Los arbetoides

 

 

Conocí a los arbetoides

y logré sobrevivir en su reino favorito.

 

Los fui observando en su diario trajín,

de importancia maquinal desesperada

durante aquellos inconmensurables

días y noches de exilio.

Traté de comprenderlos en su compulsión

del amor a las cosas muertas

y su gradual integración maquinal

a la inteligencia artificial

al son de la mecánica autónoma.

 

Los vi, los observe, efectivos monótonos

en su programa de actividades compartidas.

Concatenados a un sistema y miles de aparatos,

en línea,

y en ritmos de igualdad indiferente.

 

Los descubrí

con sussalidas y entradas infinitas,

construidas por algún otro de antemano.

 

Después de mucho,

pude comprender y comparar sus vidas

Con ruedas, cubos y engranajes,

en un ritmo de pulsos sin fin,

sin los cuales esos pobres energúmenos

habrían perdido su razón de ser.

 

Conocí a los arbetoides,

Los vi en su suelo patrio neutral;

Ese reino frío como placenta mecánica,

como madre absorbente económica industrial.

 

Los vi, afanados, montados en cuatro ruedas.

Moviéndose junto a su motor de metal no biológico.

 

Los observe en su inocencia pueril

retrograda y automática.

 

Conocí a los arbetoides

Estuve con ellos,

sin poder compartir su maquinal entusiasmo

hasta descubrir su mito y su alma vacía,

como un despilfarro enorme, no natural,

que sobre ellos tiene el mundo inocente

de los vivos.

 

Los vi bajo el susurro

de la engañosa voz de la maquina madre,

sometidos bajo el canto fúnebre o monótono

de lo Económico industrial.

 

Conocí a los arbetoides

Y sentí una enorme pena por ellos.

 

(actualizado 2007-03-15)

 

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