa o bien en cambio, la mercancía en la que se expresa el valor.
2. LA FORMA RELATIVA DE VALOR
a) Contenido de la forma relativa de valor
Para averiguar de qué manera la expresión simple del valor de una mercancía se encierra en la relación de valor entre dos mercancías, es necesario, en un principio, considerar esa relación con total prescindencia de su aspecto cuantitativo. Por regla general se procede precisamente a la inversa, viéndose en la relación de valor tan sólo la proporción en que se equiparan determinadas cantidades de dos clases distintas de mercancías. Se pasa por alto, de esta suerte, que las magnitudes de cosas diferentes no llegan a ser comparables cuantitativamente sino después de su reducción a la misma unidad. Sólo en cuanto expresiones de la misma unidad son magnitudes de la misma denominación, y por tanto conmensurables [23].
Ya sea que 20 varas de lienzo = 1 chaqueta, ó = 20 ó = x chaquetas, es decir, ya sea que una cantidad determinada de lienzo valga muchas o pocas chaquetas, en todas esas proporciones siempre está implícito que el lienzo y las chaquetas, en cuanto magnitudes de valor son expresiones de la misma unidad, cosas de igual naturaleza. Lienzo = chaqueta es el fundamento de la ecuación.
Pero las dos mercancías cualitativamente equiparadas no desempeñan el mismo papel. Sólo se expresa el valor del lienzo. ¿Y cómo? Relacionándolo con la chaqueta en calidad de "equivalente" suyo u objeto "intercambiable" por ella. En esta relación, la chaqueta cuenta como forma de existencia del valor, como cosa que es valor, pues sólo en cuanto tal es ella lo mismo que el lienzo. Por otra parte, sale a luz o adquiere una expresión autónoma el propio carácter de ser valor del lienzo, ya que sólo en cuanto valor se puede relacionar con la chaqueta como [62] equivalente o intercambiable por ella. El ácido butírico, por ejemplo, es un cuerpo diferente del formiato de propilo. Ambos, sin embargo, se componen de las mismas sustancias químicas: carbono (C), hidrógeno (H) y oxígeno (O), y justamente en proporciones iguales, a saber: C4 H8 O2. Ahora bien, si se igualara el ácido butírico al formiato de propilo, tendríamos lo siguiente: primero, que en esa igualdad el formiato de propilo sólo contaría como forma de existencia de C4 H8 O2, y en segundo lugar, con la igualdad diríamos que el ácido butírico se compone de C4 H8 O2. Al igualar el formiato de propilo con el ácido butírico, pues, se expresaría la sustancia química de ambos por contraposición a su forma corpórea.
Si decimos que las mercancías, en cuanto valores, no son más que mera gelatina de trabajo humano, nuestro análisis las reduce a la abstracción del valor, pero no les confiere forma alguna de valor que difiera de sus formas naturales. Otra cosa ocurre en la relación de valor entre una mercancía y otra. Lo que pone de relieve su carácter de valor es su propia relación con la otra mercancía.
Por ejemplo: al igualar la chaqueta, en cuanto cosa que es valor, al lienzo se equipara el trabajo que se encierra en la primera al trabajo encerrado en el segundo. Ahora bien: el trabajo que confecciona la chaqueta, el del sastre, es un trabajo concreto que difiere por su especie del trabajo que produce el lienzo, o sea, de tejer. Pero la equiparación con éste reduce el trabajo del sastre en realidad, a lo que en ambos trabajos es efectivamente igual, a su carácter común de trabajo humano. Dando este rodeo, pues, lo que decimos es que tampoco el trabajo del tejedor, en la medida en que teje valor, posee rasgo distintivo alguno con respecto al trabajo del sastre; es, por ende, trabajo abstractamente humano. Sólo la expresión de equivalencia de mercancías heterogéneas saca a luz el carácter específico del trabajo en cuanto formador de valor, reduciendo de hecho a lo que les es común, a trabajo humano en general, los trabajos heterogéneos que se encierran en las mercancías heterogéneas [24](bis) [25].
[63] Sin embargo, no basta con enunciar el carácter específico del trabajo del cual se compone el valor del lienzo. La fuerza de trabajo humana en estado líquido, o el trabajo humano, crea valor, pero no es valor. Se convierte en valor al solidificarse, al pasar a la forma objetiva. Para expresar el valor de la tela como una gelatina de trabajo humano, es menester expresarlo en cuanto "objetividad" que, como cosa, sea distinta del lienzo mismo, y a la vez común a él y a otra mercancía. El problema ya está resuelto.
Si en la relación de valor del lienzo se considera la chaqueta como algo que es cualitativamente igual a él, como cosa de la misma naturaleza, ello se debe a que ésta es un valor. Se la considera aquí, por tanto, como cosa en la que se manifiesta el valor, o que en su forma natural y tangible representa al valor. Ahora bien: la chaqueta, el cuerpo de la mercancía chaqueta, es un simple valor de uso. Una chaqueta expresa tan inadecuadamente el valor como cualquier pieza de lienzo. Esto demuestra, simplemente, que la chaqueta, puesta en el marco de la relación de valor con el lienzo, importa más que fuera de tal relación, así como no pocos hombres importan más si están embutidos en una chaqueta con galones que fuera de la misma.
En la producción de la chaqueta se ha empleado, de manera efectiva, fuerza de trabajo humana bajo la forma de trabajo sastreril. Se ha acumulado en ella, pues, trabajo humano. Desde este punto de vista, la chaqueta es "portadora de valor", aunque esa propiedad suya no se trasluzca ni siquiera cuando de puro gastada se vuelve transparente. Y en la relación de valor del lienzo, la chaqueta sólo cuenta en ese aspecto, esto es, como valor corporificado, como cuerpo que es valor. Su apariencia abotonada no es obstáculo para que el lienzo reconozca en ella un alma gemela, afín: el alma del valor. Frente al lienzo, sin [64] embargo, la chaqueta no puede representar el valor sin que el valor, simultáneamente, adopte para él la forma de chaqueta. Del mismo modo que el individuo A no puede conducirse ante el individuo B como ante el titular de la majestad sin que para A, al mismo tiempo, la majestad adopte la figura corporal de B y por consiguiente, cambie de fisonomía, color del cabello y muchos otros rasgos más cada vez que accede al trono un nuevo padre de la patria.
En la relación de valor, pues, en que la chaqueta constituye el equivalente del lienzo, la forma de chaqueta hace las veces de forma del valor. Por tanto, el valor de la mercancía lienzo queda expresado en el cuerpo de la mercancía chaqueta, el valor de una mercancía en el valor de uso de la otra. En cuanto valor de uso el lienzo es una cosa sensorialmente distinta de la chaqueta; en cuanto valor es igual a la chaqueta, y, en consecuencia, tiene el mismo aspecto que ésta. Adopta así una forma de valor, diferente de su forma natural. En su igualdad con la chaqueta se manifiesta su carácter de ser valor, tal como el carácter ovejuno del cristiano se revela en su igualdad con el cordero de Dios.
Como vemos, todo lo que antes nos había dicho el análisis del valor mercantil nos lo dice ahora el propio lienzo, no bien entabla relación con otra mercancía, la chaqueta. Sólo que el lienzo revela sus pensamientos en el único idioma que domina, el lenguaje de las mercancías. Para decir que su propio valor lo crea el trabajo, el trabajo en su condición abstracta de trabajo humano, dice que la chaqueta, en la medida en que vale lo mismo que él y, por tanto en cuanto es valor, está constituida por el mismo trabajo que el lienzo. Para decir que su sublime objetividad del valor difiere de su tieso cuerpo de lienzo, dice que el valor posee el aspecto de una chaqueta y que por tanto él mismo en cuanto cosa que es valor, se parece a la chaqueta como una gota de agua a otra. Obsérvese, incidentalmente que el lenguaje de las mercancías, aparte del hebreo, dispone de otros muchos dialectos más o menos precisos. La palabra alemana "Wertsein" a modo de ejemplo, expresa con menos igor que el verbo románico "valere", "valer", "valoir", la circunstancia de que la igualación de la mercancía B con la mercancía A [65] es la propia expresión del valor de A. Paris vaut bien une messe! [¡París bien vale una misa!] [26]
Por intermedio de la relación de valor, pues, la forma natural de la mercancía B deviene la forma de valor de la mercancía A, o el cuerpo de la mercancía B se convierte, para la mercancía A, en espejo de su valor [27]. Al referirse a la mercancía B como cuerpo del valor, como concreción material del trabajo humano, la mercancía A transforma al valor de uso B en el material de su propia expresión de valor. El valor de la mercancía A, expresado así en el valor de uso de la mercancía B, adopta la forma del valor relativo.
b) Carácter determinado cuantitativo de la forma relativa de valor
Toda mercancía cuyo valor debamos expresar es un objeto para el uso que se presenta en una cantidad determinada: 15 fanegas de trigo, 100 libras de café, etc. Esta cantidad dada de una mercancía contiene determinada cantidad de trabajo humano. La forma de valor, pues, no sólo tiene que expresar valor en general, sino valor, o magnitud de valor, cuantitativamente determinado. Por consiguiente, en la relación de valor de la mercancía A con la mercancía B, del lienzo con la chaqueta, no sólo se equipara cualitativamente la clase de mercancía chaqueta, como corporización del valor en general, con el lienzo, sino que a una cantidad determinada de lienzo, por ejemplo a 20 varas de lienzo, se le iguala una cantidad determinada del cuerpo que es valor o del equivalente, por ejemplo 1 chaqueta.
La igualdad: "20 varas de lienzo = 1 chaqueta", o "20 varas de lienzo valen 1 chaqueta", presupone que en [66] 1 chaqueta se encierra exactamente tanta sustancia de valor como en 20 varas de lienzo, por ende, que ambas cantidades de mercancías insumen el mismo trabajo o un tiempo de trabajo igual. El tiempo de trabajo necesario para la producción de 20 varas de lienzo o de una chaqueta, empero, varía cada vez que varía la fuerza productiva en el trabajo textil o en el de los sastres. Hemos de investigar con más detenimiento, ahora, el influjo que ese cambio ejerce sobre la expresión relativa de la magnitud del valor.
I. El valor del lienzo varía [28], manteniéndose constante el valor de la chaqueta. Si se duplicara el tiempo de trabajo necesario para la producción del lienzo, debido, por ejemplo, a un progresivo agotamiento de los suelos destinados a cultivar el lino, se duplicaría su valor. En lugar de 20 varas de lienzo = 1 chaqueta, tendríamos 20 varas de lienzo = 2 chaquetas, ya que ahora 1 chaqueta sólo contiene la mitad de tiempo de trabajo que 20 varas de lienzo. Si, por el contrario, decreciera a la mitad el tiempo de trabajo necesario para la producción del lienzo, digamos que a causa de haberse perfeccionado los telares el valor del lienzo se reduciría a la mitad. En consecuencia, ahora, 20 varas de lienzo = ½ chaqueta. Si se mantiene invariable el valor de la mercancía B, pues, el valor relativo de la mercancía A, es decir, su valor expresado en la mercancía B, aumenta y disminuye en razón directa al valor de la mercancía A.
II. El valor del lienzo permanece constante, pero varía el de la chaqueta. En estas circunstancias, si el tiempo de trabajo necesario para la producción de la chaqueta se duplica, por ejemplo debido a una mala zafra lanera, en vez de 20 varas de lienzo = 1 chaqueta, tendremos: 20 varas de lienzo = ½ chaqueta. Si en cambio el valor de la chaqueta baja a la mitad, entonces 20 varas de lienzo = 2 chaquetas. Por consiguiente, manteniéndose inalterado el valor de la mercancía A, su valor relativo, expresado en la mercancía B, aumenta o disminuye en razón inversa al cambio de valor de B.
[67] Si comparamos los diversos casos comprendidos en I y II, tendremos que el mismo cambio de magnitud experimentado por el valor relativo puede obedecer a causas absolutamente contrapuestas. Así, de que 20 varas de lienzo = 1 chaqueta, se pasa a: 1) la ecuación 20 varas de lienzo = 2 chaquetas, o porque aumentó al doble el valor del lienzo o porque el de la chaqueta se redujo a la mitad, y 2) a la ecuación 20 varas de lienzo = ½ chaqueta, sea porque el valor del lienzo disminuyó a la mitad, sea porque se duplic l de la chaqueta.
III. Las cantidades de trabajo necesarias para producir el lienzo y la chaqueta pueden variar al propio tiempo, en el mismo sentido y en idéntica proporción. En tal caso 20 varas de lienzo seguirán siendo = 1 chaqueta, por mucho que varíen sus valores. Se descubre el cambio de sus valores al compararlas con una tercera mercancía cuyo valor se haya mantenido constante. Si los valores de todas las mercancías aumentaran o disminuyeran simultáneamente y en la misma proporción, sus valores relativos se mantendrían inalterados. El cambio efectivo de sus valores lo advertiríamos por el hecho generalizado de que en el mismo tiempo de trabajo se suministraría ahora una cantidad mayor o menor de mercancías que antes.
IV. Los tiempos de trabajo necesarios para la producción del lienzo y la chaqueta, respectivamente, y por ende sus valores, podrían variar en el mismo sentido, pero en grado desigual, o en sentido opuesto, etc. La influencia que ejercen todas las combinaciones posibles de este tipo sobre el valor relativo de una mercancía se desprende, sencillamente, de la aplicación de los casos I, II y III.
Los cambios efectivos en las magnitudes de valor, pues, no se reflejan de un modo inequívoco ni exhaustivo en su expresión relativa o en la magnitud del valor relativo. El valor relativo de una mercancía puede variar aunque su valor se mantenga constante. Su valor relativo puede mantenerse constante, aunque su valor varíe, y, por último, en modo alguno es inevitable que coincidan en volumen las variaciones que se operan, simultáneamente, en las magnitudes del valor de las mercancías y en la expresión relativa de esas magnitudes del valor [29] Con el mismo derecho, el señor Broadhurst podría decir: Examinemos las fracciones 10/20, 10/50, 10/100, etc. El guarismo 10 permanece inalterado, y sin embargo su magnitud proporcional, su magnitud con respecto a los denominadores 20, 50, 100, decrece de manera constante. Se desmorona, por consiguiente, la gran tesis según la cual la magnitud de un número entero, como por ejemplo el 10, se "regula" por el número de las unidades que contiene..
3. LA FORMA DE EQUIVALENTE
Como hemos visto, cuando la mercancía A (el lienzo) expresa su valor en el valor de uso de la mercancía heterogénea B (la chaqueta), imprime a esta última una forma peculiar de valor, la del equivalente. La mercancía lienzo pone a la luz su propio carácter de ser valor por el hecho de que la chaqueta, sin adoptar una forma de valor distinta de su forma corpórea, le sea equivalente. El lienzo, pues, expresa efectivamente su propio carácter de ser valor en el hecho de que la chaqueta sea intercambiable directamente por él. La forma de equivalente que adopta una mercancía, pues, es la forma en que es directamente intercambiable por otra mercancía.
El hecho de que una clase de mercancías, como las chaquetas, sirva de equivalente a otra clase de mercancías, por ejemplo el lienzo --con lo cual las chaquetas adquieren la propiedad característica de encontrarse bajo la forma de intercambiabilidad directa con el lienzo--, en modo alguno significa que esté dada la proporción según la cual se pueden intercambiar chaquetas y lienzos. Como está dada la magnitud del valor del lienzo, esa proporción [69] dependerá de la magnitud del valor de la chaqueta. Ya sea que la chaqueta se exprese como equivalente y el lienzo coma valor relativo o, a la inversa, el lienzo como equivalente y la chaqueta como valor relativo, la magnitud del valor de la chaqueta quedará determinada, como siempre, por el tiempo de trabajo necesario para su producción, independientemente, pues, de la forma de valor que revista. Pero no bien la clase de mercancías chaqueta ocupa, en la expresión del valor, el puesto de equivalente, su magnitud de valor en modo alguno se expresa en cuanto tal. En la ecuación de valor dicha magnitud sólo figura, por el contrario, como determinada cantidad de una cosa.
Por ejemplo: 40 varas de lienzo "valen"... ¿qué? 2 chaquetas. Como la clase de mercancías chaqueta desempeña aquí el papel de equivalente; como el valor de uso chaqueta frente al lienzo hace las veces de cuerpo del valor, basta con determinada cantidad de chaquetas para expresar una cantidad determinada de lienzo. Dos chaquetas, por ende, pueden expresar la magnitud de valor de 40 varas de lienzo, pero nunca podrán expresar su propia magnitud de valor, la magnitud del valor de las chaquetas. La concepción superficial de este hecho, o sea que en la ecuación de valor el equivalente revista siempre, únicamente, la forma de una cantidad simple de una cosa, de un valor de uso, ha inducido a Bailey, así como a muchos de sus precursores y continuadores, a ver en la expresión del valor una relación puramente cuantitativa. La forma de equivalente de una mercancía, por el contrario, no contiene ninguna determinación cuantitativa del valor.
La primera peculiaridad que salta a la vista cuando se analiza la forma de equivalente es que el valor de uso se convierte en la forma en que se manifiesta su contrario, el valor.
La forma natural de la mercancía se convierte en forma de valor. Pero obsérvese que ése quid pro quo [tomar una cosa por otra] sólo ocurre, con respecto a una mercancía B (chaqueta o trigo o hierro, etc.), en el marco de la relación de valor que la enfrenta con otra mercancía A cualquiera (lienzo, etc.); únicamente dentro de los límites de esa relación. Como ninguna mercancía puede referirse a sí misma como equivalente, y por tanto tampoco puede convertir a su propia corteza natural en epresión de su propio valor, tiene que referirse a otra mercancía como equivalente, [70] o sea, hacer de la corteza natural de otra mercancía su propia forma de valor.
El ejemplo de una medida que se aplica a los cuerpos de las mercancías en cuanto tales cuerpos de mercancías, esto es, en cuanto valores de uso, nos dará una idea clara sobre el particular. Por ser un cuerpo, un pan de azúcar gravita y por tanto tiene determinado peso, pero no es posible ver o tocar el peso de ningún pan de azúcar. Tomemos diversos trozos de hierro cuyo peso haya sido previamente determinado. La forma corpórea del hierro, considerada en sí, de ningún modo es forma de manifestación de la pesantez, como tampoco lo es la forma del pan de azúcar. No obstante, para expresar el pan de azúcar en cuanto peso, lo insertamos en una relación ponderal con el hierro. En esta relación el hierro cuenta como cuerpo que no representa nada más que peso. Las cantidades de hierro, por consiguiente, sirven como medida ponderal del azúcar y en su contraposición con el cuerpo azúcar, representan una mera figura de la pesantez, una forma de manifestación de la pesantez. El hierro desempeña ese papel tan sólo dentro de esa relación en la cual se le enfrenta el azúcar, o cualquier otro cuerpo cuyo peso se trate de hallar. Si esas dos cosas no tuvieran peso, no podrían entrar en dicha relación y una de ellas, por ende, no estaría en condiciones de servir como expresión ponderal de la otra. Si las echamos en la balanza, veremos que efectivamente ambas en cuanto pesos son lo mismo, y por tanto que, en determinadas proporciones, son también equiponderantes. Así como el cuerpo férreo, al estar opuesto en cuanto medida ponderal al pan de azúcar, sólo representa pesantez, en nuestra expresión de valor el cuerpo de la chaqueta no representa frente al lienzo más que valor.
No obstante, la analogía se interrumpe aquí. En la expresión ponderal del pan de azúcar el hierro asume la representación de una propiedad naural común a ambos cuerpos: su pesantez, mientras que la chaqueta, en la expresión del valor del lienzo, simboliza una propiedad supranatural de ambas cosas: su valor, algo que es puramente social.
Cuando la forma relativa del valor de una mercancía, por ejemplo el lienzo, expresa su carácter de ser valor como algo absolutamente distinto de su cuerpo y de las propiedades de éste, por ejemplo como su carácter de ser [71] igual a una chaqueta, esta expresión denota, por sí misma, que en ella se oculta una relación social. Ocurre a la inversa con la forma de equivalente. Consiste ésta, precisamente, en que el cuerpo de una mercancía como la chaqueta, tal cual es, exprese valor y posea entonces por naturaleza forma de valor. Esto, sin duda, sólo tiene vigencia dentro de la relación de valor en la cual la mercancía lienzo se refiere a la mercancía chaqueta como equivalente [30]. Pero como las propiedades de una cosa no surgen de su relación con otras cosas sino que, antes bien, simplemente se activan en esa relación, la chaqueta parece poseer también por naturaleza su forma de equivalente, su calidad de ser directamente intercambiable, así como posee su propiedad de tener peso o de retener el calor. De ahí lo enigmático de la forma de equivalente, que sólo hiere la vista burguesamente obtusa del economista cuando lo enfrenta, ya consumada, en el dinero. Procura él, entonces, encontrar la explicación que desvanezca el carácter místico del oro y la plata, para lo cual los sustituye por mercancías no tan deslumbrantes y recita, con regocijo siempre renovado, el catálogo de todo el populacho de mercancías que otrora desempeñaron el papel de equivalente mercantil. No vislumbra siquiera que la más simple expresión del valor, como 20 varas de lienzo = 1 chaqueta, ya nos plantea, para que le demos solución, el enigma de la forma de equivalente.
El cuerpo de la mercancía que presta servicios de equivalente, cuenta siempre como encarnación de trabajo abstractamente humano y en todos los casos es el producto de un trabajo determinado útil, concreto. Este trabajo concreto, pues, se convierte en expresión de trabajo abstractamente humano. Si a la chaqueta, por ejemplo, se la considera como simple efectivización, al trabajo de sastrería que de hecho se efectiviza en él se lo tiene por mera forma de efectivización de trabajo abstractamente humano. Dentro de la expresión del valor del lienzo, la utilidad del trabajo sastreril no consiste en que produzca ropa, y por tanto también seres humanos, sino en que confeccione un [72] cuerpo que se advierte que es valor, y por consiguiente una gelatina de trabajo humano, absolutamente indistinguible del trabajo objetivado en el valor del lienzo. Para crear tal espejo del valor, el propio trabajo de los sastres no debe reflejar nada más que su propiedad abstracta de ser trabajo humano.
Tanto bajo la forma del trabajo sastreril como bajo la del trabajo tetil, se gasta fuerza de trabajo humana. Uno y otro trabajo, pues, poseen la propiedad general de ser trabajo humano y por consiguiente, en casos determinados como por ejemplo el de la producción de valores, sólo entran en consideración desde ese punto de vista. Nada de esto es misterioso. Pero en la expresión de valor de la mercancía, la cosa se invierte. Por ejemplo, para expresar que no es en su forma concreta como tejer que el tejer produce el valor del lienzo, sino en su condición general de trabajo humano, se le contrapone el trabajo sastreril, el trabajo concreto que produce el equivalente del lienzo, como la forma de efectivización tangible del trabajo abstractamente humano.
Es, pues, una segunda peculiaridad de la forma de equivalente, el hecho de que el trabajo concreto se convierta en la forma en que se manifiesta su contrario, el trabajo abstractamente humano.
Pero en tanto ese trabajo concreto, el de los sastres, oficia de simple expresión de trabajo humano indiferenciado, posee la forma de la igualdad con respecto a otro trabajo, al que se encierra en el lienzo, y es por tanto, aunque trabajo privado --como todos aquellos que producen mercancías--, trabajo en forma directamente social. Precisamente por eso se representa en un producto directamente intercambiable por otra mercancía. Por ende, una tercera peculiaridad de la forma de equivalente es que el trabajo privado adopta la forma de su contrario, del trabajo bajo la forma directamente social.
Las dos peculiaridades de la forma de equivalente analizadas en último lugar se vuelven aun más inteligibles si nos remitimos al gran investigador que analizó por vez primera la forma de valor, como tantas otras formas del pensar, de la sociedad y de la naturaleza. Nos referimos a Aristóteles.
Por de pronto, Aristóteles enuncia con claridad que la forma dineraria de la mercancía no es más que la figura [73] ulteriormente desarrollada de la forma simple del valor, esto es, de la expresión que adopta el valor de una mercancía en otra mercancía cualquiera. Dice, en efecto:
"5 lechos = una casa"
(texto en griego)
"no difiere" de
"5 lechos = tanto o cuanto dinero"
(texto en griego)
Aristóteles advierte además que la relación de valor en la que se encierra esta expresión de valor, implica a su vez el hecho de que la casa se equipare cualitativamente al lecho, y que sin tal igualdad de esencias no se podría establecer una relación recíproca, como magnitudes conmensurables, entre esas cosas que para nuestros sentidos son diferentes. "El intercambio", dice, "no podría darse sin la igualdad, la igualdad, a su vez, sin la conmensurabilidad" (texto en griego). Pero aquí se detiene perplejo, y desiste de seguir analizando la forma del valor. "En verdad es imposible" (texto en griego) "que cosas tan heterogéneas sean conmensurables", esto es, cualitativamente iguales. Esta igualación no puede ser sino algo extraño a la verdadera naturaleza de las cosas, y por consiguiente un mero "arbitrio para satisfacer la necesidad práctica". [31]
El propio Aristóteles nos dice, pues, por falta de qué se malogra su análisis ulterior: por carecer del concepto de valor. ¿Qué es lo igual, es decir, cuál es la sustancia común que la casa representa para el lecho, en la expresión del valor de éste? Algo así "en verdad no puede existir", afirma Aristóteles. ¿Por qué? Contrapuesta al lecho, la casa representa un algo igual, en la medida en que esto representa en ambos --casa y lecho-- algo que es efectivamente igual. Y eso es el trabajo humano.
Pero que bajo la forma de los valores mercantiles todos los trabajos se expresan como trabajo humano igual, y por tanto como equivalentes, era un resultado que no podía alcanzar Aristóteles partiendo de la forma misma del valor, porque la sociedad griega se fundaba en el trabajo esclavo y por consiguiente su base natural era la desigualdad de los hombres y de sus fuerzas de trabajo. El secreto de la expresión de valor, la igualdad y la validez igual de todos [74] los trabajos por ser trabajo humano en general, y en la medida en que lo son, sólo podía ser descifrado cuando el concepto de la igualdad humana poseyera ya la firmeza de un prejuicio popular. Mas esto sólo es posible en una sociedad donde la forma de mercancía es la forma general que adopta el producto del trabajo, y donde, por consiguiente, la relación entre unos y otros hombres como poseedores de mercancías se ha convertido, asimismo, en la relación social dominante. El genio de Aristóteles brilla precisamente por descubrir en la expresión del valor de las mercancías una relación de igualdad. Sólo la limitación histórica de la sociedad en que vivía le impidió averiguar en qué consistía, "en verdad", esa relación de igualdad.
 

 

   
   
  [277]  CAPITULO VIII

LA JORNADA LABORAL

1. Los límites de la jornada laboral

Partíamos del supuesto de que la fuerza de trabajo se compra y se vende a su valor. Tal valor, como el de cualquier otra mercancía, se determina por el tiempo de trabajo necesario para su producción. Por consiguiente, si la producción de los medios de subsistencia que cada día consume el obrero, término medio, requiere 6 horas, éste habrá de trabajar 6 horas por día, de promedio, para producir diariamente su fuerza de trabajo o reproducir el valor obtenido mediante la venta de la misma. La parte necesaria de su jornada laboral asciende entonces a 6 horas, y por ende, permaneciendo incambiadas las demás circunstancias, es una magnitud dada. Pero con esto no está todavía dada la extensión de la jornada laboral misma.

Supongamos que la línea a b representa la duración o extensión del tiempo de trabajo necesario, digamos 6 horas. Según se prolongue el trabajo más allá de a b en 1, 3 ó 6 horas, obtendremos las tres líneas siguientes,

Jornada laboral I Jornada laboral II

a b c a b c

Jornada laboral III

a b c,

que representan tres jornadas laborales diferentes, de 7, 9 y 12 horas. La línea de prolongación b c representa la [278] extensión del plustrabajo. Como la jornada laboral es = a b + b c, o sea a c, varía con la magnitud variable b c. Como a b está dada, siempre es posible medir la proporción entre b c y a b. En la jornada laboral I equivale a 1/6, en la jornada laboral II a 3/6 y en la jornada laboral III a 6/6 de a b. Además, como la proporción

tiempo de plustrabajo

 

tiempo de trabajo necesario

determina la tasa del plusvalor, dicha tasa se halla dada por aquella relación. En las tres distintas jornadas laborales asciende, respectivamente, a 16 2/3, 50 y 100 %. La tasa del plusvalor, en cambio, por si sola no nos da la magnitud de la jornada laboral. Si fuera, por ejemplo, igual a 100 %, la jornada laboral podría ser de 8, 10, 2 horas, etc. Indicaría que las dos partes constitutivas de la jornada laboral, el trabajo necesario y el plustrabajo, son equivalentes, pero no nos revelaría la magnitud de cada una de esas partes.

La jornada laboral no es, por tanto, una magnitud constante sino variable. Una de sus partes, ciertamente, se halla determinada por el tiempo de trabajo requerido para la reproducción constante del obrero mismo, pero su magnitud global varía con la extensión o duración del plustrabajo. Por consiguiente, la jornada laboral es determinable, pero en sí y para sí indeterminada [1].

Ahora bien, aunque la jornada laboral no sea una magnitud constante sino fluente, sólo puede variar, por otra parte, dentro de ciertos límites. Su límite mínimo es indeterminable, sin embargo. Es cierto que si fijamos la línea de prolongación b c, o plustrabajo, en 0, obtendremos un límite mínimo, esto es, la parte de la jornada que el obrero tiene necesariamente que trabajar para la subsistencia de sí mismo. Pero sobre la base del modo de producción capitalista el trabajo necesario no puede ser sino una parte de la jornada laboral del obrero, y ésta nunca puede reducirse a ese mínimo. La jornada laboral, por el contrario, posee un límite máximo. No es [279] prolongable más allá de determinada linde. Ese límite máximo está determinado de dos maneras. De una parte, por la barrera física de la fuerza de trabajo. Durante el día natural de 24 horas un hombre sólo puede gastar una cantidad determinada de fuerza vital. Así, de manera análoga, un caballo sólo puede trabajar, promedialmente, 8 horas diarias. Durante una parte del día la fuerza debe reposar, dormir, mientras que durante otra parte del día el hombre tiene que satisfacer otras necesidades físicas, alimentarse, asearse, vestirse, etc. Aparte ese límite puramente físico, la prolongación de la jornada laboral tropieza con barreras morales. El hombre necesita tiempo para la satisfacción de necesidades espirituales y sociales, cuya amplitud y número dependen del nivel alcanzado en general por la civilización. La variación de la jornada laboral oscila pues dentro de límites físicos y sociales. Unos y otros son, sin embargo, de naturaleza muy elástica y permiten la libertad de movimientos. Encontramos, así, jornadas laborales de 8, 10, 12, 14, 16, 18 horas, o sea de las extensiones más disímiles.

El capitalista ha comprado la fuerza de trabajo por su valor diario. Le pertenece el valor de uso de la misma durante una jornada laboral. Ha obtenido el derecho, pues, de hacer que el obrero trabaje para él durante un día. ¿Pero qué es una jornada laboral? [2] 3. En todo caso, menos de un día natural de vida. ¿Y cuánto menos? El capitalista tiene su opinión sobre esa última Thule 4, el límite necesario de la jornada laboral. Como capitalista, no es más que capital personificado. Su alma es el alma del capital. Pero el capital tiene un solo impulso vital, el impulso de valorizarse, de crear plusvalor, de absorber, con su parte constante, los medios de producción, la mayor masa posible de plustrabajo [5]. El capital es trabajo muerto que sólo se [280] reanima, a la manera de un vampiro, al chupar trabajo vivo, y que vive tanto más cuanto más trabajo vivo chupa. El tiempo durante el cual trabaja el obrero es el tiempo durante el cual el capitalista consume la fuerza de trabajo que ha adquirido [6]. Si el obrero consume para sí mismo el tiempo a su disposición, roba al capitalista [7].

El capitalista, pues, se remite a la ley del intercambio mercantil. Al igual que cualquier otro comprador, procura extraer la mayor utilidad posible del valor de uso que tiene su mercancía. Pero súbitamente se alza la voz del obrero, que en el estrépito y agitación del proceso de producción había enmudecido:

La mercancía que te he vendido se distingue del populacho de las demás mercancías en que su uso genera valor, y valor mayor del que ella misma cuesta. Por eso la compraste. Lo que desde tu punto de vista aparece como valorización de capital, es desde el mío gasto excedentario de fuerza de trabajo. En la plaza del mercado, tú y yo sólo reconocemos una ley, la del intercambio de mercancías. Y el consumo de la mercancía no pertenece al vendedor que la enajena, sino al comprador que la adquiere. Te pertenece, por tanto, el uso de mi fuerza de trabajo diaria. Pero por intermedio de su precio diario de venta yo debo reproducirla diariamente y, por tanto, poder venderla de nuevo. Dejando a un lado el desgaste natural por la edad, etc., mañana he de estar en condiciones de trabajar con el mismo estado normal de vigor, salud y lozanía que hoy. Constantemente me predicas el evangelio del "ahorro" y la "abstinencia". [exclamdown]De acuerdo! Quiero economizar la fuerza de trabajo, a la manera de un administrador racional y ahorrativo de mi único patrimonio, y abstenerme de todo derroche insensato de la misma. Día a día quiero realizar, poner en movimiento, en [281] acción, sólo la cantidad de aquélla que sea compatible con su duración normal y su desarrollo saludable. Mediante la prolongación desmesurada de la jornada laboral, en un día puedes movilizar una cantidad de mi fuerza de trabajo mayor de la que yo puedo reponer en tres días. Lo que ganas así en trabajo, lo pierdo yo en sustancia laboral. La utilización de mi fuerza de trabajo y la expoliación de la misma son cosas muy diferentes. Si el período medio que puede vivir un obrero medio trabajando racionalmente asciende a 30 años, el valor de mi fuerza e trabajo, que

1

me pagas cada día, es de ó 1/10.950 de su

365 X 30

 

valor total. Pero si lo consumes en 10 años, me pagas diariamente 1/10.950 de su valor total en vez de 1/3.650, y por tanto sólo 1/3 de su valor cotidiano, y diariamente me robas, por consiguiente, 2/3 del valor de mi mercancía. Me pagas la fuerza de trabajo de un día, pero consumes la de tres. Esto contraviene nuestro acuerdo y la ley del intercambio mercantil. Exijo, pues, una jornada laboral de duración normal, y la exijo sin apelar a tu corazón, ya que en asuntos de dinero la benevolencia está totalmente de más. Bien puedes ser un ciudadano modelo, miembro tal vez de la Sociedad Protectora de los Animales y por añadidura vivir en olor de santidad, pero a la cosa que ante mi representas no le late un corazón en el pecho. Lo que parece palpitar en ella no es más que los latidos de mi propio corazón. Exijo la jornada normal de trabajo porque exijo el valor de mi mercancía, como cualquier otro vendedor [8] 9bis.

Dejando a un lado límites sumamente elásticos, como vemos, de la naturaleza del intercambio mercantil no se desprende limite alguno de la jornada laboral, y por tanto limite alguno del plustrabajo. El capitalista, cuando procura prolongar lo más posible la jornada laboral y convertir, si puede, una jornada laboral en dos, reafirma su derecho [282] en cuanto comprador. Por otra parte, la naturaleza específica de la mercancía vendida trae aparejado un límite al consumo que de la misma hace el comprador, y el obrero reafirma su derecho como vendedor cuando procura reducir la jornada laboral a determinada magnitud normal. Tiene lugar aquí, pues, una antinomia: derecho contra derecho, signados ambos de manera uniforme por la ley del intercambio mercantil. Entre derechos iguales decide la fuerza. Y de esta suerte, en la historia de la producción capitalista la reglamentación de la jornada laboral se presenta como lucha en torno a los límites de dicha jornada, una lucha entre el capitalista colectivo, esto es, la clase de los capitalistas, y el obrero colectivo, o sea la clase obrera.

 

2. La hambruna de plustrabajo. Fabricante y boyardo

 

El capital no ha inventado el plustrabajo. Dondequiera que una parte de la sociedad ejerce el monopolio de los medios de producción, el trabajador, libre o no, se ve obligado a añadir al tiempo de trabajo necesario para su propia subsistencia tiempo de trabajo excedentario y producir así los medios de subsistencia para el propietario de los medios de producción [10], ya sea ese propietario un (texto en griego) [aristócrata] ateniense, el teócrata etrusco, un civis romanus [ciudadano romano], el barón normando, el esclavista norteamericano, el boyardo valaco, el terrateniente moderno o el capitalista [11]. Es evidente, con todo, que cuando en una formación económico-social no prepondera el valor de cambio sino el valor de uso del producto, el plustrabajo está limitado por un círculo de necesidades más estrecho o más amplio, pero no surge del carácter mismo de la producción una necesidad ilimitada [283] de plustrabajo. De ahí que en la Antigüedad el exceso de trabajo se presentara bajo una forma horrible allí donde se trataba de obtener el valor de cambio en su figura dineraria autónoma, en la producción de oro y plata. La forma oficial del exceso de trabajo es aquí el trabajar forzadamente hasta la muerte. Basta con leer a Diodoro Sículo [12]. En el mundo antiguo, sin embargo, ésas son excepciones. Pero no bien los pueblos cuya producción aún se mueve bajo las formas inferiores del trabajo esclavo y de la prestación personal servil son arrastrados a un mercado mundial en el que impera el modo de producción capitalista y donde la venta de los productos en el extranjero se convierte en el interés prevaleciente, sobre los horrores bárbaros de la esclavitud, de la servidumbre de la gleba, etcétera, se injerta el horror civilizado del exceso de trabajo. De ahí que el trabajo de los negros en los estados meridionales de la Unión norteamericana mantuviera un carácter moderadamente patriarcal mientras la producción se orientaba, en lo fundamental, a la satisfacción de las necesidades inmediatas. Pero en la medida en que la exportación algodonera se transformó en interés vital de esos estados, el trabajo excesivo del negro a veces el consumo de su vida en siete años de trabajo se convirtió en factor de un sistema calculado y calculador. Ya no se trataba de arrancarle cierta masa de productos útiles. De lo que se trataba ahora era de la producción del plusvalor mismo. Otro tanto sucedió con la prestación personal servil, por ejemplo, en los principados danubianos.

La comparación entre la hambruna de plustrabajo en los principados danubianos y la misma hambre canina en las fábricas inglesas ofrece un interés particular, pues bajo la prestación personal servil el plustrabajo posee una forma autónoma, sensorialmente perceptible.

Supongamos que la jornada laboral incluya 6 horas de trabajo necesario y 6 horas de plustrabajo. El trabajador [284] libre, pues, entrega semanalmente al capitalista 6 X 6, o sea 36 horas de plustrabajo. Es lo mismo que si trabajara 3 días por semana para sí y 3 días por semana, gratis, para el capitalista. Pero esto no salta a la vista. El plustrabajo y el trabajo necesario se confunden en un todo. De ahí que también se pueda expresar la misma relación diciendo, por ejemplo, que en cada minuto el obrero trabaja 30 segundos para sí y 30 segundos para el capitalista. No ocurre lo mismo con la prestación personal servil. El trabajo necesario, pongamos por caso el que ejecuta el campesino valaco para su propia subsistencia, está separado espacialmente de su plustrabajo para el boyardo. Realiza el primero en su propia parcela, el segundo en la hacienda del señor. Las dos partes del tiemo de trabajo coexisten, por tanto, de manera independiente. Bajo la forma de la prestación personal servil el plustrabajo esta disociado netamente del trabajo necesario. Esta forma diferente de manifestación, como es obvio, no altera la relación cuantitativa entre el plustrabajo y el trabajo necesario. Tres días semanales de plustrabajo siguen siendo tres días de trabajo que no genera equivalente alguno para el trabajador, ya sea que ese trabajo se denomine servil o asalariado. Pero en el capitalista, la hambruna de plustrabajo se manifiesta en el afán de prolongar desmesuradamente la jornada laboral; en el boyardo, con más sencillez, en la caza directa de días de prestación personal [13].

La prestación personal estaba ligada, en los principados danubianos, a las rentas en especie y demás anexos de la servidumbre de la gleba, pero constituía el tributo fundamental rendido a la clase dominante. Donde era éste el caso, raramente la prestación personal surgía de la servidumbre de la gleba; mucho más frecuentemente, por el contrario, la última derivaba de la primera [14] (bis). Así [285] acontecía en las provincias rumanas. Su modo de producción originario se fundaba en la propiedad comunal, pero no en la propiedad comunal bajo su forma eslava, ni tampoco en la índica. Los miembros de la comunidad cultivaban de manera independiente, como propiedad privada libre, una parte de los predios; la otra parte, el ager publicus [tierra colectiva], la trabajaban en común. Los productos de este trabajo comunal servían en parte como fondo de reserva para los casos de malas cosechas y otras contingencias, en parte como erario público para cubrir los costos de la guerra, de la religión y otros gastos comunales. Con el andar del tiempo, dignatarios militares y eclesiásticos usurparon, junto a la propiedad común, las prestaciones destinadas a la misma. El trabajo de los campesinos libres en su tierra comunal se convirtió en prestación personal servil para los ladrones de la tierra colectiva. Con ello, simultáneamente, se desenvolvieron relaciones de servidumbre, aunque sólo de hecho, no de derecho, hasta que Rusia, liberadora del mundo, con el pretexto de abolir la servidumbre la elevó a la categoría de ley. Fueron los boyardos, naturalmente, quienes dictaron el código de la prestación personal proclamado en 1831 por el general ruso Kiseliov. Rusia conquistó así, de un solo golpe, a los magnates de los principados danubianos y los aplausos de los cretinos liberales de toda Europa.

Según el "Règlement organique" [15] que así se llama ese código de la prestación personal , todo campesino valaco debe al terrateniente, amén de una serie de contribuciones en especie, debidamente especificadas, lo siguiente: 1) doce días de trabajo, en general; 2) un día de trabajo en el campo, y 3) un día para recoger leña. Summa summarum [en total], 14 días por año. Pero con una profunda comprensión de la economía política, no se toma la jornada laboral en su sentido corriente, sino [286] la jornada laboral necesaria para la elaboración de un producto diario medio, el cual es fijado de manera tan mañosa que ni un cíclope podría ejecutarlo en 24 horas. De ahí que, en las descarnadas palabras de una ironía auténticamente rusa, el "Règlement" mismo declare que por 12 jornadas laborales ha de entenderse el producto correspondiente a un trabajo manual de 36 días; por una jornada laboral en el campo, tres jornadas, y por un día de recolección de leña, también el triple. Total: 42 días de prestación personal. Pero hay que agregar la llamada jobagie, prestaciones de servicios debidas al terrateniente para satisfacer necesidades extraordinarias de la producción. Con arreglo a la magnitud de su población, cada aldea debe proporcionar anualmente un contingente determinado para la jobagie. Se estima que esta prestación adicional asciende, para cada campesino valaco, a 14 días. De modo que la prestación personal preceptuada alcanza a 56 jornadas laborales por año. Pero en Valaquia el año agrícola, debido a lo desfavorable del clima, no comprende más que 210 días, de los cuales hay que descontar 40 domingos y feriados y, término medio, 30 días por mal tiempo, en total 70 días. Quedan 140 jornadas de trabajo. La proporción entre la prestación personal y el trabajo

56

necesario, , o sea 66 2/3 %, expresa una tasa mucho me-

84

nor del plusvalor que la que regula la labor del trabajador agrícola o fabril inglés. Sin embargo, ésa no es más que la prestación personal legalmente preceptuada. Inspirado por un espíritu aun más "liberal" que el de la legislación fabril inglesa, el "Règlement organique" ha sabido otorgar facilidades para su propia transgresión. Luego de haber convertido 12 jornadas en 54, el trabajo a realizar en cada jornada se define, una vez más, de tal suerte que necesariamente recae una sobrecarga en los días siguientes. En una jornada, por ejemplo, debe escardarse cierta extensión de terreno, para lo cual, principalmente en los maizales, se requiere el doble de tiempo. Puede interpretarse de tal manera, en determinados trabajos agrícolas, la tarea diaria fijada por la ley, que el día comienza en el mes de mayo y termina en el de octubre. Las disposiciones son aun más duras en el caso de Moldavia. "[exclamdown]Los doce días de prestación personal del <<Règlement organique>>", exclamó un [287] boyardo en el frenesí de la victoria, "equivalen a 365 días por año!" [16].

Si el "Règlement organique" de los principados danubianos es una expresión positiva de la hambruna de plustrabajo, legalizada por cada uno de sus artículos, las Factory Acts [leyes fabriles] inglesas son expresiones negativas de esa misma hambruna. Dichas leyes refrenan el acuciante deseo que el capital experimenta de desangrar sin tasa ni medida la fuerza de trabajo, y lo hacen mediante la limitación coactiva de la jornada laboral por parte del estado, y precisamente por parte de un estado al que dominan el capitalista y el terrateniente. Prescindiendo de un movimiento obrero que día a día se vuelve más amenazante y poderoso, la limitación de la jornada laboral fue dictada por la misma necesidad que obliga a arrojar guano en los campos ingleses. La misma rapacidad ciega que en un caso agota la tierra, en el otro había hecho presa en las raíces de la fuerza vital de la nación. Las epidemias periódicas fueron aquí tan elocuentes como lo es en Alemania y Francia la estatura decreciente de los soldados 17 a.

[288] La Factory Act de 1850, actualmente en vigor [b], permite 10 horas para la jornada semanal media, a saber: 12 horas en los primeros 5 días de la semana, de 6 de la mañana a 6 de la tarde, de las que se descuentan por ley 1/2 hora para el desayuno y una hora para el almuerzo, quedando entonces 10 1/2 para el trabajo, y 8 horas los sábados, de 6 de la mañana a 2 de la tarde, descontándose en este caso 1/2 hora para el desayuno. Quedan 60 horas de trabajo, 10 1/2 en los primeros 5 días de la semana, 7 1/2 en el último día [18]. Se designan funcionarios especiales encargados de velar por el cumplimiento de la ley y subordinados directamente al Ministerio del Interior, los inspectores fabriles, cuyos informes se publican semestralmente por orden del parlamento. Suministran, pues, una información estadística, oficial y continua, acerca de la hambruna de plustrabajo que experimentan los capitalistas.

Escuchemos un instante a los inspectores fabriles [19] 20bis.

"El fabricante tramposo hace que el trabajo comience un cuarto de hora (a veces más, a veces menos) antes de las 6 de la mañana, y lo finaliza un cuarto de hora [289] (a veces más, a veces menos) después de las 6 de la tarde. De la media hora permitida nominalmente para el desayuno retacea 5 minutos al principio y otros tantos al final, y 10 minutos al principio y otros 10 al final de la hora otorgada nominalmente para el almuerzo. Los sábados hace trabajar un cuarto de hora (a veces más, a veces menos) después de las 2 de la tarde. Con lo cual su ganancia es la siguiente:

 

Antes de las 6 de la mañana 15 minutos

Después de las 6 de la tarde 15 "

En el desayuno 10 "

En el almuerzo 20 "

 

60 minutos

 

Los sábados, antes de las 6 de la mañana 15 minutos

En el desayuno 10 "

Después de las 2 de la tarde 15 "

 

[40 minutos]

 

"O sea 5 horas y 40 minutos por semana, que multiplicados por las 50 semanas de trabajo en el año (descontando dos semanas por feriados e interrupciones ocasionales) equivalen a 27 jornadas de trabajo" [21].

"Cinco minutos diarios de trabajo adicional [...] equivalen en el año a dos días y medio de producción" [22].

"Una hora adicional por día, ganada a fuerza de echar mano aquí a un pedacito de tiempo, allá a otro, convierte en 13 los 12 meses del año" [23]51 "Reports... 30th April 1858", p. 9..

Las crisis durante las cuales la producción se interrumpe y sólo se trabaja a "tiempo reducido", esto es, algunos días por semana en nada alteran, naturalmente, el afán de prolongar la jornada laboral. Cuanto menos negocios se hagan, tanto mayor habrá de ser la ganancia sobre los negocios realizados. Cuanto menos tiempo se pueda trabajar, tanto más tiempo de plustrabajo habrá que trabajar. Así, por ejemplo, los inspectores fabriles [290] informan con respecto al período de la crisis de 1857 a 1858:

"Parecerá contradictorio que se den casos de trabajo excesivo en tiempos en que los negocios andan mal, pero precisamente esa mala situación es la que incita a hombres inescrupulosos a transgredir la ley, pues con ello obtienen ganancias extraordinarias..." "En los mismos momentos", dice Leonard Horner, "en que 122 fábricas de mi distrito han sido abandonadas por completo y 143 están paradas y todas las demás trabajan a tiempo reducido, continúa trabajándose por encima del tiempo que fija la ley"[24]. "A pesar de que en la mayor parte de las fábricas", dice el señor Howell, "a causa de la mala situación de los negocios sólo se trabaja la mitad del tiempo, sigo recibiendo la cantidad habitual de quejas acerca de que a los obreros se les escamotea (snatched) diariamente media hora o tres cuartos de hora retaceándoles el tiempo que la ley establece para la alimentación y el reposo"[25].

El mismo fenómeno se repitió, a menor escala, durante la terrible crisis algodonera de 1861 a 1865 [26].

"Cuando sorprendemos a los obreros trabajando durante las horas de comida o en otros momentos prohibidos por la ley, se aduce a veces que aquéllos se resisten firmemente a abandonar la fábrica y que hay que recurrir a la coacción para que interrumpan su trabajo" (limpieza de las máquinas, etc.), "en particular los sábados de tarde. Pero si la mano de obra permanece en la fábrica luego de la detención de las máquinas, ello ocurre únicamente porque no se les concedió un plazo para ejecutar esas tareas entre las 6 de la mañana y las 6 de la tarde, en las horas de trabajo establecidas legalmente"[27]y no osaba pecar sin antes rezar sus oraciones" [[[106]]]. [28].

[291] "A muchos fabricantes les parece que la ganancia extra que se puede obtener prolongando ilegalmente el tiempo de trabajo representa una tentación demasiado tiempo de trabajo representa una tentación demasiado fuerte como para poder resistirla, especulan con la posibilidad de que no se los sorprenda y calculan que aun en caso de ser descubiertos, la insignificancia de las multas y de las costas les asegura siempre un saldo a su favor" [29]. "En los casos en que el tiempo adicional se gana por una multiplicación de hurtos menores (a multiplication of small thefts) en el curso del día, los inspectores tropiezan con dificultades casi insuperables para obtener las pruebas correspondientes" [30]. Estos "hurtos menores" del capital, que retacean el tiempo destinado a la alimentación y el descanso del obrero, también son denominados por los inspectores fabriles "petty pilferings of minutes", mezquinas raterías de minutos [31], "snatching a few minutes", escamoteo de minutos [32], o, como los denominan técnicamente los obreros, "nibbling and cribbling at meal times" ["picotear y birlar a la hora de las comidas"] [33].

[292] En este ambiente, como vemos, no constituye misterio alguno la formación del plusvalor por el plustrabajo.

"Si usted me confió un fabricante muy respetable me permite hacer trabajar tan sólo 10 minutos de sobretiempo por día, me pone en el bolsillo [sterling] 1.000 anuales" [34]. "Los átomos de tiempo son los elementos de la ganancia" [35].

En este aspecto nada es más característico que la denominación de "full times" [c], que se da a los obreros que trabajan todo el tiempo, y la de "half times" [d], aplicada a los niños menores de 13 años, que legalmente sólo pueden trabajar 6 horas [36]. El obrero, aquí, no es nada más que tiempo de trabajo personificado. Todas las diferencias individuales se disuelven en las de "tiempos completos" y "medios tiempos".

 

3. Ramos industriales ingleses

sin limitaciones legales a la explotación

 

Hasta aquí hemos considerado el afán de prolongar la jornada laboral, la voracidad canibalesca de plustrabajo, en un dominio en que exacciones monstruosas no sobrepujadas, como dice un economista burgués británico, por las crueldades de los españoles contra los indios americanos [37] han sujetado por fin el capital a la cadena de la reglamentación legal. Volvamos ahora la mirada a algunos ramos de la producción en los cuales la explotación [293] del trabajo aun hoy carece de trabas o carecía de ellas hasta ayer.

"En su calidad de presidente de un mitin realizado en la alcaldía de Nottingham el 14 de enero de 1860, el señor Broughton, county magistrate [juez de condado], declaró que en la parte de la población urbana ocupada en la fabricación de encajes imperaba un grado de privación y sufrimiento desconocido en el resto [...] del mundo civilizado... A las 2, a las 3, a las 4 de la mañana se arranca de las sucias camas a niños de 9 a 10 años y se los obliga a trabajar por su mera subsistencia hasta las 10, las 11 o las 12 de la noche, mientras sus miembros se consumen, su complexión se encanija, se les embotan los rasgos faciales y su condición humana se hunde por completo en un torpor pétreo, extremadamente horrible de contemplar [...]. No nos sorprende que el señor Mallett o cualquier otro fabricante se presente y proteste contra toda discusión... El sistema, tal como lo describe el reverendo Montagu Valpy, es un sistema de esclavitud no mitigada: social, física, moral y espiritualmente... ¿Qué se podrá pensar de una ciudad que realiza una asamblea pública para solicitar que el período de trabajo para los hombres se reduzca a 18 horas diarias?... Peroramos contra los plantadores virginianos y carolinos. ¿Pero su mercado de negros, con todos los horrores del látigo y el tráfico de carne humana, es más detestable que este lento sacrificio de seres humanos, efectuado para que se fabriquen encajes y cuellos en beneficio del capitalista?" [38].

La alfarería (pottery) de Staffordshire ha sido objeto, durante los últimos 22 años, de tres investigaciones parlamentarias. Se consignan los resultados en el informe presentado en 1841 por el señor Scriven a los "Children's Employment Commissioners", en el informe de 1860 del doctor Greenhow, publicado por orden del funcionario médico del Privy Council [39] ("Public Health", 3erd Report, I, 102-113), y por último en el informe de 1863 del señor Longe que figura en el "First Report of the Children's Employment Commission" del 13 de junio de 1863. Basta para mi objeto tomar, de los informes de 1860 y 1863, algunas declaraciones testimoniales de los mismos niños explotados. La situación de los menores permite deducir cuál es la [294] de los adultos, ante todo la de las muchachas y mujeres, y ello precisamente en un ramo industrial a cuyo lado el hilado del algodón y actividades semejantes resultan ser ocupaciones agradabilísimas y salubres [40].

William Wood, de nueve años, "tenía 7 años y 10 meses cuando empezó a trabajar". El niño, desde un principio, "ran moulds" (llevaba al secadero la pieza ya moldeada, para después traer de vuelta el molde vacío). Todos los días de la semana entra a las 6 de la mañana y termina de trabajar a las 9 de la noche, aproximadamente. "Trabajo todos los días de la semana hasta las 9 de la noche. Así lo hice, por ejemplo, durante las últimas siete u ocho semanas." [exclamdown]Quince horas de trabajo, pues, para un niño de siete años! J. Murray, un chico de doce años, declara: "I run moulds and turn jigger" (hago girar la rueda). "Entro a las 6 de la mañana. A veces a las 4. Anoche trabajé toda la noche, hasta las 8 de esta mañana. Desde antenoche no me meto en la cama. Hubo otros ocho o nueve muchachos que trabajaron toda la noche. Todos, menos uno, volvieron esta mañana. Me pagan por semana 3 chelines y 6 peniques" (1 tálero y 5 groschen). "No me pagan más cuando me quedo toda la noche trabajando. En la última semana trabajé dos noches enteras." Fernyhough, un chico de diez años: "No siempre tengo una hora entera para el almuerzo, muchas veces sólo me dan media hora, todos los jueves, los viernes y los sábados" [41].

El doctor Greenhow declara que la duración de la vida en los distritos alfareros de Stoke-upon-Trent y Wolstanton es extraordinariamente corta. Aunque en el distrito de Stoke sólo está empleado en la industria alfarera el 36,6 % de la población masculina mayor de 20 años y en el de Wolstanton sólo el 30,4 %, en el primer distrito recaen en alfareros más de la mitad de los casos fatales provocados entre hombres de aquella categoría por las enfermedades pulmonares, y alrededor de 2/5 en el segundo de esos distritos. El doctor Boothroyd, médico práctico en Hanley, expresa: "Cada nueva generación de alfareros es más pequeña y menos robusta que la precedente". Lo [295] mismo sostiene otro facultativo, el señor McBean: "Desde que comenzó a practicar entre los alfareros, hace 25 años, ha observado una degeneración notable, que se manifiesta especialmente en la disminución de estatura y peso". Estas declaraciones las hemos tomado del informe elevado en 1860 por el doctor Greenhow [42].

Extractamos lo siguiente del informe presentado por los comisionados de 1863: el doctor Arledge, médico jefe del hospital de North Staffordshire, depone: "Como clase, los alfareros, tanto hombres como mujeres, representan una población degenerada, física y moralmente. La regla es que sean de escasa estatura, de mala complexión y que tengan mal formado el tórax; envejecen prematuramente y su vida es corta; son flemáticos y anémicos y revelan la debilidad de su constitución a través de obstinados ataques de dispepsia y desórdenes hepáticos y renales, así como de reumatismo. Pero de todas las enfermedades son más propensos a las del pecho: neumonía, tisis, bronquitis y asma. Una forma de esta última enfermedad es peculiar de ellos, y se la conoce por asma del alfarero o tisis del alfarero. La escrofulosis, que ataca las glándulas o los huesos u otras partes del organismo, es una enfermedad que afecta a dos tercios o más de los alfareros. [...] Si la degenerescencia (degenerescence) de la población de este distrito no es mayor de lo que es, ello se debe al reclutamiento constante de los distritos rurales vecinos y a los casamientos con personas de razas más sanas". El señor Charles Parsons, hasta hace poco house surgeon [médico interno] del mismo hospital, escribe en una carta al comisionado Longe, entre otras cosas: "Sólo puedo hablar basándome en mis observaciones personales, y no en datos estadísticos, pero no vacilo en asegurar que mi indignación se ha despertado, una y otra vez, a la vista de pobres criaturas cuya salud ha sido sacrificada para satisfacer la avaricia de sus padres o patrones". Enumera las causas a que obedecen las enfermedades de los alfareros y culmina la enumeración con "long hours" ("largas horas de trabajo"). El informe de los comisionados manifiesta la esperanza de que "una manufactura que ha conquistado un lugar tan prominente en el mundo entero, no quede sujeta durante mucho tiempo al estigma de que su gran éxito va [296] acompañado de la decadencia física, la difusión del sufrimiento corporal y la muerte prematura de la población trabajadora [...], gracias a cuyo trabajo y destreza se han alcanzado tan buenos resultados" [43]. Lo que vale para las alfarerías inglesas, se aplica también a las de Escocia [44].

La manufactura de fósforos data de 1833, cuando se inventó la aplicación de fósforo al palillo mismo. A partir de 1845 esta industria se desarrolló rápidamente en Inglaterra, y desde los sectores densamente poblados de Londres se ha expandido principalmente hacia Manchester, Birmingham, Liverpool, Bristol, Norwich, Newcastle, Glasgow, y con ella el trismo, afección que un médico vienés descubrió ya en 1845 como enfermedad específica de los trabajadores fosforeros. La mitad de los obreros son niños que no han llegado a los 13 años y menores de 18. Esta manufactura, por su insalubridad y repugnancia, está tan desacreditada que sólo la parte más desmoralizada de la clase obrera, las viudas medio muertas de hambre, etc., le suministran niños, "niños zaparrastrosos, famélicos, completamente desamparados e incultos" [45]. De los testigos a los que el comisionado White (1863) recibió declaración, 270 eran menores de 18 años, 40 no tenían 10 años, 10 sólo 8, y 5 nada más que 6 años. La jornada laboral varía: 12, 14 y 15 horas, trabajo nocturno; comidas irregulares, por lo general efectuadas en los mismos lugares de trabajo, contaminadas por el fósforo. En esta manufactura, Dante encontraría sobrepujadas sus más crueles fantasías infernales.

En las fábricas de papel de empapelar las clases más ordinarias se estampan a máquina, las más finas a mano (block printing). Los meses de actividad más intensa van de principios de octubre a fines de abril. A lo largo de ese período el trabajo suele durar, casi sin interrupción, de 6 de la mañana a 10 de la noche y hasta más tarde.

J. Leach declara: "El invierno pasado" (1862), "de 19 muchachas 6 dejaron de venir por su mala salud, derivada del trabajo excesivo. Para mantenerlas despiertas tenía que gritarles". W. Duffy: "A menudo los niños no podían mantener abiertos los ojos, de cansancio; en realidad, frecuentemente nosotros mismos casi no podíamos [297] hacerlo". J. Lightbourne: "Tengo 13 años... El último invierno trabajamos hasta las 9" (de la noche) "y el anterior hasta las 10. El último invierno las llagas en los pies casi todas las noches me hacían gritar". G. Apsden: "A este chico mío [...] cuando tenía 7 años acostumbraba llevarlo a la espalda, por la nieve, ida y vuelta, [exclamdown]y casi siempre él trabajaba 16 horas por día!... No pocas veces me arrodillé para darle de comer, mientras él estaba ante la máquina, pues no podía abandonarla ni detenerla". Smith, gerente y socio de una fábrica de Manchester: "Nosotros" (se refiere a su "mano de obra", a la que trabaja para "nosotros") "trabajamos sin interrupción para las comidas, de modo que la jornada laboral de 10 1/2 horas finaliza a las 4 1/2 de la tarde, y todo lo que viene después es sobretiempo" [46]. (Nos preguntamos si realmente este señor Smith no hace alguna pausa para comer algo durante 10 1/2 horas.) "Nosotros" (el mismo señor Smith) "rara vez abandonamos el trabajo antes de la 6 de la tarde" (se refiere al consumo de "nuestras" máquinas de fuerza de trabajo), "con lo cual realmente trabajamos" (iterum Crispinus) [47] "sobretiempo durante todo el año... Para todos éstos, niños y adultos por igual" (152 niños y muchachos menores de 18 años y 140 adultos), "el trabajo medio durante los últimos 18 meses ha sido por los menos de 7 jornadas y 5 horas por semana, o 78 1/2 horas semanales. Durante las seis semanas que terminaron el 2 de mayo de este año" (1863), "el término medio fue más elevado: [exclamdown]8 jornadas, o sea 84 horas por semana!" No obstante, el mismo señor Smith, tan afecto al pluralis maiestatis [plural mayestático], agrega con sonrisa satisfecha: "El trabajo a máquina es liviano". Y otro tanto dicen los que utilizan el block printing: "El trabajo manual es más salubre que el trabajo a máquina". En su conjunto, los señores fabricantes se pronuncian con [298] indignación contra la propuesta de "detener las máquinas por lo menos durante la hora de las comidas". "Una ley", dice el señor Otley, gerente de una fábrica de papel de empapelar en el Borough (en Londres), "que permitiera trabajar, digamos, entre las 6 de la mañana y las 9 de la noche [...] nos (!) vendría muy bien, pero el horario de la Factory Act de 6 de la mañana a 6 de la tarde no nos (!) conviene... Durante el almuerzo" ([exclamdown]qué magnanimidad!) "nuestra máquina se detiene. La detención no provoca ninguna pérdida de papel y color digna de mención. Pero", agrega comprensivamente, "puedo entender que a nadie le guste la pérdida consiguiente". El informe de la comisión entiende, candorosamente, que el temor de algunas "firmas importantes" a perder tiempo, esto es, tiempo de apropiación de trabajo ajeno, y por tanto a "perder beneficios", no es "razón suficiente" para "hacer perder" su almuerzo durante 12 ó 16 horas a niños menores de 13 años y muchachos con menos de 18, ni para proporcionárselo del mismo modo que a la máquina de vapor se le suministra carbón y agua, a la lana jabón, a la rueda aceite, etcétera, durante el proceso de producción mismo, como si fuera un mero material auxiliar del medio de trabajo [48].

Ningún ramo industrial en Inglaterra (dejamos a un lado la fabricación mecánica de pan, que apenas ahora se está abriendo camino) ha conservado hasta el presente un modo de producción tan arcaico y podríamos decir tan precristiano júzguese, si no, por lo que nos dicen los poetas del imperio romano como el de la panificación. Pero al capital, como hemos anotado con anterioridad, en un primer momento le es indiferente el carácter técnico del proceso laboral de que se apodera. Lo toma, en un primer momento, tal como lo encuentra.

La inverosímil adulteración del pan, particularmente en Londres, fue puesta al descubierto por primera vez por la Comisión "sobre la Adulteración de Alimentos", designada por la Cámara de los Comunes, y por la obra del doctor Hassall "Adulterations Detected" [49]. El resultado de estos descubrimientos fue la ley del 6 de agosto de 1860 [299] "for preventing the adulteration of articles of food and drink" ["para impedir la adulteración de comestibles y bebidas"], una ley inefectiva ya que daba muestras de la máxima delicadeza para con el freetrader [librecambista] que se propone "to turn an honest penny" [obtener un honrado penique] mediante la compra y venta de mercancías adulteradas [50]. La propia comisión, más o menos candorosamente, formuló su convicción de que el comercio libre significaba comercio con sustancias adulteradas o, como las denominan ingeniosamente los ingleses, "sustancias sofisticadas". Esta clase de "sofística", no cabe duda, sabe mejor que Protágoras convertir lo negro en blanco y lo blanco en negro, y mejor que los eleáticos [51] demostrar ad oculos [a ojos vistas] la mera apariencia de todo lo real [52]. De todos modos, la comisión atrajo la mirada del público sobre su "pan de cada día", y con ello sobre la panificación. Al mismo tiempo, en mítines públicos y peticiones resonó el clamor de los oficiales panaderos londinenses contra el exceso de trabajo, etc. Ese clamor se volvió tan apremiante que se designó comisionado investigador real al señor Hugh Seymour Tremenheere, miembro, asimismo, de la varias veces citada comisión de 1863. Su informe [53], acompañado de declaraciones testimoniales, no [300] conmovió el corazón sino el estómago del público. El inglés, versado en las Sagradas Escrituras, sabía bien que el hombre al que la predestinación no ha elegido para capitalista, terrateniente o beneficiario de una sinecura está obligado a ganarse el pan con el sudor de su frente, pero no sabía que con su pan tenía que comer diariamente cierta cantidad de sudor humano mezclado con secreciones forunculosas, telarañas, cucarachas muertas y levadura alemana podrida, para no hablar del alumbre, la arenisca y otros ingredientes minerales igualmente apetitosos. Sin miramiento alguno por Su Santidad el "Freetrade", se sujetó la panificación, hasta entonces "libre", a la vigilancia de inspectores del estado (hacia el final del período de sesiones de 1863), y por la misma ley se prohibió que los oficiales panaderos menores de 18 años trabajaran entre las 9 de la noche y las 5 de la mañana. En lo atinente al trabajo excesivo en este ramo industrial de tan patriarcales y gratas reminiscencias, esa última cláusula tiene la elocuencia de varios volúmenes.

"El trabajo de un oficial panadero comienza, por regla general, alrededor de las 11 de la noche. A esa hora prepara la masa, proceso muy fatigoso que insume de media hora a tres cuartos de hora, según el volumen de la masa y su finura. El oficial se acuesta entonces sobre la tabla de amasar, que a la vez sirve como tapa de la artesa en la que se prepara la masa, y duerme un par de horas con una bolsa de harina por almohada y otra sobre el cuerpo. Luego comienza un trabajo rápido e ininterrumpido de 4 [e] horas: amasar, pesar la masa, moldearla, ponerla al horno, sacarla del horno, etc. La temperatura de una panadería oscila entre 75 y 90 grados [f], y en las panaderías pequeñas es más bien más elevada que menos. Cuando ha finalizado el trabajo de hacer el pan, los bollos, etc., comienza el del reparto, y una parte considerable de los jornaleros, luego de efectuar el duro trabajo nocturno que hemos descrito, durante el día distribuyen el pan de puerta en puerta en canastos o empujando un carrito, y a veces, en los intervalos, trabajan también en la panadería. Según la estación del año y la importancia del negocio [...], el trabajo termina entre la 1 y las 6 de la tarde, mientras que una [301] parte de los oficiales siguen ocupados en la panadería hasta mucho más tarde" [54]. "Durante la [...] temporada londinense, por lo general los oficiales de las panaderías del West End que venden el pan a precio <<completo>> comienzan a trabajar a las 11 de la noche y están ocupados en la fabricación del pan, salvo una o dos interrupciones, a menudo brevísimas, hasta las 8 de la mañana siguiente. Luego se los utiliza hasta las 4, las 5, las 6 e incluso las 7 de la tarde para el reparto de pan o, a veces, para la elaboración de galleta en la panadería. Después de haber terminado la faena, pueden dedicar 6 horas al sueño, y a menudo sólo 5 y 4 horas. Los viernes el trabajo comienza más temprano, digamos a las 10 horas, y dura sin interrupción, en la preparación o la entrega del pan, hasta las 8 de la noche del sábado, pero más a menudo hasta las 4 ó 5 de la mañana del domingo. También en las panaderías de primera categoría, que venden el pan a <<precio completo>>, el domingo hay que realizar de 4 a 5 horas de trabajo preparatorio para la jornada siguiente... Los oficiales panaderos de los <<underselling masters>>" (que venden el pan por debajo de su precio completo) "y éstos comprenden, como ya hemos dicho, más de 3/4 de los panaderos londinenses, tienen horarios de trabajo aun más prolongados, pero su labor está casi enteramente confinada a la panadería, ya que sus patrones, si se exceptúa el suministro en pequeños almacenes, sólo venden en su propio negocio. Cerca del fin de semana... es decir el jueves, el trabajo comienza aquí a las 10 de la noche y prosigue, con sólo alguna breve interrupción, hasta muy entrada la noche del domingo" [55].

Incluso la mentalidad burguesa comprende lo que ocurre con los "underselling masters": "El trabajo impago de los oficiales (the unpaid labour of the men) configura la base de su competencia" [56]. Y el "full priced baker" ["panadero que vende al precio completo"] denuncia a sus "underselling" competidores, ante la comisión investigadora, como ladrones de trabajo ajeno y adulteradores. "Si existen es sólo porque, primero, defraudan al público y, segundo, [302] obtienen 18 horas de trabajo de sus hombres y les pagan el salario de 12 horas" [57].

La adulteración del pan y la formación de una categoría de panaderos que venden el pan por debajo de su precio completo, son fenómenos que se desarrollaron en Inglaterra desde comienzos del siglo XVIII, cuando decayó el carácter corporativo de la industria y entró en escena el capitalista por detrás del maestro panadero nominal bajo la figura del molinero o del fabricante de harina [58] 59bis. Con ello quedaban echadas las bases para la producción capitalista, para la prolongación desmesurada de la jornada laboral y el trabajo nocturno, aunque este último no arraigara firmemente en Londres hasta 1824 [60].

Se comprenderá, por lo precedente, que el informe de la comisión incluya a los oficiales panaderos entre esos obreros de vida corta que, después de tener la suerte de escapar a las afecciones que de manera regular diezman a los niños de todos los sectores de la clase obrera, difícilmente alcanzan los 42 años de edad. No obstante, la industria panadera está siempre congestionada de aspirantes. Las fuentes de suministro de estas "fuerzas de trabajo", en el caso de Londres, son Escocia, los distritos agrícolas del occidente de Inglaterra y... Alemania.

En 1858-1860 los oficiales panaderos organizaron en Irlanda, a sus expensas, grandes mítines de agitación contra el trabajo nocturno y dominical. El público, por ejemplo en el mitin efectuado en Dublín en mayo de 1860, tomó partido por ellos con la típica fogosidad irlandesa. Este movimiento, con todo éxito, impuso el trabajo exclusivamente diurno en Wexford, Kilkenny, Clonmel, Waterford, etcétera. "En Limerick, donde se ha comprobado que los [303] sufrimientos de los jornaleros superan toda medida, el movimiento fue derrotado por la oposición de los patrones panaderos, y en particular de los molineros. El ejemplo de Limerick motivó un retroceso en Ennis y Tipperary. En Cork, donde la indignación pública se manifestó de la manera más viva, los patrones, recurriendo a su facultad de poner en la calle a los oficiales, derrotaron al movimiento. En Dublín, los patrones panaderos presentaron la más decidida oposición al movimiento y por medio de la persecución a los oficiales que promovían la agitación, lograron que los demás se sometieran al trabajo nocturno y al dominical [...]" [61]. Una comisión de ese gobierno inglés que en Irlanda está armado hasta los dientes, reconviene plañideramente a los implacables maestros panaderos de Dublín, Limerick, Cork, etc.: "La comisión entiende que el horario de trabajo está limitado por leyes naturales, a las que no puede violarse impunemente. La actitud de los patrones panaderos, al hacer que sus obreros, por temor de perder el empleo, violen sus convicciones religiosas [...], desobedezcan las leyes del país y desairen a la opinión pública" (todo esto se refiere al trabajo dominical), "suscita la discordia entre los obreros y sus patrones [...] y da un ejemplo peligroso para la religión, la moral y el orden social... La comisión entiende que prolongar la jornada laboral a más de 12 horas constituye una usurpación de la vida doméstica y privada del obrero y provoca efectos morales desastrosos, entremetiéndose en la intimidad hogareña de cada hombre y exonerándolo de sus deberes familiares como hijo, hermano, marido, padre. Ese trabajo de más de 12 horas tiende a minar la salud del obrero y provoca así una vejez y muerte prematuras, para gran infortunio de las familias de los trabajadores, a las que de este modo se priva" (are deprived) "del cuidado y el apoyo del jefe de familia cuando más los requieren" [62].

Nos hallábamos, hace pocos momentos, en Irlanda. Del otro lado del Canal, en Escocia, el trabajador agrícola, el hombre del arado, denuncia su horario laboral de 13 a 14 horas, efectuado bajo el clima más inclemente, con 4 horas de trabajo suplementario los domingos ([exclamdown]en este país de [304] celosos guardadores del descanso dominical!) [63] g 64bis2 h i j k , al tiempo que ante un Grand Jury de Londres comparecen tres obreros ferrocarrileros: un guarda, un maquinista y un guardabarreras. Un terrible accidente ferroviario ha enviado al otro mundo a cientos de pasajeros. La negligencia de los ferroviarios es la causa del siniestro. Unánimemente declaran ante el jurado que hace 10 ó 12 años su horario de trabajo era sólo de 8 horas. Durante los últimos 5 ó 6 años el mismo se ha elevado a 14, 18 y 20 horas, y cuando se produce un aflujo particularmente intenso de turistas, como en las épocas de excursiones, dura a menudo ininterrumpidamente de 40 a 50 horas. Ellos eran seres humanos, no cíclopes. En un momento dado su fuerza de trabajo flaqueaba. El entumecimiento se apoderaba de sus miembros. El cerebro dejaba de pensar y los ojos de ver. El altamente "respectable British Juryman" ["respetable jurado británico"] les respondió con un veredicto que los enviaba al tribunal bajo la acusación de "manslaughter" (homicidio), y un indulgente anexo exteriorizaba el piadoso deseo de que los señores [305] magnates capitalistas del ferrocarril fueran un poco más dispendiosos en la compra de la cantidad necesaria de "fuerzas de trabajo" y más "abstinentes", "abnegados" o "frugales" en la explotación de la fuerza de trabajo pagada [65].

Del abigarrado tropel formado por obreros de todas las profesiones, edades y sexos que se agolpan ante nosotros más acuciosamente que ante Odiseo las almas de los victimados [66], y cuyo aspecto, sin necesidad de que lleven bajo el brazo los libros azules, nos revela a primera vista el exceso de trabajo, escogemos aun dos figuras, cuyo sorprendente contraste demuestra que para el capital todos los hombres son iguales: una modista y un herrero de grueso.

En las últimas semanas de junio de 1863 todos los diarios de Londres publicaron una noticia con el título "sensational": "Death From Simple Overwork" (muerte por simple exceso de trabajo). Se trataba de la muerte de la modista Mary Anne Walkley, de 20 años, empleada en un taller de modas proveedor de la corte, respetabilísimo, explotado por una dama con el dulce nombre de Elisa. Se descubría nuevamente la vieja historia, tantas veces contada [67]: estas muchachas trabajaban, término medio, 16 1/2 [306] horas, pero durante la temporada a menudo tenían que hacer 30 horas ininterrumpidas, movilizándose su "fuerza de trabajo" desfalleciente con el aporte ocasional de jerez, oporto o café. Y la temporada, precisamente, estaba en su apogeo. Había que terminar en un abrir y cerrar de ojos, por arte de encantamiento, los espléndidos vestidos que ostentarían las nobles ladies en el baile en homenaje de la recién importada princesa de Gales. Mary Anne Walkley había trabajado 26 1/2 horas sin interrupción, junto a otras 60 muchachas, de a 30 en una pieza que apenas contendría 1/3 de las necesarias pulgadas cúbicas de aire; de noche, dormían de a dos por cama en uno de los cuchitriles sofocantes donde se había improvisado, con diversos tabiques de tablas, un dormitorio 68 l m. Y éste era uno de los [307] mejores talleres de modas de Londres. Mary Anne Walkley cayó enferma el viernes y murió el domingo, sin concluir, para asombro de la señora Elisa, el último aderezo. El médico, señor Keys, tardíamente llamado al lecho de agonía, testimonió escuetamente ante la "coroner's jury" [comisión forense]: "Mary Anne Walkley murió a causa de largas horas de trabajo en un taller donde la gente esta hacinada y en un dormitorio pequeñísimo y mal ventilado". A fin de darle al facultativo una lección de buenos modales, la "coroner's jury" dictaminó, por el contrario: "La fallecida murió de apoplejía, pero hay motivos para temer que su muerte haya sido acelerada por el trabajo excesivo en un taller demasiado lleno". "Nuestros esclavos blancos" exclamó el "Morning Star", el órgano de los librecambistas Cobden y Bright, "nuestros esclavos blancos, arrojados a la tumba a fuerza de trabajo, [...] languidecen y mueren en silencio" [n] 69.

"Trabajar hasta la muerte es la orden del día, no sólo en los talleres de las modistas, sino en otros mil lugares, en todo sitio donde el negocio marche... Tomemos como ejemplo al herrero de grueso. Si hemos de prestar crédito a los poetas, no hay hombre más vigoroso, más alegre [308] que el herrero. Se levanta temprano y saca chispas al sol; come y bebe y duerme como nadie. Si trabaja con moderación, en efecto, ocupa una de las mejores posiciones humanas, físicamente hablando. Pero nosotros lo seguimos en la ciudad y vemos el peso del trabajo que recae en este hombre fuerte, y qué posición ocupa en la tasa de mortalidad de este país. En Marylebone (uno de los mayores barrios de Londres) los herreros mueren a razón de 31 por mil, anualmente, o sea 11 por encima de la mortalidad media de los varones adultos en Inglaterra. La ocupación, un arte casi instintivo de la humanidad, inobjetable como ramo de la industria humana, es convertida por el simple exceso de trabajo en aniquiladora del hombre. Éste puede asestar tantos martillazos diarios, caminar tantos pasos, respirar tantas veces, producir tanto trabajo y vivir término medio 50 años, pongamos por caso. Se lo obliga a dar tantos golpes más, a dar tantos pasos más, a respirar tantas veces más durante el día y, sumando todo esto, a incrementar su gasto vital en una cuarta parte. Hace el intento, y el resultado es que, produciendo durante un período limitado una cuarta parte más de trabajo, muere a los 37 años de edad en vez de a los 50" [70].

 

4. Trabajo diurno y nocturno. El sistema de relevos

 

El capital constante, los medios de producción, si se los considera desde el punto de vista del proceso de valorización, sólo existen para absorber trabajo, y con cada gota de trabajo una cantidad proporcional de plustrabajo. En la medida en que no lo hacen, su mera existencia constituye una pérdida negativa para el capitalista, pues durante el tiempo que permanecen inactivos representan un adelanto inútil de capital, y esta pérdida se vuelve positiva no bien la interrupción hace necesarios gastos adicionales para que se pueda reanudar el trabajo. La prolongación de la jornada laboral más allá de los límites del día natural, hasta abarcar horas de la noche, sólo actúa como [309] paliativo, mitiga apenas la sed vampiresca de sangre viva de trabajo. Apropiarse de trabajo durante todas las 24 horas del día es, por consiguiente, la tendencia inmanente de la producción capitalista. Pero como es físicamente imposible explotar las mismas fuerzas de trabajo día y noche, continuamente, se requiere, para superar ese obstáculo físico, alternar las fuerzas de trabajo consumidas durante el día y durante la noche. Esta alternancia admite diversos métodos: puede ser organizada, por ejemplo, de manera que una parte del personal obrero efectúe trabajo diurno una semana, trabajo nocturno durante la otra. Es sabido que este sistema de relevos, esta economía de alternación, predominó en el período juvenil y pletórico de la industria algodonera inglesa, etc., y que actualmente florece en las hilanderías de algodón de Moscú [n]. Como sistema, este proceso de producción de 24 horas existe aun actualmente en muchos ramos industriales británicos hasta hoy "libres", entre otros en los altos hornos, forjas, talleres de laminación y otras manufacturas de metales en Inglaterra, Gales y Escocia. El proceso de trabajo comprende aquí, además de las 24 horas de los 6 días laborales, la mayor parte de las 24 horas del domingo. El personal obrero se compone de hombres y mujeres, de adultos y menores de uno u otro sexo. La edad de los niños y jóvenes recorre todos los estadios intermedios que van de los 8 (en algunos casos de los 6) a los 18 años [71]. En algunos ramos, muchachas y mujeres trabajan también de noche, junto al personal masculino [72].

[310] Prescindiendo de los efectos nocivos que en general ocasiona el trabajo nocturno [73] 74, la duración ininterrumpida del proceso de producción a lo largo de 24 horas brinda la oportunidad, entusiastamente bienvenida, de traspasar los límites de la jornada nominal de trabajo. Por ejemplo, en los ramos industriales recién citados, que exigen un tremendo esfuerzo, la jornada laboral oficial asciende para todos los obreros a 12 horas, diurnas o nocturnas. Pero el exceso de trabajo más allá de ese límite es en muchos casos, para decirlo con palabras del informe oficial inglés, "verdaderamente pavoroso" ("truly fearful") [75]. "Es imposible que una mente humana", continúa el informe, "conciba el volumen de trabajo que según las declaraciones testimoniales efectúan muchachos de 9 a 12 años [...], sin llegar inevitablemente a la conclusión de que no debe permitirse más ese abuso de poder en que incurren padres y patrones" [76].

[311] "La práctica de hacer trabajar a los muchachos día y noche, alternadamente, tanto cuando las cosas se desenvuelven de manera normal como cuando hay obligaciones perentorias [...], lleva a una inicua prolongación de la jornada laboral. Esta prolongación en muchos casos no sólo es cruel sino realmente increíble. Como no puede dejar de ocurrir, por una u otra causa falta de tanto en tanto uno de los muchachos de relevo. Cuando esto sucede, uno o más de los muchachos presentes, que ya han terminado su jornada, tienen que suplir al ausente. Este sistema es de conocimiento tan general que [...] habiéndole preguntado al gerente de un taller de laminación cómo se cubría el lugar de los muchachos del relevo cuando faltaban, me respondió: Sé bien que usted lo sabe tan bien como yo, y no tuvo ningún inconveniente en admitir el hecho" [77]

"En un taller de laminación donde la jornada nominal duraba 11 1/2 horas para el obrero individual [o], un muchacho trabajaba 4 noches todas las semanas, por lo menos hasta las 8 1/2 de la noche del día siguiente... y esto durante 6 meses." "Otro, a la edad de 9 años, a veces trabajaba tres turnos consecutivos de 12 horas, y a los 10 años de edad dos días y dos noches seguidos." "Un tercero, ahora de diez años, [...] trabajaba tres días desde las 6 de la mañana hasta las 12 de la noche, y hasta las 9 de la noche los demás días." "Un cuarto, ahora de 13 años [...], trabajaba de 6 de la tarde hasta las 12 del mediodía siguiente, y a veces hacía tres turnos seguidos, por ejemplo desde el lunes de mañana hasta el martes de noche." "Un quinto, ahora de 12 años, trabajó en una fundición de hierro de Stavely desde las 6 de la mañana hasta las 12 de la noche durante una quincena, pero ahora está incapacitado para seguirlo haciendo." George Allinsworth, de nueve años' "vine aquí el viernes pasado [...]. El día siguiente tuvimos que empezar a las 3 de la mañana, así que pasé toda la noche aquí. Vivo a 5 millas [p] de aquí. Dormí en el suelo [...], sobre un mandil, y me tapé con [312] una chaquetita. Los otros dos días estuve aquí a las 6 de la mañana. [exclamdown]Claro que sí, es un lugar caluroso éste! Antes de venir aquí trabajé también un año entero en un alto horno. Era una fábrica muy grande, en el campo. También empezaba el sábado a las 3 de la mañana, pero estaba muy cerca de casa y podía dormir en casa. Otros días empezaba a las 6 de la mañana y terminaba a las 6 ó 7 de la tarde", etcétera [78] q.

[313] Pero oigamos, ahora, cómo concibe el capital mismo ese sistema de 24 horas. Naturalmente, el capital tiende un manto de silencio sobre los excesos del sistema, sobre su abuso en la "cruel e increíble" prolongación de la jornada laboral. Sólo habla del sistema en su forma "normal".

Los señores Naylor y Vickers, fabricantes de acero, emplean de 600 a 700 personas, de las cuales sólo el 10 % son menores de 18 años; de estos muchachos, solamente 20, a su vez, integran el personal nocturno. Naylor y Vickers se expresan de la siguiente manera: "Los muchachos no sufren en absoluto por el calor. La temperatura es probablemente de 86 a 90 [r]... En las forjas y los talleres de laminación la mano de obra trabaja por turnos día y noche, pero en todas las demás partes de la fábrica rige el trabajo diurno, de 6 de la mañana a 6 de la tarde. En la forja se trabaja de 12 a 12. Algunos obreros trabajan siempre de noche, sin ninguna alternación de trabajo diurno y nocturno... Hemos llegado a la conclusión de que el trabajo diurno o el nocturno no producen ninguna diferencia en la salud" (¿de los señores Naylor y Vickers?), "y probablemente la gente puede dormir mejor si tiene siempre el mismo período de descanso que si éste cambia... Aproximadamente 20 menores de 18 años trabajan en el equipo de la noche... No podríamos arreglarnos [314] bien (not well do) sin el trabajo nocturno de menores de 18 años. La objeción sería el incremento en el costo de producción [...]. Es difícil conseguir obreros expertos y capataces, pero muchachos conseguimos la cantidad que queramos... Naturalmente, si tenemos en cuenta la pequeña proporción de jóvenes a los que damos empleo, las restricciones del trabajo nocturno son de poca importancia o interés para nosotros" [79].

El señor J. Ellis, de la firma de los señores John Brown et Co., fábricas de hierro y acero que emplean 3.000 hombres y muchachos y que para una parte del trabajo siderúrgico más pesado aplican precisamente el sistema de "día y noche, con relevos", declara que en la dura labor de las acerías hay uno o dos muchachos por cada dos hombres. Su firma emplea 500 menores de 18 años, de los cuales aproximadamente la tercera parte, o sea 170, no tiene 13 años. Con respecto a la proyectada modificación de la ley, opina el señor Ellis: "No creo que fuera muy objetable (very objectionable) establecer que ninguna persona de menos de 18 años trabaje más de 12 de las 24 horas. Pero entiendo que no se puede trazar línea alguna, por encima de la edad de 12 años, conforme a la cual se pueda dispensar del trabajo nocturno a los muchachos. Hasta aceptaríamos mejor una ley que prohibiese absolutamente dar empleo a muchachos de menos de 13, o incluso de menos de 15 años, que una prohibición de utilizar durante la noche a los muchachos que ya tenemos. Los muchachos que trabajan en el turno del día tienen que trabajar también, alternativamente, en el de la noche, porque los hombres no pueden efectuar solamente trabajo nocturno, eso arruinaría su salud [...]. Pensamos, sin embargo, que el trabajo nocturno, en semanas alternadas, no es nocivo". (Los señores Naylor y Vickers creían por el contrario, en conformidad con el interés de su negocio, que era precisamente el trabajo nocturno alternado de manera periódica, y no el de carácter permanente, el que probablemente era perjudicial para su salud.) "A nuestro juicio la gente que efectúa alternativamente trabajo nocturno es tan sana, ni más ni menos, como la que sólo trabaja de día... Nuestras objeciones contra la prohibición del trabajo nocturno a los menores de 18 años se fundarían [315] en el incremento de los gastos, pero ésta es la única razón." ([exclamdown]Qué cínica ingenuidad!) "creemos que el aumento sería mayor de lo que el negocio (the trade), con la debida consideración a su exitosa ejecución, podría soportar equitativamente. (As the trade with due regard to etc. could fairly bear!)" ([exclamdown]Qué pastosa fraseología!) "El trabajo escasea aquí, y podría volverse insuficiente si se adoptara esa regulación" (esto es, Ellis, Brown et Co. podrían verse en el amargo trance de tener que pagar en su totalidad el valor de la fuerza de trabajo) [80].

Los "Talleres Cyclops de Hierro y Acero", de lo señores Cammell et Co., operan también en gran escala, a igual que los de la firma mencionada John Brown et Co. El director gerente entregó su declaración testimonial por escrito, al comisionado gubernamental White, pero más tarde consideró oportuno eliminar el manuscrito, que le había sido devuelto para su revisión. Sin embargo, el señor White tiene buena memoria. Recuerda con toda precisión que para estos señores Cíclopes la prohibición del trabajo nocturno de niños y jóvenes "sería imposible, equivaldría a paralizar sus talleres", [exclamdown]y sin embargo su empresa cuenta con poco más del 6 % de jóvenes menores de 18 años y con sólo 1 % de menores de 13 años! [81].

Sobre el mismo tema declara el señor E. F. Sanderson de la firma Sanderson, Bros. et Co. acerías, talleres de laminación y forja , en Attercliffe: "Grandes dificultades suscitaría la prohibición de que los menores de 18 años trabajaran de noche. La principal sería el aumento de los costos, aumento que la sustitución del trabajo de los jóvenes por el de los adultos traería aparejado necesariamente. No puedo decir exactamente a cuánto ascendería, pero es probable que no fuera tan grande como para que los fabricantes pudieran aumentar el precio del acero, y en consecuencia la pérdida recaería sobre ellos, ya que por supuesto los hombres" ([exclamdown]qué gente tan testaruda!) "se negarían a hacerse cargo de ella". El señor Sanderson no sabe cuánto paga a los niños, pero "quizás [...] ascienda 4 ó 5 chelines semanales por cabeza... El trabajo de los muchachos es de un tipo para el cual la fuerza de éstos es en general" ("generally", pero naturalmente no siempre, [316] no "en particular") "enteramente suficiente, y en consecuencia no derivaría de la mayor fuerza de los hombres ninguna ganancia que compensara la pérdida, o ello ocurriría sólo en los pocos casos en que el metal es muy pesado. A los hombres, asimismo, les gustaría menos no tener muchachos entre ellos, porque los hombres son menos obedientes. Además, los muchachos tienen que empezar a trabajar jóvenes, para aprender el oficio. Si sólo se les permitiera trabajar de día, no se alcanzaría ese objetivo". ¿Y por qué no? ¿Por qué los jóvenes no pueden aprender de día el oficio? ¿cuáles son tus razones? "Como los hombres trabajan de noche y de día en semanas alternadas, quedarían separados de sus muchachos la mitad del tiempo y perderían la mitad del beneficio que obtienen de ellos. El adiestramiento que dan a un aprendiz se calcula como parte del salario que los muchachos ganan con su trabajo y permite a los hombres, por lo tanto, conseguir más barato ese trabajo. Cada hombre perdería la mitad de su ganancia." En otras palabras, los señors Sandersons tendrían que pagar de su propio bolsillo una parte del salario de los obreros adultos, en vez de pagarla con el trabajo nocturno de los jóvenes. En este caso la ganancia de los señores Sandersons disminuiría en alguna medida, y ésa es la buena razón sandersoniana de por qué los jóvenes no pueden aprender su oficio en horas del día 82. Esto echaría además, sobre las espaldas de los hombres que ahora son relevados por los jóvenes, el trabajo nocturno regular, y aquéllos no lo podrían resistir. En pocas palabras, las dificultades serían tan grandes que probablemente dieran por resultado la supresión total del trabajo nocturno. "En lo que se refiere a la producción misma de acero", dice E. F. Sanderson, "no existiría la menor diferencia, pero..." Pero los señores Sandersons tienen algo más que hacer, además de acero. La producción de acero es sólo un pretexto para la producción de plusvalor. Los hornos de fundición, talleres de laminado, etc., los edificios, la maquinaria, el hierro, el carbón, etc., tienen algo más que hacer, aparte convertirse en acero. Si [317] existen es para absorber plustrabajo, y no cabe duda de que absorben más en 24 horas que en 12. Confieren a los Sandersons, de hecho y de derecho, un cheque por el tiempo de trabajo de cierta cantidad de brazos durante las 24 horas del día, y pierden su carácter de capital, convirtiéndose para los Sandersons en una pérdida neta, por ende, no bien se interrumpe su función de absorber trabajo. "[...] Pero entonces existiría la pérdida ocasionada por el hecho de que una maquinaria tan costosa estuviera inactiva la mitad del tiempo, y para efectuar el volumen de trabajo que hoy nosotros podemos llevar a cabo con el sistema actual, tendríamos que tener el doble de edificios y maquinaria, lo cual duplicaría la inversión." ¿Pero por qué justamente estos Sandersons pretenden un privilegio que no debieran tener los demás capitalistas, que sólo habrían de trabajar de día y cuyos edificios, maquinaria y materia prima, por consiguiente, permanecerían "inactivos" durante la noche? "Es cierto", responde E. F. Sanderson en nombre de todos los Sandersons, "que esa pérdida, ocasionada por la inactividad de la maquinaria, se da en todas las manufacturas que sólo trabajan durante el día. Pero el uso de los hornos implicaría, en nuestro caso, una pérdida adicional. Si se los mantuviera enendidos se desperdiciaría combustible" (en vez de que se desperdicie la sustancia vital de los obreros), "y si se los apagara, encenderlos de nuevo y alcanzar la temperatura adecuada generaría una pérdida de tiempo" (mientras que la pérdida del tiempo destinado al sueño, incluso al sueño de niños de ocho años, significa una ganancia de tiempo de trabajo para el clan de los Sandersons) "y los hornos mismos se resentirían por los cambios de temperatura" (mientras que esos mismos hornos no se resienten por la alternancia diurna y nocturna del trabajo) [83s] 84.

5. La lucha por la jornada normal de trabajo.

Leyes coercitivas para la prolongación de la jornada laboral, de mediados del siglo XIV a fines del XVII

 

"¿Qué es una jornada laboral?" ¿Durante qué espacio de tiempo el capital tiene derecho a consumir la fuerza de trabajo cuyo valor diario ha pagado? ¿Hasta qué punto se puede prolongar la jornada laboral más allá del tiempo de trabajo necesario para reproducir la fuerza de trabajo misma? A estas preguntas, como hemos visto, responde [319] el capital: la jornada laboral comprende diariamente 24 horas completas, deduciendo las pocas horas de descanso sin las cuales la fuerza de trabajo rehúsa absolutamente la prestación de nuevos servicios. Ni qué decir tiene, por de pronto, que el obrero a lo largo de su vida no es otra cosa que fuerza de trabajo, y que en consecuencia todo su tiempo disponible es, según la naturaleza y el derecho, tiempo de trabajo, perteneciente por tanto a la autovalorización del capital. Tiempo para la educación humana, para el desenvolvimiento intelectual, para el desempeño de funciones sociales, para el trato social, para el libre juego de las fuerzas vitales físicas y espirituales, e incluso para santificar el domingo y esto en el país de los celosos guardadores del descanso dominical [85] 86, [exclamdown]puras pamplinas! Pero en su desmesurado y ciego impulso, en su hambruna canina de plustrabajo, el capital no sólo transgrede los límites morales, sino también las barreras máximas puramente físicas de la jornada laboral. Usurpa el tiempo necesario para el crecimiento, el desarrollo y el mantenimiento de la salud corporal. Roba el tiempo que se requiere para el consumo de aire fresco y luz del sol. Escamotea tiempo de las comidas y, cuando puede, las incorpora al proceso de producción mismo, de tal manera que al obrero se le echa comida como si él fuera un medio de producción más, como a la caldera carbón y a la maquinaria grasa o aceite. Reduce el sueño saludable necesario para concentrar, renovar [320] y reanimar la energía vital a las horas de sopor que sean indispensables para revivir un organismo absolutamente agotado. En vez de que la conservación normal de la fuerza de trabajo constituya el límite de la jornada laboral, es, a la inversa, el mayor gasto diario posible de la fuerza de trabajo, por morbosamente violento y penoso que sea ese gasto, lo que determina los límites del tiempo que para su descanso resta al obrero. El capital no pregunta por la duración de la vida de la fuerza de trabajo. Lo que le interesa es únicamente qué máximo de fuerza de trabajo se puede movilizar en una jornada laboral. Alcanza este objetivo reduciendo la duración de la fuerza de trabajo, así como un agricultor codicioso obtiene del suelo un rendimiento acrecentado aniquilando su fertilidad.

La producción capitalista, que en esencia es producción de plusvalor, absorción de plustrabajo, produce por tanto, con la prolongación de la jornada laboral, no sólo la atrofia de la fuerza de trabajo humana, a la que despoja en lo moral y en lo físico de sus condiciones normales de desarrollo y actividad. Produce el agotamiento y muerte prematuros de la fuerza de trabajo misma 87. Prolonga, durante un lapso dado, el tiempo de producción del obrero, reduciéndole la duración de su vida.

Pero el valor de la fuerza de trabajo incluye el valor de las mercancías necesarias para la reproducción del obrero o para la perpetuación de la clase obrera. Por tanto, si esta prolongación antinatural de la jornada laboral por la que pugna necesariamente el capital, en su desmesurado impulso de autovalorización, acorta la vida de los obreros individuales y con ello la duración de su fuerza de trabajo, será necesario un remplazo más rápido de las fuerzas desgastadas, y por ende será mayor la suma exigida para cubrir los costos de desgaste en la reproducción de la fuerza de trabajo, del mismo modo que es tanto mayor la parte a reproducir del valor de una máquina cuanto más rápidamente ésta se desgaste. Parece, por consiguiente, que el propio interés del capital apuntara en la dirección de una jornada laboral normal.

[321] El esclavista compra trabajadores como compra caballos. Con la pérdida del esclavo pierde un capital que debe reemplazar mediante un nuevo desembolso en el mercado de esclavos. Pero "los arrozales de Georgia y los pantanos del Mississippi pueden ser faltamente nocivos para la constitución humana; el derroche de vidas humanas que requiere el cultivo de esos distritos, sin embargo, no es tan grande como para que no lo puedan reparar los desbordantes criaderos de Virginia y Kentucky. Las consideraciones económicas, que [...] brindan cierta seguridad de tratamiento humano si identifican el interés del amo con la conservación del esclavo, una vez que se practica la trata se convierten en motivos para explotar al máximo la faena del esclavo, ya que cuando puede llenarse inmediatamente su lugar gracias al aporte de criaderos extranjeros de negros, la duración de su vida, mientras sobreviva, se vuelve asunto de menor importancia que su productividad. Por eso, en las regiones importadoras de esclavos una máxima en el manejo de los mismos es que el sistema económico más eficaz es aquel que en el menor espacio de tiempo extrae del ganado humano (human chattel) el mayor volumen de rendimiento posible. Precisamente en los cultivos tropicales, en que las ganancias a menudo igualan cada año al capital total de las plantaciones, es donde más inescrupulosamente se sacrifica la vida del negro. Es la agricultura de las Indias Occidentales, fuente durante siglos de riquezas fabulosas, la que ha sumido en el abismo a millones de hombres de la raza africana. Es hoy día en Cuba, cuyos réditos suman millones y cuyos plantadores son potentados, donde encontramos en la clase servil, además de la alimentación más basta y el trabajo más agotador e incesante, la destrucción directa, todos los años, de una gran parte de sus miembros por la tortura lenta del trabajo excesivo y la carencia de sueño y de reposo" [88].

Mutato nomine de te fabula narratur! [[exclamdown]bajo otro nombre, a ti se refiere la historia!] [89] [exclamdown]Léase, en vez de trata de esclavos, mercado de trabajo, en lugar de Kentucky y Virginia, Irlanda y los distritos agrícolas ingleses, escoceses y galeses, en vez de Africa, Alemania! Nos enteramos de cómo el trabajo excesivo diezmaba a los panaderos de Londres, y sin embargo el mercado londinense de [322] trabajo está siempre colmado de alemanes y hombres de otras nacionalidades candidatos a morir en una panadería. La alfarería, como vimos, es uno de los ramos industriales cuyos obreros mueren más prematuramente. ¿Pero escasean por ello los alfareros? Josiah Wedgwood, el inventor de la alfarería moderna, y en sus orígenes obrero común él mismo, declaró en 1785 ante la Cámara de los Comunes que toda la manufactura ocupaba entre 15.000 y 20.000 personas [90]. En 1861, la población dedicada a esa industria, sólo en los centros urbanos de Gran Bretaña, ascendía a 101.302. "La industria algodonera existe desde hace noventa años... Durante tres generaciones de la raza inglesa I...] ha destruido nueve generaciones de obreros algodoneros" [91]. Cierto que en algunas épocas de auge febril, el mercado de trabajo mostró significativas lagunas. Así, por ejemplo, en 1834. Pero los señores fabricantes propusieron a los Poor Law Commissioners [comisionados de la ley de pobres] que se enviara al norte la "sobrepoblación" de los distritos agrícolas; explicaron que "los fabricantes la absorberían y consumirían" [92]. Fueron éstas sus propias palabras. "Se designaron agentes, en Manchester, con el consentimiento de los Poor Law Commissioners [...]. Se confeccionaron listas de obreros agrícolas, que fueron remitidas a esos agentes. Los fabricantes concurrieron a las oficinas y [...] luego de que eligieran lo que les convenía, les enviaron las familias desde el sur de Inglaterra. Se despachó a estos paquetes humanos rotulados como otros tantos fardos de mercancías por canales y en carretones, otros los seguían a pie y muchos vagabundeaban, perdidos y medio muertos de hambre, en torno de los distritos industriales. El sistema se desarrolló hasta convertirse en un verdadero ramo comercial. La Cámara de los Comunes apenas lo creerá [...]. Este comercio regular, este tráfico de carne humana se prolongó, y esa gente era comprada y vendida por los agentes de Manchester a los fabricantes de Manchester con exactamente la misma [323] regularidad que los negros por los plantadores algodoneros de los estados del Sur... En 1860, la industria algodonera alcanzó su cenit... De nuevo faltaban brazos. Los fabricantes se dirigieron una vez más a los agentes de carne humana... y éstos rastrillaron las dunas de Dorset, las colinas de Devon y las llanuras de Wilts, pero la sobrepoblación ya había sido devorada." El Bury Guardian se lamentó de que luego de la firma del tratado comercial anglo-francés se podría absorber 10.000 brazos adicionales y que pronto se necesitarían 30.000 ó 40.000 más. Después que los agentes y subagentes del tráfico de carne humana, en 1860, barrieran casi infructuosamente los distritos agrícolas, "una delegación de fabricantes se dirigió al señor Villiers, presidente de la Poor Law Board [Junta de la Ley de Pobres], solicitándole que volviese a autorizar el suministro de niños pobres y huérfanos de los workhouses [asilos]" [93].

[324] Lo que la experiencia muestra en general al capitalista es una sobrepoblación constante, esto es, sobrepoblación con respecto a la momentánea necesidad de valorización del capital, aunque dicha sobrepoblación forme su correntada con generaciones humanas atrofiadas, de corta vida, que se desplazan rápidamente unas a otras y a las que, por así decirlo, se arranca antes que maduren [94]. Es cierto que la experiencia, por otra parte, muestra al observador inteligente con qué rapidez y profundidad la producción capitalista que, históricamente hablando, data casi de ayer ha atacado las raíces vitales de las energías populares; cómo la degeneración de la población industrial sólo se aminora gracias a la constante absorción de elementos vitales de la campaña, producidos espontáneamente, y cómo incluso los trabajadores rurales, pese al aire puro y al principle of natural selection, que entre ellos rige de modo [325] omnipotente y que sólo deja medrar a los individuos más vigorosos, comienzan ya a languidecer [95]. En su movimiento práctico, el capital, que tiene tan "buenas razones" para negar los sufrimientos de la legión de obreros que lo rodea, se deja influir tan poco o tanto por la perspectiva de una futura degradación de la humanidad y en último término por una despoblación incontenible , como por la posible caída de la Tierra sobre el Sol. No hay quien no sepa, en toda especulación con acciones, que algún día habrá de desencadenarse la tormenta, pero cada uno espera que se descargará sobre la cabeza del prójimo, después que él mismo haya recogido y puesto a buen recaudo la lluvia de oro. Après moi le déluge! [[exclamdown]Después de mí el diluvio!] [96], es la divisa de todo capitalista y de toda nación de capitalistas. El capital, por consiguiente, no tiene en cuenta la salud y la duración de la vida del obrero, salvo cuando la sociedad lo obliga a tomarlas en consideración 97. Al reclamo contra la atrofia física y espiritual, contra la muerte prematura y el tormento del trabajo excesivo, responde el capital: ¿Habría de atormentarnos ese tormento, cuando acrecienta nuestro placer (la ganancia)?[98]. Pero en líneas [326] generales esto tampoco depende de la buena o mala voluntad del capitalista individual. La libre competencia impone las leyes inmanentes de la producción capitalista, frente al capitalista individual, como ley exterior coercitiva 99 Agregado a la nota 114. Un ejemplo mucho más llamativo nos lo brinda el pasado más reciente. El elevado precio del algodón, en una época de febril auge del negocio, indujo a los propietarios de hilanderías algodoneras en Blackburn, de común acuerdo, a reducir el tiempo de trabajo en sus fábricas durante un plazo determinado que expiraba, aproximadamente, a fines de noviembre (1871). Entretanto los fabricantes más ricos, que combinan la hilandería con la tejeduría, aprovecharon la merma en la producción, ocasionada por ese acuerdo, para extender sus negocios y obtener así grandes beneficios a expensas de los pequeños patrones. Viéndose en dificultades, [exclamdown]estos últimos se dirigieron a los obreros de las fábricas, los exhortaron a emprender una agitación seria en pro de la jornada de nueve horas y les prometieron colaborar económicamente para tal fin!.

La fijación de una jornada laboral normal es el resultado de una lucha multisecular entre el capitalista y el obrero. La historia de esta lucha, empero, muestra dos tendencias contrapuestas. Compárese, por ejemplo, la legislación fabril inglesa de nuestros días con las leyes laborales inglesas promulgadas desde el siglo XIV hasta más allá de mediados del siglo XVIII [100]. Mientras que la moderna legislación fabril abrevia coactivamente la jornada laboral, aquellas leyes procuraban prolongarla coactivamente. Cierto es que las pretensiones del capital en su estado embrionario cuando apenas está llegando a ser, cuando, por ende, su derecho a absorber determinada cantidad de plustrabajo no se afianza sólo mediante la fuerza de las condiciones económicas, sino también por medio de la colaboración del estado parecen modestísimas si se las [327] compara con las concesiones que, refunfuñando y con reluctancia, se ve obligado a hacer en su edad adulta. Fueron necesarios siglos hasta que el trabajador "libre", por obra del modo de producción capitalista desarrollado, se prestara voluntariamente, es decir, se viera socialmente obligado, a vender todo el tiempo de su vida activa, su capacidad misma de trabajo, por el precio de sus medios de subsistencia habituales; su derecho de primogenitura por un plato de lentejas. Es natural, por tanto, que la prolongación de la jornada laboral que el capital, desde mediados del siglo XIV hasta fines del XVII, procura imponer por medio del poder estatal a los obreros adultos, coincida aproximadamente con el límite del tiempo de trabajo que en algunos lugares traza el estado en la segunda mitad del siglo XIX a la transformación de sangre infantil en capital. Lo que hoy día por ejemplo en el estado de Massachusetts, hasta hace muy poco el estado más libre de la república norteamericana se proclama como límite legal al trabajo de los niños menores de 12 años, era en Inglaterra, aún a mediados del siglo XVII, la jornada laboral normal de vigorosos artesanos, robustos mozos de labranza y ciclópeos herreros [101].

La primera "Statute of Labourers" [ley de trabajadores] (23 Eduardo III, 1349) t encontró su pretexto [328] inmediato (no su causa, porque la legislación de este tipo duró siglos aunque ya había desaparecido el pretexto) en la Peste Negra [102], que diezmó la población a tal punto que, como afirma un escritor tory, "la dificultad de encontrar obreros que trabajasen a precios razonables" (esto es, a precios que dejaran a sus empleadores una razonable cantidad de plustrabajo), "creció a tal punto que se volvió completamente intolerable" [103]. De ahí que se fijaran por ley, coactivamente, salarios razonables y también los límites de la jornada laboral. Este último punto, que aquí es el único que nos interesa, se repite en la ley de 1496 (bajo Enrique VII) [u]. De marzo a setiembre la jornada laboral de todos los artesanos (artificers) y mozos de labranza debía durar, aunque esto nunca llegó a aplicarse, desde las 5 de la mañana hasta las 7 u 8 de la noche, pero las horas fijadas para las comidas eran: 1 para el desayuno, 1 1/2 para el almuerzo y 1/2 para la merienda, o sea justamente el doble de lo que establece la ley fabril hoy vigente [104v]. En el invierno se debía trabajar desde las 5 de la mañana hasta el oscurecer, con las mismas interrupciones. Una ley de Isabel, promulgada en 1562, válida para todos los trabajadores "alquilados por día o por semana", no modifica en nada la duración de la jornada laboral, pero procura limitar los intervalos a 2 1/2 horas en el verano y 2 horas [329] en el invierno. El almuerzo sólo debía durar una hora y "la siesta de 1/2 hora" únicamente se permitía de mediados de mayo a mediados de agosto. Por cada hora de ausencia había que descontar 1 penique (unos 10 pfennige) del salario. En la práctica, sin embargo, la condición obrera era mucho más favorable que en los códigos legales. El padre de la economía política, y en cierta medida el inventor de la estadística, William Petty, sostiene en un escrito que publicó en el último tercio del siglo XVII: "Los trabajadores" (labouring men, que eran entonces, en rigor, los trabajadores agrícolas) "trabajan 10 horas por día y efectúan 20 comidas semanales, a saber, tres comidas diarias los días de trabajo y 2 los domingos, de donde se deduce claramente que si ellos quisieran ayunar los viernes de noche y almorzar en una hora y media, mientras que ahora lo hacen en dos, de las 11 a la 1, por tanto si trabajaran 1/20 más y gastaran 1/20 menos, se podría recaudar la décima parte del impuesto arriba mencionado" [105]. [106] ¿No estaba en lo cierto el doctor Andrew Ure cuando censuraba la ley de doce horas, promulgada en 1833, calificándola de retroceso a la Edad Oscura? Es cierto que las disposiciones incluidas en aquellas ordenanzas y citadas por Petty rigen también para los "apprentices". Pero la siguiente queja nos ilustra acerca de cuál era la situación, aun a fines del siglo XVII, en lo referente al trabajo infantil: "Aquí en Inglaterra nuestros jóvenes no hacen absolutamente nada hasta el momento en que entran de aprendices, y entonces, como es lógico, necesitan mucho tiempo siete años para transformarse en artesanos cabales". Se elogia en cambio a Alemania porque allí, desde la cuna, "se educa" a los niños "dándoles un poquito de ocupación", por lo menos [107].

[330] Aun durante la mayor parte del siglo XVIII, hasta la época de la gran industria, el capital no había logrado todavía mediante el pago del valor semanal de la fuerza de trabajo apoderarse en Inglaterra de la semana íntegra del obrero, constituyendo sin embargo una excepción los trabajadores agrícolas. La circunstancia de que podían vivir una semana entera con el salario de 4 días no les parecía a los obreros motivo suficiente para trabajar también los otros 2 días en beneficio del capitalista. Una parte de los economistas ingleses, al servicio del capital, denunciaba de la manera más furibunda esa testarudez, mientras que otro bando defendía a los obreros. Escuchemos, por ejemplo, la polémica entre Postlethwayt, cuyo diccionario de comercio gozaba entonces de la misma reputación que hoy tienen las obras similares de MacCulloch y MacGregor, y el ya citado autor del "Essay on Trade and Commerce" [108] w. Dice [331] Postlethwayt entre otras cosas: "No podemos poner término a estas pocas observaciones, sin tomar nota del lugar común, repetido por tantos, según el cual si el trabajador (industrious poor) puede obtener en cinco días lo suficiente para vivir, no trabajará los 6 días en su totalidad. De ahí infieren la necesidad de encarecer, mediante impuestos o de cualquier otra manera, aun los medios de subsistencia imprescindibles, para obligar al artesano y al obrero manufacturero a trabajar de corrido los seis días de la semana. Permítaseme disentir de esos grandes políticos, que rompen lanzas por la esclavitud perpetua de la población obrera (the perpetual slavery of the working people) de este reino, olvidan el adagio popular de all work and no play (sólo trabajar y nunca jugar estupidiza). ¿No se jactan los ingleses del ingenio y la destreza de sus artesanos y obreros manufactureros, que hasta ahora han dado renombre y crédito universales a las mercancías británicas? ¿A qué obedece esto? No a otra cosa, probablemente, que a la diversión y solaz que nuestra población trabajadora sabe darse a su manera. Si estuvieran obligados a afanarse todo el año los seis días íntegros de la semana, en repetición constante del mismo trabajo, ¿eso no embotaría su ingenio, convirtiéndolos en estúpidos y lerdos en vez de listos e industriosos, y a consecuencia de esa esclavitud perpetua no perderían nuestros trabajadores su reputación, en vez de mantenerla?... ¿Y qué tipo de destreza y maestría podríamos esperar de esos animales maltratados (hard driven animals)?... Muchos de ellos efectúan tanto trabajo en 4 días como un francés en 5 ó 6. Pero si los ingleses han de ejecutar trabajos forzados a perpetuidad, es de temer que degeneren (degenerate) incluso por debajo de los franceses. Cuando se celebra a nuestro pueblo por su [332] bravura en la guerra, ¿no decimos que esa gallardía se debe por una parte al buen rosbif y pudding inglés que alberga su estómago, y por otra a su espíritu innato de libertad? ¿Y por qué el ingenio energía y destreza superiores de nuestros artesanos y obreros manufactureros no se deberían a esa libertad con que se entretienen a su manera? [exclamdown]Confío en que nunca perderán esos privilegios y esa buena vida, de la cual brotan tanto su industriosidad como su bravura!" [109].

A esto responde el autor del "Essay on Trade and Commerce": "Si se considera que festejar el séptimo día de la semana es una institución divina, de ello se desprende que los otros seis días de la semana pertenecen al trabajo" (quiere decir al capital, como enseguida veremos), "y no se puede tachar de cruel la imposición de ese mandamiento divino... Que la humanidad en general se inclina naturalmente a la gandulería y la indolencia, es algo que experimentamos fatalmente cuando observamos la conducta de nuestro populacho manufacturero, que no trabaja, término medio, más de 4 días por semana, salvo cuando se encarecen los medios de subsistencia... Supongamos que un bushel de trigo represente todos los medios de subsistencia del obrero [...], que cueste 5 chelines y que el obrero gane diariamente un chelín por su trabajo, se verá obligado, entonces, a trabajar sólo 5 días por semana; apenas 4 si el bushel costara 4 chelines... Pero como en este reino los salarios están mucho más altos, en proporción, que los precios de los medios de subsistencia [...], un obrero manufacturero que trabaje 4 días dispone de un excedente de dinero con el cual vive ocioso el resto de la semana... A mi parecer, he dicho lo suficiente para dejar en claro que un trabajo moderado de 6 días por semana no es esclavitud. Nuestros trabajadores agrícolas lo practican y, a juzgar por todas las apariencias, son los más felices de nuestros trabajadores (labouring poor) [110], pero los holandeses lo practican [333] en las manufacturas y parecen ser un pueblo muy feliz. Los franceses también, cuando no interfieren los muchos días de fiesta [111]... Pero nuestro populacho se ha metido en la cabeza la idea fija de que como ingleses gozan del derecho innato de ser más libres e independientes que" (la población obrera) "en cualquier otro país de Europa. Ahora bien, esta idea, en la medida en que pueda influir en la valentía de nuestras tropas, puede ser de alguna utilidad; pero cuanto menos la compartan los obreros manufactureros, tanto mejor será para ellos mismos y el estado. Los obreros nunca deben considerarse independientes de sus superiores (independent of their superiors)... Es peligrosísimo incitar a las mobs [a la chusma] en un estado comercial como el nuestro, en que tal vez siete octavos de la población total sean gente con poca o ninguna propiedad [112]... La cura no será completa hasta que nuestros pobres, ocupados en las manufacturas, se contenten con trabajar 6 días por la misma suma que ganan ahora en 4" [113]. A estos efectos, y para "extirpar la holgazanería, la depravación y las ensoñaciones románticas sobre la libertad" [114], así como "para reducir los impuestos de beneficencia, fomentar la industriosidad y abatir el precio del trabajo en las manufacturas" [115], nuestro fiel Eckart [116] del capital propone un remedio probado: a aquellos trabajadores que caigan en las manos de la beneficencia pública, en una palabra, a los paupers [indigentes], se los encerrará en un "hospicio ideal" (an ideal workhouse). "Debe convertirse ese hospicio en una casa del terror (House of Terror)" [117]. En dicha "casa del terror", en ese "workhouse ideal", se debe trabajar "14 horas por día y se permitirá el tiempo [334] adecuado para las comidas, de modo que resten 12 horas completas de trabajo" [118].

[exclamdown]Doce horas diarias de trabajo en la "ideal workhouse", en la casa del terror de 1770! Sesenta y tres años más tarde, en 1833, cuando el parlamento inglés redujo a 12 horas íntegras de trabajo la jornada laboral para los muchachos de 13 a 18 años, [exclamdown]pareció que había sonado el Día del Juicio Final para la industria inglesa!. En 1852, cuando Luis Bonaparte procuró congraciarse con la burguesía zamarreando la jornada laboral legal, el pueblo obrero [x] francés gritó como un solo hombre: "[exclamdown]La ley que reduce a 12 horas la jornada laboral es el único bien que nos quedaba de la legislación de la república!" [119]. En Zurich se limitó a 12 horas el trabajo de los niños mayores de 10 años; en Argovia el trabajo de los niños de 13 a 16 años se redujo en 1862 de 12 1/2 a 12 horas; en Austria, en 1860, se estableció la misma restricción a 12 horas para los chicos entre 14 y 16 años [120]. [exclamdown]Qué "progreso desde 1770", exclamaría Macaulay "con exultación"!.

[335] La "casa del terror" para los pobres, con la que el alma del capital aún soñaba en 1770, se erigió pocos años después como gigantesca "casa de trabajo" [y] para el obrero fabril mismo. Se llamó fábrica. Y esta vez lo ideal resultó pálido comparado con lo real.

 

6. La lucha por la jornada laboral normal.

Limitación legal coercitiva del tiempo de trabajo.

Legislación fabril inglesa de 1833 1864

 

Después que el capital se tomara siglos para extender la jornada laboral hasta sus límites normales máximos y luego más allá de éstos, hasta los límites del día natural de 12 horas 121, tuvo lugar, a partir del nacimiento de la gran industria en el último tercio del siglo XVIII, una arremetida violenta y desmesurada, como la de un alud. Todas las barreras erigidas por las costumbres y la naturaleza, por la edad y el sexo, por el día y la noche, saltaron en pedazos. Hasta los conceptos de día y noche, de rústica sencillez en las viejas ordenanzas, se desdibujaron a tal punto que un juez inglés, todavía en 1860, tuvo que hacer [336] gala de una sagacidad verdaderamente talmúdica para explicar "con conocimiento de causa" qué era el día y qué la noche [122]. El capital celebraba sus orgías.

No bien la clase obrera, aturdida por el estruendo de la producción, recobró el conocimiento, comenzó su resistencia, y en primer lugar en el país natal de la gran industria, en Inglaterra. Sin embargo, las concesiones por ellos arrancadas durante tres decenios fueron puramente nominales. De 1802 a 1833 el parlamento promulgó cinco leyes laborales, pero fue tan astuto que no votó un solo penique para su aplicación coercitiva, para el personal funcionarial necesario, etc. [123] Quedaron en letra muerta. "El hecho es que antes de la ley de 1833 se agobiaba de trabajo (were worked) a niños y jóvenes durante toda la noche, durante todo el día o durante ambos, ad libitum [a voluntad]" [124].

La jornada laboral normal data tan sólo, en la industria moderna, de la ley fabril de 1833, vigente para las fábricas que elaboran algodón, lana, lino y seda. [exclamdown]Nada caracteriza mejor el espíritu del capital que la historia de la legislación fabril inglesa entre 1833 y 1864!.

La ley de 1833 declara que "la jornada laboral ordinaria deberá comenzar a las 5 1/2 de la mañana y finalizar a las 9 de la noche, y que dentro de estos límites un período de 15 horas será legal emplear jóvenes (esto es, personas entre 13 y 18 años) a cualquier hora del día, siempre y cuando el mismo joven no trabaje más de 12 horas a lo largo del día, con excepción de ciertos casos especialmente [337] previstos" [z]. La sexta sección de la ley establece "que en el curso de todos los días se deberá conceder no menos de 1 1/2 hora para las comidas a todas esas personas cuyo tiempo de trabajo ha sido restringido". Se prohibía emplear a niños menores de 9 años, con una excepción que mencionaremos más adelante, y se limitaba a 8 horas el trabajo de los niños de 9 a 13 años. El trabajo nocturno es decir, conforme a esta ley, el trabajo entre las 8 1/2 de la noche y las 5 1/2 de la mañana se prohibía para todas las personas de 9 a 18 años.

Los legisladores estaban tan lejos de querer atentar contra la libertad del capital de absorber fuerza de trabajo adulta o, como ellos la llamaban, contra "la libertad de trabajo", que urdieron un sistema especial para evitar esa horripilante consecuencia de la ley fabril.

"El gran mal del sistema fabril, tal como se lo practica al presente", se dice en el primer informe del consejo central de la comisión, del 25 de junio de 1833, "consiste en que genera la necesidad de prolongar el trabajo de los niños hasta la extensión máxima de la jornada laboral de los adultos. El único remedio para este mal salvo la restricción del trabajo de los adultos, lo cual originaría un mal mayor que el que se procura subsanar es a nuestro parecer el plan de hacer trabajar a dos turnos de niños." Bajo el nombre de sistema de relevos ("system of relays"; relays significa en inglés, como en francés, el cambio de los caballos de posta en las diversas paradas) se llevó a la práctica ese "plan", de tal modo, por ejemplo, que se enganchaba un grupo de niños de 9 a 13 años entre las 6 de la mañana y la 1 1/2 de la tarde, y otro de 1 1/2 de la tarde hasta las 8 1/2, etcétera.

Para recompensar a los señores fabricantes por haber desconocido, de la manera más insolente, todas las leyes sobre trabajo infantil promulgadas en los 22 años anteriores, también ahora se les doró la píldora. [exclamdown]El parlamento resolvió que después del 1º de marzo de 1834 ningún niño menor de 11 años, después del 1º de marzo de 1835 ningún menor de 12 y después del 1º de marzo de 1836 ningún menor de 13 años podía trabajar en una fábrica más de 8 horas!. Este "liberalismo" tan deferente con el capital era tanto más digno de reconocimiento por [338] cuanto el doctor Farre, sir A. Carlisle, sir B. Brodie, sir C. Bll, Mr. Guthrie, etc., en suma, los más distinguidos physicians y surgeons [médicos y cirujanos] de Londres, habían advertido en sus declaraciones testimoniales ante la Cámara de los Comunes que periculum in mora [[exclamdown]hay peligro en la demora!] [125]. El doctor Farre se expresó todavía con mayor rudeza: "La legislación es necesaria para la evitación de la muerte en todas las formas en que se la pueda infligir prematuramente, y sin duda éste" (el método fabril) "ha de ser considerado como uno de los más crueles modos de infligirla" [126] 127. [exclamdown]El mismo parlamento "reformado" [128] que en su delicadeza exquisita para con los señores fabricantes recluyó durante años aun a niños menores de 13 años en el infierno de un trabajo fabril de 72 horas semanales, prohibió de antemano a los plantadores, en la Ley de Emancipación la cual también otorgaba la libertad con cuentagotas , que hicieran trabajar a ningún esclavo negro más de 45 horas por semana!.

Pero el capital, en modo alguno aplacado, inició entonces una ruidosa agitación, que duró varios años. La misma se centraba, principalmente, en la edad de las categorías que, bajo el nombre de niños, veían limitado a 8 horas su trabajo y quedaban sujetas a cierta enseñanza obligatoria. Según la antropología capitalista, la edad infantil terminaba a los 10 años o, cuando más, a los 11. Cuanto más se aproximaba la fecha de aplicación plena de la ley fabril, el año fatídico de 1836, tanto más se enfurecía la chusma de los fabricantes. Consiguieron, en efecto, intimidar tanto al gobierno que en 1835 éste propuso rebajar el término de la edad infantil de 13 a 12 años. Crecía, amenazadora, entretanto la pressure from without [presión desde afuera] [129]. A la Cámara de los Comunes le flaqueó el valor. Rehusó arrojar bajo las ruedas del Zhaganat [130] capitalista, durante mas de 8 horas diarias, a chicos de 13 años, y la ley de 1833 entró plenamente en vigor. Se mantuvo inalterada hasta junio de 1844.

Durante el decenio en que primero de modo parcial, y luego cabalmente, esa ley reguló el trabajo en las fábricas, los informes oficiales de los inspectores fabriles rebosaban [339] de quejas sobre la imposibilidad de aplicarla. Como la ley de 1833, en efecto, dejaba al arbitrio de los señores capitalistas, dentro del período de 15 horas que va de las 5 1/2 de la mañana a las 8 1/2 de la noche, el hacer que toda "persona joven" y todo "niño" comenzara, interrumpiera o finalizara su trabajo de 8 ó 12 horas, respectivamente, en el momento que a sus patrones se les antojara, y dejaba asimismo en sus manos el fijar a distintas personas distintas horas para las comidas, pronto esos caballeros descubrieron un nuevo "sistema de relevos", con arreglo al cual no se cambiaban los caballos del trabajo en paradas determinadas, sino que se los volvía a enganchar, una y otra vez, en paradas cambiantes. No nos detenemos más ante la belleza de este sistema, pues en otro lugar habremos de ocuparnos nuevamente de él. Pero a primera vista se aprecia claramente que derogó por entero la ley fabril, no sólo en su espíritu sino también en su letra. Con esta complicada contabilidad para cada niño y cada joven individuales, ¿cómo podían los inspectores de fábrica imponer que se respetara el horario de trabajo determinado por la ley y se concedieran las horas legales de comidas? En gran parte de las fábricas pronto volvieron a florecer, impunes, los viejos y brutales abusos. En una entrevista con el ministro del interior (1844), los inspectores fabriles demostraron que bajo el nuevo sistema de relevos tramado por los fabricantes, todo control era imposible [131]. Pero en el ínterin, las circunstancias se habían modificado en grado sumo. Los trabajadores fabriles, particularmente desde 1838, habían hecho de la ley de diez horas su consigna económica, así como de la Charter [carta] [132] su consigna política. Incluso una parte de los fabricantes, que había organizado sus empresas fabriles conforme a la ley de 1833, abrumaba al parlamento con memoriales referentes a la "competencia" desleal de sus "falsos hermanos", a los que una mayor insolencia o circunstancias locales más favorables permitían violar la ley. Además, por mucho que el fabricante individual quisiera dar rienda suelta a su vieja rapacidad, los portavoces y dirigentes políticos de la clase de los fabricantes ordenaron que se adoptara una actitud modificada y un nuevo lenguaje ante los obreros. [exclamdown]Habían inaugurado la campaña por la abolición de las [340] leyes cerealeras y, para vencer, necesitaban del apoyo obrero! De ahí que les prometieran no sólo que la hogaza de pan sería dos veces mayor [133], sino también la aprobación de la ley de diez horas bajo el reino milenario del freetrade [librecambio] [134]. Tanto menos podían oponerse, pues, a una medida que no hacía más que convertir en realidad la ley de 1833. Amenazados en su interés más sacrosanto, la renta de la tierra, los tories tronaron con filantrópica indignación contra las "infames prácticas" [135] de sus adversarios.

Así llegó a aprobarse la ley fabril complementaria de 7 de junio de 1844. La misma entró en vigor el 10 de setiembre del mismo año. Disponía la creación de una nueva categoría de obreros protegidos, a saber, las mujeres de más de 18 años. Se las equiparó en todos los aspectos a los jóvenes, reduciéndose su tiempo de trabajo a 12 horas, prohibiéndoseles el trabajo nocturno, etc. Por primera vez la legislación se veía obligada, pues, a controlar directa y oficialmente también el trabajo de adultos. Irónicamente se observa en el informe fabril de 1844-1845: "No ha llegado a mi conocimiento un solo caso en que mujeres adultas hayan protestado por esta interferencia en sus derechos" [136]. Se redujo a 6 1/2 horas diarias, y en ciertas condiciones a 7 el trabajo de los niños menores de 13 años [137].

Para eliminar los abusos del falso "sistema de relevos", la ley adoptó, entre otras, las siguientes e importantes disposiciones particulares: "La jornada laboral de los niños y personas jóvenes se contará a partir del momento en que cualquier niño o persona joven empiece a trabajar en la fábrica por la mañana". De modo, por ejemplo, que si A empieza el trabajo a las 8 de la mañana y B a las 10, la jornada de trabajo de B finalizará, sin embargo, a la misma hora que la de A. "El comienzo de la jornada laboral se habrá de fijar según la hora indicada por un reloj público, a modo de ejemplo el reloj de la estación ferroviaria [341] más cercana, por el cual deberá regularse la campana de la fábrica. El fabricante está obligado a colocar en la fábrica un cartel, impreso en caracteres grandes, donde consten el comienzo, el término y las pausas de la jornada laboral. A los niños que empiecen a trabajar antes de las 12 del día, no deberá empleárselos nuevamente después de la 1 de la tarde. El turno de la tarde, por tanto, tendrá que componerse de otros niños que no sean los del turno de la mañana. A todos los trabajadores protegidos habrá de concedérseles en los mismos momentos del día la 1 1/2 hora para las comidas; una hora, por lo menos, antes de las 3 de la tarde. No se hará trabajar a niños o personas jóvenes más de 5 horas, antes de la 1 de la tarde, sin otorgarles, cuando menos, una pausa de 1/2 hora para comer. Los niños, personas jóvenes o mujeres no podrán permanecer, durante cualquiera de las comidas, dentro de una dependencia de la fábrica en la que se efectúe cualquier proceso de trabajo, etcétera" aa.

Hemos visto cómo estas minuciosas disposiciones, que regulan a campanadas, con una uniformidad tan militar, los períodos, límites y pausas del trabajo, en modo alguno eran los productos de lucubraciones parlamentarias. Se desarrollaron paulatinamente, como leyes naturales del modo de producción moderno, a partir de las condiciones dadas. Su formulación, reconocimiento oficial y proclamación estatal fueron el resultado de una prolongada lucha de clases. Una de sus consecuencias más inmediatas fue que la práctica sometiese a las mismas limitaciones la jornada laboral de los obreros varones adultos en las fábricas, puesto que en la mayor parte de los procesos de producción era indispensable la cooperación de los niños, jóvenes y mujeres. En líneas generales, por consiguiente, durante el período de 1844 1847 la jornada laboral de 12 horas se aplicó de manera general y uniforme en todos los ramos industriales sujetos a la legislación fabril.

Los fabricantes, sin embargo, no permitieron ese "progreso" sin un "retroceso" compensatorio. A instancias suyas, la Cámara de los Comunes redujo de 9 a 8 años la edad mínima de los niños a los que se podía explotar, [342] asegurando así ese "suministro adicional de niños de fábrica" que se debía al capital de hecho y de derecho [138].

Los años 1846-1847 hacen época en la historia económica de Inglaterra. [exclamdown]Derogación de las leyes cerealeras, supresión de las tasas que gravaban la importación del algodón y de otras materias primas, el librecambio proclamado estrella polar de la legislación! En pocas palabras: se iniciaba el reino milenario. Por otra parte, en los mismos años el movimiento cartista y la agitación por las diez horas llegaron a su apogeo, y encontraron aliados en los tories, sedientos de venganza. Pese a la resistencia fanática de las perjuras huestes librecambistas, encabezadas por Bright y Cobden, el parlamento aprobó la ley de diez horas, objeto de tan larga lucha.

La nueva ley fabril del 8 de junio de 1847 establecía que el 1º de julio de ese año se operaría una reducción previa de la jornada laboral de las "personas jóvenes" (de 13 a 18 años) y de todas las obreras a 11 horas, y el 1º de mayo de 1848 la reducción definitiva a 10 horas. En lo demás, la ley era sólo una adición y enmienda a las de 1833 y 1844.

El capital emprendió una campaña preliminar para impedir la aplicación plena de la ley el 1º de mayo de 1848. Y a los obreros, presuntamente aleccionados por la experiencia, se les reservaba el papel de ayudar a destruir su propia obra. Se había elegido hábilmente el momento. "Debe recordarse que a consecuencia de la terrible crisis de 1846-1847 eran grandes los sufrimientos de los obreros fabriles, ya que muchas fábricas sólo trabajaban a tiempo reducido y otras estaban completamente paralizadas. De ahí que un número considerable de los obreros se encontraran en una situación estrechísima y muchos [...] se hallaran endeudados. Se pudo suponer entonces, con bastante seguridad, que [...] preferirían trabajar la jornada más prolongada, con vistas a cubrir las pérdidas anteriores, tal vez pagar las deudas o recuperar los muebles en la casa de empeños, o sustituir los trastos vendidos u obtener nuevas prendas de vestir para sí mismos y sus familias" [139]. [343] Los señores fabricantes, mediante una reducción general de salarios del 10 %, procuraron reforzar efecto natural de estas circunstancias. Ocurría esto, por así decirlo, al celebrarse el acto inaugural de la nueva era librecambista. Luego siguió una nueva rebaja del 8 1/3 % cuando se redujo la jornada laboral a 11 horas, y del doble cuando se la estableció definitivamente en 10 horas. Allí donde las circunstancias de alguna manera lo permitían, pues, tuvo lugar una rebaja salarial de por lo menos el 25 % [140]. Bajo condiciones tan favorablemente preparadas, comenzó entonces la agitación entre los obreros para que se derogara la ley de 1847. No se escatimó ningún medio: el engaño, la seducción y la amenaza, pero todo en vano. Respecto a la media docena de peticiones en las que los obreros se vieron obligados a quejarse de "la opresión con que los agobiaba la ley", los mismos peticionantes explicaron, en interrogatorios verbales, que les habían arrancado las firmas bajo presión. "Se sentían oprimidos, pero no precisamente por la ley fabril" [141]. Pero si los fabricantes no lograron que los obreros dijeran lo que ellos querían, tanto más ruidosamente se pusieron a vociferar, en la prensa y el parlamento, en nombre de los trabajadores. Denunciaron a los inspectores de fábricas como a una variedad de los comisarios de la Convención [142], que en aras de sus quimeras de mejoramiento universal sacrificaban despiadadamente a los infelices obreros. También esta maniobra se fue a pique. El inspector fabril Leonard Horner interrogó personalmente, o por medio de sus subinspectores, a numerosos testigos en las fábricas de Lancashire. Aproximadamente el 70 % de los obreros encuestados se pronunció por las 10 horas, un porcentaje mucho menor por las 11 [344] y una minoría totalmente insignificante prefirió las viejas 12 horas [143].

Otra "amigable" maniobra consistía en hacer trabajar a los obreros varones adultos de 12 a 15 horas y luego presentar este hecho como la mejor manifestación de lo que deseaban de corazón los proletarios. Pero el implacable inspector fabril Leonard Horner de nuevo estaba donde debía. La mayor parte de los que hacían horas extras declararon que "preferirían, con mucho, trabajar 10 horas por un salario menor, pero que no se los dejaba escoger; que como muchos de ellos estaban desocupados, como muchos hilanderos se veían obligados a trabajar como simples piecers [obreros a destajo], si se negaban a efectuar la jornada más prolongada otros ocuparían inmediatamente su lugar, de manera que para ellos la opción era: o trabajar el horario más extenso o quedar en la calle" [144].

La campaña preliminar del capital había fracasado, y el 1º de mayo de 1848 la ley de las 10 horas entró en vigor. En el ínterin, sin embargo, el descalabro del partido cartista con sus dirigentes en la cárcel y su organización hecha añicos había minado la confianza de la clase obrera inglesa en sus propias fuerzas. Poco después la insurrección parisiense de junio y su sangrienta represión unieron, tanto en la Europa continental como en Inglaterra, a todas las fracciones de las clases dominantes terratenientes y capitalistas, lobos de la especulación bursátil y tenderos, proteccionistas y librecambistas, gobierno y oposición, curas y librepensadores, jóvenes prostitutas y viejas monjas bajo el grito común de [exclamdown]salvar la propiedad, la religión, la familia, la sociedad! En todos lados se proscribió a la clase obrera, se la anatematizó, se la puso bajo la "loi des suspects" [ley de sospechosos] [145]. Los señores fabricantes, pues, ya no tenían que sentirse molestos. Se alzaron en [345] rebelión abierta no sólo contra la ley de diez horas, sino contra toda la legislación que, a partir de 1833, había procurado poner freno en alguna medida a la "libre" absorción de fuerza de trabajo. Fue una proslavery rebellion [rebelión a favor de la esclavitud] [146] en miniatura, llevada a cabo durante dos años con una cínica carencia de escrúpulos, con una energía terrorista, tanto más baratas por cuanto el capitalista sublevado no arriesgaba más que la piel de sus obreros.

Para comprender lo que exponemos a continuación, es preciso recordar que las tres leyes fabriles de 1833, 1844 y 1847 seguían todas en vigencia, en la medida en que una de ellas no modificaba a las precedentes; que ninguna de ellas limitaba la jornada de los obreros varones mayores de 18 años, y que desde 1833 el período de 15 horas entre las 5 1/2 de la mañana y las 8 1/2 de la noche fue el "día" legal dentro del cual, bajo las condiciones estipuladas, había de ejecutarse el trabajo de 12 horas primero, y luego de 10 horas, de jóvenes y mujeres.

Los fabricantes comenzaron por despedir aquí y allá una parte, y en muchos casos la mitad de los jóvenes y obreras empleados por ellos, y para sustituirlos reimplantaron en el caso de los obreros varones adultos el trabajo nocturno, que casi había desaparecido. [exclamdown]La ley de las diez horas, exclamaban, no les dejaba otra alternativa! [147].

El paso siguiente tuvo que ver con las pausas legales para las comidas. Oigamos a los inspectores de fábricas. "Desde la restricción de las horas de trabajo a 10, los fabricantes sostienen, aunque en la práctica no hayan aplicado esta idea hasta sus últimas consecuencias, que en el supuesto de que la jornada laboral sea de 9 de la mañana a 7 de la tarde, cumplen con los preceptos legales si conceden para la comida 1 hora antes de las 9 de la mañana y 1/2 hora después de las 7 de la tarde, o sea 1 1/2 hora para comer. En algunos casos permiten media hora bb para el almuerzo, pero insisten al mismo tiempo en que de ningún modo están obligados a incluir ninguna parte de la 1 1/2 hora en el curso de la jornada laboral de 10 [346] horas" [148]. Los señores fabricantes sostienen, pues, que las disposiciones escrupulosamente precisas de la ley de 1844 acerca de las comidas, [exclamdown]sólo otorgarían a los obreros el permiso de comer y beber antes de entrar y después de salir de la fábrica, o sea en sus casas! ¿Y por qué los obreros no habrían de almorzar antes de las 9 de la mañana? Los juristas de la corona, no obstante, fallaron que los tiempos fijados para las comidas "debían concederse en pausas durante la jornada laboral efectiva, y que era ilegal hacer trabajar continuamente durante 10 horas, de las 9 de la mañana a las 7 de la noche, sin intervalo alguno" [149].

Luego de estas amistosas demostraciones de sus propósitos, el capital preludió su revuelta dando un paso que se ajustaba a la letra de la ley de 1844, y por tanto era legal.

Esta ley prohibía, sin duda, hacer trabajar después de la 1 de la tarde, nuevamente, a niños de 8 a 13 años que hubiesen sido empleados antes de las 12 del día. [exclamdown]Pero en modo alguno regulaba el trabajo de 6 1/2 horas de los chicos cuyo tiempo de trabajo comenzaba a las 12 del día o más tarde! Por eso a niños de 8 años, si comenzaban su labor a las 12, se los podía hacer trabajar de 12 a 1, o sea 1 hora; de 2 a 4 de la tarde, 2 horas, y de 5 a 8.30 de la noche, 3 1/2 horas; [exclamdown]en total, las 6 1/2 que fijaba la ley! O todavía mejor. [exclamdown]Para adaptar el trabajo de aquéllos al de los obreros varones adultos hasta las 8 1/2 de la noche, los fabricantes no tenían por qué darles ocupación antes de las 2 de la tarde, con lo cual podían retenerlos ininterrumpidamente en la fábrica hasta las 8.30! "Y se admite ahora de manera expresa que recientemente, a causa del deseo de los fabricantes de hacer trabajar su maquinaria más de 10 horas, se ha introducido en Inglaterra la práctica de hacer trabajar a niños de 8 a 13 años, de uno u otro sexo una vez que se han retirado de la fábrica todas las personas jóvenes y las mujeres , a solas con los varones adultos hasta las 8.30 de la noche" [150]. Obreros e inspectores fabriles protestaban, fundándose en razones higiénicas y morales. Pero el capital replicaba:

"[exclamdown]De mis actos respondo yo! Reclamo mi derecho,

la multa y la prenda de mi pagaré" [151].

[347] De hecho, según datos estadísticos presentados a la Cámara de los Comunes el 26 de julio de 1850, y a pesar de todas las protestas, el 15 de ese mismo mes 3.742 niños estaban sometidos en 257 fábricas a esa "práctica" [152]. Todavía no bastaba con eso. El ojo de lince del capital descubrió que la ley de 1844 prohibía que durante el trabajo de 5 horas de la mañana no se efectuara por lo menos una pausa de 30 minutos, para reposar, pero que no preceptuaba nada de esto para el trabajo de la tarde. Exigió y obtuvo, pues, el disfrute no sólo de que niños obreros de 8 años se mataran trabajando desde las 2 de la tarde hasta las 5.30 de la noche, sino también el de tenerlos hambrientos.

"Sí, de su corazón,

que así reza en el pagaré" [153] 154 155 156 157. [158]

Ese aferrarse, propio de Shylock, a la letra de la ley de 1844 en la parte que regulaba el trabajo infantil, no hacía más que prologar la rebelión abierta contra la misma ley en la medida en que regulaba el trabajo de "las personas jóvenes y mujeres". Se recordará que la abolición del "falso sistema de relevos" constituía el objetivo y contenido fundamentales de esa ley. Los fabricantes iniciaron su revuelta declarando, simplemente, que las secciones de la ley de 1844 que prohibían utilizar a voluntad jóvenes y mujeres en lapsos breves, arbitrariamente elegidos, de la jornada fabril de 15 horas, habían sido "relativamente inocuas (comparatively harmless) mientras el tiempo de trabajo estuvo limitado a 12 horas. Bajo la ley de diez [348] horas constituían una injusticia (hardship) insoportable" [159]. Comunicaron con la mayor frescura a los inspectores, por consiguiente, que harían caso omiso de la letra de la ley y reimplantarían por su cuenta el viejo sistema [160]. Lo harían en interés de los propios obreros, mal aconsejados "para poder pagarles salarios más altos". "Era éste el único plan posible para mantener, bajo la ley de diez horas, la supremacía industrial de Gran Bretaña" [161]. "Quizás sea un poco difícil detectar irregularidades bajo el sistema de, relevos, ¿pero qué importa eso? (what of that?) ¿Hemos de considerar como asunto secundario el gran interés fabril de este país, con vistas a ahorrar algunas molestias menores (some little trouble) a los inspectores y subinspectores fabriles?" [162]. Todas estas paparruchas, como es natural, no sirvieron de nada. Los inspectores fabriles procedieron judicialmente contra los infractores. Pronto, sin embargo, cayó tal nube de peticiones de los fabricantes sobre el ministro del interior, sir George Grey, que éste, en una circular de 5 de agosto de 1848, recomendó a los inspectores que "en general no procedieran contra quienes transgredían la letra de la ley, siempre que no se abusara notoriamente del sistema de relevos para hacer trabajar a personas jóvenes y mujeres más de 10 horas". Fundándose en esto, el inspector fabril James Stuart autorizó para toda Escocia, durante el período de quince horas de la jornada fabril, el llamado sistema de relevos, que pronto floreció allí como en los viejos tiempos. Los inspectores fabriles ingleses, por el contrario, declararon que el ministro carecía de poderes dictatoriales para dejar en suspenso las leyes, y continuaron procediendo judicialmente contra los proslavery rebeldes.

¿Para qué servían, sin embargo, todos esos emplazamientos ante los tribunales, cuando éstos, los county magistrates 163, dictaban sentencias absolutorias? En esos [349] tribunales se sentaban los señores fabricantes y se juzgaban a sí mismos. Un ejemplo. Un hilandero de algodón, un tal Eskrigge, de la firma Kershaw, Leese & Co., había presentado al inspector fabril de su distrito el proyecto de un sistema de relevos para su fábrica. La respuesta fue negativa, y el fabricante adoptó en un primer momento una actitud pasiva. Pocos meses después, acusado de aplicar un plan de relevos idéntico al urdido por Eskrigge, comparecía ante los Borough justices (jueces de paz urbanos) de Stockport, un individuo apellidado Robinson, que si no el Viernes [164]bis era en todo caso pariente de Eskrigge. De los 4 jueces que integraban el tribunal, 3 eran propietarios de hilanderías de algodón, y a su cabeza se hallaba el mismo e infaltable Eskrigge. Éste absolvió a Robinson y declaró que lo justo para Robinson era legal para Eskrigge. Apoyándose en su propio fallo, de fuerza legal, introdujo de inmediato el sistema en su propia fábrica [165]. Ciertamente, la composición misma de estos tribunales constituía una transgresión abierta de la ley [166]. "Esta clase de farsas judiciales", exclama el inspector Howell, "requiere urgente remedio... O se modifica la ley adaptándola a estas decisiones, o se hace que la administre un tribunal menos falible, cuyos fallos se ajusten a la ley... en todos los casos de esta índole. [exclamdown]Cómo deseamos que haya jueces retribuídos!" [167].

Los juristas de la corona declararon que la interpretación que de la ley de 1848 hacían los fabricantes era absurda, pero los salvadores de la sociedad se mantuvieron en sus trece. "Luego que yo intentara", informa Leonard Horner, "hacer cumplir la ley por medio de 10 acusaciones en 7 circunscripciones judiciales diferentes, y sólo en un caso fuera apoyado por los magistrados... consideré que era inútil seguir procediendo judicialmente contra las [350] transgresiones de la ley. La parte de ésta redactada para establecer la uniformidad en las horas de trabajo... ya no existe en Lancashire. Tampoco dispongo, ni disponen mis subinspectores, de medio alguno para asegurarnos de que en las fábricas donde impera el llamado sistema de relevos, no haya personas jóvenes y mujeres ocupadas durante más de 10 horas... A fines de abril de 1849 ya funcionaban con ese método, en mi distrito, 118 fábricas, y su número se acrecienta con rapidez. En general, trabajan actualmente 13 1/2 horas, de las 6 de la mañana a las 7.30 de la noche; en algunos casos 15 horas, de las 5.30 de la mañana hasta las 8.30 de la noche" [168]. Ya en diciembre de 1848 Leonard Horner tenía una lista de 65 fabricantes y 29 capataces de fábrica que declaraban, unánimemente, que bajo este sistema de relevos no había ningún sistema de vigilancia que pudiera impedir una gran difusión del exceso de trabajo [169]. Ora los mismos niños y muchachos eran trasladados (shifted) del taller de hilado al de tejido, etc.; ora se los llevaba, durante las 15 horas, de una fábrica a otra [170]. ¿Cómo controlar un sistema "que abusa de la palabra relevo para entreverar la mano de obra como si fueran naipes, en una variedad infinita, y desplazar a lo largo del día las horas de trabajo y de reposo de los diversos individuos, de tal suerte que nunca el mismo lote completo de obreros trabajan juntos en el mismo lugar y al mismo tiempo"? [171].

Pero prescindiendo por entero del exceso real de trabajo, ese llamado sistema de relevos era un aborto de la fantasía capitalista, no superado nunca por Fourier en sus bosquejos humorísticos de las "courtes séances" [sesiones breves]; [172] sólo que la atracción del trabajo se había transformado en la atracción del capital. Obsérvense, por ejemplo, esos esquemas patronales que la prensa seria elogiaba como ejemplo de "lo que puede lograr un grado razonable de cuidado y de método" ("what a reasonable degree of care and method can accomplish"). Se distribuía a veces el personal obrero en 12 a 14 cc categorías, cuyos [351] componentes, a su vez, cambiaban constantemente. Durante el período de 15 horas de la jornada fabril, el capital atraía al obrero ya por 30 minutos, ya por una hora, y de nuevo lo rechazaba, para atraerlo nuevamente a la fábrica y repelerlo de ésta una vez más, acosándolo aquí y allá en jirones dispersos de tiempo, sin perder nunca el dominio sobre él mientras no quedaran completas las 10 horas de trabajo. Como en el escenario, las mismas personas tenían que aparecer alternativamente en las diversas escenas de los distintos actos. Pero así como un actor está pendiente de la escena durante todo el transcurso del drama, los obreros dependían de la fábrica durante 15 horas, sin contar el tiempo para ir a ella y volver de la misma. Las horas de descanso se convertían así en horas de ocio forzoso, que empujaban al obrero joven a la taberna y a la obrera joven al prostíbulo. A cada nueva ocurrencia de las que urdía día tras día el capitalista para mantener en funcionamiento su maquinaria 12 ó 15 horas, sin aumentar el personal obrero, el trabajador tenía que deglutir su comida ya en este residuo de tiempo, ya en aquél. En la época de la agitación por las 10 horas, los capitalistas clamaban que la canalla obrera elevaba sus peticiones con la esperanza de conseguir el salario de 12 horas por el trabajo de 10. Ahora habían dado vuelta la medalla. [exclamdown]Pagaban un salario de diez horas, pero disponían de las fuerzas de trabajo durante 12 y 15 horas! [173] [exclamdown]Ésta era la madre del borrego, ésta era la versión, al cuidado de los fabricantes, de la ley de 10 horas. Eran éstos los mismos librecambistas llenos de unción, desbordantes de amor al prójimo, que a lo largo de 10 años enteros, durante la agitación contra las leyes cerealeras, les habían demostrado a los obreros, calculando hasta los chelines y peniques, que con la libre importación de trigo y con los recursos de la industria inglesa 10 horas de trabajo bastarían ampliamente para enriquecer a los capitalistas [174].

[352]Finalmente, la revuelta del capital, que ya duraba dos años, fue coronada por el fallo de uno de los cuatro tribunales superiores de Inglaterra, la "Court of Exchequer", la cual, en un caso elevado ante ella dictaminó el 8 de febrero de 1850 que indudablemente los fabricantes actuaban contra el sentido de la ley de 1844, pero que la propia ley contenía ciertas cláusulas que la volvían absurda. "Con esta decisión, la ley de las diez horas quedaba derogada" [175]. Un sinfín de fabricantes, que hasta entonces se habían abstenido de aplicar a los jóvenes y mujeres el sistema de relevos, lo adoptaron ahora resueltamente [176].

Pero esta victoria aparentemente definitiva del capital provocó de inmediato una reacción. Los obreros, hasta entonces, habían ofrecido una resistencia pasiva, aunque irreductible y renovada día a día. Ahora protestaban en mítines abiertamente amenazantes, en Lancashire y Yorkshire. [exclamdown]La presunta ley de diez horas, pues, sería simplemente una patraña, un fraude parlamentario, y nunca habría existido! Los inspectores fabriles advirtieron urgentemente al gobierno que el antagonismo de clases había alcanzado una tensión increíble. Incluso una parte de los fabricantes murmuraba: "Debido a los fallos contradictorios de los magistrados, impera una situación totalmente anormal y anárquica. Una ley rige en Yorkshire y otra en Lancashire; una ley en una parroquia de Lancashire y otra en las inmediaciones de la misma. El fabricante de las grandes ciudades puede burlar la ley, el de los distritos rurales tal vez no encuentre el personal necesario para el sistema de relevos y menos aun para desplazar los obreros de una fábrica a otra", etc. Y la explotación igual de la fuerza de trabajo es el primero de los derechos humanos del capital.

En estas circunstancias se llegó a un compromiso entre fabricantes y obreros, consagrado parlamentariamente en la nueva ley fabril, complementaria, del 5 de agosto de 1850. Tratándose de "personas jóvenes y mujeres", se aumentó la jornada laboral de 10 horas a 10 1/2 horas en [353] los 5 primeros días de la semana, y se la redujo los sábados a 7 1/2 horas. El trabajo debe efectuarse en el período que va de las 6 de la mañana a las 6 de la tarde [177], con intervalos de 1 1/2 hora para las comidas, dichas pausas deben concederse simultáneamente y con arreglo a las disposiciones de 1844, etc. Con esto se suprimía de una vez para siempre el sistema de relevos [178]. En lo atinente al trabajo infantil, se mantenía en vigor la ley de 1844.

Una categoría de fabricantes se reservó esta vez, como antaño, ciertos privilegios señoriales sobre los niños proletarios. Se trataba de los fabricantes de seda. En 1833 bramaron amenazadoramente que "si se les arrebataba la libertad de hacer trabajar a niños de cualquier edad durante 10 horas diarias, sus fábricas quedarían paralizadas" ("if the liberty of working children of any age for 10 hours a day was taken away, it would stop their works"). Les resultaría imposible comprar una cantidad suficiente de niños mayores de 13 años. Arrancaron el privilegio anhelado. Una investigación posterior comprobó que el pretexto era un solemne embuste [179], lo que no les impidió, durante un decenio, hilar seda durante 10 horas diarias con la sangre de niños pequeños a quienes había que encaramar a sillas para la ejecución de su trabajo [180]. La ley de 1844, ciertamente, les "arrebataba" la "libertad" de hacer trabajar más de 6 1/2 horas a niños menores de 11 años, pero les aseguraba en cambio el privilegio de utilizar durante 10 horas diarias niños de 11 a 13 años, y derogaba la obligatoriedad de la enseñanza escolar, vigente para otros niños obreros.

Era éste el pretexto. "La delicadeza de la tela requiere una sensibilidad en el tacto que sólo se puede adquirir si se entra a la fábrica a edad temprana [181]. Se sacrificaba a [354] los niños por sus delicados dedos, exactamente como al ganado en el sur de Rusia por el cuero y el sebo. En 1850, finalmente, el privilegio concedido en 1844 se limitó a las secciones de torcido y devanado de seda, aunque aquí, para indemnizar al capital despojado de su "libertad", se aumentara de 10 a 10 1/2 horas el tiempo de trabajo de los niños de 11 a 13 años. Pretexto: "En las fábricas de seda el trabajo era más liviano que en las demás fábricas y en modo alguno tan perjudicial para la salud" [182]. La investigación médica oficial demostró más adelante, por el contrario, que "la tasa media de mortalidad es elevadísima en los distritos sederos, y entre la parte femenina de la población más alta incluso que en los distritos algodoneros de Lancashire" [183] . Pese a las protestas de los inspectores fabriles, [355] semestralmente reiteradas, este abuso se sigue cometiendo en el momento actual [184].

La ley de 1850 sólo en el caso de "personas jóvenes y mujeres" convirtió el período en 15 horas que va de las 5.30 de la mañana a las 8.30 de la noche, en período de 12 horas entre las 6 de la mañana y las 6 de la tarde. No lo hizo, por tanto, en el caso de los niños, que siguieron siendo utilizables 1/2 hora antes del comienzo y 2 1/2 horas después del término de ese período, si bien la duración total de su trabajo no debía exceder de 6 1/2 horas. Durante la discusión de la ley, los inspectores fabriles presentaron al parlamento una estadística sobre los infames abusos relacionados con esa anomalía. En vano, sin embargo. En el fondo, acechaba la intención de volver a elevar a 15 horas, en los años de prosperidad, la jornada laboral de los obreros adultos, utilizando a tal fin a los niños. La experiencia de los 3 años siguientes mostró que esa intentona habría de fracasar gracias a la resistencia de los obreros varones adultos [185]. Por ello, la ley de 1850 se complementó finalmente en 1853 con la prohibición de "emplear niños por la mañana antes y por la noche después de las personas jóvenes y mujeres". A partir de entonces, con pocas excepciones, la ley fabril de 1850 reguló la jornada laboral de todos los obreros en los ramos industriales sometidos a ella [186]. Desde la [356] promulgación de la primera ley fabril había transcurrido medio siglo [187].

Con la "Printworks Act" (ley sobre los talleres de estampado de telas) de 1845, la legislación se extendió por primera vez más allá de su esfera originaria. [exclamdown]Cada línea de la ley denota el desagrado con que el capital toleró esta nueva "extravagancia"? Se limita a 16 horas, entre las 6 de la mañana y las 10 de la noche, sin ninguna pausa legal para las comidas, la jornada laboral de los niños de 8 a 13 años y de las mujeres. La ley permite que se haga trabajar discrecionalmente, día y noche, a los obreros varones mayores de 13 años [188]. Se trata de un aborto parlamentario [189].

El principio había triunfado, no obstante, con su victoria en los grandes ramos industriales que eran la criatura más genuina del modo de producción moderno. Su maravilloso desarrollo de 1853-1860, efectuado a la par del renacimiento físico y moral de los obreros fabriles, saltaba a la vista del más miope. Los mismos fabricantes a los que medio siglo de guerra civil, paso a paso, había arrancado las limitaciones y normas legales de la jornada laboral, señalaban ufanos el contraste con los dominios en que la explotación era aún "libre"[190]. Los fariseos de la "economía política" proclamaban ahora que el reconocimiento de la necesidad de una jornada laboral legalmente reglamentada [357] era una nueva conquista característica de su "ciencia" [191]. Es fácil de comprender que, una vez que los magnates fabriles debieron aceptar lo inevitable y conciliarse con ello, la capacidad de resistencia del capital se debilitó gradualmente, mientras que la acometividad de la clase obrera se acrecentó con el número de sus aliados en las capas sociales no interesadas directamente en el problema. De ahí el progreso, relativamente rápido, que tuvo lugar desde 1860.

Las tintorerías y talleres de blanqueo [192] quedaron sometidos en 1860 a la ley fabril de 1850; las fabricas de puntillas y las de medias en 1861. A resultas del primer informe de la "Comisión acerca del trabajo infantil" (1863), cupo el mismo destino a la manufactura de todos los artículos de cerámica (no sólo las alfarerías), fósforos, pistones de cápsulas, cartuchos, papel de empapelar, al tundido de pana (fustian cutting), y muchos procesos comprendidos bajo el término de "finishing" (último apresto). [358] En 1863 quedaron sometidas a leyes especiales las "blanquerías al aire libre" [193] ddeeffgg y la panificación; la primera prohíbe, entre otras cosas, el trabajo nocturno de niños, personas jóvenes y mujeres (de 8 de la noche a 6 de la mañana), y la segunda ley veda la utilización de aprendices panaderos menores de 18 años entre las 9 de la noche y las 5 de la mañana. Más adelante volveremos sobre las propuestas posteriores de la comisión citada, las cuales [359] amenazan con arrebatar la "libertad" a todos los ramos industriales ingleses importantes, con excepción de la agricultura, las minas y los transportes [194](bis)

 

7. La lucha por la jornada normal de trabajo.

Repercusión de la legislación fabril inglesa en otros países

 

El lector recordará que la producción de plusvalor o la extracción de plustrabajo constituye el contenido y objetivo específicos de la producción capitalista, abstrayendo por entero cualquier transformación, resultante de la subordinación del trabajo al capital, que se opere en el modo de producción mismo. Recordará que desde el punto de vista desarrollado hasta aquí, sólo el trabajador independiente, y por tanto legalmente calificado para actuar por sí mismo, celebra como vendedor de mercancías un contrato con el capitalista. Por ende, si en nuestro bosquejo histórico les corresponden papeles protagónicos por un lado a la industria moderna, por el otro al trabajo de personas física y jurídicamente menores de edad, la primera sólo cuenta para nosotros como esfera especial, y el otro sólo como ejemplo particularmente contundente del succionamiento de trabajo. No obstante, sin anticipar la exposición posterior, de la mera interconexión de los hechos históricos se desprende lo que sigue:

Primero: El ansia del capital por una prolongación desmesurada y despiadada de la jornada laboral se sacia [360] ante todo en las industrias primeramente revolucionadas por el agua, el vapor y la maquinaria, en esas primeras creaciones del modo de producción moderno, en las hilanderías y tejedurías de algodón, lana, lino, seda. El modo de producción material transmutado y las relaciones sociales de los productores, modificadas correlativamente [195], generan primero las extralimitaciones más desmesuradas y provocan luego, como antítesis, el control social que reduce, regula y uniforma legalmente la jornada laboral con sus intervalos. El control aludido aparece, pues, durante la primera mitad del siglo XIX, tan sólo bajo la modalidad de leyes de excepción 196. No bien hubo conquistado el territorio primitivo del nuevo modo de producción, se encontró con que en el ínterin no sólo otros muchos ramos de la producción habían ingresado al régimen fabril propiamente dicho, sino que manufacturas con un modo de explotación más o menos anticuado, como las alfarerías, cristalerías, etc., artesanías arcaicas como la panificación y, finalmente, incluso el disperso trabajo llamado domiciliario como la fabricación de clavos, etc. [197], habían caído en poder de la explotación capitalista, ni más ni menos que la fábrica. La legislación, por consiguiente, se vio obligada a despojarse paulatinamente de su carácter excepcional o, allí donde como en Inglaterra procede conforme a la casuística romana, tuvo que declarar discrecionalmente que toda casa en la que se trabajaba era una fábrica (factory) [198].

[361] Segundo: La historia de la regulación de la jornada laboral en algunos ramos de la producción, y en otros la lucha que aún dura en pro de esa reglamentación, demuestran de manera tangible que el trabajador aislado, el trabajador como vendedor "libre" de su fuerza de trabajo, sucumbe necesariamente y sin posibilidad de resistencia una vez que la producción capitalista ha alcanzado cierto grado de madurez. La fijación de una jornada laboral normal es, por consiguiente, el producto de una guerra civil prolongada y más o menos encubierta entre la clase capitalista y la clase obrera. Así como la lucha se entabla primero en el ámbito de la industria moderna, se desenvuelve por vez primera en el suelo patrio de esta última. Inglaterra 199 hh. Los obreros fabriles ingleses no sólo fueron los adalides de la moderna clase trabajadora inglesa, sino de la clase obrera moderna en general, así como sus teóricos fueron los primeros en arrojar el guante a la teoría del capital [200]. De ahí que el filósofo fabril Ure denuncie, como mácula indeleble de la clase obrera inglesa, el que la misma haya [362] inscrito "la esclavitud de las leyes fabriles" en las banderas que levanta contra el capital, mientras que éste lucha virilmente por "la plena libertad de trabajo" [201].

Francia renguea lentamente a la zaga de Inglaterra. Fue necesaria la Revolución de Febrero para que naciera la ley de doce horas 202, mucho más defectuosa que su original inglés. Pese a ello, el método revolucionario francés hace valer sus peculiares ventajas. De un golpe dicta el mismo límite de la jornada laboral a todos los talleres y fábricas, sin distinción, mientras que la legislación inglesa cede con renuencia a la presión de las circunstancias, ora en este punto, ora en el otro y se presta a que se genere toda clase de nuevos embrollos jurídicos [203] ii. Por otra parte, la ley francesa proclama como principio lo que en Inglaterra únicamente se conquista en nombre de los niños, [363] menores y mujeres, y que sólo en los últimos tiempos ha sido reivindicado como derecho general [204].

En los Estados Unidos de Norteamérica todo movimiento obrero independiente estuvo sumido en la parálisis mientras la esclavitud desfiguró una parte de la república. El trabajo cuya piel es blanca no puede emanciparse allí donde se estigmatiza el trabajo de piel negra. Pero de la muerte de la esclavitud surgió de inmediato una vida nueva, remozada. El primer fruto de la guerra civil fue la agitación por las ocho horas, que calzándose las botas de siete leguas de la locomotora avanzó a zancadas desde el Océano Atlántico hasta el Pacífico, desde Nueva Inglaterra hasta California. El Congreso General del Trabajo, reunido en Baltimore (16 de agosto de 1866) [205] declara: "La primera y gran necesidad del presente, para librar de la esclavitud capitalista al trabajo de esta tierra, es la promulgación de una ley con arreglo a la cual las ocho horas sean la jornada laboral normal en todos los estados de la Unión norteamericana. Estamos decididos a emplear todas nuestras fuerzas hasta alcanzar este glorioso resultado" [206]. Simultáneamente (principios de setiembre de 1866), el Congreso Obrero Internacional de Ginebra adoptó la siguiente resolución, a propuesta del Consejo General de Londres: "Declaramos que la restricción de la jornada laboral es una condición previa, sin la cual han de fracasar todos los demás esfuerzos por la emancipación... Proponemos 8 horas de trabajo como límite legal de la jornada laboral" [207].

[364] El movimiento obrero, crecido instintivamente en las dos orillas del Océano Atlántico a partir de las condiciones de producción mismas, corroboraba de este modo la sentencia del inspector fabril inglés Robert John Saunders: "Nunca podrán darse nuevos pasos hacia una reforma de la sociedad, a menos que se limiten las horas de trabajo y se imponga el respeto estricto al límite preceptuado" [208].

Es preciso reconocer que nuestro obrero sale del proceso de producción distinto de como entró. En el mercado se enfrentaba a otros poseedores de mercancías como poseedor de la mercancía "fuerza de trabajo": poseedor de mercancías contra poseedor de mercancías. El contrato por cual vendía al capitalista su fuerza de trabajo demostraba, negro sobre blanco, por así decirlo, que había dispuesto libremente de su persona. Cerrado el trato se descubre que el obrero no es "ningún agente libre", y que el tiempo de que disponía libremente para vender su fuerza de trabajo es el tiempo por el cual está obligado a venderla [209]; que en realidad su vampiro no se desprende de él mientras quede por explotar un músculo, un tendón, una gota de sangre" [210]. Para "protegerse" contra la serpiente de sus tormentos [211], los obreros tienen que confederar sus cabezas e imponer como clase una ley estatal, una barrera social infranqueable que les impida a ellos mismos venderse junto a su descendencia, por medio de un contrato libre con el capital, para la muerte y la esclavitud [212]. En [365] lugar del pomposo catálogo de los "derechos humanos inalienables" hace ahora su aparición la modesta Magna Charta 213 de una jornada laboral restringida por la ley, una carta magna que "pone en claro finalmente cuándo termina el tiempo que el obrero vende, y cuándo comienza el tiempo que le pertenece a sí mismo" [214]. Quantum mutatus ab illo! [[exclamdown]Qué gran transformación!] [215] [1] 35 "Una jornada laboral es imprecisa, puede ser larga o corta". ("An Essay on Trade and Commerce, Containing Observations on Taxation"..., Londres, 1770, p.73).

[2] 36 Este interrogante es infinitamente más importante que la célebre pregunta de sir Robert Peel a la Cámara de Comercio de Birmingham: "What is a pound?" ["¿Qué es una libra?"], cuestión que sólo pudo plantearse porque Peel estaba tan a oscuras acerca de la naturaleza del dinero como los "little shilling men" [partidarios de los chelines pequeños] [[[103]]] de Birmingham.

3 [103] Little shilling men (partidarios de los chelines pequeños).-- Al término de las guerras napoleónicas se planteó, en Inglaterra, el problema de cómo pagar la inmensa deuda pública y la gran masa de deudas privadas contraídas en billetes de banco depreciados. Hombres como el banquero Thomas Attwood, Wright, Harlow, Spoones y otros propusieron que se pagara a los acreedores tantos chelines como habían prestado, pero que se diera el nombre de chelín no a 1/78 de onza de oro sino a 1/90, por ejemplo; de ahí el nombre de "partidarios de los chelines pequeños" dado a la escuela. (Véase "Contribución a la crítica...", II, B; MEW, t. XIII, pp. 64-65.)-- 279.

4 [104] Descubierta por el griego Piteas de Marsella en el siglo IV a.n.e., Tule (sobre cuya ubicación precisa se discrepa) parece haber sido el punto más septentrional alcanzado por los viajeros y mercaderes de la Antigüedad clásica, y de ahí que se la considerara como paradigma de lo remoto, límite infranqueable del mundo (véase por ejemplo Virgilio, "Geórgicas", I, 30).-- 279.

[5] 37 "Es tarea del capitalista obtener del capital desembolsado la mayor suma posible de trabajo" ("d'obtenir du capital dépensé la plus forte somme de travail possible"). J. G. Courcelle-Seneuil. "Traité théorique et pratique des entreprises industrielles", 2ª ed., París, 1857, p. 62.)

[6] 38 "Una hora de trabajo perdida cada día infiere un daño inmenso a un estado comercial." "Existe un consumo muy grande de artículos de lujo entre los trabajadores pobres de este reino, particularmente entre el populacho manufacturero, en lo cual consumen también su tiempo, el más nefasto de los consumos." ("An Essay on Trade and Commerce"..., pp. 47 y 153.)

[7] 39 "Si el jornalero libre se toma un momento de descanso, la economía sórdida que lo atisba con inquietud pretende que aquél la roba." (N. Linguet, "Théorie des loix civiles"..., Londres, 1767, t. II, p. 466.)

[8] 40 Durante la gran strike [huelga] que los builders [albañiles] de Londres efectuaron en 1860-1861 por la reducción de la jornada laboral a 9 horas, su comisión publicó un manifiesto que coincide en gran parte con el alegato de nuestro obrero. El documento alude, no sin ironía, a que el "building master" [constructor] más ávido de ganancias un tal sir M. Peto vivía en "olor de santidad". (Este mismo Peto tuvo, después de 1867, un fin a lo ... [exclamdown]Strousberg!) [[[104 bis]]]

9 [104 bis] El original no es aquí muy claro. Marx escribe estas líneas de la segunda edición bajo la impresión de la ruidosa quiebra (1873) del empresario ferrocarrilero Barthel Heinrich Strousberg o Strausberg, con la que se cierra en Alemania el período de especulación febril provocado por los pagos de guerra franceses. La bancarrota de sir Samuel Morton Peto --despiadado explotador de sus obreros, espléndido protector de las iglesias bautista y anglicana-- se declaró en mayo de 1866, esto es, antes de la fecha indicada por Marx ("después de 1867") y mucho antes de la ruina de Strousberg. Peto (tal vez sea éste el motivo de la confusión) no se vio obligado a renunciar a su banca por Bristol hasta 1868.-- 279; 281.

[10] 41 "Los que trabajan... en realidad alimentan tanto a los pensionistas [...], llamados ricos, como a sí mismos." (Edmund Burke, "Thoughts and Details on Scarcity", Londres, 1800, p. 2.)

[11] 42 Con todo candor observa Niebuhr, en su "Römische Geschichte": "No es posible desconocer que obras como las etruscas, que aun en ruinas despiertan el asombro, presuponen en estados pequeños (!) señores y siervos". Mucho más profundamente dijo Sismondi que los "encajes de Bruselas" presuponían patrones y asalariados.

[12] 43 "No se puede contemplar a esos infelices" (en las minas de oro entre Egipto, Etiopía y Arabia), "que ni siquiera pueden asear sus cuerpos o cubrir su desnudez, sin dolerse de su trágico destino. Pues allí no tiene cabida ninguna indulgencia ni miramiento por los enfermos, los enclenques, los ancianos, por la endeblez femenil. Obligados a golpes, todos deben continuar trabajando hasta que la muerte pone término a sus tormentos y su miseria." (Diodor von Sicilien, "Historische Bibliothek", lib. 3, cap. 13[, p. 260]).

[13] 44 Lo que sigue se refiere a la situación de las provincias rumanas con anterioridad a la revolución [[[84]]] operada luego de la guerra de Crimea.

[14] 44 bis {F. E. Nota a la 3ª edición. Esto se aplica también a Alemania, y en especial a la parte de Prusia que queda al este del Elba. En el siglo XV el campesino alemán, en casi todas partes, aunque sujeto a determinadas prestaciones en especie y laborales, era en lo demás un hombre libre, por lo menos de hecho. A los colonos alemanes en Brandeburgo, Pomerania, Silesia y Prusia Oriental se los reconocía incluso jurídicamente como hombres libres. La victoria de los nobles en la Guerra Campesina puso término a esa situación. No sólo los campesinos del sur de Alemania se convirtieron nuevamente en siervos de la gleba. Ya desde mediados del siglo XVI los campesinos libres prusiano-orientales, los brandeburgueses, pomeranios y silesios, y pronto también los de Schleswig-Holstein, fueron degradados a la condición servil. (Maurer, "Fronhöfe", t. IV; Meitzen, "Der Boden des preussischen Staats"; Hanssen, "Leibeigenschaft in Schleswig-Holstein.)}

[15] [105] "Règlement organique".-- Especie de constitución impuesta en 1831 a los principados danubianos (Moldavia y Valaquia, aproximadamente la Rumania actual) por los ocupantes rusos, luego de la derrota otomana en la guerra de 1828-29. El poder político se concentraba en el hospodar (príncipe satélite del ocupante) de cada principado, electo vitaliciamente por terratenientes, clérigos y burgueses, la situación de los siervos --pese al derecho formal a cambiar de señor y la abolición nominal de la tortura-- se volvía aun más agobiadora. Principal redactor del Règlement" fue el general ruso Pavel Dmítrievich Kiseliov, gobernador de los principados de 1829 a 1834.-- 285.

[16] 45 Otros detalles pueden verse en É. Regnault, "Histoire politique et sociale des principautés danubiennes", París, 1855[, p. 304 y ss.].

17 46 "En general, y dentro de ciertos límites, el rebasar las medidas medias de su especie testimonia en favor del desarrollo de los seres orgánicos. En el caso del hombre, su talla disminuye cuando su desarrollo se ve perjudicado a causa de condiciones físicas o sociales. En todos los países europeos en los que rige el reclutamiento obligatorio, desde la introducción del mismo ha disminuido la talla media de los adultos y, en términos generales, su aptitud para el servicio. Antes de la revolución (1789), el mínimo (a) para los soldados de infantería era en Francia de 165 centímetros; en 1818 (ley del 10 de marzo), 157, y conforme a la ley del 21 de marzo de 1832, 156 centímetros; en Francia, término medio, se exime del servicio a más de la mitad de los reclutas por insuficiencia de talla y defectos físicos. En 1780, la talla militar era en Sajonia de 178 centímetros; ahora es 155. En Prusia es de 157. Según datos publicados en el "Bayrische Zeitung del 9 de mayo de 1862 por el doctor Meyer, el resultado medio de 9 años es que en Prusia de 1.000 reclutas 716 son ineptos para el servicio militar: 317 por insuficiencia de talla y 399 por defectos físicos... En 1858 Berlín no pudo integrar su contingente de reclutas suplentes, pues faltaban 156 hombres." (J. V. Liebig, "Die Chemie in ihrer Anwendung auf Agrikultur und Physiologie", 7ª ed., 1862, t. I, pp. 117, 118.)

a a 2ª y 3ª ediciones: "máximo" en vez de "mínimo".

[b] b En la 3ª y 4ª ediciones se agrega: "(1867)".

[18] 47 En el curso de este capítulo figura la historia de la ley fabril de 1850.

[19] 48 Sólo ocasionalmente me refiero al período que va desde el comienzo de la gran industria inglesa hasta 1845, y en lo que concierne a este punto remito al lector a "Die Lage der arbeitenden Klasse in England", de Friedrich Engels, Leipzig, 1845. Los "Factory Reports", los "Reports on Mines", etc. aparecidos desde 1845, ponen de manifiesto cuán profundamente aprehendió Engels el espíritu del modo de producción capitalista, y la comparación más superficial de su obra con los informes oficiales de la "Children's Employment Commission", publicados 20 años más tarde (1863-1867), muestra lo admirablemente que pintó la situación en sus detalles. Estos últimos informes, en particular, versan sobre ramos industriales en los que hasta 1862 no se había introducido la legislación fabril, y en parte ello no ha ocurrido aún. Aquí, pues, la situación descrita por Engels no ha experimentado cambios más o menos grandes, impuestos desde afuera. Tomo mis ejemplos, en lo principal, del período librecambista posterior a 1848, de esa época paradisíaca de la cual los buhoneros del librecambismo, tan locuaces como científicamente nulos, faucherean [[[105 bis]]] tantas maravillas a los alemanes. Por lo demás, si Inglaterra ocupa aquí el primer plano, ello se debe únicamente a que representa de manera clásica el modo de producción capitalista y posee, ella sola, información estadística oficial y continua acerca de los objetos en discusión.

20 [105 bis] Marx juega aquí con el nombre del economista vulgar Julius Faucher (1820-78). El verbo alemán fauchen significa "resoplar, jadear, bufar, echar pestes".-- 288; 568.

[21] 49 "Suggestions... by Mr. L. Horner, Inspector of Factories", en "Factories Regulation Act. Ordered by the House of Commons to be Printed 9th August, 1859", pp. 4, 5.

[22] 50 "Reports... October 1856", p. 35.

[23]

[24] 52 Ibídem, p. 10.

[25] 53 Ibídem, p. 25.

[26] 54 "Reports... 30th April 1861". Véase apéndice nº 2; "Reports... 31st October 1862", pp. 7, 52, 53. Las transgresiones volvieron a menudear en el último semestre de 1863. Cfr. "Reports... 31st October 1863", p. 7.

[27] 55 "Reports... for the Half Year Ending 31st October 1860", p. 23. El siguiente y curioso caso muestra con qué fanatismo, según el testimonio de los fabricantes ante la justicia, los obreros de sus establecimientos se resisten a toda interrupción del trabajo: en los primeros días de junio de 1836 los magistrados de Dewsbury (Yorkshire) recibieron denuncias de que los propietarios de ocho grandes fábricas, en las cercanías de Batley, violaban la ley fabril. Se acusaba a varios de estos señores de haber hecho trabajar a cinco muchachos, cuya edad oscilaba entre los 12 y los 15 años, desde las 6 de la mañana del viernes hasta las 4 de la tarde del sábado siguiente, sin permitirles más descanso que para las comidas y una hora de sueño a medianoche. [exclamdown]Y esos muchachos tenían que ejecutar el incesante trabajo de 30 horas metidos en la "shoddy-hole" [cueva de la lana], como se llama al infierno donde se desgarran los retazos de lana y en el cual un mar aéreo de polvo, pelusas, etc., obliga a los obreros adultos mismos a usar continuamente tapabocas para protegerse los pulmones! En lugar de jurar porque en su calidad de cuáqueros eran personas tan escrupulosamente religiosas que no podían prestar juramento , los señores acusados dieron seguridades de que, en su gran misericordia, les habían permitido a los pobres niños que durmieran durante cuatro horas, [exclamdown]pero que los muy testarudos de los muchachos se negaron rotundamente a ir a la cama! Los señores cuáqueros fueron condenados a pagar una multa de [sterling] 20. Dryden presintió a esos cuáqueros:

"Un zorro henchido de fingida santidad,

que mentía como el diablo pero se espantaba ante un juramento,

que miraba como la Cuaresma, píamente, de reojo,

[28] [106] John Dryden, "The Cock and the Fox; or, the Tale of the Nun's Priest", en "Fables Ancient and Modern".-- 291.

[29] 56 "Reports... 31st October 1856", p. 34.

[30] 57 Ibídem, p. 35

[31] 58 Ibídem, p. 48.

[32] 59 Ibídem, p. 48.

[33] 60 Ibídem, p. 48.

[34] 61 Ibídem, p. 48.

[35] 62 "Moments are the elements of profit." ("Reports... 30th April 1860", p. 56.)

[c] a Así en el original (el término normal es "full-timers").

[d] d Así en el original (el término normal es "half-timers").

[36] 63 La expresión ha adquirido derecho de ciudadanía, tanto en la fábrica como en los informes fabriles.

[37] 64 "La codicia de los fabricantes, cuyas atrocidades en la prosecución de las ganancias difícilmente hayan sido superadas por las que perpetraron los españoles, en la búsqueda de oro, durante la conquista de América." (John Wade, "History of the Middle and Working Classes", 3ª ed., Londres, 1835, p. 114.) La parte teórica de este libro, una especie de bosquejo de la economía política, contiene algún material original para su época, por ejemplo en torno a las crisis comerciales. La parte histórica se ve afectada por plagios desvergonzados del libro de sir F. M. Eden, "The State of the Poor"..., Londres, 1797.

[38] 65 "Daily Telegraph", Londres, 17 de enero de 1860.

[39] [107] El Privy Council (Consejo Privado), compuesto de dignatarios de la corte, grandes señores, prelados y (desde los Tudores) también de jurisconsultos y otros especialistas, desempeñó en ciertos períodos de la historia inglesa las funciones de gabinete ministerial, pese a que nominalmente no era más que un cuerpo asesor del monarca. En tiempos de Marx la importancia de la institución era ya escasa.-- 293; 486; 566; 817.

[40] 66 Cfr. Engels, "Die Lage"... , pp. 249-251.

[41] 67 "Children's Employment Commission. First Report...1863", apéndice, pp. 16, 19, 18.

[42] 68 "Public Health, 3rd Report"..., pp. 103, 105.

[43] 69 "Children's..., 1863", pp. 24, 22 y XI.

[44] 70 Ibídem, p. XLVII.

[45] 71 Ibídem, p. LIV.

[46] 72 No debe entenderse esto en el sentido que damos nosotros al tiempo de plustrabajo. Estos señores consideran que el trabajo de 10 1/2 horas es la jornada laboral normal, que incluye también, por lo tanto, el plustrabajo normal. Luego comienza "el sobretiempo", algo mejor remunerado. En otra oportunidad, más adelante, se verá que el empleo de la fuerza de trabajo durante la llamada jornada normal se paga por debajo de su valor, de manera que el "sobretiempo" es una simple artimaña de los capitalistas para estrujar más "plustrabajo", lo cual, por lo demás, sigue siendo lo mismo cuando la fuerza de trabajo empleada durante la "jornada normal" se remunera realmente en su totalidad.

[47] [108] Ecce iterum Crispinus ("[exclamdown]He aquí de nuevo a Crispín!", "[exclamdown]Otra vez Crispín!") Así comienza la sátira IV de Juvenal, en la que el poeta toma como blanco de su censura a Crispín, cortesano del emperador Domiciano; la frase suele utilizarse en el sentido de "[exclamdown]Otra vez la misma persona!", "[exclamdown]Siempre la misma canción!"-- 297.

[48] 73 "Children's... , 1863", pp. 123, 124, 125, 140 y LXIV.

[49] 74 El alumbre, pulverizado finamente o mezclado con sal, es un artículo normal en el comercio, se lo conoce por el nombre, muy sugerente, de "baker's stuff" [material de panadero].

[50] 75 El hollín, como es sabido, es una forma muy activa del carbono y constituye un abono que deshollinadores capitalistas venden a los agricultores ingleses. Ahora bien, en 1862 el "juryman" [miembro de un jurado] británico hubo de decidir en un proceso si el hollín al que se añadía, sin conocimiento del comprador, un 90 % de polvo y arena era hollín "verdadero" en el sentido "comercial" u hollín "adulterado" en el sentido "legal". Los "ammis du commerce" fallaron que se trataba de hollín comercial "verdadero" y rechazaron la demanda del agricultor querellante, quien por añadidura tuvo que pagar las costas.

[51] [109] Eleáticos o eleatas. --Escuela de filósofos griegos (Jenófanes de Colofón, Parménides de Elea, Zenón de Elea, Meliso de Samos) que floreció en los siglos VI-V a.n.e. Idealistas y monistas, los eleáticos sostenían la inmovilidad del ser (para moverse, el ser debería hacerlo en algo distinto de él, exterior a él, en un no-ser, y el no-ser --tautologizaba Parménides-- no es) y que los fenómenos naturales eran mera apariencia.-- 299.

[52] 76 En una memoria sobre las "sophistications" de las mercancías, el químico francés Chevalier consigna, para muchos de los más de 600 artículos a los que pasa revista, 10, 20 ó 30 métodos diversos de adulteración. Acota que no conoce todos los métodos ni menciona todos los que conoce. Registra 6 falsificaciones del azúcar, 9 del aceite de oliva, 10 de la manteca, 12 de la sal, 19 de la leche, 20 del pan, 23 del aguardiente, 24 de la harina, 28 del chocolate, 30 del vino, 32 del café, etc. Ni siquiera el buen Dios logra eludir ese destino. Véase Rouard de Card, "De la falsification des substances sacramentelles", París, 1856.

[53] 77 "Report... Relating to the Grievances Complained of by the Journeymen Bakers"..., Londres, 1862, y "Second Report"..., Londres, 1863.

[e] a En la 4ª edición: "5".

[f] b Grados Fahrenheit; entre 24 y 32 C.

[54] 78 Ibídem, "First Report"... , pp. VI VII.

[55] 79 Ibídem, p. LXXI.

[56] 80 George Read, "The History of Baking", Londres, 1848, p. 16.

[57] 81 "Report (First)... Evidence". Declaración del "full priced baker" Cheesman, p. 108.

[58] 82 G. Read, op. cit. A fines del siglo XVII y principios del XVIII, aún se denunciaba oficialmente como "public nuisances" [estorbos públicos] a los factors (agentes) que se infiltraban en todas las industrias posibles. Así, por ejemplo, el Grand Jury, [[[109bis]]] en la reunión trimestral de los jueces de paz del condado de Somerset, elevó una "presentment" ("denuncia") a la Cámara de los Comunes en la que, entre otras cosas, se dice "que esos agentes de Blackwell Hall son un estorbo y perjuicio público para la industria pañera y debiera reprimírselos como a un estorbo". ("The Case of Our English Wool"... , Londres, 1685, pp. 6, 7.)

59 [109 bis] El Grand Jury cuerpo compuesto de 13 a 23 jurados, tenía por cometido decidir si el procedimiento penal seguido contra el acusado se ajustaba o no a derecho; elevaba la acusación al tribunal del crimen o absolvía al inculpado.-- 302.

[60] 83 "First Report"..., p. VIII.

[61] 84 "Report of Committee on the Baking Trade in Ireland for 1861".

[62] 85 Ibídem.

[63] 56 Asamblea pública de los trabajadores agrícolas en Lasswade, cerca de Glasgow (g), el 5 de enero de 1866. (Véase "Workman's Advocate", 13 de enero de 1866.) La formación, a partir de fines de 1865, de un trade's union entre los trabajadores agrícolas, primero en Escocia, constituye un acontecimiento histórico. En uno de los más oprimidos distritos agrícolas de Inglaterra, en Buckinghamshire, los asalariados efectuaron en marzo de 1867 una gran huelga para que les aumentaran el salario semanal de 9-10 chelines a 12. Como vemos por esta nota (h), que figura en el apéndice de la primera edición, y por la nota 86, p. 247 (i), a la que complementa (j), el movimiento del proletariado agrario inglés, que había quedado totalmente quebrado después de la represión de sus violentas manifestaciones posteriores a 1830, y especialmente desde la aplicación de la nueva ley de pobres, se reanuda en el decenio de 1860 y adquiere, finalmente, características memorables en 1872. Trataremos nuevamente el punto en el tomo II, donde nos ocuparemos asimismo de los libros azules publicados desde 1867 y dedicados a la situación del trabajador agrícola inglés (k).

g g En la versión inglesa dice, con más precisión: "cerca de Edimburgo"[[[109bis2]]].

64 [109 bis] En la versión inglesa se corrige: "cerca de Edimburgo" en vez de "cerca de Glasgow". Lasswade, en efecto, ocupa el extremo de un arco imaginario que pasa por Edimburgo y cuyo otro extremo es Glasgow.-- 304.

h h Marx se refiere (este agregado figura en el apéndice de la 2ª edición) a la frase precedente.

i i El autor se refiere a las tres primeras frases de esta nota 86.

j j En la 3ª y 4ª ediciones esta frase comienza así: "Como vemos por lo precedente"...

k k En la 3ª y 4ª ediciones toda esta parte de la nota (desde "Como vemos") se presenta como "Agregado a la 3ª edición".

[65] 87 "Reynold's [News]paper", [21 de] enero de 1866. Semana tras semana este hebdomadario publica, bajo "sensational headings" ["títulos sensacionales"] como "Fearful and fatal accidents" ["Accidentes pavorosos y fatales"], "Appaling tragedies" ["Espantosas tragedias"], etc., una lista completa de nuevas catástrofes ferroviarias. Al respecto contesta un obrero de la línea North Stafford: "Todo el mundo conoce cuáles son las consecuencias que pueden sobrevenir si la atención del maquinista y el fogonero de una locomotora decae un instante. ¿Cómo podría ocurrir otra cosa cuando se prolonga desmesuradamente el trabajo, con el tiempo más desapacible, sin pausas ni reposo? El siguiente es un ejemplo que ocurre muy a menudo: el lunes pasado un fogonero comenzó su jornada muy temprano, de mañana. La terminó luego de 14 horas y 50 minutos. Antes de que tuviera tiempo de tomar el té, lo llamaron de nuevo al trabajo. [...] Tuvo, pues, que bregar ininterrumpidamente durante 29 horas y 15 minutos. El resto de su semana de trabajo fue como sigue: miércoles, 15 horas; jueves, 15 horas 35 minutos, viernes, 14 1/2 horas; sábado, 14 horas 10 minutos; total de la semana, 88 horas 30 minutos. Y ahora, señor, imagínese su sorpresa cuando le pagaron 6 días de trabajo. El hombre era nuevo y [...] preguntó qué se entendía por jornada laboral. Respuesta: 13 horas, o sea 78 horas por semana. [...] Preguntó qué pasaba con el pago por las 10 horas 30 minutos de más. Tras mucho discutir recibió una compensación de 10 peniques" (menos de 10 silbergroschen). (Ibídem, 4 de febrero de 1866.)

[66] [110] Apenas llega Odiseo al tenebroso país de los cimerios realiza un sacrificio y los muertos --recién casadas, hombres jóvenes, ancianos achacosos, guerreros caídos en combate-- se agolpan en torno de él para beber la sangre de las víctimas ("Odisea", canto XI).-- 305.

[67] 88 Cfr. F. Engels, "Die Lage"... , pp. 253, 254.

68 89 El doctor Letheby, médico de apelación del Board of Health [Ministerio de Salud Pública], declaró entonces: "Para un adulto, el mínimo de aire que tendría que haber en un dormitorio es de 300 pies cúbicos (l), y en un cuarto de estar de 500 (m)". El doctor Richardson, médico jefe en uno de los hospitales londinenses, declaró: "Las costureras de todo tipo, entre ellas las sombrereras, modistas y costureras ordinarias, padecen de tres males: trabajo excesivo, falta de aire y comida deficiente o digestión deficiente. [...] En lo esencial, este tipo de trabajo [...] se adapta infinitamente mejor a las mujeres que a los hombres. Pero la desgracia de la industria, especialmente en la metrópoli, es que está monopolizada por unos 26 capitalistas que, aprovechándose de las ventajas que derivan del capital (that spring from capital), arrancan economía del trabajo" (force economy out of labour: quiere decir que economizan desembolsos derrochando fuerza de trabajo). "Su poder se hace sentir en todo el dominio de esta clase de trabajadoras. Si una modista consigue una reducida clientela, la competencia la obliga, para conservarla, a matarse en su casa trabajando, y necesariamente tiene que infligir el mismo trabajo excesivo a sus ayudantas. Si fracasa o no puede establecerse por su cuenta, habrá de dirigirse a un establecimiento en el que no trabajará menos, pero tendrá segura la paga. En esa colocación se vuelve una verdadera esclava, llevada aquí y allá por el oleaje de la sociedad; ora en su casa, pasando hambre o poco menos en un cuartucho; ora nuevamente ocupada 15, 16 y hasta 18 de las 24 horas del día en una atmósfera difícilmente tolerable, y con una comida que, aun si es buena, no puede digerirse por falta de aire puro. La tisis, que es simplemente una enfermedad causada por el aire viciado, se nutre de estas víctimas." Dr. Richardson, "Work and Overwork", en "Social Science Review", 18 de julio de 1863.

l l 8,5 m3, aproximadamente.

m m 14,2 m3, aproximadamente.

[n] 90 "Morning Star", 23 de junio de 1863. El "Times" aprovechó el acontecimiento para defender a los esclavistas norteamericanos contra Bright, etc. "Muchísimos de nosotros", sostuvo "piensan que mientras hagamos trabajar a nuestras jóvenes hasta la muerte, valiéndonos del azote del hambre en vez del chasquido del látigo [...], difícilmente tengamos el derecho de excitar las pasiones, al rojo vivo, contra familias que han nacido esclavistas y que por lo menos alimentan bien a sus esclavos y los hacen trabajar con moderación." ("Times", 2 de julio de 1863.) Del mismo modo el "Standard", órgano tory, sermoneó al reverendo Newman Hall: "Excomulga a los esclavistas, pero reza junto a esos honrados sujetos que [...] hacen trabajar 16 horas diarias, por un salario de perros, a los conductores y guardas de los ómnibus de Londres". Por último habló el oráculo, el señor Thomas Carlyle, de quien ya en 1850 hice imprimir: "El genio se ha ido al diablo; ha permanecido el culto" [[[111]]]. En una breve parábola reduce el único acontecimiento grandioso de la historia contemporánea, la guerra civil norteamericana, a que Pedro del Norte quiere destrozar violentamente el cráneo a Pablo del Sur porque Pedro del Norte "alquila" a sus trabajadores "por día", y Pablo del Sur lo hace "de por vida". ("Macmillan's Magazine". "Ilias Americana in nuce". Cuaderno de agosto de 1863.) Así reventó, por fin, la burbuja de la simpatía tory por el asalariado urbano, [exclamdown]en modo alguno por el rural, claro está! El meollo se denomina: [exclamdown]esclavitud!.

69 [111] Las palabras "hice imprimir" parecen sugerir que Marx no fue el autor del comentario sobre el libro de Carlyle, Latter-Day Pamphlets. En la edición francesa --difícilmente se trate aquí de libertades que se haya tomado Roy-- la cita se presenta así, sin embargo: "Por último habló la Sibila de Chelsea, Thomas Carlyle, el inventor del culto de los genios (hero worship), acerca del cual ya escribía yo en 1850", etc. Sea como fuere, Marx no cita textualmente el artículo de 1850, en el que se lee: "Al culto del genio, que Carlyle comparte con Strauss, en estos folletos se le ha extraviado el genio. Ha quedado el culto". (Cfr. "Rezensionen aus der Neuen Rheinischen Zeitung..." en MEW, t. VII, p. 256.).-- 307.

[70] 91 Dr. Richardson, op. cit.[, p. 476 y s.].

[n] n En la 3ª y 4ª ediciones, "de la región de Moscú" en vez de "de Moscú".

[71] 92 "Children's... Third Report", Londres, 1864, pp. IV, V, VI.

[72] 93 "Tanto en Staffordshire como en Gales del Sur las muchachas y mujeres trabajan en las minas de carbón y en los vaciaderos de coque, no sólo de día sino también de noche. A menudo se ha citado esta práctica en informes presentados al parlamento, indicándose que la misma trae consigo males considerables y manifiestos. Estas mujeres, que trabajan junto a los hombres y apenas se distinguen de ellos por su vestimenta, tiznadas y mugrientas, se hallan expuestas al deterioro de su carácter, resultante de esa pérdida de respeto de sí mismas que es la consecuencia casi obligada de su ocupación nada femenina." (Ibídem, 194, p. XXVI. Véase "Children's... Fourth Report", 1865, 61, p. XIII). Otro tanto ocurre en las fábricas de vidrio.

[73] 94 "Parece natural", observa un fabricante de acero que recurre al trabajo nocturno de los niños, "que los muchachos que trabajan por la noche no puedan dormir de día ni encontrar ningún reposo propiamente dicho, y que en vez de eso el día siguiente anden vagabundeando sin cesar." (Ibídem, 63, p. XIII.) Un médico indica lo siguiente, entre otras cosas, con respecto a la importancia de la luz solar para la conservación y desarrollo del cuerpo: "La luz opera directamente, asimismo, sobre los tejidos del cuerpo, dándoles dureza y elasticidad. Los músculos de animales a los que se priva de la cantidad debida de luz, se ablandan y pierden su elasticidad; la deficiencia de estímulo hace que la facultad nerviosa pierda su tono y se atrofie la elaboración de todo lo que debiera crecer... En el caso de los niños, la exposición constante a la plenitud de la luz diurna y durante parte del día a los rayos directos del sol, es esencialísima para la salud. La luz coadyuva a la elaboración de sangre sana y plástica y endurece las fibras ya formadas. Actúa también como estímulo sobre los órganos de la vista y motiva así una actividad mayor de las diversas funciones cerebrales". El doctor W. Strange, médico-jefe del "General Hospital" de Worcester, y de cuya obra "La salud" (1864) hemos tomado el pasaje precedente [[[112]]], le escribe a uno de los investigadores, el señor White: "Estando en Lancashire, he tenido hace un tiempo la oportunidad de observar los efectos del trabajo nocturno sobre los niños y no vacilo en afirmar, contrariamente a lo que gustan decir algunos patrones, que a corto plazo se resentía la salud de los niños que lo practicaban". (Ibídem, 284, p. 55.) Que estos temas puedan ser, en general, objeto de controversias serias, demuestra insuperablemente hasta qué punto la producción capitalista afecta las "funciones cerebrales" de los capitalistas y sus retainers [paniaguados].

74 [112] (W) William Strange, "The Seven Sources of Health, Londres, 1864, p. 84.-- 310.

[75] 95 Ibídem, 57, p. XII.

[76] 96 Ibídem, p. XII.

[77] 97 Ibídem, p. XII.

[o] o En la 3ª y 4ª ediciones, en vez de las palabras precedentes, "duraba de 6 de la mañana a 5.30 de la tarde".

[p] p 8 Km.

[78] 98 Ibídem, p. XIII. El nivel cultural de estas "fuerzas de trabajo" no podía ser otro que el que revelan los diálogos siguientes con el comisionado. Jeremiah Haynes, de 12 años: "Cuatro por cuatro son ocho, pero cuatro cuatros (4 fours) son 16... Un rey es ese que tiene todo el dinero y el oro. (A king is him that has all the money and gold.) Tenemos un rey, y dicen que él es una reina; la llaman princesa Alejandra. Dicen que se casó con el hijo de la reina. [...] Una princesa es un hombre". William Turner, de 12 años: "No vivo en Inglaterra. Pienso que es un país, pero nunca supe antes de él". John Morris, de 14: "Oí decir que Dios hizo el mundo y que ahogó a toda la gente, menos a uno; oí decir que ese que quedó era un pajarito". William Smith, de 15 años: "Dios hizo al hombre, el hombre hizo a la mujer". Edward Taylor, de 15: "No sé qué es Londres". Henry Matthewman, de 17: "A veces voy a la iglesia... Un nombre del que predican es un tal Jesucristo, pero no puedo decir ningún otro nombre, y tampoco puedo decir nada de él. No lo asesinaron, sino que murió como otra gente. En cierto sentido no era igual a la otra gente, porque en cierto sentido era religioso, y otros no lo es (q). (He was not the same as other people in some ways, because he was religious in some ways, and others isn't.)" (Ibídem, 74, p. XV.) "El diablo es una buena persona. No sé dónde vive [...]. Cristo era un tipo perverso." ("The devil is a good person. I don't know where he lives. Christ was a wicked man.") "Esta muchacha (10 años) deletrea God [Dios] = Dog [perro] y no conoce el nombre de la reina." ("Children's... Fifth Report", 1866, p. 55, nº 278.) El mismo sistema de las manufacturas de metal citadas prevalece en las fábricas de vidrio y de papel. En las fábricas de papel donde éste se confecciona con máquina, el trabajo nocturno es la norma en todos los procesos, salvo en la clasificación de trapos. En algunos casos el trabajo nocturno, por medio de relevos, prosigue incesantemente durante toda la semana; lo usual es qu dure desde la noche del domingo hasta las 12 horas del sábado siguiente. El equipo al que le corresponde el turno del día trabaja 5 jornadas de 12 horas y una de 18, y el de la noche 5 noches de 12 horas y una de 6, todas las semanas. En otros casos cada turno trabaja 24 horas, el uno después del otro, en días alternados. Un turno trabaja 6 horas el lunes y, para completar las 24, 18 el sábado. En otros casos se introduce un sistema intermedio, con arreglo al cual todos los que tienen que ver con la maquinaria de fabricar papel trabajan de 15 a 16 horas todos los días de la semana. Este sistema, dice el comisionado Lord, parece combinar todos los males inherentes a los relevos de 12 y de 24 horas. Bajo este sistema de trabajo nocturno laboran niños de menos de 13 años, muchachos menores de 18 y mujeres. A veces, en el sistema de 12 horas, tienen que trabajar un turno doble de 24 por no presentación del relevo. Las declaraciones de testigos demuestran que muy a menudo muchachos y chicas se ven obligados a trabajar sobretiempo, que no raras veces comprende 24 y hasta 36 horas de trabajo ininterrumpido. En el proceso "continuo e invariable" de los talleres de vidriado es posible encontrar muchachas de 12 años que durante todo el mes trabajan 14 horas diarias "sin ningún descanso regular o interrupción, salvo dos o a lo más tres pausas de media hora para las comidas". En algunas fábricas en las que se ha abandonado por entero el trabajo nocturno regular, se trabaja una cantidad terriblemente grande de sobretiempo, y "eso ocurre a menudo en los procesos más sucios, calurosos y monótonos". ("Children's... Fourth Report", pp. XXXVIII y XXXIX.)

q q En nuestra traducción mantenemos la falta de concordancia del original.

[r] r Grados Fahrenheit; 28 a 30 C.

[79] 99 Ibídem, 79, p. XVI.

[80] 100 Ibídem, 80, pp. XVI, XVII.

[81] 101 Ibídem, 82, p. XVII.

82 102 "En nuestra época, tan reflexiva y razonadora, no habrá de adelantar mucho en su carrera quien no sepa aducir una buena razón para todo, incluso para lo peor y más absurdo. Todo lo que en el mundo está torcido, está torcido por buenas razones." (Hegel, "Enzyklopädie", 1ª parte, "Die Logik", p. 249.)

[83] 103 "Children's Fourth Report", 85, p. XVII. Respondiendo a los delicados y análogos reparos de los señores fabricantes de vidrio, según los cuales son imposibles las "comidas regulares" de los niños porque a causa de ellas determinada cantidad de calor irradiada por los hornos se convertiría en "pérdida neta" o se "desperdiciaría", dice el comisionado White, nada conmovido a diferencia de Ure, Senior, etc., y de sus mezquinos imitadores alemanes como Roscher, etc. por la "abstinencia", el "renunciamiento" y "espíritu de ahorro" de los capitalistas en el gasto de su dinero y por su "derroche" timur-tamerlánico de vidas humanas: "Si se asegurara la realización de comidas regulares, es probable que se desperdiciase cierta cantidad de calor por encima de la medida actual, pero incluso en valor dinerario eso no significa nada si se lo compara con el desperdicio de fuerza vital (the waste of animal power) que se produce actualmente, en las fábricas de vidrio de todo el reino, en virtud de que niños que están desarrollándose no disponen del tiempo necesario para efectuar tranquilamente sus comidas y poder digerirlas". (Ibídem, p. XLV.) [exclamdown]Y esto en el "año del progreso" 1865! Dejando a un lado el gasto de energía que exige el levantar y transportar objetos, en las fábricas de botellas y de cristal uno de esos niños tiene que recorrer, durante la ejecución continua de su trabajo, [exclamdown]de 15 a 20 millas (inglesas) (s) en 6 horas! [exclamdown]Y el trabajo dura a menudo 14 y hasta 15 horas! En muchas de esas fábricas de vidrio rige, como en las hilanderías de Moscú, el sistema de relevos cada seis horas: "Durante el período laborable de la semana, 6 horas son el período ininterrumpido más largo de descanso, y de esto hay que deducir el tiempo para ir a la fábrica y volver de ella, lavarse, vestirse, comer, todo lo cual insume tiempo. Queda así, en verdad, un tiempo brevísimo para el descanso, y nada para jugar y tomar aire fresco, salvo que sea a expensas del sueño, tan indispensable para niños que ejecuan un trabajo tan fatigoso y en una atmósfera tan caldeada... Hasta ese breve sueño se ve interrumpido, pues se trata de un niño que de noche tiene que despertarse solo, o de día se desvela por el ruido exterior". El señor White menciona casos como el de un muchacho que trabajó 36 horas consecutivas; en otro, chicos de 12 años bregaron hasta las 2 de la madrugada y luego durmieron en la fábrica hasta las 5 de la mañana ([exclamdown]3 horas!), [exclamdown]reanudando entonces el trabajo diario! "El volumen de trabajo", dicen los redactores del informe general, Tremenheere y Tufnell, "efectuado por muchachos, chicas y mujeres en el curso de su turno de trabajo (spell of labour), es realmente extraordinario". (Ibídem, pp. XLIII y XLIV.) Mientras esto ocurre, el capital vidriero, "pleno de renunciamiento", vuelve quizás del club a su casa, tarde en la noche y amodorrado por el oporto y canturreando maquinal y estúpidamente: "Britons never, never shall be slaves!" ([exclamdown]Los britanos nunca jamás serán esclavos!] [[[113]]].

[s] s De 24 a 32 Km.

84 [113] Britons never, never shall be slaves! ([exclamdown]Los britanos nunca jamás serán esclavos!) --El estribillo de la famosa canción patriotera inglesa (contenida en la obra de James Thomson y David Mallet, "Alfred: a Masque", acto II, última escena) es ligeramente diferente: "Britons never will be slaves!"-- 318.

[85] 104 En Inglaterra, por ejemplo, aun hoy, de cuando en cuando se condena a pena de prisión a un obrero, en el campo, por profanar el domingo al trabajar en la huertecita de su casa. Al mismo obrero se lo castiga por ruptura de contrato si el domingo, aunque sea debido a sus chifladuras religiosas, falta a la fábrica de metal, de papel o de vidrio. El ortodoxo parlamento hace oídos sordos a la profanación del domingo cuando se comete en el "proceso de valorización" del capital. En un memorial (agosto de 1863) en que los jornaleros londinenses de las pescaderías y expendios de aves reclaman la supresión del trabajo dominical, se indica que durante los primeros seis días de la semana se ven obligados a trabajar un promedio de 15 horas diarias, y de 8 a 10 horas el domingo. De este memorial se desprende, a la vez, que dicho "trabajo dominical" alienta precisamente el delicado sibaritismo de los aristocráticos hipócritas de Exeter Hall [[[114]]]. Estos "santos", tan celosos "in cute curanda" [en darse buena vida], dan muestras de su cristianismo en la resignación con que soportan el trabajo excesivo, las privaciones y el hambre de terceros. Obsequium ventris istis (para los obreros) perniciosius est [la glotonería es sumamente perniciosa para ellos (para los obreros)].

86 [114] Exeter Hall. --Edificio del Strand londinense, utilizado entre 1831 y 1880 como local de conciertos y reuniones y sede de sociedades caritativas y religiosas.-- 319.

87 105 "En nuestros informes anteriores citamos las declaraciones de diversos fabricantes experimentados, según los cuales las horas excesivas de trabajo... tienden sin duda a agotar prematuramente la fuerza de trabajo de los hombres." ("Children's"... Fourth Report", 64, p. XIII.)

[88] 106 Cairnes, "The Slave Power", pp. 110, 111.

[89] [2] Mutato nomine de te fabula narratur! ([exclamdown]Bajo otro nombre, a ti se refiere la historia!)-- Horacio, "Sátiras", libro I, sátira 1, verso 69 y s.-- 7; 321.

[90] 107 John Ward, "History of the Borough of Stoke upon Trent"..., Londres, 1843, p. 42.

[91] 108 Discurso de Ferrand en la "House of Commons", 27 de abril de 1863.

[92] 109 "That the manufacturers would absorb it and use it up. Those were the very words used by the cotton manufacturers." (Ibídem.)

[93] 110 Ibídem. Pese a su inmejorable buena voluntad, Villiers estaba "legalmente" obligado a denegar la petición de los fabricantes. Estos caballeros, no obstante, alcanzaron sus objetivos gracias a la condescendencia de las autoridades locales de asilos. El señor Alexander Redgrave, inspector fabril, asegura que esta vez el sistema por el cual los huérfanos e hijos de indigentes eran considerados "legalmente" como apprentices [aprendices], "no se veía acompañado por los viejos abusos" (acerca de estos "abusos" cfr. Engel, "Die Lage"...), aunque es verdad que en un caso hubo "abuso del sistema con respecto a muchachas y mujeres jóvenes, traídas de los distritos agrícolas escoceses a Lancashire y Cheshire". Conforme a este "sistema" el fabricante suscribe un contrato, válido durante cierto período, con las autoridades de los asilos. El primero alimenta, viste y aloja a los niños y les da una pequeña retribución en dinero. Suena un poco extraña la siguiente observación del señor Redgrave, especialmente si se tiene en cuenta que, aun entre los años más prósperos de la industria algodonera inglesa, 1860 ocupa una posición única, y que además los salarios eran elevados, porque la extraordinaria demanda de trabajo chocaba con la despoblación de Irlanda, con una emigración excepcional de habitantes de los distritos agrícolas ingleses y escoceses hacia Australia y América y con una disminución positiva de la población en algunos distritos rurales ingleses, causada en parte por el quebrantamiento logrado con todo éxito de la vitalidad de los campesinos, y en parte por el previo agotamiento de la población disponible debido a los mercaderes de carne humana. Y a despecho de todo esto, afirma el señor Redgrave: "Sólo se busca este tipo de trabajo" (el de los niños de los asilos) "cuando no se puede encontrar ningún otro, ya que se trata de trabajo caro (high-priced labour). El salario corriente de un muchacho de 13 años es de unos 4 chelines semanales, pero alojar, vestir, alimentar y suministrar asistencia édica y una vigilancia adecuada a 50 ó 100 de estos muchachos y por añadidura darles una pequeña retribución en dinero, es cosa que no puede hacerse con 4 chelines semanales por cabeza". ("Reports... 30th April 1860", p. 27.) El señor Redgrave se olvida de decirnos cómo el obrero mismo puede proporcionar todo eso a sus muchachos con los 4 chelines que ganan de salario, si no puede hacerlo el fabricante en el caso de 50 ó 100 de esos jóvenes a los que se aloja, alimenta y vigila juntos. Para evitar que del texto se extraigan conclusiones erróneas, me veo obligado a indicar aquí que a la industria algodonera inglesa, después de su supeditación a la Factory Act de 1850 con su regulación del tiempo de trabajo, etc., se la debe considerar como la industria modelo de Inglaterra. El obrero inglés del algodón está muy por encima, en todos los aspectos, de su compañero continental de infortunio. "El obrero fabril prusiano trabaja por lo menos 10 horas más por semana que su competidor inglés, y si se ocupa en su casa misma con su propio telar, su labor no se restringe siquiera a esas horas de más." ("Reports... 31st October 1855", p. 103.) El inspector fabril Redgrave, arriba citado, luego de la exposición industrial de 1851 viajó por el continente, y sobre todo por Francia y Prusia, para investigar la situación de las fábricas locales. Del obrero fabril prusiano dice estas palabras: "Recibe una remuneración que le basta para procurarse la mera pitanza y las pocas comodidades a las que está acostumbrado y con las que se contenta... Vive peor y trabaja más duramente que su rival inglés". ("Reports... 31st October 1853, p. 85.)

[94] 111 "Los abrumados por el trabajo mueren con extraña rapidez, pero los lugares de los que perecen son cubiertos al instante, y un cambio frecuente de los personajes no suscita alteración alguna en el escenario". "England and America", Londres, 1833, vol. I, p. 55. (Autor: E. G. Wakefield.)

[95] 112 Véase "Public Health. Sixth Report of the Medical Officer of the Privy Council, 1863". Publicado en Londres en 1864. Este informe versa principalmente sobre los trabajadores agrícolas. "Se ha presentado a Sutherland [...] como un condado muy mejorado, I...] pero [...] una investigación reciente ha descubierto que aquí, en distritos otrora famosos por sus hombres bien proporcionados y sus valientes soldados, los habitantes han degenerado en una raza magra y raquítica. En los lugares más salubres, en las pendientes de las colinas fronteras al mar, las caras de los niños son tan delgadas y pálidas como sólo podría haberlas en la atmósfera fétida de un callejón londinense." (Thornton, "Over-Population and its Remedy", pp. 74, 75.) Semejan, en realidad, a los 30.000 "gallant Highlanders" [bizarros montañeses] que Glasgow hacina, en sus wynds y closes [callejones y pasadizos], junto a prostitutas y ladrones.

[96] [115] Après moi le déluge! ([exclamdown]Después de mi el diluvio!) --La frase la habría pronunciado, en la primera persona del plural, la favorita de Luis XV, Jeanne Antoinette Poisson, marquesa de Pompadour, al llegar a la corte francesa la noticia de que el ejército franco-austríaco había sido batido en Rossbach por los prusianos (1757).-- 325.

97 113 "Aunque la salud de la población es un elemento tan importante del capital nacional, lamentamos tener que decir que los capitalistas en absoluto se hallan dispuestos a conservar y justipreciar ese tesoro... La consideración por la salud de los obreros les fue impuesta a los fabricantes." ("Times", 5 de noviembre de 1861.) "Los hombres del West Riding se convirtieron en los pañeros de la humanidad... Se sacrificó la salud de la población obrera, y en un par de generaciones la raza habría degenerado, pero tuvo lugar una reacción. Se limitaron las horas del trabajo infantil" etc. ("Twenty-second Annual Report of the Registrar-General", 1861.)

[98] [116] El autor cita a Goethe, "An Suleika", en "Westöstlicher Diwan". En uno de sus artículos de 1853 sobre la dominación inglesa en la India, Marx había recurrido a ese pasaje al describir la destrucción de la industria vernácula por Inglaterra. (Véase K. Marx-F. Engels, "On Colonialism", ed. cit., p. 37.)-- 325.

99 114 Nos encontramos así, por ejemplo, con que a principios de 1863, veintiséis empresas propietarias de grandes alfarerías en Staffordshire, entre ellas también la de J. Wedgwood & Sons, solicitan en un memorial "la intervención coactiva del estado". La "competencia con otros capitalistas" no les permite una limitación "voluntaria" del tiempo de trabajo de los niños, etc. "Por mucho que deploremos los males mencionados más arriba, ningún tipo de acuerdo entre los fabricantes podría impedirlos... Tomando en consideración todos esos puntos, hemos llegado a la convicción de que se requiere una ley coactiva." ("Children's... First Report", página 322.)

[100] 115 Estas leyes obreras, que también se promulgan contemporáneamente en Francia, los Países Bajos, etc., no fueron derogadas formalmente en Inglaterra hasta 1813, cuando ya hacía mucho que las relaciones de producción las habían vuelto obsoletas.

[101] 116 "No se empleará a ningún niño menor de 12 años, en ningún establecimiento fabril, más de 10 horas por día." ("General Statutes of Massachusetts", cap. 60, SS 3. Las ordenanzas se promulgaron de 1836 a 1858). "Se considerará jornada laboral legal el trabajo efectuado durante un lapso de 10 horas diarias en toda fábrica de la industria del algodón, de la lana, la seda, el papel, el vidrio y el lino, o en empresas siderúrgicas y otras empresas metalúrgicas. Se establece además legalmente que en lo futuro a ningún menor empleado en una fábrica se lo retendrá o se le exigirá que trabaje más de 10 horas diarias o 60 horas semanales, y que de aquí en adelante no se admitirá como obrero a ningún menor de 10 años en ninguna fábrica dentro de los límites de este estado." ("State of News Jersey. An Act to Limit the Hours of Labour"..., SSSS 1 y 2. Ley del 18 de marzo de 1851.) "Ningún menor que haya cumplido 12 años y tenga menos de 15 será empleado en cualquier establecimiento fabril más de 11 horas diarias, ni antes de las 5 de la mañana o después de las 7 y 30 de la tarde. ("Revised Statutes of the State of Rhode Island"... , cap. 134, SS 23, 1º de julio de 1857.)

t t Ley dictada en el vigesimotercer año del reinado de Eduardo III, en 1349.

[102] [117] Peste Negra. --De 1346 a 1350, aproximadamente, la peste bubónica asoló Europa, aniquilando aproximadamente la cuarta parte de la población del continente. La epidemia recibió diversos nombres, entre ellos los de peste o muerte negra.-- 328; 880.

[103] 117 [J. B. Byles,] "Sophisms of Free Trade", 7ª ed., Londres, 1850, p. 205. Este mismo tory admite, por lo demás: "Las leyes parlamentarias que regulan los salarios, contra el trabajador y a favor del patrón, duraron a lo largo del extenso período de 464 años. La población creció. Estas leyes [...] se volvieron innecesarias y onerosas". (Ibídem, p. 206.)

[u] u En la 2ª edición, por error: "Enrique VIII".

[104] 118 John Wade, con razón, observa a propósito de aquella ordenanza: "De la ley de 1496 se desprende que la alimentación se consideraba equivalente a 1/3 del ingreso de un artesano y 1/2 (v) del ingreso de un trabajador agrícola, lo cual es índice de un mayor grado de independencia entre los trabajadores que el que prevalece actualmente, ya que la alimentación de los trabajadores en la agricultura y en la industria representa ahora una proporción mucho mayor de sus salarios". (J. Wade, "History of"..., pp. 24, 25 y 577.) La idea de que esta diferencia se debería a la diferencia que existe, en la relación de precios, entre los alimentos y la vestimenta, entonces y ahora, es refutada por la ojeada más superficial al "Chronicon Preciosum"... , del obispo Fleetwood, 1ª ed., Londres, 1707, 2ª ed., Londres, 1745.

[v] v 1ª y 2ª ediciones: "2/3"; 3ª: "2/8"; 4ª: "1/2". En Wade: "1/2".

[105] 119 W. Petty, "Political Anatomy"... , p. 10.

[106] [118] En TI 273 la cita de Petty termina así: "se puede recaudar el (impuesto) arriba mencionado".-- 329.

[107] 120 "A Discourse on the Necessity of Encouraging Mechanick Industry", Londres, 1690, p. 13. Macaulay, que ha falsificado a fondo la historia inglesa en interés de los whigs y de los burgueses, declama a este respecto: "La práctica de hacer trabajar prematuramente a los niños [...] predominaba en el siglo XVII en un grado que, si se tiene en cuenta la situación de la industria de esa época, resulta casi increíble. En Norwich, sede principal de la industria pañera, se declaró apto para el trabajo a un pequeño de 6 años. Diversos escritores de la época, y entre ellos algunos a los que se consideraba como extraordinariamente benevolentes, mencionan con exultation (embeleso) el hecho de que en esa sola ciudad, muchachos y muchachas [...] creaban una riqueza que excedía de lo necesario para su propia subsistencia en doce mil esterlinas anuales. Cuanto más escrupulosamente examinamos la historia del pasado, encontramos tantos más motivos para disentir con quienes imaginan que nuestra época ha sido fructífera en nuevos males sociales. [...] Lo que es nuevo es la inteligencia que descubre los males y el espíritu humanitario que los remedia". ("History of England", vol. I, p. 417.) Macaulay podría haber informado, además, que amis du commerce "extraordinariamente benevolentes" narran en el siglo XVII con "exultation" cómo en un asilo de Holanda se hacía trabajar a un niño de 4 años, y que este ejemplo de "vertu mise en pratique" [virtud aplicada] figura en todos los escritos de los humanitarios a lo Macaulay hasta los tiempos de Adam Smith. Es verdad que con el surgimiento de la manufactura, por oposición al artesanado, aparecen rastros de explotación infantil; hasta cierto punto ésta existía desde antiguo entre los campesinos y tanto más se desarrollaba cuanto más pesado fuera el yugo que soportaba el labrador. La tendencia del capital es inequívoca, pero los hechos eran todavía tan infrecuentes como el nacimiento de niños con dos cabezas. De ahí que los clarividentes "amis du commerce" los registrarn con "exultation", como particularmente notables y dignos de admiración, destacándolos ante los contemporáneos y la posteridad y recomendando que se los imitara. El mismo sicofante y declamador escocés Macaulay dice: "Sólo oímos hablar de retroceso y no vemos más que progreso". [exclamdown]Qué ojos, y especialmente qué oídos!.

[108] 121 Entre los acusadores de los obreros el más iracundo es el anónimo autor, mencionado en el texto, de "An Essay on Trade and Commerce: Containing Observations on Taxation"... Londres, 1770. Ya antes había tratado el punto en su obra "Consideration on Taxes", Londres, 1765. También Polonio Arthur Young, el inefable charlatán estadístico, siguió la misma línea. Entre los defensores de los obreros figuran, sobre todo: Jacob Vanderlint en "Money Answers All Things", Londres, 1734, el reverendo Nathaniel Forster, D. D.(w), en "An Inquiry Into the Causes of the Present [High] Price of Provisions", Londres, 1767; el doctor Price y también, sobre todo, Postlethwayt, tanto en un suplemento a su "Universal Dictionary of Trade and Commerce" como en "Great-Britain's Commercial Interest Explained and Improved", 2ª ed., Londres 1759. Los hechos mismos aparecen verificados en otros muchos escritores contemporáneos, entre ellos Josiah Tucker.

w w Divinitatis Doctor: doctor en teología.

[109] 122 Postlethwayt, op. cit., "First Preliminary Discourse", p. 14.

[110] 123 "An Essay"... Él mismo nos relata, en la p. 96, en qué consistía la "felicidad" de los trabajadores agrícolas, ya en 1770. "Sus fuerzas de trabajo (their working powers) son exigidas siempre al máximo (on the stretch); [...] no pueden vivir peor de lo que viven (they cannot live cheaper than they do), ni trabajar más duramente (nor work harder)."

[111] 124 El protestantismo, simplemente con su conversión de casi todas las festividades tradicionales en días laborales, desempeña un importante papel en la génesis del capital.

[112] 125 "An Essay"..., pp. 41, 15, 96, 97, 55, 56, 57.

[113] 126 Ibídem, p. 69. Jacob Vanderlint explicó, ya en 1734, que la clave de la alharaca de los capitalistas contra la holgazanería de la población obrera consistía, simplemente, en que por el mismo salario aspiraban a 6 días de trabajo en vez de 4.

[114] [119] En TI 276, "and excess" ("y los excesos") en vez de "y ensoñaciones románticas sobre la libertad". Estas tal vez tengan que ver con las "entusiastas ideas sobre la libertad" que aparecen en la cita de la nota 128 de Marx, en esa misma página.-- 333.

[115] [120] En TI 276 el pasaje entre comillas es como sigue: "abatir el precio del trabajo en nuestras manufacturas y aliviar las tierras de la pesada carga que significan los impuestos de beneficencia"; las palabras "fomentar la industriosidad" no figuran entre comillas.-- 333.

[116] [121] Fiel Eckart. --Figura de la mitología germánica: en la saga de Harlunge aparece como salvador de la sobrina de Ermannrich; en la "Canción de los Nibelungos" desempeña el papel de vigía y guardián, y en las cacerías de la terrible señora Holle es quien advierte a los desprevenidos que se aparten del camino de aquélla.-- 333.

[117] 127 Ibídem, pp. 242, 243: "Such ideal workhouse must be made a <<House of Terror>> y no en un asilo para pobres donde éstos coman en abundancia, se abriguen y vistan decentemente y sólo trabajen poco".

[118] 128 "In this ideal workhouse the poor shall work 14 hours in a day, allowing proper time for meals, in such manner that there shall remain 12 hours of neat labour." (Ibídem[, p. 260].) "Los franceses", dice, "se ríen de nuestras entusiastas ideas sobre la libertad." (Ibídem, p. 78.)

[x] x En la 3ª y 4ª ediciones se suprime "obrero".

[119] 129 "Se resistían a trabajar más de 12 horas diarias, especialmente porque la ley que fijaba esa cantidad de horas era el único bien que les quedaba de la legislación de la república." ("Reports... 31st October 1855", p. 80.) La ley francesa del 5 de setiembre de 1850 sobre las 12 horas, una versión aburguesada del decreto del gobierno provisional (7 de marzo de 1848), se aplicaba a todos los talleres sin distinción. Con anterioridad a esa ley, la jornada laboral en Francia no estaba limitada. Duraba, en las fábricas, 14, 15 y más horas. Véase Blanqui, "Des classes ouvrières en France, pendant l'année 1848". Al señor Blanqui, el economista, no el revolucionario, el gobierno le había confiado la realización de una encuesta sobre la condición obrera.

[120] 130 Bélgica, también en lo tocante a la regulación de la jornada laboral, se acredita como el estado burgués modelo. Lord Howard de Walden, plenipotenciario inglés en Bruselas, informa al "Foreign Office" en nota fechada el 12 de mayo de 1862: "El señor Rogier, el ministro, me explicó que ni una ley general ni ningunas regulaciones locales limitan el trabajo infantil; que el gobierno, durante los últimos tres años, tuvo en cada período de sesiones la idea de proponer a las cámaras una ley sobre el punto, pero que siempre encontró un obstáculo insuperable en la celosa repugnancia por toda ley que contradijera el principio de una perfecta libertad del trabajo" (!).

[y]y Marx traduce aquí literalmente ("Arbeitshaus") la palabra inglesa "workhouse" (asilo, hospicio). Véase, en el cap. XXIII, la nota 108.

121 131 "Es muy lamentable, ciertamente, que una clase de personas tenga que matarse trabajando 12 horas diarias, lo que, si se suma el tiempo de las comidas y el que lleva ir y venir al trabajo, asciende en realidad a 14 de las 24 horas del día... Dejando a un lado el problema de la salud, nadie vacilará en reconocer, supongo, que desde un punto de vista moral una absorción tan completa del tiempo de las clases trabajadoras, sin interrupción, desde la temprana edad de 13 años y en los ramos <<libres>> de la industria desde una edad mucho más temprana, es extremadamente perjudicial y constituye un terrible mal... En interés de la moral pública, para que se forme una población capacitada y para proporcionar a la gran masa del pueblo un razonable disfrute de la vida, debe insistirse en que en todos los ramos de la industria se debe reservar una parte de toda jornada laboral con fines de descanso y esparcimiento." (Leonard Horner, en "Reports... 31st December 1841".)

[122] 132 Véase "Judgement of Mr. J. H. Otway, Belfast, Hilary Sessions, County Antrim 1860".

[123] 133 Es muy característico del régimen de Luis Felipe, del roi bourgeois [rey burgués], que nunca llegara a aplicarse la única ley fabril promulgada durante su reinado, el 22 de marzo de 1841. Y esta ley sólo se refiere al trabajo infantil. Establece 8 horas para los niños entre 8 y 12 años, 12 horas para los muchachos entre 12 y 16, y las excepciones son muchas: hasta se permite el trabajo nocturno de los chicos de 8 años. La supervisión e imposición de la ley, en un país donde no hay ratón que no esté sujeto a la administración policíaca, quedaban libradas a la buena voluntad de los "amis du commerce". Sólo desde 1853, y en un único departamento, el département du Nord, existe un inspector gubernamental remunerado. No menos característico del desarrollo de la sociedad francesa en general es que, hasta la revolución de 1848, [exclamdown]la ley de Luis Felipe se irguiera solitaria en esa fábrica francesa de leyes que todo lo envuelve y enmaraña.!

[124] 134 "Reports... 30th April 1860", p. 50.

[z] z Este pasaje no figura entre comillas en la 4ª edición.

[125] [122] En su "Historia de Roma", XXXVIII, 25, 13, Tito Livio se refiere a una situación en la cual, por haber "más peligro en la demora [plus in mora periculi] que seguridad en la conservación del orden", los soldados huyeron a la desbandada; la expresión periculum in mora! se aplica a casos en que la demora en recurrir a un remedio puede significar una catástrofe.-- 338.

[126] 135 "Legislation is equally necessary for the prevention of death, in any form in which it can be prematurely inflicted, and certainly this must be viewed as a most cruel mode of inflicting it" [[[123]]].

127 [123] (W) Report from the Committee on the "Bill to Regulate the Labour of Children in the Mills and Factories of the United Kingdom": with the Minutes of Evidence. Ordered by the House of Commons, to be Printed, 8 August 1832.-- 338.

[128] [124] Parlamento "reformado". --La Ley de Reforma de 1832 abolió los llamados "burgos podridos" y "burgos de bolsillo" (circunscripciones que pese a tener un puñado de electores --y a veces un solo elector efectivo, por lo general un terrateniente--, estaban representadas en el parlamento, mientras que grandes ciudades no lo estaban o lo estaban apenas) y redistribuyó los escaños parlamentarios de manera que las ciudades nuevas (industriales) tuvieran representación o la ampliaran. La Reform Act significó una victoria política de la burguesía industrial sobre los terratenientes.-- 338.

[129] [125] Pressure from without. --En su artículo "Un mitin obrero londinense" dice Marx: "Ninguna innovación importante, ninguna medida decisiva se lleva a cabo en este país [Inglaterra] sin pressure from without (presión desde afuera), ya sea que la oposición necesite tal pressure contra el gobierno o el gobierno contra la oposición. Por pressure from without el inglés entiende las grandes demostraciones populares, extraparlamentarias, que no se pueden poner en escena, naturalmente, sin la activa cooperación de la clase obrera". (MEW t. XV, p. 454.)-- 338.

[130] [126] Zhaganat (pronúnciese la zh aproximadamente como j francesa en "jour") o Juggernaut en la transliteración inglesa (del sánscrito Zhagannatha, "protector del universo"). Uno de los títulos de Krishna, octavo avatar del dios índico Visnú. Durante el festival del Razaiatra, en la ciudad de Puri o Zhaganat se pasea en procesión la imagen de la deidad, instalada sobre un carro de ruedas gigantescas; no era infrecuente otrora que algunos fieles se arrojaran bajo las ruedas y perecieran aplastados.-- 338; 805.

[131] 136 "Reports... 31st October 1849, p.6

[132] [127] La People's Charter (Carta o Constitución del Pueblo), publicada en 1838, es el documento en que sintetizaban sus exigencias quienes después serían llamados cartistas ("la parte políticamente activa de la clase obrera inglesa", según Marx): sufragio universal (salvo para las mujeres y los menores de 21 años), voto secreto, elecciones parlamentarias anuales, equiparación de las circunscripciones electorales, dietas para los diputados, abolición del sistema censitario para los candidatos. Pese a la modestia de estos reclamos y a que su satisfacción, como lo demostró la historia posterior, era perfectamente compatible con la subsistencia y desarrollo del capitalismo, la primera respuesta de las clases dominantes inglesas a los cartistas fue la represión brutal.-- 339.

[133] [128] En su campaña contra los aranceles que impedían la importación de trigo a Gran Bretaña, la AntiCorn-Law League (véase nuestra nota 10) aseguraba a los obreros que si eran derogadas las leyes cerealeras se duplicaría el tamaño del pan. La era del librecambio no mejoró, sin embargo, el salario real de la clase obrera.-- 340; 554.

[134] 137 "Reports... 31st October 1848", p. 98.

[135] 138 Por lo demás, Leonard Horner emplea oficialmente la expresión "nefarious practices". ("Reports... 31st October 1859", página 7.)

[136] 139 "Reports... 30th September 1844", p. 15.

[137] 140 La ley permite hacer trabajar 10 horas a los niños siempre que no lo hagan en días seguidos, sino sólo en días alternados. Esta cláusula, en líneas generales, ha quedado sin efecto.

aa aa Este pasaje no figura entrecomillado en la 4ª edición.

[138] 141 "Como una reducción en sus horas de trabajo haría que se empleara un número mayor" (de niños), "se pensó que el suministro adicional de niños de 8 a 9 años de edad cubriría la demanda acrecentada." ("Reports... 30th September 1844, p. 13.)

[139] 142 "Reports... 31st October 1848", p. 16.

[140] 143 "Me encontré con que a hombres que habían ganado 10 chelines semanales se les había descontado 1 chelín con motivo de la rebaja salarial general del 10 % y 1 chelín 6 peniques más [...] por la reducción de la jornada, en total 2 chelines 6 peniques, y a pesar de todo esto la mayor parte de ellos mantenía con firmeza su apoyo a la ley de diez horas." (Ibídem).

[141] 144 "Cuando firmé la petición, dije al mismo tiempo que estaba haciendo algo malo. ¿Por qué la firmó, entonces? Porque si me negaba me habrían puesto en la calle. [...] El peticionante se sentía <<oprimido>>, en efecto, pero no precisamente por la ley fabril." (Ibídem, p. 102.)

[142] [129] Comisarios de la Convención. Representantes plenipotenciarios de este cuerpo en los departamentos franceses y entre las tropas (1792-1795).-- 343.

[143] 145 Ibídem, p. 17. Así, en el distrito del señor Horner se interrogó a 10.270 obreros varones adultos, en 181 fábricas. Sus deposiciones figuran en el apéndice del informe fabril correspondiente al semestre que finaliza en octubre de 1848. Estas declaraciones testimoniales proporcionan, también en otros aspectos, un valioso material.

[144] 146 Véanse las declaraciones recogidas por el propio Leonard Horner, números 69, 70, 71, 72, 92, 93 y las reunidas por el subinspector A., números 51, 52, 58, 59, 62, 70, del apéndice. Un fabricante, incluso, cuenta la verdad sin tapujos. Véase la nº 14 después de la 265, ibídem.

[145] [130] Loi des suspects (ley de sospechosos). --Ley de febrero de 1850 (su nombre oficial era "Loi de sûreté générale") por la cual se reprimía severamente a los adversarios de Luis Bonaparte: Se da el mismo nombre a otra disposición similar, aprobada en febrero de 1858, que permitía al gobierno de Napoleón III encarcelar, confinar o deportar a las personas de quienes se sabía o meramente se sospechaba que se oponían al régimen imperial.-- 344.

[146] [21] "Proslavery rebellion" ("rebelión a favor de la esclavitud").-- Se alude aquí a la insurrección y guerra de los esclavistas sureños contra el gobierno federal norteamericano (1861-1865).-- 32; 345; 520.

[147] 147 Ibídem, pp. 133, 134.

bb bb En la 4ª edición se agrega: "o una hora entera".

[148] 148 "Reports... 30th April 1848, p. 47.

[149] 149 "Reports... 31st October 1848, p. 130.

[150] 150 Ibídem, p. 142.

[151] [131] Shakespeare, "El mercader de Venecia", acto IV, escena 1.-- 346; 347.

[152] 151 "Reports... 31st October 1850", pp. 5, 6.

[153] 152 La naturaleza del capital es la misma tanto en sus formas no desarrolladas como en las desarrolladas. En el código que la influencia de los esclavistas impuso al territorio de Nuevo México, poco antes de que estallara la guerra civil norteamericana, se dice: el obrero, en tanto el capitalista ha comprado su fuerza de trabajo, "es su dinero" (su del capitalista). ("The labourer is his (the capitalist's) money.") [[[132]]] La misma concepción era corriente entre los patricios romanos. El dinero prestado por ellos al deudor plebeyo se había convertido, a través de los medios de subsistencia de éste, en carne y sangre del deudor. Esta "carne y sangre" eran, pues, "su dinero". De ahí la ley shylockiana de las Diez Tablas [[[133]]]. Quede sin decidir la hipótesis de Linguet, según la cual los acreedores patricios organizaban de cuando en cuando, del otro lado del Tiber, festines con la carne convenientemente aderezada de sus deudores,[[[134]]] así como la hipótesis de Daumer en torno a la eucaristía cristiana [[[135]]].

154 [132] Los esclavistas de Nuevo México no hacían más que adaptar a sus necesidades una norma que figuraba en su libro de cabecera y había estado vigente en una muy antigua formación precapitalista: "Y si alguno hiriere a su siervo o a su sierva con palo, y muriere bajo de su mano, será castigado mas si durare por un día o dos, no será castigado, porque su dinero es" (La Biblia, "Éxodo", XXI, 20-21, subrayados nuestros).-- 347.

155 [133] Leyes de las diez tablas. --Según los Fasti (anales o calendarios romanos), estas leyes son una variante primitiva de las de las "doce tablas", preparada en 451 a.n.e. por un colegio decenviral. Aunque por el mero hecho de su existencia escrita esas disposiciones legales, primera codificación del viejo derecho romano, representaban una tenue garantía para los plebeyos (tal vez menos expuestos que antes a interpretaciones arbitrarias de las normas tradicionales), se mantuvieron en ellas las severísimas penas contra los deudores morosos: privación de la libertad, esclavitud o mutilación, según los casos.-- 347.

156 [134] Esta conjetura de Linguet sobre el régimen alimentario de los acreedores patricios figura en su "Théorie des loix civiles, ou principes fondamentaux de la société, Londres", 1767, t. II, libro V, cap. XX. Marx, que había leído extractos de la obra de Linguet ya en 1846, experimentaba por el escritor francés una viva simpatía.-- 347.

157 [135] En su obra "Geheimnisse des christlichen Altertums", Hamburgo, 1847, Georg Daumer sostuvo que los cristianos de los primeros siglos practicaban la antropofagia en la eucaristía. Marx y Engels, sin abrir opinión sobre esa interesante hipótesis, señalaron en una reseña literaria de 1850 que Daumer, con sus intentos de restaurar en forma modernizada la religión natural precristiana de la Antigüedad, se las había ingeniado para oponerse "hasta al propio cristianismo desde posiciones reaccionarias". (Véase MEW, t. VII, pp. 198-203.)-- 347.

[158] [131] Shakespeare, "El mercader de Venecia", acto IV, escena 1.-- 346; 347.

[159] 153 "Reports... 31st October 1848", p. 133.

[160] 154 Así, entre otros, el filántropo Ashworth, en una carta, cuaquerescamente repugnante, dirigida a Leonard Horner. ["Reports... April 1849, p. 4.]

[161] 155 "Reports... 31st October 1848", p. 138.

[162] 156 Ibídem, p. 140.

163 157 Estos county magistrates, los "great unpaid" [grandes impagos] como los denomina William Cobbett, son una especie de jueces de paz honorarios, designados entre los notables de los condados. Constituyen, en rigor, los tribunales patrimoniales de las clases dominantes

[164] [135 bis] Marx juega con el apellido de este fabricante y lo compara con el protagonista de la novela de Daniel Defoe, "Robinson Crusoe", y con Viernes (Friday) el criado indígena de Robinsón (un man-Friday es en inglés un criado para todo servicio).-- 349.

[165] 158 "Reports... 30th April 1849", pp. 21, 22. Cfr. ejemplos análogos, ibídem, pp. 4, 5.

[166] 159 Por 1 y 2 Guillermo IV, cap. 24, secc. 10, conocidas como "Sir John Hobhouse's Factory Act" [ley fabril de sir John Hobhouse], se prohíbe que cualquier propietario de una hilandería o tejeduría de algodón, o padre, hijo o hermano de uno de esos propietarios, desempeñe las funciones de juez de paz en causas que se refieran a la "Factory Act".

[167] 160 Ibídem.

[168] 161 "Reports... 30th April 1849", p. 5.

[169] 162 "Reports... 31st October 1849", p. 6.

[170] 163 "Reports... 30th April 1849", p. 21.

[171] 164 "Reports... 31st October 1848", p. 95.

[172] [136] Courtes séances (sesiones breves). --Según Fourier era necesario que "la industria societaria, para volverse atrayente", satisficiera entre otras esta condición: "Que las sesiones industriales varíen alrededor de ocho veces por día, ya que el entusiasmo no puede mantenerse más de una hora y media o dos horas en el ejercicio de una función agrícola o manufacturera" (Fourier, "Textes choisis por Félix Armand", París, 1953, p. 140). De esta manera cada persona podría "ejercer en el curso de la jornada de 7 a 8 trabajos atrayentes, cambiar el día siguiente, frecuentar grupos diferentes del de la víspera" (Fourier, "Le nouveau monde industriel et sociétaire", París, 1829, p. 80; cit. por Rubel).-- 350.

cc cc 4ª edición: "15".

[173] 165 Véanse "Reports... 30th April 1849", p. 6, y la amplia explicación del "shifting system" por los inspectores fabriles Howell y Saunders en "Report... 31st October 1848". Véase la petición que el clero de Ashton y alrededores elevó a la reina, en la primavera de 1849, contra el "shift system".

[174] 166 Cfr., por ejemplo, "The Factory Question and the Ten Hours Bill, de R. H. Greg, [Londres,] 1837.

[175] 167 Friedrich Engels, "Die englische Zehnstundenbill" (en la "Neue Rheinische Zeitung. Politisch-Ökonomische Revue", editada por mí. Cuaderno de abril de 1850, p. 13). El mismo tribunal "superior" de justicia descubrió también, durante la guerra civil norteamericana, una ambigüedad verbal que convertía la ley contra el equipamiento de naves piratas exactamente en su contrario.

[176] 168 "Reports... 30th April 1850".

[177] 169 En invierno ese período puede abarcar de las 7 de la mañana a las 7 de la tarde.

[178] 170 "La presente ley" (de 1850) "fue un compromiso, por el cual los obreros renunciaban a los beneficios de la ley de diez horas a cambio de la ventaja de que el trabajo comenzara y terminara de manera uniforme en el caso de aquellos cuyo trabajo era objeto de limitación." ("Reports... 30th April 1852, p. 14.)

[179] 171 "Reports... 30th September 1844", p. 13.

[180] 172 Ibídem.

[181] 173 "The delicate texture of the fabric in which they were employed requiring a lightness of touch, only to be acquired by their early introduction to these factories." "Reports... 31st October 1846", p. 20.

[182] 174 "Reports... 31st October 1861", p. 26.

[183] 175 Ibídem, p. 27. En general, la población obrera sujeta a la ley fabril ha mejorado mucho en lo físico. Todos los testimonios médicos coinciden al respecto, y mis propias observaciones personales, efectuadas en distintos períodos, me han persuadido de ello. No obstante, y si prescindimos de la altísima tasa de mortalidad de los niños durante sus primeros años, los informes oficiales del doctor Greenhow revelan las desfavorables condiciones de salubridad en los distritos fabriles, comparados con "distritos agrícolas de salubridad normal". Reproducimos, a modo de ejemplo, el siguiente cuadro tomado de su informe de 1861:

 

Porcentaje Tasa de Nombre Tasa de Porcentaje Indole

de varones mortalidad del mortalidad de de la

adultos por distrito por mujeres ocupación

empleados afecciones afecciones adultas femenina

en la pulmonares pulmonares empleadas

manufactura por cada por cada en la

100.000 100.000 manufactura

hombres mujeres

 

14,9 598 Wigan 644 18,0 Algodón

42,6 708 Blackburn 734 34,9 ídem

37,3 547 Halifax 564 20,4 Estambre

41,9 611 Bradford 603 30,0 ídem

31,0 691 Macclesfield 804 26,0 Seda

14,9 588 Leek 705 17,2 ídem

36,6 721 Stoke-upo-

Trent 665 19,3 Loza

30,4 726 Wolstanto 727 13,9 ídem

Ocho distri-

tos agrícolas

305 salubres 340

[184] 176 Es conocida la renuencia con que los "librecambistas" ingleses renunciaron a los aranceles que protegían la manufactura sedera. En lugar de la protección contra la importación francesa, se valen ahora de la falta de protección a los niños de las fábricas inglesas.

[185] 177 "Reports... 30th April 1853", p. 30.

[186] 178 Durante 1859 y 1860, años en que la industria algodonera inglesa alcanza su apogeo, algunos fabricantes, mediante el señuelo de salarios más elevados por las horas extras, procuraron que los hilanderos varones adultos, etc., se pronunciaran por la prolongación de la jornada laboral. Los hand-mule spinners y selfactor minders [tejedores manuales y operadores de las hiladoras automáticas] pusieron fin al experimento con un memorial dirigido a sus patrones, en el cual entre otras cosas decían: "Hablando con franqueza, nuestras vidas son para nosotros una carga, y mientras estemos encadenados a la fábrica casi dos días" (20 horas) "más por semana que los demás obreros [...], nos sentiremos como ilotas en este país y nos reprocharemos a nosotros mismos el perpetuar un sistema física y moralmente nocivo para nosotros y nuestros descendientes... La presente, por tanto, es para comunicarles muy respetuosamente que a partir del primero de año trabajaremos ni un minuto más de 60 horas por semana, de 6 de la mañana a 6 de la tarde, descontando las pausas legales de 1 1/2 horas". ("Reports... 30th April 1860", p. 30.)

[187] 179 Con respecto a los medios que la redacción de esta ley ofrece para su transgresión, véase el informe parlamentario "Factories Regulation Acts" (9 de agosto de 1859) y en el mismo la propuesta de Leonard Horner "Suggestions for Amending the Factory Acts to enable the Inspectors to Prevent Illegal Working, Now Become Very Prevalent"

[188] 180 "Durante el último semestre" (1857) "en mi distrito en realidad se ha extenuado de trabajo a niños de 8 y más años, de 6 de la mañana a 9 de la noche." ("Reports... 31st October 1857", página 39.)

[189] 181 "Se admite que la ley sobre talleres de estampado de telas es un fracaso, tanto en lo que respecta a sus medidas educacionales como en lo relativo a las de protección." ("Reports... 31st October 1862", p. 52.)

[190] 182 Así, por ejemplo, Edmund Potter en carta al "Times" del 24 de marzo de 1863. El "Times" le recordó la revuelta de los fabricantes contra la ley de diez horas.

[191] 183 Por ejemplo, entre otros, el señor William Newmarch, colaborador y editor de la "History of Prices", de Tooke. ¿Es un progreso científico hacer temerosas concesiones a la opinión pública?

[192] 184 La ley de talleres de blanqueo y tintorerías, promulgada en 1860, determinó que la jornada laboral se redujera el 1º de agosto de 1861 a 12 horas, provisoriamente, y el 1º de agosto de 1862 definitivamente a 10 horas, esto es, 10 1/2 los días de semana y 7 1/2 los sábados. Ahora bien, cuando sobrevino el mal año de 1862, se repitió la vieja farsa. Los señores fabricantes solicitaron al parlamento que tolerara por un solo año más la jornada de 12 horas para las personas jóvenes y mujeres... "En la situación actual de la industria" (era en la época de escasez de algodón) "constituiría un gran beneficio para los trabajadores que se les permitiera trabajar 12 horas diarias y ganar tanto salario como sea posible... En la cámara baja ya se había presentado una ley a estos efectos. La misma fue rechazada gracias, principalmente, a la agitación de los obreros en las blanquerías de Escocia." ("Reports... 31st October 1862", pp. 14, 15.) Derrotado de este modo por los propios obreros en cuyo nombre presumía hablar, el capital descubrió ahora, con la ayuda de los anteojos de ciertos juristas, que la ley de 1860, redactada al igual que todas las disposiciones parlamentarias de "protección del trabajo" en cláusulas retorcidas y anfibológicas, brindaba un pretexto para excluir de sus alcances a los "calenderers" [aprensadores] y "finishers" [aprestadores]. Como siempre vasalla fiel del capital, la judicatura inglesa sancionó la leguleyería mediante la corte de "Common Pleas" [tribunal de lo civil]. "Ha suscitado gran descontento entre los obreros [...] y es muy deplorable que, so pretexto de una definición verbal defectuosa, se frustre la clara intención del legislador." (Ibídem, p. 18.)

[193] 185 Los propietarios de "blanquerías al aire libre" se habían sustraído a la ley de 1860 sobre "talleres de blanqueo" gracias a la falsedad de que no empleaban mujeres durante la noche. Los inspectores fabriles pusieron la mentira al descubierto, y al mismo tiempo las peticiones obreras privaron al parlamento de las bucólicas ideas que había profesado con respecto a las "blanquerías al aire libre". En estas aéreas blanquerías se emplean cámaras de secado a una temperatura oscilante entre los 90 y 100 Fahrenheit (dd) en las que trabajan principalmente muchachas. "Cooling" (refrigeración) es el término técnico que designa las salidas ocasionales al aire libre, fuera del secador. "Quince muchachas en los secadores. Una temperatura de 80 a 90 (ee) para el lienzo, de 100 (ff) y más para las batistas. Doce muchachas planchan y pliegan (las batistas, etcétera) en un cuartito de aproximadamente 10 pies (gg) por 10 pies, en cuyo centro hay una estufa completamente cerrada. Las muchachas están de pie alrededor de la estufa, que irradia un calor terrible y seca rápidamente las batistas para las planchadoras. El horario de trabajo de esta mano de obra es ilimitado. Cuando están atareadas, trabajan hasta las 9 y las 12 de la noche durante muchos días seguidos." (Ibídem, p. 56.) Un médico declara: "No se conceden horas especiales para refrescarse, pero si la temperatura se vuelve excesivamente insoportable o las manos de las obreras se impregnan de transpiración, se les permite salir unos pocos minutos... Mi experiencia [...] en el tratamiento de las enfermedades que afectan a estas obreras me obliga a manifestar que su estado de salud es muy inferior al de las hilanderas de algodón" ([exclamdown]y el capital, en sus peticiones al parlamento, las había pintado con los pinceles de Rubens, como si vendieran salud!). "Las enfermedades más observables entre ellas son la tisis, bronquitis, afecciones uterinas, histeria en sus formas más atroces y reumatismo. Creo que todas éstas derivan, directa o indirectamente, del air recalentado de los lugares de trabajo y de la carencia de suficiente ropa de abrigo que, durante los meses de invierno, proteja de la atmósfera fría y húmeda a las obreras cuando regresan a sus casas." (Ibídem, pp. 56, 57.) Los inspectores fabriles observan lo siguiente con respecto a la ley de 1863, arrancada complementariamente a los joviales propietarios de "blanquerías al aire libre": "La ley no sólo falla al no otorgar a los obreros la protección que parece conceder... Está formulada de tal manera que sólo brinda protección cuando se sorprende a niños y mujeres trabajando después de las 8 de la noche, e incluso entonces el método de prueba prescrito es tan complicado que difícilmente puede castigarse la infracción". (Ibídem, p. 52.) "[...] En cuanto ley con objetivos humanitarios y educacionales, ha fracasado por entero, difícilmente pueda llamarse humanitario permitir, o lo que tanto da, compeler a mujeres y niños a trabajar diariamente 14 y quizás aun más horas, con o sin tiempo para las comidas, según venga bien, sin límite alguno relativo a la edad, sin diferenciación de sexos y sin miramientos por los hábitos sociales de las familias de la comarca en la que están situadas las blanquerías." ("Reports... 30th April 1863", p. 40.)

dd dd Entre 32,1 y 37,7 C.

ee ee De 26,7 a 32,1 C.

ff ff 37,7 C.

gg gg Aproximadamente 3 metros.

[194] 185 bis Nota a la 2ª edición. Desde 1866, fecha en que escribí lo que figura en el texto, se ha operado nuevamente una reacción.

[195] 186 "La conducta de cada una de esas clases" (capitalistas y obreros) "era el resultado de la situación respectiva en que se hallaban colocadas." ("Reports... 31st October 1848", p. 113.)

196 187 "Las ocupaciones sujetas a restricción estaban vinculadas a la manufactura de productos textiles con la ayuda del vapor o de la fuerza hidráulica. Para que una actividad laboral quedase sujeta a las inspecciones fabriles tenía que satisfacer dos condiciones, a saber: el empleo de fuerza de vapor o hidráulica y la elaboración de ciertas fibras especificadas." ("Reports... 31st October 1864", p. 8.)

[197] 188 En torno a la situación de esas llamadas industrias domiciliarias, véase el riquísimo material que contienen los últimos informes de la "Children's Employment Commission"

[198] 189 "Las leyes del último período de sesiones" (1864) "abarcan una serie de actividades en las que imperan hábitos muy diferentes, y el uso de fuerza mecánica para movilizar la maquinaria ya no es, como antes, uno de los elementos necesarios para que una industria, a los efectos de la ley, constituya una <<fábrica>>". ("Reports... 31st October 1864, p. 8.)

199 190 Bélgica, el paraíso del liberalismo continental, no revela huella alguna de ese movimiento. Incluso en sus minas de carbón y de metales son consumidos obreros de uno u otro sexo y de cualquier edad, con absoluta "libertad" en todo lo que respecta a duración y períodos del trabajo. Por cada 1.000 personas ocupadas en las minas hay 733 hombres, 88 mujeres, 135 muchachos y 44 muchachas menores de 16 años; en los altos hornos, etc., por cada 1.000 hay 668 hombres, 149 mujeres, 98 muchachos y 85 muchachas menores de 16 años (a). Agréguese a esto un salario inferior pago por una enorme explotación de fuerzas de trabajo maduras e inmaduras, un promedio diario de 2 chelines 8 peniques para los hombres, 1 chelín 8 peniques para las mujeres, 1 chelín 2 1/2 peniques para los muchachos. Pero a cambio de ello, en 1863 Bélgica casi ha duplicado en volumen y valor, con respecto a 1850, su exportación de carbón, hierro, etcétera.

hh hh Datos corregidos según la 4ª edición.

[200] 191 Cuando Robert Owen, poco después del primer decenio de este siglo, no sólo expuso en teoría la necesidad de restringir la jornada laboral sino que implantó realmente la jornada de 10 horas en su fábrica de New-Lanark, se ridiculizó esa medida tachándola de utopía comunista, exactamente lo mismo que a su "combinación de trabajo productivo y educación infantil" y exactamente lo mismo que a las empresas cooperativas de obreros, fundadas por él. Hoy en día la primera utopía es una ley fabril, la segunda figura como frase oficial en todas las "Factory Acts" y la tercera sirve incluso como cobertura de maquinaciones reaccionarias.

[201] 192 Ure (traducción francesa), "Philosophie des manufactures", París, 1836, t. II, pp. 39, 40, 67, 77, etcétera.

202 193 En el "compte rendu" [informe] del Congreso Internacional de Estadística reunido en París en 1855, se dice entre otras cosas: "La ley francesa que reduce a 12 horas la duración del trabajo diario en fábricas y talleres, no circunscribe este trabajo dentro de horas fijas" (períodos), "puesto que sólo para el trabajo infantil se preceptúa el período entre las 5 de la mañana y las 9 de la noche. De ahí que una parte de los fabricantes se aproveche del derecho que ese ominoso silencio les concede, y salvo quizás los domingos haga trabajar a sus obreros sin interrupción, día tras día. Utilizan para ello dos turnos diferentes de obreros, de los cuales ninguno pasa en el taller más de 12 horas, pero la actividad del establecimiento dura día y noche. La ley ha quedado satisfecha, ¿pero también la humanidad?" Además de "la influencia perniciosa del trabajo nocturno sobre el organismo humano", se pone también de relieve "el influjo funesto de la asociación nocturna entre ambos sexos en los mismos talleres malamente iluminados".

[203] 194 "Por ejemplo, en mi distrito, en los mismos edificios fabriles, un mismo fabricante es blanqueador y tintorero bajo la "Ley de blanquerías y tintorerías", estampador bajo la <<Print Works Act>> y finisher bajo la <<Ley Fabril>>..." (Report of Mr. Redgrave (ii) in "Reports... 31st October 1861", p. 20.) Tras enumerar las diversas disposiciones de estas leyes [y poner de relieve] la complicación resultante, dice el señor Redgrave: "Se verá lo difícil que tiene que ser garantizar el cumplimiento de esas 3 resoluciones del parlamento cuando el fabricante opta por transgredir la ley" [Ibídem, p. 21.] Pero lo que se garantiza con esto a los señores abogados es... procesos.

ii ii En la 4ª edición, "Baker" en vez de "Redgrave".

[204] 195 De esta suerte, finalmente, los inspectores fabriles se aventuran a decir: "Estas objeciones" (del capital contra la restricción legal del tiempo de trabajo) "deben ceder ante el gran principio de los derechos del trabajo... Llega un momento en que cesa el derecho del patrón sobre el trabajo de su obrero, y en que éste, aunque todavía no esté exhausto, puede disponer de su tiempo". ("Reports... 31st October 1862", p. 54.)

[205] [137] (W) El Congreso General del Trabajo se reunió en Baltimore del 20 al 25 de agosto de 1866. En el conclave participaron 60 delegados, en representación de más de 60.000 obreros agremiados. El congreso deliberó acerca de los siguientes asuntos: implantación legal de la jornada de ocho horas, actividad política de los obreros, cooperativas, sindicalización de todos los trabajadores. Se resolvió, además, fundar la National Labour Union, organización política de la clase obrera. [En Werke se corrige sin indicarlo en nota, el contenido del paréntesis que figura en el texto: "agosto de 1866" en vez de, como en Marx, "16 de agosto de 1866".]-- 363.

[206] 196 "Nosotros, los obreros de Dunkirk, declaramos que la duración del tiempo de trabajo requerida bajo el actual sistema es demasiado grande y, que lejos de dejar al obrero tiempo para el reposo y la educación, lo sume en una condición de servidumbre que es poco mejor que la esclavitud (a condition of servitude but little better than slavery). Por eso decimos que 8 horas son suficientes para una jornada laboral y que tienen que ser legalmente reconocidas como suficientes; [...] llamar en nuestra ayuda a la prensa, esa poderosa palanca... y considerar a todos los que rehúsen esa ayuda como enemigos de la reforma del trabajo y de los derechos obreros." (Resoluciones de los obreros en Dunkirk, estado de Nueva York, 1866.)

[207] [138] El Congreso Obrero Internacional de 1866, reunido en Ginebra, fundó esa resolución en instrucciones redactadas por el propio Marx.-- 363.

[208] 197 "Reports... 31st October 1848, p. 112.

[209] 198 "Estos procedimientos" (las maniobras del capital, por ejemplo en 1848-1850), "han aportado además la prueba incontrovertible de lo falaz que es la afirmación, tantas veces formulada, según la cual los obreros no necesitan protección, sino que debe considerárselos como personas actuantes que disponen libremente de la única propiedad que poseen: el trabajo de sus manos y el sudor de su frente." ("Reports... 30th April 1850", p. 45.) "El trabajo libre, si así puede llamárselo, incluso en un país libre requiere para su protección el fuerte brazo de la ley." ("Reports... 31st October 1864", p. 34.) "Permitir, o lo que tanto da, compeler... a trabajar diariamente 14 horas, con o sin tiempo para las comidas", etcétera. ("Reports... 30th April 1863", p. 40.)

[210] 199 F. Engels, "Die englische...", p. 5.

[211] [139] Serpiente de sus tormentos. --Marx toma esta expresión de "Enrique", poema de Heinrich Heine. Humillado en Canosa el emperador Enrique IV sueña con el día en que Alemania conciba un hombre que aplaste "la serpiente de mis tormentos".-- 364.

[212] 200 La ley de diez horas, en los ramos industriales por ella protegidos, "ha salvado a los obreros de una degeneración total y protegido su salud física". ("Reports... 31st October 1859", p. 47.) "El capital" (en las fábricas) "nunca puede mantener la maquinaria en movimiento más allá de un período determinado sin perjudicar en su salud y su moral a los obreros que emplea, los cuales no están en situación de protegerse a sí mismos." (Ibídem, p. 8.)

213 [140] Magna Charta Libertatum. --Documento arrancado al rey inglés Juan sin Tierra, en 1215, por sus barones sublevados; verdadera carta de las libertades del señor feudal. La Carta Magna también concede algunos derechos a las ciudades a expensas del poder real, pero mínimos; los siervos, que constituían el grueso de la población inglesa, quedaron excluidos de toda mejora (nadie supuso, por ejemplo, que un siervo sólo podía ser sometido 'per legale iudicium parium", a "juicio legal por sus pares").-- 365.

[214] 201 "Una ventaja aun mayor es la distinción, que por fin se ha vuelto clara, entre el tiempo que pertenece al propio obrero y el que es de su patrón. El obrero ahora sabe cuándo termina el tiempo que vende, y cuando comienza el suyo propio, y al tener un conocimiento previo y seguro de esta circunstancia, está en condiciones de disponer por anticipado de sus propios minutos para sus propios fines." (Ibídem, p. 52.) "Al convertirlos en dueños de su propio tiempo", (las leyes fabriles) "les han infundido una energía moral que los está orientando hacia una posible toma del poder político." (Ibídem, p. 47.) Con contenida ironía y giros muy circunspectos, los inspectores fabriles insinúan que la actual ley de diez horas también ha liberado a los capitalistas, hasta cierto punto, de su brutalidad natural en cuanto mera encarnación del capital y les ha concedido tiempo para "cultivarse" ellos mismos. Anteriormente, "el empresario no tenía tiempo para nada que no fuese el dinero; el obrero para nada que no fuera el trabajo". (Ibídem, p. 48.)

[215] [141] Quantum mutatus ab illo [Hectore]! ("[exclamdown]Qué gran transformación [en Héctor]!"; más literalmente, "[exclamdown]cuán diferente de aquel [Héctor]!") --Virgilio ("Eneida", II, 274) se refiere al profundo cambio que se ha operado en Héctor, antes tan arrogante y ahora arrastrado ante los muros de Troya.-- 365.

 

367] CAPITULO IX

TASA Y MASA DEL PLUSVALOR

Como hasta aquí, suponemos en este capítulo que el valor de la fuerza de trabajo, o sea de la parte de la jornada laboral necesaria para la reproducción o conservación de la fuerza de trabajo, es una magnitud dada, constante.

Una vez presupuesto esto, con la tasa del plusvalor queda dada a la vez la masa del plusvalor que el obrero individual suministra al capitalista en determinado período. Si, a modo de ejemplo, el trabajo necesario asciende diariamente a 6 horas, expresadas en una cantidad de oro equivalente a 3 chelines = 1 tálero, tendremos que el tálero es el valor diario de una fuerza de trabajo, o el valor del capital adelantado en la compra de una fuerza de trabajo. Si, además, la tasa del plusvalor es de 100 %, este capital variable de 1 tálero producirá una masa de plusvalor de 1 tálero, o bien el obrero producirá diariamente una masa de plustrabajo de 6 horas.

El capital variable, empero, es la expresión dineraria correspondiente al valor total de todas las fuerzas de trabajo que el capitalista emplea simultáneamente en un proceso de producción determinado. Si el valor diario de una fuerza de trabajo es de 1 tálero, será necesario adelantar un capital de 100 táleros para explotar diariamente 100 fuerzas de trabajo, y de n táleros para explotar n fuerzas de trabajo. El valor del capital variable adelantado será igual, pues, al valor medio de una fuerza de trabajo, multiplicado por el número de las fuerzas de trabajo empleadas. Por consiguiente, si el valor de la fuerza de trabajo está dado, el monto de valor o la magnitud del capital variable cambiará con la masa de las fuerzas de trabajo apropiadas o con el número de los obreros utilizados simultáneamente jj.

Del mismo modo, si un capital variable de 1 tálero, el valor diario de una fuerza de trabajo, produce un plusvalor diario de 1 tálero, un capital variable de 100 táleros producirá un plusvalor diario de 100, y uno de n táleros un plusvalor diario de 1 tálero x n. La masa del plusvalor producido es, por tanto, igual al plusvalor que suministra la jornada laboral del obrero individual, multiplicada por el número de obreros utilizados. Pero, además, como la masa de plusvalor producido por el obrero individual estando dado el valor de la fuerza de trabajo , se determina por la tasa del plusvalor, tendremos entonces kk: la masa del plusvalor producido es igual a la magnitud del capital variable adelantado multiplicada por la tasa del plusvalor, o bien se determina por la razón compuesta entre el número de las fuerzas de trabajo explotadas por el mismo capitalista y el grado de explotación de cada fuerza individual de trabajo ll.

Por tanto, si denominamos P a la masa del plusvalor; p al plusvalor diariamente proporcionado, término medio, por el obrero individual; v al capital variable adelantado por día para comprar cada fuerza de trabajo; V a la suma total del capital variable; f al valor de una fuerza de trabajo

t' plustrabajo

media: a su grado de explotación,

t trabajo necesario

y n al número de los obreros utilizados, tendremos entonces:

p

x V

v

P =

t'

f x x n

t

 

Suponemos siempre no sólo que el valor de una fuerza de trabajo media es constante, sino también que los obreros utilizados por un capitalista se reducen a obreros medios. Hay casos excepcionales, en que el plusvalor producido no aumenta proporcionalmente al número de los trabajadores explotados, pero siendo así tampoco se mantiene constante el valor de la fuerza de trabajo.

En la producción de determinada masa de plusvalor, pues, puede compensarse el decrecimiento de un factor por el acrecentamiento de otro. Si mengua el capital variable y simultáneamente aumenta la tasa del plusvalor en la misma proporción, la masa del plusvalor producido se mantendrá inalterada. Si, en los supuestos anteriores, el capitalista debe adelantar 100 táleros para explotar diariamente 100 obreros y la tasa del plusvalor asciende a 50 % , este capital variable de 100 arrojará un plusvalor de 50 mm, o sea de 100 x 3 horas de trabajo. Si se duplica la tasa del plusvalor, o se prolonga no de 6 a 9 sino de 6 a 12 horas la jornada laboral, un capital variable reducido a la mitad, esto es, de 50 táleros, generará de la misma manera un plusvalor de 50 táleros o de 50 x 6 horas de trabajo. La reducción del capital variable, en consecuencia, se puede compensar por el aumento proporcional en el grado de explotación a que está sometida la fuerza de trabajo, o, en otras palabras, la reducción en el número de obreros ocupados es compensable por la prolongación proporcional de la jornada laboral. Dentro de ciertos límites, como vemos, el aflujo de trabajo explotable por el capital es independiente del aflujo de obreros 1. A la inversa la [370] disminución en la tasa del plusvalor deja inalterada la masa del plusvalor producido, siempre que aumente proporcionalmente la magnitud del capital variable o el número de los obreros utilizados.

No obstante, la subrogación del número de obreros o de la magnitud de capital variable por tasa acrecentada del plusvalor o prolongación de la jornada laboral, presenta límites infranqueables. Sea cual fuere el valor de la fuerza de trabajo, ascienda a 2 ó a 10 horas el tiempo de trabajo necesario para la conservación del obrero, el valor total que un obrero puede producir día tras día será siempre menor que el valor en el que se objetivan 24 horas de trabajo, menor que 12 chelines o 4 táleros si ésta es la expresión dineraria de 24 horas de trabajo objetivadas. Conforme a nuestro supuesto anterior, según el cual se requieren 6 horas de trabajo por día para reproducir la fuerza de trabajo misma o remplazar el valor del capital adelantado para comprarla, un capital variable de 500 táleros que emplee 500 obreros a una tasa de plusvalor de 100 %, o en jornadas laborales de 12 horas, producirá diariamente un plusvalor de 500 táleros, o de 6 x 500 horas de trabajo. Un capital de 100 táleros que emplee diariamente 100 obreros a una tasa de plusvalor de 200 %, o con jornadas laborales de 18 horas, sólo producirá una masa de plusvalor de 200 táleros, o sea de 12 x 100 horas de trabajo. Y su producto total de valor, equivalente al capital variable adelantado más el plusvalor, no podrá alcanzar nunca, un día con otro, la suma de 400 táleros, o de 24 x 100 horas de trabajo. El límite absoluto de la jornada laboral media, que por naturaleza será siempre de menos de 24 horas, constituye una barrera absoluta para compensar el capital variable nn aumentando la tasa del plusvalor, o el número de obreros explotados oo aumentando el grado de explotación de la fuerza de trabajo. Esta tangible ley pp es importante para explicarse muchos fenómenos derivados de la tendencia, que más adelante analizaremos, del capital a reducir siempre lo más posible el número de obreros por él utilizados o sea su parte variable invertida en fuerza de trabajo en contradicción con su otra [371] tendencia, la de producir la mayor masa posible de plusvalor. Y a la inversa. Si aumenta la masa de las fuerzas de trabajo empleadas, o la magnitud del capital variable, pero no proporcionalmente a la disminución en la tasa del plusvalor, mengua la masa del plusvalor producido.

Del hecho de que la masa de la mercancía producida se determine por los dos factores, tasa del plusvalor y magnitud del capital variable adelantado, resulta una tercera ley. Una vez dados la tasa del plusvalor o grado de explotación de la fuerza de trabajo y el valor de la fuerza de trabajo o magnitud del tiempo de trabajo necesario, se desprende de suyo que cuanto mayor sea el capital variable tanto mayor será la masa del valor y el plusvalor producidos. Si está dado el límite de la jornada laboral, y asimismo el límite de su parte necesaria, la masa de valor y plusvalor que produzca un capitalista individual dependerá exclusivamente, como es obvio, de la masa de trabajo que ponga en movimiento. Pero ésta, en los supuestos dados, dependerá de la masa de fuerza de trabajo o del número de obreros que aquél explote, y este número estará determinado a su vez por la magnitud del capital variable que haya adelantado. Dados la tasa del plusvalor y el valor de la fuerza de trabajo, las masas del plusvalor producido estarán en relación directa a las magnitudes del capital variable adelantado. Ahora bien, se sabe que el capitalista divide su capital en dos partes. Una la invierte en medios de producción. Es ésta la parte constante de su capital. La otra la invierte en fuerza de trabajo viva. Esta parte constituye su capital variable. En los diversos ramos de la industria, aunque se basen en el mismo modo de producción, se ecuentran diferentes distribuciones del capital en partes constante y variable. Dentro del mismo ramo de la producción varía esa proporción a la par de la base técnica y de la combinación social del proceso productivo. Pero cualquiera que sea la proporción en que un capital dado se descomponga en partes constante y variable ya sea la última a la primera como 1: 2; 1: 10 ó 1 : x , la ley recién enunciada no se ve afectada por ello, pues conforme al análisis anterior el valor del capital constante reaparece por cierto en el valor del producto, pero no en el nuevo producto de valor creado. Para utilizar a 1.000 hilanderos se requieren, por supuesto, más materias primas, husos, etcétera, que para emplear a 100. Pero suba, baje, se [372] mantenga inalterado, sea grande o pequeño el valor de estos medios de producción adicionales, dicho valor no ejercerá influjo alguno en el proceso de valorización de las fuerzas de trabajo que los ponen en movimiento. La ley enunciada más arriba adopta pues la siguiente forma: estando dado el valor de la fuerza de trabajo y siendo igualmente grande el grado de explotación de la misma, las masas de valor y plusvalor producidas por diversos capitales estarán en razón directa a las magnitudes de las partes variables de esos capitales, esto es, a sus partes invertidas en fuerza de trabajo viva.

Esta ley contradice abiertamente toda la experiencia fundada en las apariencias. Todo el mundo sabe que el dueño de una hilandería de algodón que, si nos atenemos a los porcentajes del capital total empleado, utiliza proporcionalmente mucho capital constante y poco capital variable, no por ello obtiene una ganancia o plusvalor menor que un panadero, quien comparativamente pone en movimiento mucho capital variable y poco capital constante. Para resolver esta contradicción aparente se requieren aún muchos eslabones intermedios, tal como en el plano del álgebra elemental se necesitan muchos términos medios

0

para comprender que puede representar una magnitud

0

real. Aunque nunca la haya formulado, la economía clásica se aferra instintivamente a esa ley, pues se trata de unaconsecuencia necesaria de la ley del valor en general. Procura salvarla abstrayéndose violentamente de las contradicciones del fenómeno. Más adelante [2] 3 veremos cómo la escuela ricardiana ha tropezado en esa piedra del escándalo [4]. La economía vulgar, que "realmente tampoco ha aprendido nada" [5], aquí como en todas partes se atiene a la apariencia, alzándose contra la ley que rige al fenómeno. Cree, por oposición a Spinoza, que "la ignorancia es razón suficiente" [6].

El trabajo que el capital total de una sociedad pone en movimiento día por día, puede considerarse como una jornada laboral única. Si, por ejemplo, el número de los obreros es de un millón y la jornada laboral media de un [373] obrero asciende a 10 horas, la jornada laboral de la sociedad ascenderá a 10 millones de horas. Dada cierta duración de esta jornada laboral, y es lo mismo que se hayan trazado sus límites por motivos de orden físico o de orden social, sólo se puede aumentar la masa del plusvalor si se acrecienta el número de los obreros, esto es, la población obrera. El crecimiento de la población configura aquí el límite matemático para la producción de plusvalor por el capital total social. Y a la inversa. Estando dada la magnitud de la población, ese límite lo conforma la prolongación posible de la jornada laboral 7. Se verá en el próximo capítulo que esa ley sólo rige para la forma del plusvalor analizada hasta aquí.

Del examen que hasta aquí hemos hecho en torno a la producción del plusvalor se infiere que no todas las sumas de dinero o de valor son convertibles en capital; para esta conversión está presupuesto, antes bien, que un mínimo de dinero o de valor de cambio se encuentre en las manos del poseedor individual de dinero o de mercancías. El mínimo de capital variable es el precio de costo de una sola fuerza de trabajo, que a lo largo de todo el año, día tras día, se utilizara para la obtención de plusvalor. Si este obrero poseyera sus propios medios de producción y se contentara con vivir como obrero, le bastaría el tiempo necesario para la reproducción de sus medios de subsistencia, digamos 8 horas diarias. Unicamente necesitaría, pues, medios de producción para 8 horas de trabajo. El capitalista, en cambio, que además de esas 8 horas le hace ejecutar, digamos, 4 horas de plustrabajo, necesita una suma adicional de dinero para adquirir los medios de producción adicionales. Conforme a nuestro supuesto, sin embargo, tendría ya que utilizar dos obreros para poder vivir, con el plusvalor diario del que se apropia, al mismo nivel de un obrero, esto es, para satisfacer sus necesidades mínimas. En tal caso el objetivo de su producción sería la subsistencia lisa y llana, no el acrecentamiento de la riqueza, ahora bien, esto último está implícito en la producción capitalista. Para vivir apenas el doble de bien que un obrero común y reconvertir en capital la mitad del plusvalor producido, el capitalista tendría que multiplicar por ocho el número de obreros y el mínimo del capital adelantado. Es cierto que él mismo puede, al igual que su obrero, participar directamente en el proceso de producción, pero en ese caso sólo será un híbrido de capitalista y obrero, un "pequeño patrón". Cierto nivel de la producción capitalista hace necesario que el capitalista pueda dedicar todo el tiempo en que funciona como tal, es decir, como capital personificado, a la apopiación y por tanto al control del trabajo ajeno y a la venta de los productos de este trabajo [8]. Para impedir coactivamente la transformación del maestro artesano en el capitalista, el régimen gremial de la Edad Media restringió a un máximo muy exiguo el número de trabajadores a los que podía emplear un solo maestro. El poseedor de dinero o de mercancías no se transforma realmente en capitalista sino allí donde la suma mínima adelantada para la producción excede con amplitud del máximo medieval. Se confirma aquí, como en las ciencias naturales, la exactitud de la ley descubierta por Hegel en su Lógica, según la cual cambios meramente cuantitativos al llegar a cierto punto se truecan en diferencias cualitativas 9 (bis).10

[375] La suma mínima de valor de la que debe disponer el poseedor individual de dinero o de mercancías para metamorfosearse en capitalista, varía con las diversas etapas de desarrollo de la producción capitalista y, en una etapa de desarrollo dada, difiere entre las diversas esferas de producción, según sus condiciones técnicas específicas. Ciertas esferas de la producción requieren ya en los comienzos de la producción capitalista un mínimo de capital que aún no se encuentra en manos de un solo individuo. Esto ocasiona, en parte, que se concedan subsidios estatales a dichos particulares, como en Francia en tiempos de Colbert y como en más de un estado alemán hasta nuestros días, y en parte la formación de sociedades que gozan del monopolio legal para la explotación de ciertos ramos industriales y comerciales [11], precursoras de las modernas sociedades por acciones.

 

No hemos de detenernos a considerar en detalle los cambios que experimenta, en el curso del proceso de producción, la relación entre el capitalista y el asalariado, ni tampoco las determinaciones ulteriores del capital. Pongamos aquí de relieve, simplemente, algunos puntos fundamentales.

Dentro del proceso de producción, el capital se convierte en mando sobre el trabajo, esto es, sobre la fuerza de trabajo que se pone en movimiento a sí misma, o el obrero mismo. El capital personificado, el capitalista, cuida [376] de que el obrero ejecute su trabajo como es debido y con el grado de intensidad adecuado.

El capital se convierte, asimismo, en una relación coactiva que impone a la clase obrera la ejecución de más trabajo del que prescribe el estrecho ámbito de sus propias necesidades vitales. Y en cuanto productor de laboriosidad ajena, en cuanto succionador de plustrabajo y explotador de fuerza de trabajo, el capital excede en energía, desenfreno y eficacia a todos los sistemas de producción precedentes basados en el trabajo directamente compulsivo.

El capital comienza por subordinar al trabajo bajo las condiciones técnicas en que, históricamente, lo encuentra. No cambia inmediatamente, pues, el modo de producción. La producción de plusvalor en la forma considerada hasta aquí, mediante la simple prolongación de la jornada laboral, se presenta por ende como independiente de todo cambio en el modo de producción mismo. No era menos efectiva en la arcaica industria panadera que en la hilandería moderna de algodón.

Si enfocamos el proceso de producción desde el punto de vista del proceso laboral, el obrero no se comporta con los medios de producción como capital, sino como simple medio y material de su actividad productiva orientada a un fin. En una curtiembre, pongamos por caso, trata a los cueros como a su mero objeto de trabajo. No es al capitalista a quien le curte el cuero. Otra cosa ocurre cuando consideramos el proceso de producción desde el punto de vista correspondiente al proceso de valorización. Los medios de producción se transforman de inmediato en medios para la absorción de trabajo ajeno. Ya no es el obrero quien emplea los medios de producción, sino los medios de producción los que emplean al obrero. En lugar de ser consumidos por él como elementos materiales de su actividad productiva, aquéllos lo consumen a él como fermento de su propio proceso vital, y el proceso vital del capital consiste únicamente en su movimiento como valor que se valoriza a sí mismo. Hornos de fundición y edificios fabriles que quedan inactivos por la noche y no absorben trabajo vivo son "pura pérdida" ("mere loss") para el capitalista. Por eso, hornos de fundición y edificios fabriles constituyen un "titulo al trabajo nocturno" de las fuerzas de trabajo. La simple transformación del dinero en factores objetivos [377] del proceso de producción, en medios de producción, convierte a estos últimos en títulos jurídicos y en títulos compulsivos al trabajo ajeno y al plustrabajo. Un ejemplo nos mostrará, finalmente, cómo se refleja en la conciencia de las cabezas capitalistas esta conversión, es más, este trastocamiento peculiar y característico de la producción capitalista de la relación que media entre el trabajo muerto y el vivo, entre el valor y la fuerza creadora de valor. Durante la revuelta de los fabricantes ingleses en 1848-1850, "el principal de la hilandería de lino y algodón en Paisley, una de las firmas más antiguas y respetables del oeste de Escocia, Carlile, Son & Co., que existe desde 1752 y ha sido dirigida de generación en generación por la misma familia", este inteligentísimo caballero, pues, escribió en el "Glasgow Daily Mail" del 25 de abri de 1849 una carta titulada "El sistema de relevos" [12], en la cual se desliza entre otras cosas el siguiente pasaje, grotescamente ingenuo: "Permítasenos ahora [...] examinar los males que derivan de reducir de 12 a 10 horas el tiempo de trabajo... Los mismos <<ascienden>> al perjuicio más grave inferido a las perspectivas y la propiedad del fabricante. Si antes él" (es decir su "mano de obra") "trabajaba 12 horas y ahora queda limitado a 10, entonces cada 12 máquinas o husos de su establecimiento se verán reducidos a 10 (then every 12 machines or spindles in his establishment, shrink to 10), y si quisiera vender su fábrica, se las evaluaría solamente como 10, de tal modo que en todo el país habría que deducir una sexta parte del valor de cada fábrica" [13].

Para este ancestral cerebro capitalista del oeste de Escocia, el valor de los medios de producción, husos, etc., se confunde a tal punto con su atributo, propio del capital, de valorizarse a sí mismos o de deglutir diaria y gratuitamente una cantidad determinada de trabajo ajeno, que el [378] jefe de la casa Carlile & Co. de hecho se figura que en caso de vender su fábrica no sólo se le pagará el valor de los husos, sino por añadidura su valorización; no sólo el trabajo que se encierra en ellos y que es necesario para la producción de husos del mismo tipo, sino también el plustrabajo que le ayudan a succionar diariamente de los valerosos escoceses occidentales de Paisley, [exclamdown]y precisamente por eso, opina, con la reducción de la jornada laboral en dos horas el precio de venta de 12 máquinas de hilar se reducirá al de 10 máquinas! jj jj En la 4ª edición, el párrafo quedó redactado de la siguiente manera: "El capital variable, empero, es la expresión dineraria correspondiente al valor total de todas las fuerzas de trabajo que el capitalista emplea simultáneamente. Su valor será igual, pues, al valor medio de una fuerza de trabajo, multiplicado por el número de fuerzas de trabajo empleadas. Por consiguiente, si el valor de la fuerza de trabajo está dado, la magnitud del capital variable estará en razón directa de la cantidad de obreros utilizados simultáneamente. Si el valor diario de una fuerza de trabajo es = 1 tálero, será necesario adelantar un capital de 100 táleros para explotar diariamente 100 fuerzas de trabajo; de n táleros para explotar n fuerzas de trabajo".

kk kk 3ª edición: "tendremos entonces esta ley"; 4ª edición: "tendremos entonces esta primera ley".

ll ll En la versión francesa la segunda parte de esta frase dice así: "o bien es igual al valor de una fuerza de trabajo, multiplicado por el grado de su explotación, multiplicado por el número de fuerzas empleadas conjuntamente".

mm mm 3ª y 4ª ediciones: "50 táleros".

1 202 Esta ley elemental parece serles desconocida a los caballeros de la economía vulgar, Arquímedes al revés que creen haber encontrado, en la determinación de los precios del trabajo en el mercado por la oferta y la demanda, la palanca no para mover de sus quicios al mundo, sino para mantenerlo en reposo.

nn nn 4ª edición: "la reducción del capital variable".

oo oo 4ª edición: "la restricción del número de obreros explotados".

pp pp 4ª edición: "segunda ley".

[2] 203 Más detalles sobre el particular en el libro cuarto [[[142]]].

3 [142] Libro cuarto. --Marx se refiere aquí a la parte de su obra que hoy conocemos por "Teorías del plusvalor".-- 372.

[4] [143] Piedra del escándalo. --Expresión bíblica ("Isaías", VIII, 14, "Romanos IX", 32-33, etc.). En la versión de De Reina y De Valera se lee en "I Pedro", II, 8, por ejemplo: "Piedra de tropiezo y roca de escándalo a aquellos que tropiezan en la palabra".-- 372.

[5] [144] Realmente tampoco ha aprendido nada. --"Nadie se ha corregido, nadie ha sabido olvidar nada ni aprender nada", habría dicho Talleyrand, en 1796, de los cortesanos que rodeaban al conde de Provenza, autoproclamado Luis XVIII.-- 372.

[6] [145] La cita implícita (por decirlo así) es fiel al pensamiento de Spinoza, pero no parece ser textual. En el apéndice a la parte I de la Ética (utilizamos la traducción española de Angel Rodríguez Bachiller, editada por Aguilar en Buenos Aires, 1961), Spinoza critica a quienes "han introducido [...] una nueva manera de argumentar, la reducción, no a lo imposible, sino a la ignorancia; lo que demuestra que no tenían ningún otro medio de argumentar". "Saben que destruir la ignorancia es destruir el asombro imbécil, es decir, su único medio de razonamiento y la salvaguardia de su autoridad" (ed. cit., pp. 83-84). En "La ideología alemana" Marx y Engels citan la tesis espinociana bajo la forma "La ignorancia no es argumento", mientras que en el "Anti-Dühring" Engels reproduce en latín el aforismo: "Ignorantia non est argumentum".-- 372.

7 204 "El trabajo de una sociedad, esto es, su tiempo económico, representa una porción dada, digamos 10 horas diarias de un millón de personas, o diez millones de horas... El capital tiene un límite opuesto a su crecimiento. Este límite puede alcanzarse, en cualquier período dado, dentro de la extensión actual del tiempo económico que se emplea." ("An Essay on the Political Economy of Nations", Londres, 1821, pp. 47, 49.)

[8] 205 "El agricultor no debe basarse en su propio trabajo, y si lo hace, sostengo que perderá con ello. Debe ocuparse en la atención general del conjunto; tiene que vigilar a su trillador, o pronto perderá los salarios pagados por trigo no trillado; ha de observar a sus segadores, cosechadores, etc.; constantemente tiene que inspeccionar sus cercos, debe ver que no haya negligencia, lo que ocurriría si estuviera confinado en un punto." ([John Arbuthnot,] "An Enquiry into the Connection between the Price of Provisions, and the Size of Farms... By a Farmer", Londres, 1773, p. 12.) Esta obra es muy interesante. Puede estudiarse en ella la génesis del "capitalist farmer" [agricultor capitalista] o "merchant farmer" [agricultor comercial], como expresamente se lo denomina, y prestar oídos a su autoglorificación frente al "small farmer" [pequeño agricultor], que esencialmente debe trabajar para su subsistencia. "La clase de los capitalistas queda liberada, primero parcial y por último totalmente, de la necesidad del trabajo manual." ("Textbook of Lectures on the Political Economy of Nations", por el reverendo Richard Jones, Hertford, 1852, lección III, p. 39.)

9 205 bis La teoría molecular aplicada en la química moderna, que Laurent y Gerhardt desarrollaron científicamente por vez primera, no se funda en otra ley. {F. E. Agregado a la 3ª edición . Para explicar este aserto, que resultará bastante oscuro a los no químicos, hacemos notar que el autor se refiere aquí a las "series homólogas" de hidrocarburos, a las que Charles Gerhardt designó así por primera vez, en 1843, y cada una de las cuales tiene su propia fórmula algebraica. Así, por ejemplo, la serie de las parafinas: Cn H2n+2; la de los alcoholes normales: Cn H2n+2 O; la de los ácidos grasos normales, Cn H2n O2 y muchos otros. En los ejemplos precedentes, mediante la adición puramente cuantitativa de CH2 a la fórmula molecular se crea cada vez un cuerpo cualitativamente diferente. Con respecto a la participación de Laurent y Gerhardt en la comprobación de este importante hecho (participación sobrestimada por Marx), cfr. Kopp, "Entwicklung der Chemie", Munich, 1873, pp. 709 y 716, y Schorlemmer, "Rise and Progress of Organic Chemistry", Londres, 1879, p. 54.}

10 [146] Véase Hegel, "Wissenschaft der Logik", libro I, sección tercera, cap. II, B.-- 374.

[11] 206 "La sociedad monopolia" llama Martín Lutero a semejantes instituciones.

[12] 207 "Reports... 30th April 1849", p. 59.

[13] 208 Ibídem, p. 60. El inspector fabril Stuart, escocés él también y, a diferencia de los inspectores fabriles ingleses, totalmente imbuido en el modo de pensar capitalista, indica expresamente que esta carta, que incorpora a su informe, "es la más útil de todas las comunicaciones hechas por cualquiera de los fabricantes que emplean el sistema de relevos, y concebida de modo especialísimo para disipar los prejuicios y escrúpulos relativos a ese sistema".

 

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